Si no hemos podido aventurarnos hasta Trafalgar Square, en Londres; o en el bullicio de Rockefeller Center, de Nueva York, incluso volar a las playas de Copacabana, en Río de Janeiro, y tampoco hemos pisado la Avenida de los Campos Eliseos, de París..., y claro, tampoco, nuestra Puerta del Sol, madrileñísima..., festejamos la noche y el paso del año desde aquí.
Os dejo esta hermosa litografía para que penséis en esta Nochevieja...
“Los buenos libros se escriben para que gusten a sus autores; luego a Dios o al Diablo, o quizá a ambos; y en tercer lugar, para nadie”. Juan Carlos Onetti
miércoles, 31 de diciembre de 2014
martes, 30 de diciembre de 2014
Miguel Ángel Muñoz
M
Mundo
“Es culpa
mía, culpa mía personal, si el mundo va mal”.
Fiódor Dostoyevski
…me
gusta
La familia del aire
Miguel
Ángel Muñoz afirma que, el escritor necesita explicarse, aunque haya casos en
los que se hace voto de silencio, confiando en la capacidad de un libro para decirse
a sí mismo. Y añade que, aun quedan algunos escritores, ilusos soñadores, con
la convicción de que sus libros bastan, que dicen lo que el escritor no puede
añadir, e insiste en que hablar sobre un libro es desnudar un misterio. No
sabemos muy bien si por este u otro motivo, o porque se trate de un campo de
experimentación, el cuento, de lento aliento, sigue dando la batalla en el
panorama literario español y alguien como Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), se arma de valor y reúne una
singular colección de entrevistas que ha titulado, La familia del aire (2011).
Autor de dos colecciones de relatos, El síndrome Chejov (2006) y Quédate donde
estás (2009), en su aun breve, pero intenso esfuerzo por/para el cuento, ha
sido incluido en varias antologías de renombrado prestigio, Macondo boca arriba
(2006), Ficción Sur (2008), Microrrelato
en Andalucía (2009), Ellos y Ellas (2010), Siglo XXI. Los nuevos nombres del
cuento español (2010) y Pequeñas Resistencias 5. (2010), y mantiene desde 2006
un blog-literario dedicado, exclusivamente, al cuento, que se ha convertido en
un espacio de referencia del género durante estos últimos años, donde publica
noticias, reseñas, pequeños artículos y apreciaciones, o incluso narraciones
breves, que han ido apareciendo, en una variada y dosificada ejemplaridad,
además de una serie de entrevistas a los escritores de cuentos más
representativos de las últimas décadas, incluídos aquellos que desde el punto
de vista de la historia literaria se les califica como «decanos» o «hermanos
mayores» con una ya considerable e importante obra breve narrativa en su haber.
El difícil arte de la
conversación/ entrevista se concreta en la habilidad y en la inteligencia de
quien pregunta y, sobre todo, en su relación con la obra del autor y el
análisis pormenorizado que se hace de ella, combinando las preguntas de
carácter más particular con otras más generales que determinen esa complicidad
entre entrevistado/ entrevistador en toda su extensión para que cuando, uno
termine de leer, sienta la sensación de asistir a la amena charla de dos amigos
que se sabe tienen notables puntos de vista en común. En realidad, La familia
del aire es el resultado de treinta y seis entrevistas a cuentistas de varias
generaciones de narradores y de temática tan amplia, diferente y sorprendente
que casi se podría agotar el género con la lectura de estos autores, porque
oscilan entre la coherencia de José María Merino, el reconocimiento de Cristina
Fernández Cubas, el equilibrio de Soledad Puértolas, la evolución magistral de
Enrique Vila-Matas hasta llegar a los hermanos mayores: Carlos Castán, Eloy
Tizón y Juan Bonilla, o la incorporación de algunos nombres que, a lo largo de
los noventa, figuraron con voz propia: Hipólito G. Navarro, Gonzalo Calcedo, Ángel
Zapata, Fernando Iwasaki, Mercedes Abad, Guillermo Busutil, o un no menos
interesante, y recientemente incorporado, Javier Sáez de Ibarra. El resto
oscila entre la visión de lo fantástico, Olgoso, Moyano y Muñoz Rengel, pasando
por esa doble dirección ensayada, según, el autor, en autores como Jordá,
Luisgé Martín, Orejudo o Menéndez Salmón. Entre los estrictamente narradores de
variada factura, nombres más jóvenes y recientemente incorporados al panorama
breve, Cristina Grande, Francisco Afilado, Pepe Cervera, Ibán Zaldua, García
Antón, Tornay, un olvidado Hatero, Pilar Adón, Mercedes Cebrián, Bilbao,
Patricia Esteban Erlés, Ferrando, Sara Mesa y Andrés Neuman, para acabar el
recuento con un final de lujo, la voz del maestro silencioso, Juan Eduardo
Zúñiga. Un apéndice útil completa la sorprendente nómina: un índice de
personas, revistas, editoriales y obras; una referencia bibliográfica de
autores y obras cuando aparecen en las entrevistas y, en tercer lugar, una
amplia bibliografía de los entrevistados, ordenados por fecha de nacimiento, en
la que se han listado todos sus libros de cuentos, incluso se añaden aquellos
publicados posteriormente a la fecha de
la entrevista para que los lectores puedan hacerse una idea de la evolución de
la obra del narrador.
