Guillermo
Busutil.
“A mí me interesa más la realidad
como vestíbulo de la imaginación”.
© Foto. Pepa Babot
Guillermo Busutil
(Granada, 1961) se sumerge, con su nuevo libro, en las promesas incumplidas de
diversas vidas, sus relatos recomponen casi una biografía sentimental de los
protagonistas de sus historias. Autor de una amplia obra cuentística, Los laberintos invisibles (1986), Individuos S.A. (1999), Drugstore (2003) o Nada sabe tan bien como la boca del verano (2005), forma parte,
en igual proporción, de numerosas antologías, Lo que cuentan los cuentos (2001), Cuento al Sur (2001), Pequeñas
resistencias (2002), Macondo boca
arriba (2006), o Ficción Sur
(2008). Sobre su narrativa breve, el
crítico Javier Goñi, has escrito que “sus cuentos nos descubren, sorprenden,
enredan y convencen”. Dirige desde 2007 la revista Mercurio.
-Este nuevo libro, Vidas prometidas (2011), ¿le ha
proporcionado una mejor visión literaria?
Este
libro me ha permitido mirar mi propio mundo interior; de dónde vengo, que
hechos y personas facilitaron que construyese mi identidad, y mirar también el
mundo exterior con humanidad, con ternura, con sencillez pero sin olvidar una
crítica directa sobre temas que existen en nuestra sociedad bulímica, en la
realidad defectuosa en la que vivimos.
-La pregunta responde al buen momento que vive el
cuento, deja de ser la cenicienta, y adquiere protagonismo, ¿cuánto hay de
verdad en esto?
Es verdad que el
cuento ya no es la cenicienta pero a las doce de la noche, símbolo de la hora
del mercado, pierde el zapato de tacón. Las editoriales, las librerías, los
lectores han dado un espacio mayor al cuento pero todavía lo consideran un
género exigente que requiere lectores entendidos, capaces de saborear la poesía
y la precisión que hay implícita en los relatos. Hace falta que el cuento siga
escalando más peldaños; que los lectores pierden el miedo a entrar y salir en
universos condensados, que ellos y también las editoriales sean más conscientes
de que la vida es una sucesión de pequeñas historias y que las exigencias que
tiene el cuento son una excelente manera de enriquecer el lenguaje y la mirada
sobre el mundo.
-¿En el cuento se presume más del poder de la
imaginación?
Hay
de todo y para todos los gustos. A mí me interesa más la realidad como
vestíbulo de la imaginación. Esa imaginación que no es otra cosa que la lucidez
transgresora que tiene la realidad de rondar el otro lado, el espacio donde
esconde sus sombras, sus sueños, sus miedos. Y también me interesa mucho contar
la épica de lo cotidiano. Me interesa más, como ha resaltado Justo Navarro de
mis libros, trazar la vida corriente y diaria como si fuese algo absolutamente
fantástico y, en un mismo movimiento, sumergirme en lo fantástico como si fuese
algo normal y cotidiano.
-¿Qué circunstancias le llevan a usted a escribir un
cuento?
Unas
veces es un fogonazo de la realidad, provocado por algo que escucho, que veo,
que vivo o me cuentan. Otras veces el resorte es esa visión del lado zurdo de
la realidad del que hablaba antes. Como decía Borges el escritor, el artista,
está continuamente recibiendo imágenes, embriones de historia del mundo externo
que luego traduce en literatura. Muchas veces los relatos, como decía Miguel
Ángel sobre la escultura, están dentro de la piedra de la realidad y solo hay
que saber verla, saber sacarla a la superficie y tallarla con suavidad, con
firmeza y precisión a la vez.
-¿Cómo se consigue la perfección en el final de un
cuento?
