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sábado, 31 de enero de 2015

Franz Kafka



A

    Ausencia

         “La separación aumenta el prestigio”.

                                                   Tácito

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El fogonero
                                              Andy Warhol ©

     Franz Kafka nos habla del juicio y castigo que un padre otorga a su hijo en La condena (1913) tras haber manifestado el joven su deseo de emancipación sexual, y así en La metamorfosis (1915) teorizará sobre el voluntario y penoso aislamiento de su protagonista, alejado de un mundo frío y hostil que nada representa para él. Sin duda, El fogonero (1913), es la síntesis de ambos relatos, incluso intensifica esa especie de desasosiego que arrastraba el checo en sus famosos Diarios.         
   Karl Rossmman, es un muchacho de dieciséis años expulsado del hogar familiar por dejar embarazada a una criada, llega a Nueva York bajo el signo de esa furia que aún le persigue (la estatua de la libertad parece que blande una espada y no una antorcha) y, justo a la hora del desembarco, conoce por casualidad a uno de los fogoneros, que le contará su penosa situación, y movido por su gran corazón, decide interceder por él ante la capitanía del barco y autoridades portuarias. Después gracias a la mediación de un tío bondadoso, y senador, empezará una nueva vida en América, conocerá la prosperidad, o eso sospechamos al final del relato. Y todo, gracias a la redención de su culpa puesto que abandona Europa humillado.
                Debemos considerar El fogonero como el primer capítulo de una novela que Kafka nunca terminaría, que su amigo Max Brod, publicará con el título de América. Las excelentes ilustraciones de esta edición son de Max.








EL FOGONERO
Franz Kafka
Traducción de Juan Andrés García Román
Madrid, Nórdica, 2013; 80 págs

viernes, 30 de enero de 2015

TRAVESÍAS



28 de marzo y Miguel


     Juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940, arrastraría su desgracia desde la frontera portuguesa en un peregrinaje por las cárceles de Sevilla, Madrid, Palencia,  Ocaña hasta que, conmutada su sentencia a treinta años, fue trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde las innumerables vejaciones y miserias le provocarían bronquitis, luego tifus que se convertiría en tuberculosis. Miguel Hernández murió, abandonado en la enfermería, en la madrugada del 28 de marzo de 1942, a las 5:32 de la mañana, cuando aun no había cumplido los treinta y dos años. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos.
   En su declaración ante el juez del Tribunal Especial de Prensa, Manuel Martínez Gargallo, reconoció y se reafirmaba en «sus ideales antifascistas y revolucionarios, no estaba identificado con la Causa Nacional, creía que el Movimiento Nacional no podría hacer feliz a España (...)». Y, en el sumario, se advierte, «que su libro, Viento del pueblo (1937) es una compilación de toda la labor que como escritor antifascista y al servicio de la causa del pueblo ha desarrollado el dicente durante la guerra, su identificación a la causa roja recomendando la resistencia a la invasión, y la noble causa marxista (...) ». Pablo Neruda señalaba que Miguel Hernández había desaparecido en la oscuridad, tendríamos que recordarlo a plena luz, como un incuestionable deber de España, un deseo de amor. Pocos han sido los poetas, como el muchacho de Orihuela —añadiría— cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. ¡Ese fue el hombre que en aquel momento España desterró a la sombra!

 

miércoles, 28 de enero de 2015

Hoy invito a...



Carmen Canet 



         (Almería, 1955). Profesora de Lengua y Literatura Castellanas, en el I. E. S. Clara Campoamor (Granada), investigadora, ponente en centros CEP sobre los variados aspectos de la didáctica de la Lengua y la Literatura, e inquieta lectora y literata. Gusta de saborear un buen puñado de versos, y escribe ensayos y críticas sobre poesía contemporánea. Actualmente ejerce la crítica en el suplemento de libros, Cuadernos del Sur, diario Córdoba, y en las revistas. Álabe, de la Red de Universidades Lectoras. Universidad  (Almería); Alhucema, revista Internacional de Teatro y Literatura (Granada); Paraíso, revista de Poesía (Jaén); Kairós, revista de Filosofía y poesía (Buenos Aires, Argentina).