Cada
entrevista, señala el autor, tiene su pequeña historia. Aunque lo que queda de
manifiesto, una vez leído este voluminoso libro, es la generosidad de los
entrevistados y el rigor del entrevistador, porque ordenados y leídos estos
cuestionarios en un progresivo interés, se percibe la voz de los escritores y el
trasfondo que subyace en sus libros, aflora además en buena parte esa vulnerada
vida o existencia que supone su forma de ser, y solo así entendemos esa otra
mirada a sus manías y ambiciones, las suficientes para embarcarse en esa
fantástica aventura de escribir, como el propio Miguel Ángel Muñoz señala. Es
entonces cuando, como lectores cuanto afirman o niegan cada uno de ellos nos
servirá a nosotros para volver la vista y observar la cantidad de historias que
en estos últimos veinte años se vienen escribiendo, y además muy bien.
Constatado este hecho, como afirma el entrevistador, cuando menos lo esperemos,
mientras descansa La familia del aire sobre nuestra mesa, escogeremos un cuento
al azar y comenzaremos a leer.
LA FAMILIA DEL
AIRE
Entrevistas
con cuentistas españoles
Miguel
Ángel Muñoz
Madrid,
Páginas de Espuma, 2011
lunes, 29 de diciembre de 2014
TRAVESÍAS
SOSTIENE
TABUCCHI
Antonio Tabucchi fue el escritor
que supo tejer sueños para contar sus fábulas, las del pasado y las del
presente, retazos auténticos de la vida cotidiana. Para el luso-italiano, la
novela simbolizaba una casa que cierras con llave cuando la abandonas, el
relato un pequeño apartamento a donde vuelves y han cambiado la cerradura.
Natural de Vecchiano, Pisa, 1943, falleció en su amada Lisboa, el 25 de marzo
de 2012. Profesor de Lengua y Literatura portuguesa, enamorado del país luso y
ligado a la obra y figura de Fernando de Pessoa desde que en los 70 descubriera
y sintiera fascinación por el portugués y sus heterónimos, amor que compartió
viviendo seis meses en la ciudad lisboeta y el resto en La Toscana (Siena), en cuya
universidad enseñó. Publicó Piazza
d´Italia, en 1975, aunque sus éxitos llegarían con Dama de Porto Pim (1983) y, sobre todo, con Sostiene Pereira (1994). Hablaba del futuro como una mera
casualidad, nunca como algo proyectable, porque desde el punto de vista
kantiano, el futuro no existe si no incluye el pasado. Un año antes de morir,
lamentaba vivir un presente absoluto, eterno, con mucho ruido y oscuridad, con
escasa luz al final. En su libro, El
tiempo envejece deprisa (2010), experimenta con el límite de la vida, a
través de la mirada de unos personajes mayores que miran hacia atrás e intentan
sintonizar esos recuerdos que otorguen sentido a su existencia. La crítica
especializada ha señalado que Tabucchi crece como escritor cuando se limita a
contar historias, porque en literatura el compromiso ético se manifiesta
renunciando a la intromisión.
Siempre en Anagrama, nos deja,
como despedida, Viajes y otros viajes
(2011), un texto vivido, pensado y disfrutado.
