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viernes, 30 de enero de 2015

TRAVESÍAS



28 de marzo y Miguel


     Juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940, arrastraría su desgracia desde la frontera portuguesa en un peregrinaje por las cárceles de Sevilla, Madrid, Palencia,  Ocaña hasta que, conmutada su sentencia a treinta años, fue trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde las innumerables vejaciones y miserias le provocarían bronquitis, luego tifus que se convertiría en tuberculosis. Miguel Hernández murió, abandonado en la enfermería, en la madrugada del 28 de marzo de 1942, a las 5:32 de la mañana, cuando aun no había cumplido los treinta y dos años. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos.
   En su declaración ante el juez del Tribunal Especial de Prensa, Manuel Martínez Gargallo, reconoció y se reafirmaba en «sus ideales antifascistas y revolucionarios, no estaba identificado con la Causa Nacional, creía que el Movimiento Nacional no podría hacer feliz a España (...)». Y, en el sumario, se advierte, «que su libro, Viento del pueblo (1937) es una compilación de toda la labor que como escritor antifascista y al servicio de la causa del pueblo ha desarrollado el dicente durante la guerra, su identificación a la causa roja recomendando la resistencia a la invasión, y la noble causa marxista (...) ». Pablo Neruda señalaba que Miguel Hernández había desaparecido en la oscuridad, tendríamos que recordarlo a plena luz, como un incuestionable deber de España, un deseo de amor. Pocos han sido los poetas, como el muchacho de Orihuela —añadiría— cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. ¡Ese fue el hombre que en aquel momento España desterró a la sombra!

 

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