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martes, 31 de julio de 2018

Rumer Godden


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Homenaje a la India

La editorial Acantilado publica, El río, de Rumer Godden, en una ejemplar traducción de Javier Fernández de Castro.


      
       El río como imagen del transcurso de la vida y de la muerte, un camino a seguir y el destino que aguarda a sus protagonistas en un lugar de la India colonial británica cercano a Bengala, un relato ambientado en el hermoso jardín de una casa familiar británica, donde padre, madre y cuatro niños, conviven con las nimiedades del día a día que la narradora Rumer Godden cuenta bajo la mirada atenta y no menos curiosa de Harriet, una de las niñas, que será quien narre una conmovedora historia de alto contenido simbólico.
La novela
       El río (1946) abunda en descripciones tan morosas como detallistas que se impregnan de los colores, de los olores, de los sonidos y de los ruidos, incluso se detalla la vegetación del jardín, la abundancia de las cosas de la naturaleza, y se perciben los sabores, el colorido de las ropas, y la descripción de los animales, incluidos los peligrosos: la cobra; son esas sensaciones que Harriet irá descubriendo y transmite como una exquisita y pausada anotación al lector. Cerca de la casa y el jardín se encuentra el río, por el que pasan la vida y los negocios de la pequeña comunidad de colonos y nativos porque en la misma casa descubrimos pronto una verdadera mezcolanza de razas y religiones. El río fluye y con él los pensamientos de la inquieta protagonista Harriet que darán pie a sus numerosas preguntas en un intento continuo de comprender el mundo; y ante sus ojos, desfila una escala de modos de ser de los mayores que no dejan de reflejar cuanto una familia consigue para el bienestar de los niños.
       Harriet se debate entre ser eternamente una niña; y también desea convertirse en mayor, actitud bastante bien llevada por la sensualidad misma ensayada en el escenario en que discurre el drama de la vida cotidiana de estos adolescentes y niños, y a cuyo inesperado final asistiremos. Entre los personajes adultos, padres y criados, hay dos que tienen nombre propio: la vieja Nan y el capitán John, un oficial gravemente herido en combate que se encuentra reponiéndose en el lugar y, como resulta obvio, atraerá la atención de las dos chicas mayores: Bea, la primogénita y en plena pubertad, y Harriet algo más niña, y aunque cada una lo contempla de acuerdo con su edad, y para Harriet acabará por ser la imagen del primer adulto ajeno por el que siente admiración y del que busca reconocimiento, pues la joven se encuentra en ese punto en que la atracción física y la atracción intelectual por un hombre se mezclan y confunden. Luego, en un momento crucial de la existencia familiar, las fiestas navideñas, Bea confesará que no quiere que todo aquello vivido se acabe; sobre todo porque, ella y Harriet, cada una a su manera, perciben que algo está cambiando. Harriet hallará su consuelo en la equivalente comprensión de cuanto supone el río como representación de la vida: todo pasa, como el río, los días y los meses, el tiempo en definitiva, y al final del relato sus personajes aprenderán que el dolor y la muerte se mezclan con el nacimiento de una nueva vida, y la primera conciencia de que el paso de un río también presupone una despedida.



Un río cinematográfico

       El director Jean Renoir, que llevó la historia de Rumor Godden al cine en 1951, protagonizada por Thomas E. Breen y Patricia Walters, calificó entonces el libro de homenaje a la India y a la infancia, un texto repleto de hermosas escenas, como ese paseo final de Harriet y el capitán John, un paseo en la noche sobre la tierra amada, pero con la inesperada aparición de la muerte, el nacimiento del bebé, o el momento en que, mientras Bea y el capitán John hablan, Harriet se dará cuenta de que discuten y que su relación es bastante distinta; se trata de un hermoso y sencillo alegato a la verdad de las cosas que después de muchos años sigue siendo una oportuna mirada frente a la mentira, la manipulación, o la absoluta desvergüenza moral de una sociedad que siempre está necesitada una profunda meditación.

