28
de marzo y Miguel
Juzgado
y condenado a muerte en marzo de 1940, arrastraría su desgracia desde la
frontera portuguesa en un peregrinaje por las cárceles de Sevilla, Madrid,
Palencia, Ocaña hasta que, conmutada su
sentencia a treinta años, fue trasladado al Reformatorio de Adultos de
Alicante, donde las innumerables vejaciones y miserias le provocarían
bronquitis, luego tifus que se convertiría en tuberculosis. Miguel Hernández
murió, abandonado en la enfermería, en la madrugada del 28 de marzo de 1942, a las 5:32 de la
mañana, cuando aun no había cumplido los treinta y dos años. Se cuenta que no
pudieron cerrarle los ojos.
En su declaración ante el juez
del Tribunal Especial de Prensa, Manuel Martínez Gargallo, reconoció y se
reafirmaba en «sus ideales antifascistas y revolucionarios, no estaba
identificado con la
Causa Nacional, creía que el Movimiento Nacional no podría
hacer feliz a España (...)». Y, en el sumario, se advierte, «que su libro, Viento
del pueblo (1937) es una compilación de toda la labor que como escritor
antifascista y al servicio de la causa del pueblo ha desarrollado el dicente
durante la guerra, su identificación a la causa roja recomendando la
resistencia a la invasión, y la noble causa marxista (...) ». Pablo Neruda
señalaba que Miguel Hernández había desaparecido en la oscuridad, tendríamos
que recordarlo a plena luz, como un incuestionable deber de España, un deseo de
amor. Pocos han sido los poetas, como el muchacho de Orihuela —añadiría— cuya estatua
se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. ¡Ese fue el
hombre que en aquel momento España desterró a la sombra!
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