“Los buenos libros se escriben para que gusten a sus autores; luego a Dios o al Diablo, o quizá a ambos; y en tercer lugar, para nadie”. Juan Carlos Onetti
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viernes, 12 de diciembre de 2025
jueves, 11 de diciembre de 2025
Centenario Matute
PRIMERA MEMORIA
Centenario de Ana María Matute
Los pronósticos de una devastación de la literatura en una sociedad cibernética como la presente, donde las teorías de la información, como ciencia interdisciplinar, importan y se proyectan más que cualquier otro medio, deberían sumergirse en la lectura de una obra tan llena de emociones, y repleta de vivencias y de peculiaridades, como la obra completa de Ana María Matute.
Con cada nueva novela la narradora se iba reafirmando en algunas claves de su obra anterior: una intensa inspiración en la experiencia y los recuerdos de la niñez, o el no menos trágico choque de un alucinante torbellino existencial que lleva a sus protagonistas adolescente a un paraíso imaginado, o a una primera madurez sin esa capacidad de ensoñación que fuera su alma apasionada y sensitiva.
El proceso a que nos invita Ana María Matute es a esa disposición suya para construir desde su visión de niña, frente a una realidad hostil, una existencia propia que mezcla el mundo de la verdad y el de la fantasía, aunque como es habitual en la barcelonesa, en su doble mirada confluye un enjuiciamiento del mundo de los adultos, de los gigantes, y los continuos descubrimientos del ámbito infantil, como realidades tangentes pero separadas por el paso del tiempo.
Feminismo narrativo
Las mujeres novelistas han ocupado su espacio en la narrativa española desde de la posguerra. Las aportaciones que escritoras como Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Elena Quiroga, Mercé Rodoreda, Elena Soriano, o Ana María Matute, entre otras, realizaron en momentos significativos en la evolución de la narrativa española desde los años cuarenta forman parte de la historia literaria del siglo XX. Durante la segunda mitad de la década de los setenta se inicia un debate sobre la “narrativa femenina” que coincide con el aumento de títulos de escritoras que se habían publicado durante la transición política española.
El camino lo abrió Carmen Laforet en el año 1944 con el Premio Nadal por su novela Nada. Después de ella muchas mujeres ganaron ese premio y sus obras empezaron a atraer la atención de los críticos y del público lector en general. Una de las características de estas novelas es que sus protagonistas o heroínas son mujeres. Por eso, muchos críticos miraban sus obras como autobiográficas y comentaban que los verdaderos talentos de las novelistas solo se revelan a través de sus propias experiencias personales. Esta generalización se desmiente con la obra de una autora como Ana María Matute, cuyos personajes, masculinos y femeninos, parecen trascender la determinación sexista, ya que adquieren dimensión de obsesiones tan generalizadas como universales.
Matute novelista
Ana María Matute forma parte de la generación de Medio Siglo, dentro de la tendencia neorrealista, aunque con rasgos específicos de una narrativa singular y fantástica. Nace en Barcelona en 1925. De familia religiosa y conservadora, tanto ella como sus hermanos recibieron una educación represiva y autoritaria. La futura escritora tuvo siempre una falta de amor maternal que influiría en su literatura porque en sus cuentos y novelas abundan los personajes huérfanos de madre, o apartados de ella. Pasó su infancia en Barcelona, Mallorca y Madrid, donde estudió en una escuela de monjas francesas. Las religiosas aconsejaban leer poco, y nunca novelas, así que vivió en un ambiente hostil a la creación literaria por lo que a Matute le resultaba difícil escribir y era castigada frecuentemente.No obstante, la literatura le salvó la vida porque le permitía escapar de este mundo en el que vivía y crear uno diferente y mejor. Su experiencia en los colegios religiosos tuvo consecuencias negativas para su desarrollo personal, aunque le ayudaría a reivindicarse en su propia intimidad. Matute entró en el mundo literario tras la literatura oral que le contaban las criadas de la familia; y además de los cuentos orales, buscaba clásicos europeos. Durante el verano de 1942, con diecisiete años, escribió su primera novela en un cuaderno que tituló Pequeño teatro y que publicaría en 1954, cuando ganó el Premio Planeta; su segundo libro fue Los Abel. La censura franquista en los años cuarenta condicionaba a los lectores y, sobre todo, a los escritores, sometiéndolos a un férreo control de tipo moral e ideológico. Matute tuvo que luchar contra la censura, pero la publicación de La familia de Pascual Duarte de Cela y Nada de Laforet les enseño a los escritores más jóvenes que había otras maneras de escribir y de burlar a la censura. Su novela más censurada fue Luciérnagas, escrita en el año 1947, porque está cargada de reflexiones sobre la violencia bélica y el absurdo doloroso del enfrentamiento entre amigos, hermanos y vecinos, clara referencia a la Guerra Civil.