            He aquí una muestra mínima y significativa de aforismos, que forman parte del libro en el  que actualmente se encuentra trabajando. 


AFORISMOS:
Se advertía que sus luces eran de bajo consumo.
Los que huelen las palabras, las transmiten con aroma.
La vida es un borrador que no se puede pasar a limpio.
A veces, un plato caliente viene mejor al corazón que al estómago.
La feminidad es un arma que se puede malinterpretar. Pero el que se equivoca, ya viene confundido.
De los museos se sale exhausto. No se pueden ver varios seguidos. Sobran salas, faltan alas.
 


El otoño es una mala estación para los melancólicos: hay personas que se deshojan.
Las tardes de los domingos funden en un marrón chocolate negro amargo.
Los mayores analgésicos: el ibuprotiempo, el paracetatiempo y el nolotiempo.
Cuando desperté, estaba en un monte augusto y rosado.
Aprieta, centra y eleva: el wonderbras. Creyó que era el eslogan de un partido político.
El aforismo es un ismo a for de piel.
 


Manuel Villar Raso



V
Viajar
“Como todos los grandes viajeros, yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he visto”.
                                                                      Benjamín Disraeli


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 Las señoras de Paraná



     Manuel Villar Raso (Ólvega, Soria, 1936) tiene el suficiente bagaje literario como para no defraudarnos con cada obra suya, o quizá mejor, no resulta nada extraño encontrarnos con una magnifica entrega cada vez que publica nueva novela, y en esta ocasión ocurre con, Las señoras de Paraná (2014), una historia de lo más sugerente, escrita con esa pasión que caracteriza el pulso narrativo de Villar Raso, con una prosa cuyo léxico, ejecutado con frases breves y contundentes, ofrece en igual proporción un ritmo ágil que nos lleva de una página a otra, de una pequeña aventura a la siguiente, y todo adornado con hermosas imágenes y un aire de fascinación que transforma la historia en una mágica visión de cuanto acontece; solo posible por la detallada descripción del mundo vegetal y animal de aquellas tierras pobladas de pájaros exóticos y de árboles milenarios. Se describe, concretamente, el Brasil de la Ilha do Mel, aunque se concretan, otras historias, en las inmediaciones del Iguazú, o en los parajes que cubren Curitiva y Paranaguá, al tiempo que el narrador traza, con su saga femenina, una mezcla de tragedia y de ensueño, donde el odio y el amor más desaforados atormentan la existencia de sus principales protagonistas. Y es esa soledad que queda tras el furor erótico, la que consume la vida de las mujeres, y el más absoluto de los olvidos afecta a esos hombres que amaron sin ser correspondidos al tiempo que, el autor, hurga en lo más ignoto de la condición humana para trazarnos un mapa dibujado de varias generaciones de sobresalientes personajes femeninos.
   Las señoras de Paraná es una novela envolvente con un halo de realismo mágico que muestra una obra donde lo exótico se antoja diferente de lo ensayado anteriormente por Villar Raso, eso sí dueño de un mundo tan ancho como ajeno en el mejor sentido del indigenista Alegría por la exhuberancia de una naturaleza épica, repleta de estímulos sensoriales que despiertan todos los resortes de la emoción con que pueda quedar herido cualquier lector, y para sugestionarnos e implicarnos en una saga familiar donde las mujeres ofrecen lo mejor de su existencia: la pasión. Y lo más curioso de la novela es la cadena que empieza, primero Gabriela que le había dado catorce hijos a su Ignacio Coimbra y nunca le amó, y después sigue en Eliana que nunca llegó a perdonarle a Césare su desenfreno sexual con las jovencitas de Curitiva y las campesinas de San Geminiano, y tampoco llegó a amarlo, aunque tuvo con él dos hijos, y lo mismo ocurriría con Marcela que jamás quiso a (mi) papá —habla la narradora—, Vincenzo Agnelli, otro nuevo fracaso y de lo más sintomático para ella, casarse con un hombre a quien, evidentemente, no amaba y con el que tuvo tres hijas, y una es, Rossana, quien narrará la historia. Aunque, para que todo esto ocurriera, hubo un antes, los amores del aventurero portugués don Pedro de Oliveira con su esclava prodigiosa Sebastiana Vellozo, y la venganza que a esta le propinó quien fuera su verecunda legítima Ana dos Praceres. Y aun después, sobrevienen los fantásticos amores de la propia Rossana, la hija de Marcela, nieta de Eliana y biznieta de Gabriela con el micólogo holandés Jan Van Rijsted y el ornitólogo francés Édouard Baulieu, en Ilha do Mel, un paraíso de la vida primigenia. Es, en fin, la historia de unas mujeres desquiciadas a lo divino que, siempre, se casan con quienes no quieren y aman a quienes no deben, siguen las estrictas normas morales de aquel tiempo pero nunca las siguen y se convierten en las heroínas de otras tantas mágicas historias por contar en mitad de unos paraísos perdidos.