Sábado,
5 de mayo, 2012; pág., 8
domingo, 28 de diciembre de 2014
sábado, 27 de diciembre de 2014
Hoy tomo café con…
Bianca Aparicio Vinsonneau
“Soy una enamorada de África. Es
un lugar con un magnetismo especial, y cuando te agarra, ya no te suelta”.
Bianca Aparicio Vinsonneau (Alicante, 1983), cursó estudios superiores
diplomándose en Óptica y Optometría y en Magisterio, Lengua Extranjera. Ha
colaborado como voluntaria en varios proyectos en el continente negro,
relacionados con la educación infantil, la sanidad y el emponderamiento de la
mujer. Perfeccionista e inquieta, está decidida a exprimir la vida y disfrutar
de cuanto esta ponga a su alcance. Su primera novela, Las Sombras de África, nace de esos intensos viajes por cuatro de
los cinco continentes. En 2014, Ediciones Cardeñoso publica su relato corto
titulado Fantasmas. Miembro de La Tertulia Literaria
de Guardamar del Segura (Alicante), se encuentra inmersa en su próxima novela.
Un primer propósito ¿qué le pide
usted a la literatura?
Que me emocione, que me haga sentir,
disfrutar, reír y llorar... A la literatura le pido lo mismo que a la vida.
Se lo pregunto porque para contar
una historia como Las sombras de África (2014)¿hay que viajar hasta allí?
África es mi segunda casa, llevo más de
ocho años colaborando como voluntaria en ese continente. Para escribir sobre
algo hay que conocerlo en profundidad; sólo así se consigue que el lector
admire paisajes de países que nunca ha visitado, saboree comidas con
ingredientes desconocidos, escuche la música de un idioma que no es el suyo o
se pierda en las sonrisas de que gente que no conoce. Me encanta cuando un
lector me comenta que, gracias a la novela, ha viajado a África.
Cuando uno termina de leer su
novela se pregunta ¿cuánto hay de verdad y cuánto hay de mentira?
Lo cierto es que hay de ambas. Escribir
una novela te permite jugar con los límites entre realidad y ficción, hasta que
en ocasiones llegan a confundirse. La trama es completamente imaginaria, pero
muchos personajes o hechos no lo son.
¿No es realmente otra novela más
sobre la esclavitud?
Estas páginas encierran mucho más que
una historia sobre la esclavitud. Si bien es cierto que se trata del hilo
conductor, hay otras cosas que
sorprenderán al lector.
Se alternan dos historias para
justificar su relato, ¿ambas son necesarias, y hasta qué punto?
Siempre me ha parecido curioso cómo un
desconocido puede afectar y cambiar toda nuestra existencia, incluso si esa
persona vivió hace doscientos años. Para Claudia, cruzarse por azar con la
historia de Kofi supone un antes y un después en su vida, un terremoto que la
sacude desde los cimientos.
La historia de Kofi resulta
dolorosa, cruel, extremadamente dura, ¿cuánto hay de fondo histórico?
Kofi no existió realmente, y al mismo
tiempo hubo miles como él. La vida en el castillo de Cape Coast se dividía en
dos mundos: en uno estaban los calabozos subterráneos, donde permanecían los
negros encerrados a la espera de ser embarcados rumbo a América, y otro muy
distinto era el que existía sobre el nivel del suelo. Allí vivían los oficiales
británicos que trabajaban rodeados de lujos: las últimas novedades literarias,
tejidos de calidad traídos por los buques de sus rutas por las Indias,
cristalería fina y cubertería de oro. De la mano de Kofi pasamos de uno, oscuro
y cruel, al otro, no menos difícil para él, en el que debe aprender a moverse
con astucia para conseguir sobrevivir mientras espera la oportunidad que tanto
ansía: la que le devuelva la libertad.
La antropóloga Claudia Carpio
viaja hasta Ghana para escribir sobre la esclavitud, pero ¿qué encuentra
realmente allí?
Yo creo que encuentra lo mismo que la
mayoría de los que viajan hasta allí: a sí misma. Un viaje tan intenso puede
suponer que todo tu mundo quede del revés y tengas que aprender a recolocar
cada cosa, ocupando un lugar diferente, pues tu escala de valores queda
trastocada sin remedio. Descubre que hay más mundo que su despacho y los libros
que se amontonan en su mesa. Por primera vez se siente viva.