Biografía

       Rumer Godden nació en Sussex, el 10 de diciembre de 1907, (Inglaterra) y fue criada junto a sus tres hermanas en Narayanganj, ciudad que entonces era parte del Raj británico. Cuando tenía veinte años regresó al Reino Unido junto a sus hermanas para prepararse como maestra de baile. En 1930, se mudó a Calcuta, en donde empezó una escuela de danza para niños ingleses e hindúes que administró durante 20 años con la ayuda de su hermana Nancy. Durante este periodo publicó su primer superventas, Black Narcissus (1939).
       Tras un matrimonio fallido, Godden se mudó con sus dos hijas a Cachemira, donde vivieron inicialmente en una casa flotante. Godden regresó a Calcuta en 1944. Su novela Kingfishers Catch Fire está basada en su vida en Cachemira. En 1949 volvió a casarse y regresó al Reino Unido para concentrarse en su carrera literaria.
       A principios de los años 1950, Godden empezó a interesarse por el Catolicismo, pero no se convirtió oficialmente hasta 1968. En varias de sus últimas novelas presentaba a sacerdotes y a monjas católicos. En 1968, Godden alquiló Lamb House, en donde vivió hasta la muerte de su esposo en 1973. En 1978, se mudó a Moniaive (Dumfriesshire). En 1993, fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico. Godden visitó India en 1994, y regresó a Cachemira para filmar un documental de la BBC sobre su vida. Murió el 8 de noviembre de 1998 a los 90 años.





Rumer Godden, El río; trad., de Javier Fernández de Castro; Barcelona, Acantilado, 2018; 144 pp.

viernes, 27 de julio de 2018

Hoy invito a...


Mariángeles Pérez

Las dos princesas



       A mi amiga del alma,  Antonia



       Las dos princesas llegaron a su torre particular. Por un momento se miraron, sonrieron y pensaron que representaban al dramático Segismundo en su más pura versión calderoniana.
       Abrieron su pequeño equipaje sobre el colchón colgante hacia el suelo, en aquella vieja casa que, según contaban, había pertenecido al cura del pueblo. Volvieron a sonreír entre dulce y amargamente porque para ellas se iniciaba una aventura abarrotada de preguntas, de dudas y totalmente desconocida.
       Algunos días antes, la princesa primera había propuesto a la segunda compartir con ella su destino, compuesto por un maletín básico de médico pero, y eso era lo más importante, un maletín que rebosaba de ilusiones sueños y muchas, muchas esperanzas. La princesa segunda no lo dudó ni un momento, aceptó el reto y juntas iniciaron ese viaje desembarcando en un diminuto y encalado pueblecito situado a los pies de La Alpujarra almeriense.
       Con extrema curiosidad empezaron a indagar por todos los rincones, intentado familiarizarse hasta con las zonas más extrañas y fantasmales de aquella destartalada casa, no sintieron en ningún momento miedo ni temor y no tardaron nada en sufrir un proceso de simbiosis con  aquel entorno desconocido para ellas y que se estaba convirtiendo, por momentos, en parte de sus vidas, formándose un lazo tan fuerte que nada ni nadie podría atravesar jamás y que desembocaría, con el tiempo, en el inmenso océano de la Amistad.
       Llegó el momento de compartir, de salir, de entrar, de observar, de conocer. Las vecinas se prestaron a ayudar y colaborar portando los mejores manjares hechos con sus fuertes manos de campesinas, como muestra de agradecimiento a esas dos princesas que, de forma inesperada, habían ocupado su pueblo, pero que ellas acogieron expectantes, con alegría y, sobre todo, con mucha, muchísima gracia.
       Llegaron las noches en vela, las salidas arriesgadas por oscuros y desconocidos caminos,  la asistencia a familias rotas, el trabajo duro y agotador, pero también llegaron los paseos junto al río, el aroma de azahar de los naranjos alineados y perdidos a la vista donde allí el cielo y la tierra parecen juntarse, las puestas y salidas de sol que ellas observaban, cada vez que podían, comparando sus similitudes y sus diferencias.
       Compartían el guiso de lentejas puesto en la misma lumbre que les servía para calentar su fríos pies durante las largas noches de invierno, así como la ducha, algo rudimentaria e improvisada, que consistía en un cubo de latón rebosante de agua, extraída con una jarra, cayendo por sus suaves y jóvenes cuerpos.
       Las dos princesas pasaban horas y horas de la noche charlando hasta el amanecer, a veces discutían por cosas nimias entendiendo que no en todo coincidían, que la vida les había dado una oportunidad única de convivencia, lo que no significaba compatibilidad e identidad de caracteres. Con personalidad más o menos definida ya apuntaban a distintas y variadas formas de pensar, algo que no impedía, en absoluto, que dentro de sus corazones se estuviera creando una semilla de amistad que iría creciendo desmesuradamente, invadiendo su cuerpo, su alma y hasta lo más profundo de sus corazones.
        Pero, pasó un año y llegó el momento de la separación, cada una de ellas debía volver a sus respectivos reinos, así estaba establecido, rendir cuentas ante su padres, los reyes, demostrar que estaban preparadas para afrontar y salvar el gran muro reforzadamente atrincherado que les ofrecía la vida.
       Sí, nuestras princesas se tuvieron que separar, pero sus entrañables noches filosóficas junto al fuego, sus madrugadoras salidas hacia lo desconocido, su vinculación a través de la palabra y de los sentimientos desembocó en el mayor de los regalos para las dos: LA AMISTAD.
               Las dos princesas quizá se enamoraron, tal vez tuvieron hijos, posiblemente arriesgaron y apostaron por la vida, o no. Visualicemos  el final más idóneo, pensemos que pueden ser infinitos los acaboses  de los cuentos, optemos por la opción que consideremos más hermosa, más romántica, más triste o más trágica. Para eso está la imaginación y la palabra para poder poner punto y seguido o punto y final a nuestros cuentos, a nuestros sueños, a nuestras ilusiones.