     Los infortunios y las desgracias se suceden en esta cadena de historias que evocan, como hace cincuenta años, un ¿realismo mágico?, entrevisto, sin duda, tras leer, Las señoras de Paraná, por el tratamiento del lenguaje, la ambientación y, sobre todo, el tiempo dilatado, el real y el verbal empleado, conseguido por el tratamiento del léxico y lo sugerente de muchas de sus páginas; Villar Raso dilata el tiempo en los muchos acontecimientos que se concatenan acertadamente, o impone un trepidante ritmo para contar su historia que, en ocasiones, queda sumida en una atmósfera casi irreal, pero tan cercana por las similitudes que la hacen posible. Y, ese tempus, por increíble, no deja de resultar verosímil. Ese, y no otro, es el procedimiento del realismo mágico, del que el autor se sirve para situar al lector en una disyuntiva permanente: lo que parece es, cierto; pero lo que no es, se estima también por convicción propia.











LAS SEÑORAS DE PARANÁ
Manuel Villar Raso
Sevilla, Autores Premiados, 2014; 325 págs.

martes, 27 de enero de 2015

TRAVESÍAS



PERALTO & CÍA


     Francisco Peralto (Málaga, 1942) ha mostrado, desde siempre, un compromiso con cuanto dice, o cuando crea y ejecuta. Sin duda, la suya ha sido una modélica manera de afianzarse durante más de cincuenta años después de una fructífera creatividad que le ha llevado a experimentar, tras su paso por una poesía discursiva, en los difíciles 60 y 70, hasta una creativa dimensión entre contenido/forma, cuando visualiza y experimenta. Desde su Taller de Poesía Visual y Arte Correo Corona del Sur, junto a sus hijos, Carmen y Rafael, compone con absoluta libertad una amplísima obra de poeta experimental y promotor del arte-correo que pone de manifiesto el expresionismo visual de formas tan variadas como plásticas, y que a lo largo de las últimas décadas se concretan en talleres y exposiciones, junto a los nombres de Antonio Orihuela, César Reglero, José Brú, Dante Medina, Joseph Sou, Félix Morales Prado, Alfonso López Gradolí, o Francisco Aliseda, entre otros.
    Ahora, Tríada Experimental, muestra una interesante selección, piezas poéticas y collages de Francisco, Carmen y Rafael Peralto, que se recogían en la Sala de Exposiciones del edificio Rectorado y Consejo Social del Campus de Elche, Universidad Miguel Hernández, de Alicante. Convergían en la exposición la más variada expresión del veterano padre, compromiso y literatura, el reencuentro con la urbe más descarnada de la diseñadora Carmen, o la constatación de una realidad ambivalente, como atestigua el menor de los artistas, Rafael. Optan por unos mecanismos de significación que elaboren un nuevo orden, capaz de transformar nuestra vida y la sociedad.Tozuda resistencia la suya, en una inequívoca síntesis poético-plástica.