Kofi sobrevive ayudado por buenas
gentes, Claudia lo hace de igual modo, salvando las distancias, ¿ha establecido
usted ciertos paralelismos en ambos personajes?
Ambos se encuentran con gente que les
ayuda, pero también hay personajes que incluso hacen peligrar su integridad
física. No es más que un reflejo de la variedad en la naturaleza humana.
¿Se planteó usted desde el
principio la necesidad de echar mano de personajes reales para verificar su
historia?
Lo cierto que es que tuve muy pocas
cosas planeadas desde el principio, surgió un día sin más, de una espontánea e
irrefrenable necesidad de escribir. Cuando empecé, no tenía cerrada la trama ni
los personajes, sólo me senté y empecé a teclear, y la novela fue apareciendo
ante mis ojos. Pero es cierto que necesité documentarme en profundidad, y fue
durante ese proceso cuando descubrí que habían ciertos hechos y personajes
históricos tan fascinantes que no me quedó más remedio que hacerles un hueco,
creo que eso ha enriquecido mucho el resultado final.
Al hilo de un diario, en el caso
de Kofi, usted plantea algo de intriga o incertidumbre en la investigación de
Claudia, ¿complemento necesario para su argumento, o truco para mantener al
lector intrigado?
Como comentaba anteriormente, la historia se
ha creado a sí misma, casi sin mi ayuda. Hay veces que pienso que yo no era una
autora en busca de algo que escribir, más bien me da la sensación de que era
Las Sombras de África quien buscaba a alguien que pudiera escribirla… y me
encontró a mí. Aunque el elemento de suspense que hay en la investigación de la
antropóloga es adictivo, no he utilizado trucos para que sea comercial y acabe
en best-seller, sino que me he dejado
llevar. Sólo he procurado crear una historia con la que yo disfrutara como
lectora.
Tanto Kofi como Claudia viven su
propia historia, incluido un amor, un paralelismo alejado en el tiempo, ¿una y
otra se justifican por sus protagonistas?
Son dos relaciones complejas, cada una
por motivos distintos, que reflejan el carácter de quienes las viven. Claudia
encuentra algo que no buscaba, y que la perturba en gran manera, mientras que
Kofi lucha por recuperar lo que le ha sido arrebatado, y es el recuerdo de ese
amor lo mantiene vivo.
Piensa usted que aun quedan
“sombras en África”.
Sin duda. Por desgracia las hay por todo
el mundo, y en especial en ese continente. Aunque no debemos olvidar que todos,
de una manera u otra, podemos poner nuestro granito de arena para ayudarles.
Después de la aventura africana,
¿qué le ocurrirá, literariamente hablando?
Estoy empezando a trabajar en un nuevo
proyecto que me tiene fascinada. No quiero adelantar demasiado, pero estoy
segura de que esta próxima novela me hará disfrutar mucho… y espero que le
ocurra lo mismo al lector.
Y una última pregunta, ¿lo suyo es
auténtica pasión por África?
Sí.
Rotundamente sí. Soy una enamorada de África. Es un lugar con un magnetismo
especial, y cuando te agarra, ya no te suelta… como la novela. viernes, 26 de diciembre de 2014
Daniel Sueiro
L
Leer
“El que
lee mucho y anda mucho; ve mucho y sabe mucho”.
Miguel
de Cervantes
… me gusta
La carpa y otros cuentos
Los cuentistas
que iniciaban su labor en los años cincuenta y sesenta vieron como el género
alentaba su carrera por especiales circunstancias, sin duda la actividad
editorial del momento, de Rocas, Taurus, Rumbos, o el fomento de los premios
Hucha de Oro, Sésamo, Leopoldo Alas, y porque el cuento ofrecía captar la
instantaneidad cotidiana que llamaba la atención de los jóvenes creadores.