 Y…la torre de Segismundo quedó detrás, en un pequeño y entrañable pueblo a los pies de La Alpujarra almeriense.

jueves, 26 de julio de 2018

Francisco Villaespesa

     Emilia Lanzas, directora y editora, de Zas! Madrid, realiza un apunte crítico sobre las novelas cortas de Francisco Villaespesa, un volumen que acaba de editar Berenice, la editorial cordobesa.



http://zasmadrid.com/se-publica-la-narrativa-completa-de-francisco-villaespesa-principal-representante-del-modernismo-espanol/

miércoles, 25 de julio de 2018

Hoy tomo café con…


Daniel Múgica



       Daniel Múgica, escritor y director de cine, nace en 1967 en San Sebastián, y a lo largo de los treinta años de oficio ha realizado una extensa labor como columnista de opinión en los diarios El País, ABC, El Mundo y en diversas revistas, ejerciendo tanto de reportero como de entrevistador. Es tertuliano político de radio y televisión, conferenciante, director de cursos de escritura creativa de novela y guión. Su primera novela, En los hilos del títere, aparecía en 1988, la opera prima de un joven urbano, y una aproximación a la maldad, comprendida como una suerte de acontecimientos generados, aparentemente, desde una ciudad depredadora que van recorriendo diversos grupos de jóvenes a ritmo marcado por sus propias derrotas. Múgica se convertía así en un firme valor de la narrativa española, y confirmaba su inequívoca presencia en su siguiente obra, Uno se vuelve loco, editada por Planeta un año más tarde, Premio Ateneo de Sevilla. En esta ocasión, una misteriosa chica llamada Gloria muere repentinamente, y Max, su compañero, comprende que tras un año de convivencia no sabe nada de ella. Inicia una investigación que acabará por llevarle a un intrincado laberinto de sordidez y violencia. La turbia vida de la joven se entremezcla con su propio pasado lleno de trágicos episodios. De nuevo, Múgica describe una serie de hechos violentos, que envuelve la acción en nuevos misterios e incertidumbres. El autor emplea un lenguaje rápido y conciso, y describe el descarnado mundo por donde se mueven los protagonistas. Novela de gran fuerza expresiva, ágil y dramática. Le seguirían los títulos La mujer que faltaba (Planeta, 1993), La ciudad de abajo (Plaza y Janés, 1996), El poder de la sombra (Alfaguara, 1988), Corazón negro (Plaza y Janés, 1988), Malasaña (Plaza y Janés, 2000) o Bienvenido a la tormenta (Minotauro, 2014).  Autor del libro de relatos Mar Calamidad (Mondadori, 1990) y una saga juvenil que protagoniza Alba, que arranca con Alba y los cazadores de arañas, Alba y la maldición gamada, Alba y el recaudador de agua y Alba y el laberinto de las sombras (Anaya, 1995). Creador y guionista de La virtud del asesino (serie de RTVE, 1997), dirigió y escribió el largometraje Matar al Ángel (2003), así como Pepo (con Juan Diego y Emma Suárez) y Año Cero (TVE, 2001). Es autor de La habitación escondida (Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, INAEM. 1993). Su novela más reciente, La dulzura, ha obtenido el XXXIII Premio Jaén de Novela 2017, la historia de la joven Gadea que desaparece el mismo día en el que, un 11 de marzo, en la estación madrileña de Atocha, los trenes estallan. Sus hermanas Estela y Malena la buscan, y también Judá, un escritor frustrado, enamorado de ella. Pero pasan las horas, los días, sin noticias de Gadea. Durante esa angustiosa búsqueda, los diversos personajes de la novela rememoran el tiempo pasado junto a ella, cómo influyó en sus vidas, y las circunstancias que propiciaron su internamiento en varios centros psiquiátricos

¿Cuando uno empieza a escribir lo hace siempre sobre posibles experiencias?
       Se tiende a transformar la experiencia más lo soñado, positivo y negativo, en ficción.