        Sábado, 23 de junio, 2012; pág., 8

lunes, 26 de enero de 2015

Desayuno con diamantes, 20



VIAJES LITERARIOS
                        Literatura y viaje a través de los tiempos


     Siempre que viajamos trazamos un itinerario, llevamos una especie de cuaderno de bitácora que bien nos podría servir para escribir un posterior libro. A veces tan sólo viajamos desde un sillón y ese viaje se convierte para nosotros en la fascinación que el escritor ha puesto en un relato. El viaje, entendido como ejercicio literario, siempre ha estado unido al quehacer del escritor o al menos le ha supuesto, en la mayoría de los casos, el descubrimiento de esos otros mundos sobre los que inexorablemente pueda volver a hablar una y otra vez. También es verdad que, viaje y literatura, han corrido parejos desde los albores de la edad, cuando nuestros antepasados sobrevivían al tiempo deambulando de un lado para otro simplemente para subsistir. Posteriormente, los descubrimientos de nuevas tierras, de nuevas culturas, llevaron al inquieto escritor a dejar constancia por escrito de sus aventuras por el ancho mundo. Los griegos fueron los inventores de un género que ha cristalizado en numerosas narraciones reales o imaginarias y en su especial odisea o búsqueda de ese lugar idílico. El resto de la historia de viajes no ha sido sino el nuevo descubrimiento que ha llevado a los aventureros a relatar parte de sus vivencias y a los escritores a fantasear con argumentos creíbles sobre lo más inverosímil de sus experiencias viajeras. 

                                                                                                                                           Alí Bey
     Todos los rincones de la Tierra han sido descritos, de una manera u otra, por esa clase de gentes que se aventuraban en un compromiso personal. La suerte de Cristóbal Colón no fue otra que su empeño con la corona española para descubrir una nueva ruta hacia las Indias occidentales y poder así llegar a un mayor conocimiento de las rutas trazadas por astrónomos, geógrafos y de hombres de ciencia de su tiempo. Lo que sucedió posteriormente pertenece a ese afán del hombre por conquistar y llevar a cabo la civilización a esos pueblos salvajes de una y otra parte del mundo. Y después vinieron los grandes conquistadores, los grandes descubridores, aquellos que con el arrojo de su persona dieron la vuelta al planeta y lo convirtieron en más pequeño. Los Viajes de Colón o las Crónicas de indias, inauguran una literatura de viajes de la que el siglo XIX será su gran heredero: Goethe, Byron, Flaubert, Chateaubriand, Baudelaire, Nérval, Hugo o Stendhal, fueron ilustres viajeros. Julio Verne o Emilio Salgari nos sumergen en sus aventuras científicas y premonitorias. Agatha Christie o Edgar Rice Burroughs nos llevaron de viaje por el Nilo, con asesinato incluido, o nos trasladaron a esa comunión humana con la naturaleza de la mano de un hombre-mono. Muchos de los caminos que abrieron estos intrépidos viajeros sigue estando en la buena literatura de hoy y cada vez que tenemos un libro en nuestras manos iniciamos un viaje a lugares no conocidos, buscamos en el protagonista al héroe de nuestra infancia que nos lleve por los intricados senderos de la imaginación o nos envuelva en el paisaje y las calles de una ciudad; tal vez, en ocasiones, para guiarnos hacia lo desconocido interpretando aquello que va más allá de nuestra mirada y así fortalecer, aún más, nuestra visión de la literatura. Melville, London o Conrad se han convertido en clásicos de una literatura ambientada en el mar y frente el destino que sufren los hombres que surcan sus aguas o el juego de la vida que suponía para los aventureros un país como Alaska donde sus ríos, montañas, ciudades, formaban parte de una geografía salvaje.