García Pavón consideraba que, pese a su pujanza, la narrativa breve del momento
se alejaba de la realidad y le faltaba fantasía, notaba la ausencia de humor en
muchos de estos relatos, y una excesiva preocupación por un estilo popularista
que imponía el socialrealismo, o la presencia de cuentos poemáticos de carácter
intimista y escritos, sobre todo, por mujeres. En su celebrado libro, Estudios sobre el cuento español
contemporáneo (1973), Erna Brandenberger, calificaba
a Daniel Sueiro de cuentista nato, alguien capaz de cautivar al lector y
mantener vivo su interés a base de acelerar y disminuir el ritmo de la acción o
de elevar y reducir la tensión, sino que incitaba a reflexionar provocando que
el efecto de sus cuentos trascendiera más allá del texto. Lo paradigmático y
una aguda mirada sobre los acontecimientos cotidianos concretan algunas otras
características de sus cuentos, al tiempo que dota a sus historias humor y
desenfado particulares; sus temas preparados con gran parsimonia, los encubre
con bastante acierto porque el final de la historia resulta tan inesperado como
sorprendente.
La carpa y otros cuentos (2014) reúne trece relatos del total de
sus colecciones, La rebusca y otras desgracias
(1958), Los conspiradores (1959), Toda la semana (1964), El cuidado de las manos 1974) y Servicio de navaja (1977), además de
un texto publicado por Sueiro en 1963, titulado, “La carretera nuevo
personaje”. El autor del prólogo, Fernando Valls, señala que la presente
antología muestra la evolución de la prosa narrativa del madrileño, desde el
realismo social y el neorrealismo, hasta una decantación posterior hacia un
expresionismo irónico siguiendo la estela kafkiana llegar al simbolismo. En su
primer libro, Sueiro anunciaba ya en el título ciertas “desgracias” aunque los
cuentos seleccionados se alejan y cuantifican la precariedad en el trabajo, la
vida cotidiana de unos personajes a quienes sigue técnicamente una cámara, el
relato de un asesinato, o las miserias de un pequeño negocio al que
irremisiblemente hay echar el cierre; en muchos de sus cuentos, las obsesiones
del narrador se multiplican, se concretan en la minuciosidad y. según definición
del propio Sueiro, se trataba de "elaborar la realidad", cuando se
escribe un cuento; en ocasiones, esa realidad se concreta en la tarea de
escarbar en una cotidianeidad en la que el narrador trata de alcanzar ese
espacio metafísico, tan hilarante como absurdo, un sinsentido donde existir en
medio de todos y cada uno de los días de nuestra vida.
Juan Bonilla, afirma que una
nueva editorial brinda una ocasión magnífica para volver o para descubrir a
Daniel Sueiro, uno de los nombres más modernos y
verdaderamente indispensables de nuestro relato.
LA CARPA Y OTROS CUENTOS
Daniel Sueiro
Prólogo de
Fernando Valls
Madrid, Libros de
Ítaca, 2014.
jueves, 25 de diciembre de 2014
TRAVESÍAS
LA LEYENDA DEL TITANIC
La White Star Line construyó
el “barco de los sueños” en apenas dos años, entre el 31 de marzo de 1909, que
se instala la quilla 401 en el astillero Harland & Wolf, y el 31 de mayo de
1911, cuando trasladan el Titanic al
puerto de Southampton. Un año después estaba listo, en mayo se conocía la lista
de los tripulantes. El Titanic zarpó
de Southampton el miércoles 10 de abril sobre el medio día, llegó a Cherburgo,
su primer destino, a las 18:30, y a la mañana siguiente recogió pasajeros en
Queenstown, emigrantes irlandeses rumbo a Nueva York. La historia cuenta que
prosiguió su viaje sin problemas, aunque la mañana del 14 de abril, buques en
la zona informaban del avistamiento de icebergs. La colisión con uno de ellos,
tuvo lugar a las 23:40 horas, a las 00:05 liberaron los botes salvavidas para
la evacuación, a las 1:15 el agua inundaba la proa y la tripulación fue
consciente del desastre, a las 2:18 las luces del Titanic parpadearon por última vez, y el coloso se partía en dos,
entre la tercera y cuarta chimenea. Se hundió a 2:40 horas.