Una vez transcurrido el tiempo, literariamente hablando, ¿predomina más la emoción a la hora de plantear una historia? 
       En mi novela La dulzura (2017), para contar una historia de amor en un atentado, solo se podía encarar desde la emociones, a fin de lograr tres objetivos: un ritmo sostenido, que las palabras penetrasen el corazón del lector y que se leyese, pese a la tragedia, de una manera hermosa.

Desde una primera novela, En los hilos del títere (1988), con apenas veinte años, hasta La dulzura (2017), ya con cincuenta, ¿qué ha pasado?
       Las canas de lo vivido te convierten en más cauto y más atrevido en cualquier variante. No es una contradicción, se trata de mezclar con mimo el blanco y el negro que nos habita.



¿Y ese largo silencio literario, de alguna manera, se ha convertido en todo un proceso terapéutico?
       Me resultaba fácil escribir, así que decidí dejar de publicar para seguir escribiendo todos los días y encontrar la dificultad, y al trabajar desde el hallazgo reinventar mi prosa y añadir recursos propios a la técnica literaria.

En un principio, en su novela La dulzura, ¿debemos entender que exista mucha idea sobre el concepto del bien y del mal?
       No. Lo que predomina es la idea de la libertad y que el amor es hijo de la libertad. Los personajes se mueven en los territorios grises que se encuentran entre el bien y el mal, lo que nos hace humanos, lo que sentimos todos, al menos los que nos consideramos decentes desde la moral, en la acción.

Permítame preguntarle si, ¿detrás de toda tragedia hay algo hermoso?
       Sí. Me reitero. “La dulzura” es un ejercicio de hermosura. Estás triste, llegas a casa, tu pareja o tus hijos te abrazan, la tristeza mengua. Incluso la comedia nace de la tragedia, pues sin conflicto no hay novela. La hermosura es una ética y una estética capaz de desbrozar la senda de la pena.

¿El terrorismo debemos, o quizá pueda entenderse como un sentimiento humano?
       ¿El fanatismo asesino es un sentimiento humano? Nunca. Es la desviación más cruenta de lo humano donde los sentimientos no caben y cuyo único diálogo, el nuestro con ellos, en palabras de mi padre, es el de la escoba con la basura.

¿La referencia, inequívoca, a Pedro Casariego, es una deuda de amigo, o en realidad un tema colateral en su novela?
       Ambas, primando el homenaje a lo gigante de su poesía y a su figura bruñida de bondad.

La desaparición de Gadea se convierte en toda una reflexión para justificar la historia de La dulzura?
       No es atributo de una novela justificar nada. La desaparición del personaje protagónico, del que no se sabe si está viva o muerta, responde a la necesidad de contar cómo el amor recíproco que sienten los demás personajes hacia ella nos engrandece y nos hace vulnerables al mismo tiempo, una de nuestra más bellas contradicciones.



El lector debe entender que predomina una historia de amor en su faceta más amplia frente al drama de la barbarie terrorista?
       En efecto, es lo que sucede.

Gadea es, desde el principio, un personaje complicado, pero ¿la enfermedad mental de la protagonista sirve, de alguna forma, para poner en jaque a una normativa social establecida?
       A los esquizofrénicos se les suele achacar maldad, un estigma social a erradicar. Los enfermos mentales, a diferencia de los cuerdos, muestran sus afectos y emociones ajenos a lo correcto, por lo que siempre son veraces y dulces, desde un amor casi puro, digo casi porque lo puro, para un agnóstico, no existe. La idea de la pureza, la ideológica, es la que desencadena las guerras.

La actitud ante la vida de Gadea, incluso el drama de su desaparición, ¿es una forma de salvar al resto de personajes, incluidos tantos anónimos víctimas del terrorismo?
       Las víctimas del terrorismo, en un estado democrático, han caído por escoger vivir en un sistema de opciones. Están salvadas per se, los anónimos y los conocidos. Los familiares de las víctimas exigimos la reparación moral de nuestros difuntos, algo que no ha afrontado ningún gobierno. Me asquea.