Un viajero singular           

     La singularidad de Alí Bey constituye hoy uno de los ejemplos más singulares del concepto de viaje. Un príncipe abasí que desembarca una mañana de junio de 1803 en Tánger dice llamarse Alí Bey, afirma ser originario de la ciudad siria de Alepo y justificó su escaso dominio de la lengua árabe por haber pasado gran parte de su vida en Europa. Pero en realidad, este singular personaje había nacido en Barcelona, hijo del secretario del conde de Ofalia y había sido bautizado con el nombre cristiano de Domingo Badía. Como inquieto aventurero convenció al valido Godoy de la necesidad de realizar un viaje por África con fines políticos y científicos. Llega a Tánger, donde es acogido con hospitalidad, y recorre todo Marruecos durante dos años bajo la protección del sultán Muley Suleimán. Desde Tánger a Mequinez y de Fez hasta Marrakech, el viajero realiza una descripción del país musulmán entre la admiración y el respeto. Hombre sumamente curioso, se demora en sus descripción del paisaje y las costumbres y así su relato, Viajes por Marruecos, (en la excelente edición de Salvador Barberá Fraguas, Barcelona, Círculo de Lectores, 1998) se convierte en una narración donde combina perfectamente su fascinación con el exotismo del país que incluyen, además, detallados comentarios geográficos, antropológicos y científicos. Fue el primer europeo que visitó y describió La Meca y Medina; de vuelta a España colaboraría con el gobierno francés que le encargaría nuevos viajes para atravesar África, empresa que empezaría a llevar a cabo, pero que se vio truncada por la muerte del viajero en 1818 en Damasco en extrañas circunstancias. 

                                                                                  Jules Verne
Un científico exótico
     La curiosidad llevó a uno de los autores más singulares de la literatura fantástica a emprender viajes y aventuras que luego trasladaba a sus novelas. Julio Verne nació en la ciudad francesa de Nantes en 1928 y desde muy joven había manifestado inclinaciones literarias que le llevaron a la fama en 1862, cuando conoció al editor Hetzel a quien había presentado un libro sobre sus viajes por África. Pero muy pronto el editor se daría cuenta de las posibilidades de la narrativa del joven Verne y le propuso transformar ese texto en una novela ambientada en esos mismos paisajes y, así surgió Cinco semanas en globo (1863). A partir de este momento el éxito del escritor y del editor llevarían a ambos a establecer una relación editorial de más veinte años, Viaje al Centro de la Tierra (1865), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). Interesado por los descubrimientos de su tiempo, fue un lector voraz de las teorías de d´Urville, Humboldt o Darwin. Sus viajes se multiplicaron en sus libros, África, Estados Unidos, la selva Amazónica, los polos, incluso se atrevió a aventurarse en esa excelente narración que es La vuelta al mundo en 80 días (1873).
Agatha Christie

Una arqueóloga
 Subrayar que la arqueología fue la fuente de inspiración de la más famosa de las damas del crimen resulta hoy un dato conocido y no por ello menos curioso. Agatha Christie había contraído segundas nupcias con Max Mallowan, un conocido arqueólogo a quien acompañó en sus viajes de trabajo. Sus estancias en Egipto, Siria e Irak le llevaron a la trama de sus novelas más conocidas, Asesinato en Mesopotamia (1934), Muerte en el Nilo (1937) o Cita con la muerte (1938). Todas coinciden con sus estancias en Ur, el viaje con Mallowan y Rosalind, su hija, por Egipto y la visita del matrimonio a Petra, en Jordania. Los barcos, los trenes, autobuses y hoteles fueron los escenarios que Christie utilizó para los crímenes y aventuras de sus novelas. Desde Inglaterra viajaban en el Orient Express hasta Estambul y desde allí, en el Taurus Express, hasta Trípoli, donde se montaban en un autobús que los trasladaba a sus campamentos. La meticulosidad de las excavaciones llevó a la dama del crimen a realizar muchos datos que no provenían del azar sino de una selección y elección de las fuentes para sus relatos. De la misma manera, sus viajes sirvieron para una ambientación de muchas de sus mejores obras: el Orient Express, las ciudades de Aleppo, El Cairo, Estambul, Palmira, Siria o los hoteles Pera Palace, Tokatlian o el Reina Zenobia, en algunos de los lugares más exóticos de la tierra..