La
leyenda creció a lo largo del siglo XX, cien años después, Hugh Brewster nos
cuenta en Titanic. El final de unas vidas
doradas (2012) la descripción de su interior, evoca la existencia de
hombres y mujeres que compusieron el espléndido retrato de una época, de un
tiempo que pareció marcar un fin con su tragedia. Identificamos a los Astor,
Guggenheim, Straus, Morgan, la activista Brown, o el matrimonio español, Víctor
y Josefa, Peñasco, en sus páginas, asistimos a las intensas horas vividas
previo al naufragio, y lo hacemos como un relato novelesco, con curiosos
protagonistas, sabiendo en todo momento que fue eso lo que ocurrió con todo
detalle en aquella fría y clara noche de abril de 1912.
Sábado,
14 de abril, 2012; pág., 8
miércoles, 24 de diciembre de 2014
TRAVESÍAS
PARÍS
Walter Benjamín escribió que un artista
como Atget pasó por alto «las grandes vistas y los llamados monumentos
característicos», aunque jamás olvidó perpetuar una larga hilera de hormas
de zapato, es decir los patios interiores del París de principios de siglo,
donde desde la noche hasta la mañana reposaban apretadas filas de carretillas,
ni siquiera el burdel de ciertas calles conocidas. Resulta remarcable que casi
todas sus imágenes aparezcan vacías: hoy calificaríamos su trabajo de
surrealista, preparó ese saludable movimiento por el cual el hombre y el mundo
que lo rodea, se convierten en entidades extrañas.
Euène Atget (1857-1927) fue el fotógrafo
del viejo París. Entre 1897 y 1927 supo fijar en sus imágenes las huellas de la
historia. Luz y escritura capturan y fijan las espectaculares transformaciones
de la ciudad que, urbanísticamente, había desarrollado antes el barón Georges
Eugène Haussmann, olvidando el carácter único y efímero de los edificios del
París histórico. Su tarea cotidiana, su profesión, también su vocación, fue
rastrear con su cámara esas transformaciones en una metrópoli moderna. Andreas
Krase y Hans Christian Adam recogen en, Paris. Eugène Atget (Taschen,
2008), un curioso álbum que podría denominarse, «Yo poseo todo el viejo París»,
y cuyos negativos, el propio Atget, ofreció al Ministerio de Instrucción
Pública y Bellas Artes para que quedara asegurada la subsistencia de los
mismos: prostíbulos, escaparates, parques, escaleras, interiores, vehículos,
castillos, oficios, vendedores, comercios y escaparates, objetos en general,
incluso habitantes de extramuros se muestran en estos singulares archivos de la
mirada.
Sábado,
21 de enero, 2012; pág., 8
martes, 23 de diciembre de 2014
Feliz Navidad
Queridos amigos, una
Navidad más.
Víspera de Nochebuena.
Víspera de Nochebuena.
Las Navidades de nuestra niñez, al menos de la mía, felices y
añoradas por la magia que entrañaban: reunión familiar, vecinos, conocidos que
se acercaban porque era una noche donde los mayores comían, bebían, bailaban y
cantaban villancicos, y la realidad: se lo pasaban en grande, mientras los pequeños admirábamos todo aquello, los acompañábamos tocando la pandereta y la
zambomba y, lo más importante, era una noche larga y nos dejan estar en aquel jolgorio hasta tarde, muy
tarde, avanzada ya la madrugada.
Era una fiesta familiar, era una fiesta entre buenos vecinos donde, pese a miserias mayores, todo el mundo era feliz al menos durante unas horas.
Era una fiesta familiar, era una fiesta entre buenos vecinos donde, pese a miserias mayores, todo el mundo era feliz al menos durante unas horas.
Así eran entonces las Navidades de mi
niñez, y tal vez las de muchas de vosotros.
Para vosotros,
mi inquebrantable amistad.
Y mejor, 2015.
Y mejor, 2015.
lunes, 22 de diciembre de 2014
TRAVESÍAS
MAUTHAUSEN
Alrededor de unos 7.000
republicanos españoles convivieron en el campo del horror de Mauthausen,
situado cerca del pueblo austríaco que bordea el Danubio, junto a la industrial
Linz. Cuando el 5 de mayo de 1945 dos patrullas americanas liberaron el lugar,
habían sobrevivido a la barbarie nazi apenas 2.184 prisioneros. Los españoles
llegaron hasta allí en pequeñas expediciones: en agosto de 1940, un total de
398, unos días después, otros 377, un nuevo grupo de hombres y adolescentes,
927 bajaron en la estación de Mauthausen, camino de Irún, y en diciembre de
1941, llegaron otros 342. La cifra entre 1940 y 1941 oscilaría entre los 2.240
del primer año, y los 4.570 del segundo. La concentración de republicanos
españoles se explica por la potencialidad que las SS vieron como buena mano de
obra para la explotación de la cantera y el empuje de proyectos de crecimiento
del recinto. Colaboraron en la construcción del muro de piedra, las torres de
vigilancia, los crematorios, las cámaras de gas, la lavandería, las duchas y la
cocina, además de nivelar el camino e igualar una escalera (de la muerte) de
186 peldaños por la que se accedía a la explanada desde la cantera.