Los años cincuenta fueron de éxitos literarios: en 1952 ganó el Premio Café Gijón por Fiesta al noroeste y en 1954 el Premio Planeta por Pequeño teatro, obras que contribuyeron a su proyección pública. El Premio de la Crítica por Los hijos muertos, en 1958, aumentó su prestigio en los círculos filológicos y de crítica literaria. Finalmente, gana el Premio Nacional por Primera memoria en 1959.Y en 1963 le otorgan el Premio Fastenrath por Los soldados lloran de noche. La narradora recibió, a lo largo de diez años, varios premios de primer nivel literario y quedaría como una voz narrativa imprescindible de la literatura española de posguerra.
Tras algunos años en Estados Unidos, entre 1964 y 1969, de vuelta en España escribe, La torre vigía, y empezó a dar forma a Olvidado rey Gudú, un libro que ella consideraba su obra más ambiciosa.
PRIMERA MEMORIA
La novela, Primera memoria, fue publicada en 1959 (Premio Nadal) como la primera parte de una trilogía, Los mercaderes. Matia es una adolescente que evoca durante los primeros días de la Guerra Civil, cómo deja atrás su niñez en Mallorca. Dividida en: “El declive”, “La escuela del sol”, “Las hogueras” y “El gallo blanco” que se estructuran en capítulos. Matia cuenta su infancia en primera persona desde dos perspectivas, una donde el tiempo de la historia coincide con la propia narración, y otra cuando ella como adulta narra sus recuerdos de infancia.
La novela se construye como un Bildungsroman porquela protagonista desarrolla su personalidad, desde la niñez, como una etapa de inocencia e ingenuidad, hasta la adolescencia, cuando poco a poco se va contaminando del ambiente hostil que la rodea. Es un periodo que modela su carácter, su concepto del mundo y del destino, en contacto con la sociedad de la época que le sirve de aprendizaje a través de experiencias variadas.
Matia, como personaje principal, rompe con el modelo de chica tradicional. y se cuestiona la “normalidad” de la conducta amorosa y doméstica que la sociedad franquista ordenaba obedecer. Un modelo que se repetirá en novelas escritos por mujeres que exploran la relación que mantienen sus personajes literarios con elementos como: la retórica del franquismo representada en la sociedad normal en la que viven y respecto a la cual se definen como personajes singulares. Matia es una joven que ya no es una niña, tampoco una mujer.
miércoles, 10 de diciembre de 2025
martes, 9 de diciembre de 2025
Presentación
La cita será hoy, 9 de diciembre, a las 20,00 horas en el hall del Teatro Municipal Villa de Huércal Overa y estaré acompañado por Juani Egea, Concejala de Cultura, Cristóbal García, Coordinador del Club de Lectura “Diego Gómez Rosell, y Domingo Fernández, Alcalde.
lunes, 8 de diciembre de 2025
domingo, 7 de diciembre de 2025
sábado, 6 de diciembre de 2025
viernes, 5 de diciembre de 2025
jueves, 4 de diciembre de 2025
miércoles, 3 de diciembre de 2025
Dublinesca
AUNQUE GOOGLE NO DIGA NADA
El impulso de la escritura, la
intimidad voluble y esa permanente tentación consecuente por dejar constancia,
provocan rarezas de todo tipo que necesariamente incluyen renuncias, pero posibilitan
el relato de viajes horizontales que confirma esa tensión ensayada entre
ficción y realidad con la que se alcanza la verdad, y en este devenir se añaden
lecturas y reencuentros a un cotidiano existir, incluso invitaciones a
festivales o centros culturales que se acercan a los conceptos de lo
estrictamente metaliterario, y se transforman en un gigantesco depósito de
referencias. Treinta y cinco años de oficio han llevado a Enrique Vila-Matas
(Barcelona, 1948) a convertir su propia experiencia en literatura y sucesos
recientes, observaciones cotidianas, frases recordadas, libros leídos o
anotaciones que brotan sin orden, se resuelven en un auténtico discurso y se
convierten en un Dietario
voluble (2008), una entrega
caracterizada deliberadamente de híbrida, mitad reflexión y mitad relato,
análisis y descripción, para contar en un conjunto de anotaciones de extensión
y profundidad diversas, cuatro años, entre diciembre de 2005 y abril de 2008,
de una intimidad personal. Una vez más, el escritor, en esa búsqueda permanente
de su obra, explora el vacío, y nos invita a un círculo del que no se puede
salir voluntariamente, que reúne a toda una estirpe de escritores, a Cervantes
y a Shakespeare, a Sterne y a Conrad, a Coetze y a Pitol, citados en estas
páginas y en numerosos otros textos anteriores del narrador barcelonés.