Un realista en la carretera
   Para escribir En el camino (1957), Jack Kerouac, aplicó un principio de composición de ascendencia netamente romántica, centrada, principalmente, en la espontaneidad, en la tentativa de captar el momento, el ritmo de la experiencia frenética y de unos pensamientos excitados por los estimulantes de una desenfrenada pasión viajera. Kerouac había intentado crear para este libro una atmósfera de sensibilidad y debía representar el realismo americano preciso. Las notas tomadas por el escritor, el diario recogido durante tanto tiempo, aportarían un conocimiento amplio de la carretera y de las ciudades que había a lo largo de ella: Nueva York, Chicago, Nueva Orleans, Denver, Butte y San Francisco. En este libro se habla sobre amplias zonas del extenso país y en una trama de símbolos que unifican todo el texto. La Primavera se asocia a un viaje desde Nueva York al Sur, incluida la visita a Nueva Orleans; en Verano, la cita es en Iowa, Nebraska, Denver, Nevada y San Francisco; en Otoño, la carretera lo llevará a Chicago, el Valle de San Joaquín y Saint Louis e Indiana; finalmente, el Invierno, se vuelve a Butte, Dakota del Norte, Idaho y Portland.

                                                                                         Jack Kerouac

Un nómada
    Bruce Chatwin viajó, experimentando, a lo largo de toda su vida. Su punto de partida fue siempre el desplazamiento. En un constante movimiento pasó los últimos años de su vida de tal manera que su nomadismo literario ha servido para destruir los límites que él mismo siempre se había impuesto en la escritura. Descubrir aquellas cosas que a uno le pueden interesar en esta vida, tal vez es meta suficiente como para convertir muchos de nuestros sueños, incluidos los viajes, en realidad; el deseo de inquietud ha llevado siempre al hombre a explorar su alrededor. Este deseo hizo que el escritor inglés, Chatwin, se planteara la vida en este mundo como un viaje sin fin, como la idea de una huida particular o como ese vuelo que no debería llevar a ninguna parte. Entre 1962 y 1964 había visitado Afganistán y en 1969 volvería una vez más para recorrer sus principales ciudades: Ghazni, Chagcheran, Banaiyan, Kunduz, Faizabad y Jurum. El propósito escribir un libro, aunque posteriormente cambió de opinión. Ese mismo año viajó por Senegal y Mauritania y, posteriormente, se adentró por el Níger. Localizó las decadentes ciudades esclavistas de Quidah, Porto Novo y Grand Popo; el fruto de estos viajes se concretó en el libro El Virrey de Quidah (1980). El tema del hombre errante llevó a Chatwin hasta Australia y los nativos que conservaban las denominadas Songlines o huellas dibujadas, aparecidas en forma de canción y así poder establecer que los aborígenes habían rastreado, desde siempre, sus caminos sagrados como antes los habían recorrido sus antepasados. Su nuevo libro, Los trazos de la canción aparecería en 1987. Pero, sin lugar a dudas, el libro del que se valió el autor para emprender su afán de viajero fue En la Patagonia (1977), es decir, el recuerdo de un trozo de piel de brontosaurio que disparó su necesidad de encontrar semejante animal viajando a través del tiempo y del espacio. El itinerario que recorre el escritor en la Patagonia ofrece un auténtico archivo de información cultural, además de una forma particular de viajar, en ese deseo suyo, apuntado, de llegar a fundir aventura y viaje.

                                                                             Bruce Chatwin
     Hay gente que viaja para leer y gente que lee para poder viajar; en realidad, cuando visitamos lugares nuestra imaginación, real, compone en nuestra memoria el recuerdo de aquellos trayectos de paisajes y ciudades que tienden un puente a nuestro conocimiento; quienes leen para viajar, apenas si se mueven del sillón de su sala de estar pero, de igual manera, son capaces de evocar la vida del Robinson, de Defoe, perderse por Los mares del Sur, de Stevenson, y los paisajes malayos, de Salgari, visitar el Tánger de Bowles, el Marrakech de Goytisolo, La Habana de Hemingway, la Mallorca de Graves.

domingo, 25 de enero de 2015

Hoy tomo café con...


JAVIER TOMEO

“El humor surge cuando nos encontramos inesperadamente con una situación inesperada”. 



