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lunes, 31 de agosto de 2015

Desayuno con diamantes, 50



EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS



     El pasado 3 de diciembre se cumplían 150 años del nacimiento de Joseph Conrad, uno de nuestros escritores universales. Autor, entre otras, de las novelas El corazón de las tinieblas (1899), Lord Jim (1904), Nostromo (1904) o El agente secreto (1909). En alguna de las muchas páginas dedicadas a Conrad se le ha considerado un autor de novelas de aventuras de, eminente, carácter exótico. Aunque, repasando su bibliografía, pudiéramos encasillarlo como tal, nunca deberíamos olvidar que sus aventuras no se ajustan al canon de esas peripecias exclusivamente exóticas. Sin embargo, su biografía despeja cualquier sombra de duda porque para la localización de sus novelas, siempre en busca de riquezas, le llevará a recorrer buena parte de muchos de los continentes y territorios, exóticos o no. Baste el ejemplo de una de sus mejores novelas, El corazón de las tinieblas (1899), ambientada en África, e incluso las siguientes, Tifón (1899), en el Mar de China, Lord Jim (1900), en Malasia,  Nostromo (1904), transcurre en América Latina, El agente secreto (1909), en Londres, Una sonrisa de la fortuna (1910), en el Océano Índico, Bajo los ojos de Occidente (1911), con escenarios suizos y rusos, y Victoria (1925), en el Pacífico. 



     Para Conrad  los temas fundamentales  no son la aventura, sino más bien el exilio experimentado por sus personajes:  héroes de un mundo moderno, con sus conflictos, el dato del momento histórico, con la aventura colonial como trasfondo, y sobre todo esa caducidad que se produjo tras la eclosión y la importancia de los ideales románticos por toda Europa, hasta llegar a esa disociación que planteaba el conflicto entre la conciencia del ser humano y la realidad de sus actos. Quizá por eso, el paisaje en el autor, el mar, las islas por las que pasará, los puertos, las selvas, las ciudades que visita, significan siempre esa alegoría de la propia aventura de sus personajes. Se ha llegado a afirmar que su propia biografía es, en algunos aspectos, una novela que repite, una y otra vez, con los elementos emblemáticos de su creación literaria y sus argumentos variaciones sobre su propia vida, es decir, la del hombre que jamás pudo vivir en su tierra y se vio forzado a elegir un idioma diferente, el inglés, porque también carecía de memoria lingüística propia. Su biografía es tan apasionante y accidentada: Józef Theodor Konrad Nalecz-Korzeniowski nació el 3 de diciembre de 1857 en Berdyczów, en la actual Ucrania, aunque fue educado como polaco bajo el dominio ruso. Su padre un aristócrata arruinado, romántico de convicción y hechos, pronto tomó partido por la revolución polaca, fue detenido y condenado a trabajos forzados en Siberia. Huérfano de padre y madre, fue educado por un tío de costumbres más conservadoras, Thadeo Bobrowski. A los diecisiete años, en 1873, el joven «airado» manifiesta su deseo de convertirse en marino y abandona su educación para embarcarse en la marina francesa e iniciar una vida de aventura. Viaja a Marsella, para verse envuelto en tráfico de armas o conspiraciones políticas. Las experiencias de estos años se recogerán más tarde de diferentes maneras en su obra literaria, posibilitando dos lecturas de las mismas, una complementaria de la otra. La familia polaca Chodzco, exiliados en Francia desde una generación anterior,  acogerá al joven que verá cómo dos miembros de esta familia, Víctor, el primogénito, también marino, y Teresa, la hermana, formarán parte de su vida. La desaparición de la joven, al parecer por suicidio, se convertirá en un obsesivo personaje femenino atormentado y romántico en su obra. Su vida transcurre de barco en barco y, entre 1874 y 1878, embarcará en el «Mont Blanc» para recorrer las Antillas, en el «Skimmer of the Seas», rumbo a Constantinopla. Supera el examen de teniente y entre 1881 y 1882 viaja en el «Palestina» que abandonará tras no pocos problemas y un penoso incendio, episodio que inspirará parte de una de sus famosas novelas, Lord Jim (1900). Después, en 1883, se enrolará en el «Narciso» que, igualmente, le inspirará otra obra conocida, El negro del Narciso (1897). Javier Marías afirma que «los libros marinos de Joseph Conrad son tantos y tan memorables que siempre se piensa en él a bordo de un velero...». Para evitar el servicio militar ruso se enroló en un mercante inglés y, muy pronto, aprendió el suficiente inglés para iniciar su carrera literaria. De él escribió H.G. Wells que «el inglés oral de Conrad era muy torpe. El escrito, que es el que importa, es admirable y fluye con delicada maestría». En 1884 obtuvo la nacionalidad británica y pisó un puerto inglés, Lowestoft, en Suffolk. Se trasladó a Londres, donde vivió algunos años y después se asentó en Canterbury, en Kent. Su vida deambuló por los puertos de Bangkok, Sidney, Melburne o Puerto Adelaida. Su trabajo como segundo en el «Torrens» le llevó en 1894 a su último trabajo en el mar y el primero como novelista. La muerte de su tío y mentor, Thadeo, le obliga a llevar una segunda e imaginaria vida, la del Conrad  narrador. A partir de 1898 se inicia una fecunda carrera en la que irán apareciendo sus mejores títulos. En los últimos años de su carrera, su prestigio está plenamente consolidado sobre todo porque sus novelas se editan y distribuyen en Estados Unidos y sobre todo La línea de la sombra (1917) se convierte en el paradigma de la obra conradiana. Aunque se trata de una obra menor convergen en ella lo más distintivo del estilo del autor.  El Times Literary Suppement califica a Conrad de «autor entre los más grandes del mundo»; en realidad, esta novela en una metáfora de todo el proyecto novelístico del autor. Cuenta cómo la tripulación de una pequeña embarcación, al mando de un capitán desconocido, se ve obligada a aunar esfuerzos por mantener el barco en la dirección prevista, ya que una especie de fuerza misteriosa parece mantenerlo fuera de control. El protagonista de la novela debe hacerse cargo del barco mientras el segundo sufre un acceso de enajenación que nadie se explica. El relato plantea una serie de interrogantes sobre esas fuerzas que intervienen en el cumplimiento de un destino, concebido como una maquinación a la que el hombre opone todos sus recursos. 