Una vez leída esta novela, ¿qué queda de aquel joven terrible?
       Lo urgente y necesario, la rebeldía contra la injusticia.


martes, 24 de julio de 2018

Cristina Cerrada



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SOBRE LA TIERRA HUMILLADA
              
                                    
       Cristina Cerrada (Madrid, 1970) recrea con acierto el miedo difuso y constante de Heda, una joven refugiada, que sobrevive en un país centroeuropeo de época y ubicación indefinidas. La novela, Europa (2017), ilustra un escenario tópico a la hora de contar las miserias y las soledades que Cerrada quiere mostrar en un indeterminado escenario con los sutiles y abundantes contrapuntos que ofrece la visión de fábricas grises, mañanas de escarcha, historias de encuentros sórdidos y, sobre todo, la acusada personalidad que esconde y reprime a duras penas Heda. Un personaje que consigue, mientras se adapta, transmitir una absoluta fortaleza, romper con un oscuro pasado y no dejarse herir por su extrema vulnerabilidad, y ese sentimiento de tristeza que la caracteriza. De todos los personajes de la familia, ella es la única que no se adapta a un nuevo comienzo en tierra extraña, y será así como el peso de lo vivido le imposibilita su día a día. La narradora Cerrada recrea el ambiente de una familia, una comunidad de refugiados huidos de una guerra y la constante persecución posterior. El lector, con los escasos datos aportados, tiene en mente la guerra de los Balcanes, con los cielos del telón de acero, la brevedad de los días, la vida en su extrema dureza, y la percepción de algunos objetos pequeños pero esenciales para subsistir.
       La novela no revela explicitudes que el lector debe ir desentrañando, y asiste a una historia contada a través de indicios, y pequeñas pistas. Es un relato sometido a la visión que nos ofrece su protagonista, que se refugia en sus silencios, y sigue traumatizada por un episodio de su vida anterior. Y lo mejor de la novela, su narración fragmentaria que el lector recibe a retazos, divida en breves capítulos con nombres propios que desarrollan diversas perspectivas, alguna sobresaliente, como la que nos señala la rica personalidad del padre de Heda, un escritor de éxito con una novela titulada La ofensa. La experiencia del padre le lleva a ser condescendiente con el ambiguo dueño de la fábrica que ha colocado a su hija, y se muestra crítico con Pamuk, el hijo revolucionario que capitanea la huelga contra los bajos salarios y la explotación de los compañeros. Buenos y malos se alternan en la narración y entre los propios inmigrantes coexisten intereses distintos. De ese conflicto psicológico interior/exterior, de las muchas vacilaciones, y de los silencios de Heda, extrae Cristina Cerrada sus escenas más memorables, y la novela gana en la medida que la fragmentación se convierte en más elocuente, y lo poco que el lector va desentrañando resulta suficiente para trazar un cuadro donde la tierra de promisión: Europa, termina siendo ese duro campo de batalla por la supervivencia.
       La autora de Alianzas duraderas (2007), La mujer calva (2008), Anatomía de Caín (2010) o Cenicienta en Pensilvania (2010), se sitúa con esta novela, Europa, en un lugar destacado de una generación de jóvenes narradoras españolas que irrumpieron en los primeros años del XXI, y literariamente en un peso pesado de la narrativa española contemporánea.
                            







EUROPA
Cristina Cerrada
Barcelona, Seix-Barral, 2017

sábado, 21 de julio de 2018

Sabías que...


          "Escribo, porque nunca he encontrado un remedio
mejor que el escribir para ahuyentar el tedio,
y en las agudas crisis que jalonan mi vida
siempre empleé la pluma como un insecticida"
                                                     Enrique Jardiel Poncela


viernes, 20 de julio de 2018

jueves, 19 de julio de 2018

Acabo de leer... y descubro


                        
                 Piscinas vacías
           Laura Ferrero  
Madrid, Alfaguara, 2016 (reimpr., 2018)


