Vistas de página en total

miércoles, 31 de mayo de 2023

Cuaderno en blanco

 

 

Mayo, 2023

 

 

       Mayo es el mes de las flores, y de los días más largos y soleados, nos reencontramos con los colores y la tierra nos devuelve la sonrisa cálida que anticipa el largo verno. Han venido las lluvias que han poblado nuestros campos de un verde brillante y hermoso. Salvamos en parte una sequía que nos alejaba de los colores de la primavera y encaramos el mes de jubio y el verano con aires renovados.

       Literariamente, una entrevista a Pepe Crvera y un libro de cuentos de Liliana Colanzzi que se titula Ustedes brillarán en la oscuridad.

       La Feria del Libro de Madrid nos proporciona la posibilidad de asistir y firmar algunos ejemplares de El secreto de las beguinas y Esa infinita quietud que tantas satisfacciones nos siguen dando,

       Un mes de junio cercano y con posibilidades que tendremos que determinar. Mientras disfrutamos de lluvias y amaneceres limpios.

      

  


  

miércoles, 24 de mayo de 2023

Hoy tomo café con...

Isabel González

 

       Isabel González, Ejea de los Caballeros, Zaragoza. Escritora autodidacta, publicó en 2012 su primer libro, Casi tan salvaje (Páginas de Espuma), y en 2017 su novela Mil mamíferos ciegos, Exploró las vías de la escritura colectiva con La Aldea de F. (2013), obra fragmentaria a ocho manos, y en Pelos (Páginas de espuma, 2016). Su vocación experimental la llevó a escribir dos libros ilustrados El caballo del malo (2015) y El mismo (2017). Incluida entre los autores del relato breve contemporáneo en Cuento español actual 1992-2012. Acaba de publicar, Nos queda lo mejor (2022, Páginas de Espuma).

 


 

¿Qué le exige a usted el género cuento?

       El cuento no me exige, me da. Como la tele a Homer Simpson (gran referente) cuando decía: “La televisión me lo da todo y no me pide nada”. Pues yo lo mismo con el cuento. Porque el cuento tiene todo lo que amo. Vibración, fogonazos, silencios, explosiones verbales, contención, razón y lírica, precisión y evocación, la más meticulosa descripción de una pelusa y la tragedia latente. Cuando leo y cuando escribo necesito sentir que el relato está vivo. Julio (Cortázar, no Simpson) decía que en un relato tiene que haber la permanente sensación de que algo va a pasar. ¿Y no es esto la vida? La posibilidad constante de que algo ocurra. Ese ‘algo’ indefinible es en realidad lo que nos mantiene atentos, esperanzados, alerta, con los ojos brillantes. Si ese ‘algo’ desaparece de la escritura y de la existencia démonos por muertos. No quiero una escritura ni una lectura ‘deliciosas’.

 

¿Se atreve usted con todo para escribir un buen cuento?

       No. Hay gente viva a la que temo hacer daño.

 

Su escritura calificada de visceral y su capacidad literaria que desarrolla sus visones, ¿de acuerdo con ambas matizaciones?

       Según en qué libro. Cada libro está escrito en un momento vital distinto y procuro que escribir se parezca lo menos posible a trabajar porque trabajar crea rutinas y protocolos y dinero, claro, si no de qué. Mientras que escribir. Bueno, volvamos al asunto. Lo que suele pasar cuando me pongo a escribir es que el delirio del lenguaje me atrapa y me conduce a lo oscuro. A esos lugares donde la palabra pierde significado y se vuelve aullido, gemido, rumor, crujido. A dar vueltas en torno a ese lago fangoso. Esta vez sin embargo, en ‘Nos queda lo mejor’, he hecho un esfuerzo por no llegar hasta ese lago. Por ser más comprensible porque también estaba un poco harta de que no se me entendiera o de expresarme solo en un tono. Hay libros tristes, alegres, dulces, de intriga, de terror, de amor. Y yo quería que este libro fuera humano. Es decir, que conciliara ese montón de emociones que nos perturban ante cualquier hecho.