     Visitó África en 1889, cumpliendo así uno de sus grandes sueños. Pronto se dio cuenta de las atrocidades que los colonos cometían contra la población nativa que, entre otras muchas cosas, propició el acuerdo del Estado Libre del Congo, y sobre todo, una de sus novelas más emblemáticas, El corazón de las tinieblas (1889). En realidad, con esta novela que ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores edita en la magnífica traducción de Sergio Pitol e ilustrada por Ángel Mateo Charris, excelente pintor cartagenero que con sus dibujos capta el horror de algunos de los episodios narrados, el narrador crea un mito o una leyenda que va más allá de ese arquetipo del comportamiento humano. Conrad  no sitúa el corazón de las tinieblas en el Congo visitado, ni siquiera su personaje principal, el coronel Kurtz, se parece a una persona real, sino que afronta su relato desde la visión misma del mito. La novela cuenta como los «representantes de la civilización» cuando visitan una sociedad primitiva piensan en convertirse en reyes de la creación y finalmente, en dioses.
        El viejo marinero Malow busca en un travesía por el río Congo a Kurtz, jefe de una explotación de marfil. El viaje de Marlow es una auténtica odisea: el barco en el que navegan es viejo, el río peligroso, acechado por nativos que atacan en los recodos, el calor insoportable... Marlow avanza obsesionado por Kurtz, del cual se va formando una imagen contradictoria y mitificada. Otros empleados le van describiendo los rasgos y atributos del agente: una voz profunda y potentísima, de elevada estatura, ojos fulminantes, mente lúcida y una voluntad  indomable que le permite  recolectar  más marfil que todos los demás agentes juntos. Cuando por fin lo encuentra enfermo, en una choza cercada de cabezas humanas empaladas, adorado por tribus indígenas a las que subyuga con el terror. El extraordinario personaje modelado por la imaginación de Marlow se erige ahora en símbolo de la corrupción y la entrega a la barbarie ancestral, impulsado por un ansia ilimitada de poder y riqueza, enfrentado consigo mismo en la soledad de la selva y vencido por la influencia de lo salvaje: «La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había sido objeto. Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea. Al quedarse solo en la selva había mirado a su interior y había enloquecido. El denso y mudo hechizo de la selva parecía atraerle hacia su seno despiadado despertando en él olvidados y brutales instintos, recuerdos de pasiones monstruosas». Kurtz se convierte en un depredador que somete a castigos brutales a los nativos rebeldes y su mundo solo conoce ya «el horror. En el encuentro de ambos se pone de manifiesto esa sensación que le produjo al propio Conrad su vista a África, sobre todo esa aspiración colonialista que provocó el rey Leopoldo II de Bélgica.
        La novela puede leerse (y lo es en parte) como un alegato contra la colonización del Congo, pero su reflexión moral va más allá de una situación histórica concreta. Kurtz llega a África iluminado de ideales de progreso, incluso redacta una guía para orientar el recto diseño del comercio y la tarea civilizadora de los europeos. El viaje de Kurtz (que Marlow reproduce en su relato) es un viaje a los infiernos, un descenso por el río del olvido: «Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era caliente, denso, embriagador...». Marlow, es uno de esos personajes de Conrad (como el arquetípico Lord Jim) que edifican su vida sobre la estricta dignidad y el deber y que forma parte de la raza de los hombres íntegros, consigue salir entero de este infierno, pero no sucede lo mismo con el personaje Kurtz. No ha sido capaz de mantener la fatigosa disciplina necesaria para conservar su conciencia moral, su entidad humana, y en su búsqueda de la luz ha llegado a un territorio en el que late sin cesar, como los tambores caníbales que baten en la selva, el verdadero corazón de las tinieblas, el oscuro corazón del hombre. La fuerza visionaria de la novela de Conrad se hizo evidente en los años 60 del siglo XX, cuando durante los procesos de descolonización aparecieron de nuevo cruentas narraciones de las actividades de los mercenarios blancos en el Congo, descritos en periódicos y reportajes como «genios diabólicos sacados de un anacrónico y desagradable mundo medieval». El juego de luces y de sombras impuesto por el escritor Conrad a una historia breve que, pese a todo, mantiene la tensión desde el principio hasta el fin mismo, contribuye de una manera decisiva a percibir el carácter simbólico de la novela, es decir, el corazón de las tinieblas es, en realidad, el corazón del hombre. 










EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Joseph Conrad
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2007; 158 págs.

domingo, 30 de agosto de 2015

Caricaturas



     Etimológicamente, viene del italiano caricare, que quiere decir exagerar, y es precisamente la exageración el recurso utilizado para hacer caricaturas, ya sea como un dibujo, una explicación falsificada o una crítica de la realidad (este último caso es muy habitual entre algunos humoristas).



sábado, 29 de agosto de 2015

José Luis Martín Nogales


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LA MUJER DE ROMA


     ¿Quién es la misteriosa modelo del cuadro «La Venus del espejo» que con su secreto le proporcionaría a Velázquez la fama de galante seductor y amante durante su estancia en Roma, entre 1649 y 1651? La historia de este lienzo no deja de sorprender porque el pintor cortesano desafió no solo la autoridad de su rey sino, también, la eclesiástica que prohibía pintar, expresamente, desnudos a los artistas de la época. Es el único cuerpo femenino, con acentuadas dosis de erotismo, del XVII, según se desvela en la novela, que se conserva del pintor sevillano, hecho que coincide con la realidad, aunque se sabe que pintó al menos tres más. Presupone, además, el comprometido traslado del lienzo hasta la residencia del pintor, en la corte madrileña, desde su aventura romana. Este y otros misterios, ¿una copia realizada por el propio sevillano?, nos invitan a leer La mujer de Roma (2008), la primera y excelente novela, de José Luis Martín Nogales (Valdeande, Burgos, 1955), que reconstruye, con todo lujo de detalles, en un doble plano, los avatares de este singular cuadro y de sus protagonistas.
        La historia arranca con el proceso de identificación de una copia aparecida en Londres, encargo del anticuario Turner que llevará al protagonista, Martín, a realizar una inquietante investigación sobre la autenticidad de la misma. Con el análisis técnico y científico se recreará toda una época, el mágico ambiente de la corte, con sus claroscuros y contradicciones, reconstrucción que posibilitará al joven verificar la autenticidad de la copia, y despejará todas las interrogantes que surgen en torno al cuadro, la identidad de la mujer desnuda, las vicisitudes de su existencia en la corte, incluso la nómina de sus propietarios: la Casa de Alba y Manuel Godoy, hasta su traslado a Inglaterra, y posterior compra por John Morritt o su ubicación en la actualidad, la National Gallery, de Londres.
        La novela no sería nada más que la recreación de un episodio histórico del XVII español con personajes reconocidos como, Velázquez y la corte de Felipe IV, si Martín no viviera, tras una pormenorizada investigación, una historia de amor paralela que justifica, en gran medida, la ficción, con estancias en Londres, Roma o Madrid, para desvelar la identidad de la dama, recurso eminentemente novelesco, como de vislumbra al final de la misma, ¿es acaso Flaminia, una joven, vinculada a los Medicis? Un segundo plano, narrado, magistralmente por Martín Nogales, un paralelismo entre la realidad histórica y el presente que, justifican, de alguna manera, esa doble historia de amor, vivida por sus protagonistas con sus respectivas damas romanas. Al hilo de ambas historias, la documentación, el proceso seguido de indagación en archivos: Palacio Real, el Vaticano o la National Gallery, la ambientación y la dosificación histórica, el doble lenguaje empleado, la elegancia de estilo y la perfecta estructura, subrayan el dominio narrativo del novelista y, en ningún momento, esta trama, de pasiones e intrigas, decae o deja de interesar a un lector ávido, embrujado por la magia que esconde el torso y el rostro difuminado de esa hermosa mujer.