   Existe una literatura de verdad, y una quizá de segunda mano, que se aleja de las pretensiones que caracterizan a un género tan denostado como el cuento, y el lector medio siente, de alguna manera, cierta prevención para sumergirse en un volumen completo de relatos; pero en mitad de una abultada selección de novedades, sin duda alguna e inesperadamente, nos sorprende gratamente uno de los volúmenes que llama nuestra atención, y entonces descubrimos que la colección Piscinas vacías (2016), de Laura Ferrero (Barcelona, 1984), formaría parte de esa primera premisa que subraya la afirmación, porque entre otros supuestos se presupone que estamos ante literatura de vuelos altos, cuya escritura se muestra tan escueta y precisa como afilada, desnuda en una aparente simplicidad como el mundo que deja entrever en sus historias, puesto que en los cuentos de la joven narradora, pese a la brevedad de algunos, ocurren muchas cosas, y en ocasiones suceden porque son cosas importantes, y algunas de ellas determinan el destino de una vida, y dejan marcado al lector para siempre; de ahí, el recurso de parafrasear un poema de Anne Carson, que dice, “agudo como el mundo”.
       Los personajes de Laura Ferrero se parecen bastante a nosotros mismos, y a muchas de aquellas personas que pueden ser nuestros vecinos, recordar la historia de nuestros padres, o las relaciones de pareja, las propias y las ajenas, y en estos cuentos podemos descubrir que una mujer cuando no puede dormir, “Pan de molde”, abandona su cama y se va al salón a escuchar el zumbido de la televisión, o un padre, “El origen de las certezas” que sopla las velas ante su hijo, que también es padre, y no menos sorprendente como una joven le escribe una historia de amor a una niña, “Sofía”, que nunca conocerá, y un abuelo le habla a una fotografía, incluso un hombre y una mujer se dicen adiós en una esquina y, en realidad, muchos de ellos no se conocen pero a todos les ocurren cosas parecidas: se trata de contar la vida con sus insignificancias pero también con sus grandes interrogantes, y de mostrarnos cómo se enamora uno, por qué son tan difíciles las relaciones humanas, qué nos inquieta o, mejor aún, qué nos produce miedo, y en ocasiones estos personajes, tan anónimos como reconocibles, deben elegir entre la vida que tienen y la que, en ocasiones, imaginan. Y todo esto es algo que forma parte de una realidad, y se confirma con la buena literatura que solo se confirma y autentifica con el matiz de algo bien hecho.
       

        El resto de cuentos, entre los que destacamos, “La casa más vacía del mundo” el relato de un padre se enfrenta con un hijo a su reciente viudedad, “Lo que brilla” donde se reflexiona sobre lo que uno tiene y lo que deja en el camino, esa incertidumbre de haber elegido bien que a todos se nos plantea en algún momento de nuestra vida, en “Piscinas vacías”, el relato que da título al libro, una joven recuerda a su hermano menor fallecido en un accidente y su incapacidad por superar la pérdida, y en algunos otros cuentos van apareciendo temas, personajes y situaciones recurrentes que quedan entretejidas por un hilo conductor: la búsqueda constante y la pérdida del amor. Y quizá por eso, en todas las historias hay encuentros y desencuentros, parejas que se aman y se separan, parejas que se engañan y se hieren, que se rompen por terceras personas porque la sombra de la infidelidad sobrevuela gran parte de los cuentos, y de alguna manera está presente el fantasma de la enfermedad y de la muerte, tanto en adultos como en niños, unos niños deseados o, o tal vez no por sus padres, toda una serie de personajes vivos, muertos, enfermos, solitarios, desequilibrados, o también modélicos.
       En una colección como Piscinas vacías, sin ánimo de menosprecio, resuena el eco de la eficiente brevedad y concisión narrativa de Raymond Carver o Richard Ford y la crudeza humana, y la descarnada visión de Lorrie Moore, aunque debamos apuntar que todo asimilado y escrito con estilo propio: una narradora que, en definitiva, promete.

martes, 17 de julio de 2018

Voltaire


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Luz y justicia en Ferney

La editorial madrileña Trifaldi edita, Voltaire en Ferney, de Eugène Noël, publicado, originariamente, en 1867.


       François-Marie Arouet, más conocido por su seudónimo, Voltaire, escritor y filósofo francés nació el 21 de noviembre de 1694 y murió el 30 de mayo de 1778. Vivió y escribió entre los siglos XVII y XVIII, y será recordado principalmente por haberse convertido en uno de los principales representantes de la Ilustración; por inspirar con su legado filosófico movimientos sociopolíticos como la Revolución francesa; y sobre todo, por defender el valor de la tolerancia y la libertad frente a los fanatismos y dogmatismos propios de la época, principalmente religiosos.

       Eugène Noël (Ruen, 1816- Bois-Guillaume, 1899) periodista de temprana vocación, escribiría en 1867 un libro breve que ilustra muy bien, estos conceptos esgrimidos, de humanismo y de justicia, durante los últimos años de Voltaire, en su retiro-estancia en Ferney, un texto que titula, Voltaire en Ferney, que traduce y anota, por primera vez, y de forma precisa y magistral, Máximo Higuera, que así consigue un texto de lectura amena e ilustrativa.