Los libros de Enrique Vila-Matas
(Barcelona, 1948) proporcionan una gran variedad de referencias culturales. Por
sus páginas se suceden, escritores, editores, cineastas, poemarios, novelas,
películas, teorías literarias y conceptos universales sobre el arte de narrar,
una propuesta original desde sus inicios: su primera obra narrativa, Mujer en el espejo contemplando el
paisaje (1973), se convertía en un comienzo de ejercicio de estilo,
La
asesina ilustrada (1973), presagiaba esa voluntad inicial de
sucumbir ante el mundo de la lectura, Impostura
(1984), fue su apuesta por el escritor desaparecido, o el misterio de la
verdadera identidad, un tema recurrente, o su no menos sorprendente, Historia abreviada de la literatura
portátil (1985), una repulsiva actitud frente al
realismo de la época, en Bartleby
y compañía (2000), nos advertía sobre el gran enigma de
la escritura y, El
mal de Montano (2002), suponía la voluntad de decir cosas
distintas, así hasta llegar a Doctor
Pasavento (2005), una auténtica historia de la
subjetividad y de la soledad; todas, en suma, obras de una imaginación y de una
ironía mordaz que desvelaron su capacidad para reivindicar cualquier estimulo
creativo que supusiera un artificio literario que, en el barcelonés,
desembocaría en esa especie de «estética de la perplejidad» y de la «confusión»
entre las páginas de un libro, incluida aquella que presupone la incapacidad
del lenguaje para traducir nuestro mundo, y ese otro concepto específico que
supondría la crisis de los significados y de los significantes. En realidad, la
literatura de Vila-Matas solo puede entenderse como un tejido de textos
comunicados entre sí que abarcarían tanto lo vital como lo literario, de ahí
ese contagioso «mal de Montano», o la enfermedad de la literatura, es decir, la
auténtica confusión entre la realidad y la ficción. Paralelamente, la sombra de
Kafka, de Pessoa, de Rulfo, de Musil, y ahora la de Joyce y de Beckett, planea
sobre su obra hasta el momento, esa realidad invisible que denota una
desbordante imaginación de referencias culturales.
Un clásico, según Italo Calvino, es
un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, parafrasea
Vila-Matas en alguno de sus textos, cuando él mismo se dispone a escribir sobre
aquellos libros que ha comenzado sin saber de qué trataban y los termina igual,
en la misma penumbra, aquellos que, feliz de no entenderlos, sigue leyendo con
entusiasmo. Vila-Matas es esa especie de explorador que avanza hacia el vacío,
en un mundo que apenas entiende, pero en el que ha tomado su posición ante la
vida y la literatura, sin que, necesariamente, tengan que coincidir porque todo
cuanto pueda enseñarnos la literatura se concreta en sus posiciones frente a
ella, para el resto nos instruye la vida, incluso cómo conseguir el espacio y
el color de una página, o mejor, un estilo, es decir, el estilo literario. Toda
la obra del narrador barcelonés presume de ser, en realidad, un voluminoso
manual de literatura posible, una multiplicidad de caminos que sobresalen en el
laberinto mismo de la creación, tanto es así que, durante buena parte de su
vida, ha ido asumiendo la ficción como una identidad propia, superando de esta
forma la arquitectura formal con que se estructura el discurso narrativo y las
posibles asociaciones que convierten su obra es una especie de collage de autores y obras
universales. Los libros para él contienen vidas
escritas y el escritor se convierte en el médium que recoge y
rehace las historias que van llegando hasta él y, sólo así, cuando esto ocurre,
es capaz de establecer una diálogo supratemporal, se convierte en un
conspirador invisible ante una realidad realista.