LA MUJER DE ROMA
José Luis Martín Nogales
Barcelona, Ediciones B, 2008; 320 págs.


viernes, 28 de agosto de 2015

Roberto Ampuero



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EL ÚLTIMO TANGO DE SALVADOR ALLENDE



     Esta es la historia del Doctor, o mejor dicho la intrahistoria de Salvador Allende, presidente electo de Chile, que en la mañana del 11 de septiembre de 1973 se dirige al Palacio de la Moneda porque todo indica que puede haber un golpe de Estado en marcha; y, también, la de Rufino, un singular asistente del político, compañero en un taller anarquista en su juventud, extraordinario testigo de una tragedia de la que dejará constancia en un viejo cuaderno escolar y, además, un fervoroso amante del tango, afición que contagiará al mandatario. Esta es, en realidad, la crónica de El último tango de Salvador Allende (2012), contada con ese buen ritmo, popular y profundo, con que se mantiene aun viva la mejor expresión de la música argentina.        
        Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953), autor de una amplia obra narrativa, ¿Quién mató a Cristián Kustermann? (1993), Nuestros años verde olivo (1999) o Pasiones griegas (2006), se acerca a la historia reciente de sus país desde diferentes perspectivas, contando la vida privada del presidente-protagonista, su relación con Rufino, el asistente personal y panadero de profesión, o la vida secreta de los jóvenes disidentes Victoria y Héctor, y aun añade para otorgarle la intriga suficiente las indagaciones que lleva a cabo, David Kurtz, ex-agente de la CIA, que orquestó la conspiración en contra del presidente socialista por aquellos años. Kurtz volverá al país por expreso deseo de su hija Victoria, que está hospitalizada y allí mismo le hace jurar al padre que, cuando muera, busque a un antiguo amigo en Chile para entregarle sus cenizas. Treinta y cinco años más tarde, el ex-agente se enfrenta al recuerdo de su pasado en la capital chilena, repasará los escenarios de su anterior estancia con la simple ayuda de una foto y de un diario escrito en español que deberá ir traduciendo para buscar la pista del joven retratado junto a su hija. A media que avanza el relato, Kurtz se dará cuenta de quién es realmente el autor de ese diario, Rufino, el amigo y asistente del presidente derrocado, y el lector asiste así a una reconstrucción histórica de los difíciles días de Allende, enfrentado a la derecha chilena que considera sus reformas las de un comunista y, también, a la izquierda guerrillera y combativa, que verá en el presidente actitudes de debilidad y ante los acontecimientos pretende armar al pueblo. Cuando el político chileno acude a la U.R.S.S. en ayuda, Brézhnev le niega cualquier intervención tras la experiencia cubana, y así provoca una auténtica crisis en el país socialista; los Estados Unidos, atentos y bajo la mirada del presidente Nixon y el Secretario de Estado Kissinger promueven la caída del presidente electo apoyando el golpe militar encabezado por Pinochet. Al hilo de la parte documental, incluso histórica, Ampuero retrata un joven Allende universitario, con inquietudes anarquistas que conocerá a un mítico agitador Demarchi, un zapatero, a quien Rufino y él retratan como el maestro que supo enseñarles cómo entender el mundo, una instrucción que forjaría al futuro político y que ambos recordarán, años después, siendo ya presidente Allende y su mejor asistente, cuando transcurrido un largo día pasaban juntos las veladas de Tomás Moro, núm. 200, poco antes del golpe militar. El narrador ofrece, paralelamente, dos puntos de vista para hablar sobre el Chile contemporáneo, los argumentos de la realidad que vivió la gente cotidiana y las angustias del panadero que no consigue harina para hacer su pan, o la utópica teoría socialista con que sueña el político que no logra implantar en el país, y como añadido a toda esa compleja visión, las conversaciones terminan o, mejor, salvan la noche discutiendo acerca de las letras de los tangos y de sus intérpretes. En un retrato más personal, el panadero anotará las relaciones del presidente con su esposa Doña Tencha y sus amantes, Payita y Gloria Gaitán y, con el amor como trasfondo, subrayará esas intimidades comparando la vida cotidiana con una larga lista de sus intérpretes favoritos, Santos Discépolo, Carlos Gardel, Alfredo Lepera y Homero Manzi, muestra, por otra parte, de una realidad humana que Ramiro aviva con su entusiasmo musical. Mientras, Kurtz comienza sus pesquisas en la capital chilena, y conoce a Casandra, una famosa echadora de cartas, con quien inicia un curioso romance, pero en su desesperada búsqueda de Héctor se enfrenta a los fantasmas del pasado y descubre que sabía muy poco acerca de su hija adolescente, y de sus actividades en el mundo universitario en los meses previos a la sublevación. Ahora su investigación le permite ir reconstruyendo el pasado atroz de Héctor, y por añadidura las actividades clandestinas de su hija, cuyas pistas iniciales lo llevarán a Alemania, y tras algunos incidentes poco afortunados, de vuelta a distintos lugares de Chile, hasta que descubre que Amanda, la esposa de Rufino, es el eslabón de un final para completar su historia.
        Roberto Ampuero concibe su novela, El último tango de Salvador Allende, como una interpretación del pasado con mucho de ficción, aunque subraya que lo más importante cuando se trata de hablar de figuras históricas es hacerlo con el más absoluto decoro, con toda la seriedad posible y, sobre todo, a través de una fina sensibilidad para que los personajes se manifiesten en toda la amplitud de sus sentimientos.      