¿Debemos partir de un gran optimismo humano para leer ‘Nos queda lo mejor’ (2022)?  

       Deberíamos partir de un gran optimismo humano para vivir. Si no, estamos apañados. Y quizá es más bien al contrario. Creo que es leyendo donde debemos rasgarnos las vestiduras, lanzar la vajilla contra la pared, cruzar la estepa rusa a lomos de un corcel andalusí, liarnos con el fontanero, asesinar al guacamayo de la vecina y después, ponernos la sonrisa tonta y salir a la calle. Hay más gente que nosotros.

 

El lector percibe en estos cuentos numerosos contrastes, ¿cómo debería interpretarlos?

       La contradicción es un estado natural. O quizá es así como me consuelo y en realidad, la contradicción es mi estado sin más. Yo crecí en una gasolinera, en la frontera entre el mundo civilizado y el mundo sin civilizar, entre el orden y las fuerzas indomables de la naturaleza, entre lo humano y lo animal, entre lo humano y lo vegetal, entre el señor se santiguaba y el mismo señor que babeaba con Raffaella Carrà en la tele. No era un mal hombre. Aprendí pronto esta conjugación que a veces me generaba rechazo y a veces aceptación. El mundo está compuesto por claros y oscuros. Heroísmos y caídas. Exaltación y rutina. Hay una tensión constante.

 

¿Su colección de cuentos recoge historias de esa clase media que ve cómo su mundo se derrumba a su alrededor?

       Yo creo en la clase media. Una clase generada por un sistema que no está nada mal, ojo, pero que en algún momento, en occidente se hipertrofió y se volvió abrumador, inabarcable y nos volvimos gilipollas. Por ejemplo, es maravilloso que haya supermercados. Pero es terrible que haya quinientos dieciocho champús en el mismo supermercado. Y aún más terrible que no esté el que te gusta a ti: el champú a la camomila con extractos de té verde. Esto enloquece a cualquiera. Aunque aún sería peor no tener champú. O no tener pelo. O lo peor de lo peor: no tener pasta para ningún champú en un sistema con quinientos dieciocho champús. Nostalgia de austeridad. De justicia. De equidad. De una clase media media. Con una jornada laboral media, una familia media, una vivienda media, una alimentación media y una vida tan mediana que nos permita la exageración, la fábula, la lectura, el descanso, los desmadres puntuales, los aislamientos necesarios, la exaltación de la vida sin necesidad de que en ello te juegues la subsistencia.

¿Quizá usted escribe una literatura de contradicciones, para de alguna manera mostrar la verdad?

       No, no, no. Qué miedo. Como mucho, algo real. Que ya tiene lo suyo. Cómo olemos, tocamos, comemos y cómo creemos que olemos, tocamos y comemos. Cómo nos metemos en líos. Cómo salimos. Cómo gozamos. Cómo sufrimos. La verdad está en un árbol del paraíso y de momento, no me dejan entrar.

 


El primer cuento, “Frenó, volvió a frenar” y esa visión del águila ¿quiere mostrar la metáfora que subyace en el resto de relatos?

       No fue la intención inicial, pero hay quien lo ha visto así y empiezo a darle vueltas y descubro que ‘Así habló Zaratustra’ de Nietzsche comienza también con un águila y una serpiente y alude a la sabiduría, y ‘Frenó volvió a frenar’ comienza con un águila y una culebra y alude a la ignorancia. Soy una filósofa, jajaja. No. Ni de lejos. Sobrecogen las sintonías. O más que las sintonías las estructuras mitológicas que nos conforman por dentro sin que nos demos cuenta. Yo solo quería hablar de una mujer que ve cómo un águila atrapa a una culebra ante sus ojos y Félix Rodríguez de la Fuente se despierta en su cabeza. El águila representa lo elevado, lo espiritual, lo eterno. La culebra, lo inmanente, lo terrenal, lo instintivo. Y la pregunta podría ser: se produce un ataque o una conciliación de opuestos.