El violinista de Mauthausen (2010),
de Andrés Pérez Domínguez, recrea el París ocupado, el Berlín en ruinas, y
parte del relato se detiene en la dura subsistencia en el campo de exterminio,
y además ofrece un triángulo amoroso:
Rubén, Anna, Bishop, visto desde el horror de una guerra. Se han realizado ocho
reimpresiones, ahora aparece una edición especial homenaje que, desde aquí,
recomiendo vivamente.
Sábado,
20 de noviembre, 2010; pág., 8
domingo, 21 de diciembre de 2014
Desayuno con diamantes, 16
Enrique
Vila-Matas (Barcelona, 1948)
Exploradores del
abismo
La
literatura de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ejerce una inequívoca e
indiscutible atracción sobre los lectores. Quien logra traspasar el umbral de
su espacio inventado, consigue entrar de lleno en su mundo. Pero el suyo es una
realidad de representaciones, de conexiones humanas y literarias que, durante
años, ha conseguido diseñar en una auténtica estrategia narrativa con
inequívocos referentes que recuerdan a los nombres universales de Kafka,
Roussel, Walser, Melville, Beckett, Céline, incluso a las exigencias de
Montaigne y de Blanchot, entre otros. Desde hace algunos años, para Vila-Matas,
la ficción juega a convertirse en realidad, los libros contienen esas vidas
escritas de las que hace gala el autor y así, su identificación de vida y de
literatura, se concretaba en Suicidios ejemplares (1991), como esa
negación consciente de la vida, aunque casi diez años más tarde en Bartleby
y compañía (2000), narraba su definitiva repulsa de la literatura.
Al contrario que muchos
contemporáneos suyos, en la escritura de Vila-Matas no hay propensión a
explicar nada, ni siquiera la razón misma del hombre sobre el universo; es la
suya una impostura que provoca un diálogo intertextual y supratemporal.
En su última entrega, Exploradores del abismo (2007), el narrador
pretende, de alguna manera, abjurar de buena parte de su escritura para volver,
quizá, a los registros de su primera etapa de escritor, aunque una vez leído el
libro, se concreta, en realidad, en una colección de cuentos con las
ambigüedades propias del escritor barcelonés y se muestra, una vez más, su
personal relación con la realidad vivida a través de la ficción. Pero novela y
cuento se confunden en la escritura de Vila-Matas porque, como él mismo ha
asegurado, practica una mezcla de géneros que lo llevan a contaminar su
discurso hasta convertirlo, posteriormente, en auténticas reflexiones
ensayísticas que provocan un auténtico vacío en el escritor.