Dublinesca
(2010), la última entrega firmada por un Vila-Matas menos portátil, revela por
su propio título un auténtico propósito culturalista que, en cierto sentido,
referencia al conjunto de toda una obra anterior y, en visión de conjunto, se
concreta en un hilo discursivo que oscila, a lo largo de las más de trescientas
páginas, entre lo particular, lo colectivo, lo vivencial, lo reflexivo, lo real
y lo simbólico, para contar con una proyectada ambición: vida, literatura y
destino. El lector asiste a un ejercicio de reescritura de un libro de culto:
el Ulysses y el
mundo joyceano, e incluye una revelada admiración por la personalidad y la
escritura de otro irlandés, Samuel Beckett.
Samuel Riba, el protagonista, pertenece a esa rara estirpe de editores cultos, obsesionado por un catálogo de calidad y a la espera de ese genio que nunca llega. Cuando el negocio se ha ido a la ruina, Riba se aparta del mundo editorial y de la bebida; sin embargo, ambas obsesiones le atormentan y marcarán, de alguna forma, su existencia contada en Dublinesca a lo largo de tres meses: mayo, junio y julio, que coinciden con la agónica situación personal del editor, los preparativos y el propio viaje a Dublín, además de la estancia que conlleva el funeral por el fin de la era de la imprenta. Antes ha pasado por una grave enfermedad y, mientras el editor convalecía en el hospital, tuvo un sueño inquietante y revelador: transcurría en Dublín, lugar que nunca había visitado, pero donde ficticiamente vivirá algunas de las situaciones más desconsoladas que nadie pudiera imaginar en una pesadilla. Para salir de esa especie de catarsis, decide invitar a tres amigos escritores a que le acompañen a Dublín en la fecha en que se celebra el Bloomsday, con el propósito de rendir homenaje a su admirado Joyce; será el 16 de junio, pero sobre todo pretende oficiar el responso de la era Gutenberg. En realidad, esta, y no otra, es también la excusa que pone Riba a su madre cuando le pregunta por sus actividades editoriales, inexistentes en esos momentos, puesto que la anciana ignora la ruina del hijo. Sobresale, pues, el editor como un personaje de raigambre psicológica tradicional, porque en él se conjuga una problemática personal y una familiar: sus ancianos padres por un lado, y Celia, su esposa, cuya amenaza para que deje, definitivamente la bebida, se mantiene latente en todo el relato; por otra parte, Riba muestra, en sus variadas actuaciones, ese estado de conciencia humana, influido por una sociedad caótica y amenazante que se recrea en el fracaso.
En esta novela, trascendente aún más que las anteriores, Vila-Matas se debate, con sus héroes, entre la realidad y la fantasía, la sabiduría y el caos, la melancolía y el sentimiento, para narrar en un frenético presente la soledad más absoluta a la que pueden llegar sus personajes. Pero Dublinesca ofrece, en su conjunto, un notable cambio, tanto si hablamos del registro narrativo como si lo hacemos de la estructura: el primero facilita bastante la lectura por un argumento sólido y nítido que posibilita una comunicación convencional, resulta así un texto más paródico, el humor campea por la historia y, en ocasiones, bastante mordaz; con respecto a la estructura, todo ese acervo de comentarios literarios, especulativos, citas, nombres, preocupaciones estéticas del autor, se concretan en torno a la alternativa trama complementaria, más profunda y perspicaz, que obligará al lector a realizar un auténtico ejercicio virtual sobre el arte y la literatura, es decir, se quiere rendir homenaje a esa fiesta de la inteligencia que supone la lectura de un clásico como Ulysses, además de las referencias a los autores pro irlandeses que, de alguna manera, hilvanan la vida paralela de un Riba arruinado, aunque con una biografía no menos edificante que la de sus admirados, Joyce y Beckett, un hecho que se presupone de la propia figuración del escritor porque a lo largo del libro seguirá soñando y, pese a la gran avalancha de información pro internet que Google proclama en nuestro mundo, Vila-Matas sale airoso de su ejercicio porque esta novela se traduce en la más hilarante y la más divertida de todas las suyas, tan profunda como cómica, y con tanto acierto en su planteamiento que, tras anunciar la muerte de la literatura, con su actitud le otorga a esta un espléndido futuro en el que sin duda, el barcelonés y su mundo será un representante a tener en cuenta.
*Aunque Google no diga nada (versión PDF). Pedro M. Domene. Revista Turia. Teruel, número 95. Junio-Octubre 2010.



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