 

Usted ensaya esa voz interior que choca con la realidad y le otorga firmeza a los relatos, ¿una evidencia necesaria?

       En absoluto. Ni siquiera la percibo como otra.

 

¿El humor del que se sirve es para arrancarnos una sonrisa de vez en cuando?

       El humor es para quitar peso. Sí. Y también para añadirle peso. Sí. Y sobre todo, que a veces no hay otra forma de contar las cosas. Tampoco considero que sea un libro esencialmente gracioso. Es una emoción digamos ‘ligera y expansiva’ que se combina con otras ‘pesadas e íntimas’ y que permite darles salida. Por supuesto, el humor transporta la tragedia. Es la primera vez que uso el humor de forma más consciente. Y el humor es un recurso peligroso porque si no te sale pareces imbécil, pero qué le vamos a hacer. El humor amalgama cuerpos y espiritus, aúna contradicciones, permite la expresión de tabúes, eleva, destruye, da paso a la catarsis. Se parece mucho a la poesía. A una poesía popular con más tierra. Porque al poeta le da igual morirse de hambre. Pero a la gente no. La gente debe mantener los pies en el suelo porque quiere comer. Elevación con pan. Algo así. Como dice David Foster Wallace, el humor transfigura el dolor, el humor puede ser un grito de desesperación, pero también un grito en el desierto, una protesta fingida. El canto de un pájaro que ha llegado a amar su jaula. ¿Soy ese pájaro que ha acabado amando su jaula y canta? Quizá sí.

 

¿Cuatro estaciones para una sinfonía de la palabra, su inequívoca intención discursiva?

       Yo qué sé.

 

 

martes, 23 de mayo de 2023

Adiços a...

Martin Amis

(Swansea, Gran Bretaña, 25 de agosto de 1949-Lake Worth, 19 de mayo de 2023)

 


miércoles, 17 de mayo de 2023

Hoy invito a...



María Ángeles Pérez

 

amaneceres

Placeres

  

  Creo que la vida nos regala variados momentos para poder disfrutar de pequeños placeres y, dependiendo de la situación, los podemos saborear con más o menos intensidad, pasión y emoción.

       Hace unos días y, deleitándome en el placer que puede llegar a producir una sentada en el sofá, después de una suculenta comida, se acerca mi hija con un libro entre sus manos y, visiblemente emocionada, va pasando hoja por hoja mostrándome una edición especial y esmeradamente ilustrada de tres obras de teatro de García Lorca, me comenta que se las ha vuelto a leer y percibo en sus ojos el placer, del que quiere hacerme partícipe, y que ha sentido al volver a vivir esa aventura con la caída de ese libro en sus manos, y a mí me hace recordar la pasión que siempre ha tenido por la lectura. Por cierto, mi último placer ha sido celebrar, el recién pasado día veintitrés, con un fantástico libro y confieso, también, que lo inicié con una buena copa de vino al lado. De placeres está el mundo lleno, aprovechemos los que van apareciendo en este viaje, quizá se nos haga más corto de lo que podíamos imaginar.

 

miércoles, 10 de mayo de 2023

Andrés Barba

 

                      Un tiempo para siempre

              

  Andrés Barba publica un texto fantasmagórico sobre la soledad

                     

 


 

       La nueva entrega de Andrés Barba (Madrid, 1975), El último día dela vida anterior (2023), es una novela fantasmagórica que, más allá de proponer al lector una historia al uso, propende a indagar en la soledad humana y esos extraños caminos por los que nos lleva la vida, o las dificultades que nos alejan de los afectos.