Cuando
uno empieza a leer Exploradores del abismo las referencias a Una casa
para siempre (1988), Suicidios
ejemplares (1991), la estructura de Hijos sin hijos (1993) o la
antología Recuerdos inventados (1994), su progresión misma, nos
proporciona parte de esa exploración, tanto propia como ajena, que viene
ejerciendo el narrador durante más de estos largos veinte años últimos, aunque
hoy ya esa condición suya de angustiado o desesperado suele ser vencida por la
confusión que ha obtenido de ensayar y practicar quizá una posible y auténtica
literatura. Para justificar este libro, para explicar este puñado de cuentos,
en «Café Kubista» y, a modo de introducción, el autor afirma: «Estoy seguro de
que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año,
no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera
convertido en otro». Y esta categórica declaración de principios,
esgrimida en muchas de sus anteriores obras, cobra mayor fuerza en otro de sus
textos «La gota gorda», cuando añade,
«Hace un año, volví a escribir cuentos, pero sin darme cuenta de que en
realidad seguía con los hábitos del novelista (...). La tensión más fuerte la
provocaba el duro esfuerzo de contar historias de personales normales y tener a
la vez que reprimir mi tendencia a divertirme con textos metaliterarios: el
duro esfuerzo de contar historias de la vida cotidiana con sangre e hígado,
tal como me habían exigido mis odiadores (...). Indiscutiblemente, después de
leer Exploradores del abismo, uno
se da cuenta de que Vila-Matas sigue siendo un provocador capaz de transformar
en un todo orgánico una suma de textos que confluyen en una única y absoluta
dirección: el mundo vilamatiano de sus silencios y de sus desapariciones,
aunque en ocasiones, vuelva su mirada para contar auténticas joyas de carácter,
eminentemente, narrativa breve, cuentos tan sorprendentes que en ocasiones no
resultan ser así y me refiero, concretamente, a «Niño», relato intenso,
conmovedor, una exasperante visión de la extrañeza, característica de su mejor
prosa, o «Fuera de aquí» que, junto al anterior, se convierten en auténticos
capítulos de una obra más extensa y, pueden ser, realmente, calificados como
novelas cortas. El primero muestra el desesperado deseo de un padre porque su «Niño»
salga vivo de una intervención quirúrgica; aunque el relato amplia sus
registros hasta veleidades insospechadas en esa relación padre-hijo. El segundo
cuenta la historia de una saga generacional rusa, con dos hijos revolucionarios
y dos gemelas, que como su autor juegan a explorar ese abismo que supone la
vida; un cuento muy chejoviano pero que, desde la perspectiva de Enrique
Vila-Matas, propone una relectura moderna de las posibilidades literarias del
maestro ruso.
Aunque, en realidad, todo el libro
se estructura o, mejor dicho, se configura en torno a «Porque ella no lo pidió», una profunda
mirada a «otros espacios» explorados por Vila-Matas aunque sobrepasando las
habituales fronteras entre la realidad y la ficción, precisamente para poder
mostrar, con el relato-encargo de Sophie Calle, que toda realidad ficcionada se
convierte en una nueva realidad, la que pretende vivir Calle por encargo, en
esa especie de nouvelle o diario de trabajo, como si de un de juego de
espejos se tratara en los que Vila-Matas vuelve, una y otra vez, a mirarse para
teorizar, una vez más, sobre ese sentimiento expreso de ser otro, aún cuando el
encargo provenga de una extraña para vivir la historia que pretende le
escriba el narrador. El escritor averiguará cómo otros colegas se han negado a
esta proposición, Paul Auster, Jean Echenoz y Olivier Rolin, pero accederá
liberado por esa intensa felicidad de sentirse «fuera de aquí» aunque muy
pronto enfermará, como es habitual, tras comprender que no existe vida sin
narración o sentido de la existencia sin ficción.
Otros homenajes se asoman,
tímidamente, en relatos como «Amé a Bo», una fábula intergaláctica para
justificar toda una tradición de existencialismo científico con Stanislaw Lem
como referencia. En realidad, todos estos relatos y otros no analizados, «Otro
cuento jasídico», «Nunca hizo nada por mí» o incluso, «La gloria solitaria»
proyectan conceptos misteriosamente relacionados para posteriormente verse
unidos en un único conjunto. Y una curiosidad más, el funambulista Maurice
Forest-Meyer se pasea por estos relatos, acompañado por Delia Dumarchey, su
esposa, ambos como esa metáfora de quien logra moverse sobre el vacío para
convertir el abismo en su medio de vida. Sumados, estos cuentos, la escritura
misma a la que se enfrenta Vila-Matas, suponen una vuelta a los orígenes,
aunque en algunos de ellos aún se perciba esa intensidad metaliteraria que le
otorga el autor al conjunto de su obra, esa teoría esgrimida que arrastra en
toda su existencia, incluida la real y la ficticia. Además, el narrador
incluye, una hilarante sucesión de situaciones que con un excelente humor o,
mejor, una finísima ironía, características tan habituales en sus textos, le
devuelven, de una forma provocativa, esas ansias de ser como un dios en la
tierra, para dominar las vidas ajenas y apuntar, en definitiva, con un solo
dedo hacia las cosas.
Enrique
Vila-Matas; Exploradores del abismo; Barcelona, Anagrama, 2007.
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