     Recupero una cariñosa entrevista a mi admirado amigo, Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 9 de septiembre, Barcelona, 22 de junio, 2013) que le hiciera, a propósito de una de sus novelas, La mirada de la muñeca hinchable (2003), en la que el escritor muestra, una vez más, dentro del conjunto de su obra, esa parábola de nuestro cotidiano vivir, con excelentes visos de un humorismo tan afiliado que sugiere mucho de tragedia humana.
                                            *  *  *  *

¿Es verdad que sus novelas carecen de argumento?               
Si, sí entendemos por argumento una historia complicada, con numerosos personajes y situaciones cambiantes. Mis novelas, sobre todo, son situaciones dramáticas que se desarrollan a base de un interminable diálogo entre los protagonistas. Preguntas, respuestas, replicas y contrarréplicas van configuran progresivamente una situación que, por lo general , tiene un final abierto.

¿Quizá porque el diálogo en sus obras es muy importante y para dialogar no se necesita una estructura preconcebida?              
Creo que imponer a mis novelas esa estructura preconcebida significaría tanto como limitar la libertad de mis personajes, es decir, de supeditarlos a unas coordenadas preestablecidas que reducirían sensiblemente su independencia. Mis entes de ficción son criaturas de reacciones insospechadas. Actúan a base de automatismos psíquicos y en el último instante pueden elegir un camino distinto del que en un principio tenían previsto seguir. En cierto modo, van donde ellos quieren, no donde yo esperaba, porque también yo, al escribir, me abandono a una especie de ensueño.

¿El humorismo en su obra es consecuencia de la tragedia que vive el ser humano diariamente?             
El humor surge cuando nos encontramos inesperadamente con una situación inesperada. Es una forma de protestar contra los planteamientos políticamente correctos. 

Ud. ha llegado a decir que su literatura es producto de algún tipo de problema óptico, ¿somos muy miopes en este país?       
Un problema ocular afecta de un modo u otro la visión de la realidad que nos circunda. Considero que la literatura (el arte en general) debe hipertrofiar una realidad determinada y los personajes que pueblan y se relacionan en el interior de esa realidad. Pienso que tal vez haciéndolo así se ofrecen al lector claves más válidas para acceder a una lectura más profunda del problema. No se trata, obviamente, de falsear la realidad, sino de ir más allá, hacia esa otra realidad que se esconde por detrás de la puede ver todo el mundo...

Sus «historias mínimas» conducen a un buen número de preguntas, ¿al lector hay que ofrecerle semejantes propósitos para conducirlo a sus propias respuestas?
Intento que mis lectores descubran donde les aprieta el zapato, es decir, que reflexionen sobre los puntos de fricción que  restan o niegan fluidez a las relaciones entre mis personajes.



En su última novela, La mirada de la muñeca hinchable (2003), su personaje, como muchos de su narrativa anterior, tiene una mirada nihilista de la vida porque entre, otras cosas, conversa con una muñeca hinchable, ¿insiste aún en su búsqueda de una justificación para todo?
Mi personaje trata de conversar con su muñeca hinchable, (credum quia absurdum) pero esa criatura de plástico, obviamente, le niega el diálogo. Esa muñeca hay que interpretarla como símbolo o metáfora de la soledad, no como un instrumento de perversión sexual.

La muerte sigue estando presente en esta obra, la madre de Juan P. está muerta y su mejor amigo, Torcuato, se suicida, ¿la muerte sigue siendo para Ud. un error personal?
No es un error. La muerte equivale a un ascenso. Eso es lo que dijo Julio Camba. Otorga una cierta dignidad a la gente más vulgar. Morimos para ser mejores  en el recuerdo de los que sobreviven. Lo malo es que la muerte se interpone casi siempre fatalmente entre nosotros y la realización de nuestros sueños.

Si no escribe sobre lo que ve, ¿sus novelas, en realidad, son esa secreta intención de imaginar lo que no puede ver?
Trato de escribir sobre esa otra realidad que se esconde tras la realidad aparente, accesible para todo el mundo.