       Nuestra sociedad actual se nutre, entre otras cosas, de un ramillete de carencias y desdichas, incluida la ruindad humana o la soledad, imperfecciones que acentúan la idea de que somos esa isla, en sí misma, o que vivamos en la igualdad que propaga nuestro consumismo y quienes detentan el poder. Lejos de esa quimera, asoman ciertas miserias de las que nuestra narrativa, con cierto atrevimiento, explora en asuntos tan turbios o mal vistos que solo se justificarían en la literatura y esta como si se tratara de una lucha frente a la banalidad existente. Los temas que hace unos años proponían nuestros jóvenes autores se concretaban en la incomunicación, la alienación de sus personajes, o la visión negativa de la vida.

       Una mujer, que trabaja para una inmobiliaria, dedica su tiempo a reconstruir y embellecer las casas que enseña a sus clientes, vive una experiencia que la sorprende porque en la cocina de una de esas casas que visitarán unos clientes, encuentra a un niño de unos siete años, sentado en una silla, que la observa inmóvil. Percibe que no se trata de una entelequia, no es un fantasma, sino un cuerpo tan real como el resto de cosas de la cocina. Y ante ese hecho, la mujer le advierte al niño que no puede estar ahí, porque unas personas llegarán en breve. El pequeño se despide, y ya no lo vuelve a ver. Cuando quiere buscarlo al día siguiente, una vez más en la cocina se verá a sí misma repitiendo los gestos y las palabras que pronunció el día anterior. Y comprueba que tampoco ella es una entelequia, sino un cuerpo tan real como el resto del mobiliario. La novela resulta ahora tan enigmático como curiosa.

       El madrileño Andrés Barba plantea temas que son esenciales en su narrativa anterior, esto es, los afectos desvalidos, la niñez, etapa de extrema vulnerabilidad, ambientes de abandono, y la existencia de lo inexplicable como un componente de la vida humana. La infancia queda entrelaza en sus novelas con el tema familiar, lo afectos o la paternidad, caso de La hermana de Katia (2001), finalista del Herralde, o el dolor en la historia de la familia acosada por el alzheimer que leemos en Ahora tocad música de baile (2004). Los amores tristes son la base de Versiones de Teresa(2006), y los vínculos familiares y sus conflictos cotidianos tratados en En presencia de un payaso (2014), incluso algunas circunstancias anómalas se mezclan con la violencia que imponen un grupo de adolescentes en República luminosa (2017), que ganó el premio Herralde.

       La literatura de Barba es introspectiva e intimista, indaga en los sentimientos de sus personajes e intenta reflejar su mundo interior, los afectos, la memoria y las emociones. El último día de la vida anterior forma parte de esa tendencia, en la que es más importante la descripción de las emociones a través de unas situaciones sorprendentes, alejadas de la coherencia del relato. De una manera condensada, casi de novela corta, presenta fragmentos de la vida de un niño afligido por la culpa y de una mujer en un momento de crisis, la relación que esta mantiene con su padre, las amistades rutinarias, la historia de amor con su marido. Todo expresado a través de pequeños detalles que, habituales en Andrés Barba, cobran un significado trascendental.

       El narrador juega con el tiempo de una forma enigmática. Los personajes se ven obligados a repetir cada día los mismos gestos; o viven un presente en el que ya estuvieron, incluso olvidan lo que son y lo que han hecho y se ven abocados a reiniciarse cada día. Viajan al futuro, o al pasado porque el tiempo no es una línea recta, sino curva, tal vez elíptica o laberíntica, según las dimensiones en que lo imaginemos. Barba introduce en esta novela esa consideración, haciendo que el pasado se reproduzca en el presente. Lo peculiar aquí es que la protagonista se convierte en espectadora de un pasado que vuelve ante sus ojos y se convierte en algo real. Situación que el autor no plantea como una disquisición sino que concreta y expone  en la experiencia de la mujer en un ámbito existencial, o sentimental. De eso trata esta novela, de los afectos insatisfechos, de la fragilidad humana y de esa culpa que guardamos en la memoria, y nos atormenta a lo largo de nuestra vida.


El último día de la vida anterior

Andrés Barba

Barcelona, Anagrama, 2023