       La ciudad de Ferney, una comuna francesa del departamento de Ain, en la región de Auvernia-Ródano-Alpes, se encuentra en la frontera con Suiza. Fernex, como se llamaba originariamente, fue renombrada en 1878 como Ferney-Voltaire en homenaje al filósofo, que residió allí a partir de 1755. A su llegada, el pueblo apenas contaba un centenar de habitantes, y pronto Voltaire saneó las zonas pantanosas e hizo construir el castillo, la iglesia y numerosas casas, invitando artistas para que se instalaran. Cuando murió en 1778 Ferney tenía ya 1.000 habitantes.

La obra
       Eugène Noël escribe sobre la estancia de Voltaire desde el momento en que instala en Ferney, se convierte en improvisado agricultor, artesano, comerciante, y casi señor feudal donde dar cobijo a quienes gustaran de asentarse en la pequeña ciudad, y muy pronto se verá obligado a renunciar a su trabajo estrictamente literario y dedicarse a esas otras acciones que darán sentido a los años finales de su vida; es decir, convertirse en defensor del género humano y administrar la justicia universal con todas sus fuerzas para defender, desde su pequeño reino, las causas y condenas de Jean Calas, comerciante y protestante de Toulouse, acusado de haber dado muerte a su propio hijo; un escándalo que daría pie a su panfleto, Tratado sobre la Tolerancia (1767) que daría la vuelta al mundo; el caso del matrimonio Sirven cuya hija muere ahogada en un pozo y son detenidos por considerar que la habían asesinado; la causa de Arthur Rally enjuiciado por haber entregado una plaza, Pondichéry, a los ingleses y condenado, finalmente, a ser decapitado; los jóvenes de Abberville, entre ellos, el caballero de la Barre, de diecinueve años y el menor de catorce, todos víctimas del fanatismo del obispo de Amiens, y a lo largo de las páginas de Voltaire en Ferney toda una sucesión de casos en defensa de campesinos, siervos, o jóvenes de vida desordenada, hechos que convierten el final de su vida en esa titánica lucha a favor de la inocencia, la defensa de la tiranía y frente a la codicia de los grandes; en definitiva, según Noël empleó el mismo celo y la misma habilidad para salvar a los más humildes.
   
       Habían pasado más de treinta años sin que Voltaire volviera a ver París, y animado por su familia y la señora Denis que se aburría en Ferney, emprendió el viaje que pretendía realizar de incógnito aunque fue reconocido por todos los lugares que iba pasando y en muchas ocasiones la multitud rodeaba su coche con manifiesta curiosidad. El 10 de febrero de 1778 llegaba a París, entonces quiso darle una sorpresa a su viejo amigo d´Argental, no lo encontró y volvió a su casa de Villette, donde finalmente lo esperaba y se reencontró con d´Argental.
       A las once y cuarto de la noche, del día 30 de mayo de 1778, expiraba Voltaire, tenía ochenta y cuatro años y tres meses, y ya entonces era considerado una celebridad.









Eugène Noel, Voltaire en Ferney; Madrid, Trifaldi, 2018; 94 pp.

sábado, 14 de julio de 2018

Sabías que...




     “Algunas personas enfocan su vida de modo que viven con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen”.
                                    José Ortega y Gasset (1883-1955)

viernes, 13 de julio de 2018

Fondo del blog

     El fondo utilizado en esta ocasión en el blog, es una fotografía enviada por mi hija Paula, y puede verse una rotonda y una esquina típica de un barrio de Bristol, que tanto me gustaba cruzar, y donde ella vive y trabaja en un estuido de arquitectura.

jueves, 12 de julio de 2018

Alejandro López Andrada


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EL PAISAJE SUSPENDIDO EN EL AIRE
                 La poesía auténtica de Alejandro López Andrada
                     
                     