Cada
escritor tiene su fórmula, su manera, sus artes de pescar. No me gusta
pontificar con decálogos, casi siempre excluyentes. Para mí la perfección viene
por el diálogo con la propia historia, por la relación de seducción y de
búsqueda con el lenguaje, con los personajes del relato. Es verdad que rehuyo
los finales de golpe de efecto, que a veces
son un artificio, el truco de un mago. Yo prefiero la indagación sobre
el tema, sobre la psicología de los protagonistas y la sorpresa que surge
espontánea, que está dentro de lo que se cuenta y que hay que saber dejar
salir, que te susurre el final.
-Su libro recoge un ramillete de vidas prometidas, ¿o
quizá debamos hablar de una visión caleidoscópica de la realidad?
Es
cierto, son varias vidas, varios momentos de la existencia que van desde la
infancia a la vejez. Cada una de ellas y la suma de todas es una mirada sobre
las emociones privadas de las historias, de los personajes, acerca de las
dificultades que tienen todas las vidas que son una promesa que se cumplió o
no, que lo hizo de una manera diferente a la que uno esperaba. Son historias
íntimas de la realidad encapotada y defectuosa que vivimos pero en las que hay
que saber ver esos pequeños detalles cuya importancia te permiten ganar o
reconciliarte contigo mismo.
-Una curiosidad, usted alterna publicidad entre
relato y relato de Vidas prometidas, ¿técnica narrativa o crítica del abuso de
ese masivo marketing?
He
dejado que el lector decida si son relatos breves o pausas publicitarias. En
cualquier caso son promesas estéticas, ideológicas, valores y obsesiones que
nos transmiten los anuncios. La publicidad es un placebo contra los efectos de
la realidad.
-¿Huellas como las de Poe, Cortázar, o incluso
Proust, obligan a un escritor a una rigurosidad mayor?
En Vidas Prometidas hay homenajes a Poe,
Cortázar, Proust, Defoe, Cheever, John Fante, Marsé, Homero, Veermer…, que
están en la poética de cada cuento. Evidentemente hay que conocer bien la
tradición, la esencia de estos grandes maestros, para hacerlo con rigor y al
mismo tiempo con un estilo personal, evitando imitar o que sea un eco. Se trata
de hacer una relectura desde la poética que uno tiene y que debe distinguirle
de los demás.
-Una vida virtual, el paro, la soledad, la
incomunicación, ¿siguen siendo algunas de las constantes de lo cotidiano y
fuente para escribir un buen relato?
Un escritor debe mirar de frente el
tiempo en el que vive para interrogarlo e interrogarse a sí mismo. Uno también
es un ciudadano con la suerte de poder escribir para explicarse a sí mismo el
mundo y para transmitirle a otras personas lo que hay detrás de las
apariencias, de la prestidigitación del lenguaje político, de la realidad
virtual diseñada en los laboratorios de lo políticamente correcto. Mi
compromiso está con esa mirada, con el lenguaje, con la memoria, con el
presente que nos identifica. Ningún tema de la realidad, de la actualidad, me puede
ser ajeno. Lo decía antes, la vida como literatura.
-¿Usted no escribe libros de relatos por acumulación
sino que los une siempre con una poética?
Es cierto. Nunca me ha interesado armar
un libro de relatos de aquí y de allá. Para muchos autores no es necesario
tener un hilo común porque cada historia es un mundo cerrado. Pero a mí me
interesa reflexionar acerca de un tema: la identidad de cada uno como empresa,
los aromas de la memoria sensual, la literatura como un drugstore abierto a
diferentes lenguajes, o en este libro las promesas. Creo que hacerlo así es más
difícil porque supone un reto, pero me permite profundizar, tener una mirada
caleidoscópica sobre una poética común
y, una vez cerrado el libro, explorar otro tema con otro lenguaje, otra mirada.
Esto te enriquece y te hace crecer como escritor.
Autor que tengo pendiente desde hace tiempo. No siempre querer es poder... Al menos si la lista de libros que "quieres" es tan amplia como la mía.
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