       El poeta Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, Córdoba, 1957) escribe sobre el paisaje suspendido en el aire que el escritor y filósofo alemán Novalis asociaba a ese espíritu que flota tras una cosmovisión y responde a un idealismo mágico, aunque la perspectiva del cordobés irá mucho más allá, explora lo incondicionado y lo hace a través de aquellas cosas que en otro tiempo conformaron cuanto vivió en su niñez; o evoca ese marco inconfundible de un humilde y brumoso mundo rural que reverbera, muchos años después, en la luz de sus palabras, perceptible en el conjunto de su obra poética tras la contemplación de los campos, los recuerdos familiares, los paseos cotidianos, mientras resuena el tañido de las campanas y, en la más absoluta intimidad, cuando se produce el emotivo reencuentro con la madre anciana.
       La poesía le proporciona al poeta López Andrada algunas claves para entender mejor la arquitectura que conforman los edificios del silencio, las buhardillas que guardan el tiempo, porque nunca ha dejado de asegurar que cuando escribe poesía hace de médium y, a través de su voz, fluyen los nombres de otras épocas, las palabras y los espacios que llenaron su existencia y viven en un plano distinto a esta realidad presente; es entonces cuando no parece que escriba el poeta sino otros: la tierra, los montes, los pájaros, las fuentes, los caminos del bosque, los familiares desaparecidos, y lo hacen devolviéndole su halo, reconstruyendo ese tiempo vivido con una visión distinta, con una pulcra y pausada nitidez. 
       El nuevo poemario de Alejandro López Andrada, El musgo y las campanas (2018) inaugura una colección de la editorial sevillana, Catorce Bis, cuyo propósito inicial es abrir las puertas tanto a la tradición lírica como a la poesía más audaz e innovadora, y quiere mostrarse como el espejo en el que cada lector se asome y reconozca su propio rostro o muestre, quizá, ese universo luminoso que le genere dimensiones del ánimo y del espíritu hasta entonces desconocidas que esperan ser exploradas, según expone su editor, Carlos Vaquerizo.
       El musgo y las campanas, libro de hondura que enseguida conmueve al lector, queda estructurado en cuatro bloques o apartados que configuran el mundo y las raíces que sustentan el verso del cordobés; un inicial “Atrio” marca el tono y, en cierta medida, el punto de vista escogido por el poeta para el resto de su propuesta lírica: la sensación de desarraigo, ya esgrimido en buena parte de su obra anterior, y que ahora canaliza a través de un profundo sentimiento de melancolía como una tabla de salvación propia, con ese tono elegíaco que tanto favorece a la poesía de López Andrada; los poemas “Templo” y “La visita” son dos excelentes muestras que iluminan este punto de partida.
       Un total de veintidós “Prosas ocres” ofrecen las vivencias de alguien desubicado en la ciudad que sobrevive pese a las bondades de su espacio, el medio se revela hostil ante su mirada, y es entonces cuando busca refugio en los recuerdos, al tiempo que ensalza los espacios de una naturaleza urbana. Las composiciones más emotivas son las cuatro inspiradas en su madre, que acertadamente titula, “Fe materna”, “Lágrimas”, “Victoria Andrada, madre” y “Noventa y cuatro años”, y aún añade más intimismo, y lírica personal en las composiciones dedicadas a “Paqui”, su mujer, y a sus hijas “Rocío” y “María Victoria”, escritas con ese marcado e inevitable aliento de melancolía y de devoción aunque, como señala el poeta Colinas, López Andrada trabaja sus palabras con una absoluta limpieza y con la intensa sencillez que le otorga su propia inspiración.
       Los “Fragmentos del verano” reúne poemas donde la añoranza y el recuerdo de su pueblo se intensifican, y aparecen, una vez más, temas fundamentales de su producción poética: la naturaleza y el paraíso que fue su infancia, o los recuerdos de espacios y gentes del lugar. Para nuestro poeta, la naturaleza es esa fuerza vital que comprende buena parte de su existencia, y la infancia un territorio literario con recuerdos que se impregnan de una lírica de la nostalgia, una evocación que invade todo el espacio y, en suma, concreta su mundo, un pequeño espacio geográfico concreto, lugar donde una y otra vez vuelve.
       En el último bloque, “Las sombras vespertinas” de acertado título, aparece el tema de la ausencia y de la muerte, íntimamente relacionados. El poeta entona la recuperación de los seres queridos a través de la memoria, y asistimos a la despedida temporal de sus hijas, la inequívoca ausencia del padre que asocia al recuerdo de un mítico “Puente sobre el río Kwai”, y termina con una feliz soledad y una llovizna que desdibuja la grisácea avenida de una gran urbe, Córdoba su ciudad.
       La poesía de Alejandro López Andrada ofrece con una evidente claridad las instantáneas de un mundo tan verdadero como iluminador, su voz suena limpia, y sus versos tan evocadores como poderosos nos salvan cuando cerramos, una vez más, uno de sus libros, y si lo meditamos unos instantes, en realidad, de eso se trata cuando nos sumergimos en el mundo lírico del poeta cordobés.








El musgo y las campanas
Alejandro López Andrada
Sevilla, Catorce Bis, 2018; 80 pp.