 









EL ÚLTIMO TANGO DE SALVADOR ALLENDE
Roberto Ampuero
Barcelona, Plaza & Janés, 2012; 363 págs.


jueves, 27 de agosto de 2015

Los olvidados



RAFAEL DIESTE
(La obra literaria)


      El escritor granadino Francisco Ayala escribe en Recuerdos y olvidos (1982-1988) una memorable semblanza de su compañero en el exilio Rafael Dieste con quien trabajó en el proyecto de Ediciones Nuevo Romance, junto, al también exiliado, Rafael Alberti. Dice de él lo siguiente, «escritor de tan fina sensibilidad como finas eran las maneras del hombre civil cuya cortesía y delicada ponderación hacía contraste con la tónica desorbitada, gesticulante y gritona de nuestras tertulias». 
        Rafael Dieste nació en Rianxo (La Coruña) en 1899 y falleció en Santiago de Compostela, en 1981, y formó parte de ese nutrido grupo surgido en torno a Hora de España que constituye, según el profesor DaríoVillanueva, una de las unidades generacionales del 27 español y que en Galicia se identificó como  «generación de 1925» y que, pese a su indiscutida autonomía, coincide en sus referentes sociológicos, vitales y estéticos con la española del 27. Dieste siempre mantuvo esa necesidad de un diálogo interior que conciliara sus contradicciones y jerarquizara los valores de su obra, partiendo de una identificación de la memoria y la conciencia. La revisión que Darío Villanueva propone en sus Obras Literarias (2006) dentro de la serie, Colección Obra Fundamental, de la Fundación Santander Central Hispano, en lo vital, intelectual y literario, invita a realizar una nueva lectura, más ambiciosa y comprometida, de este autor olvidado y en los diversos ángulos que lleva a cabo la  propuesta: teatro, poesía, ensayo y cuento.   

        Una de las cosas en las que se equivocó todo el mundo, escribe Andrés Trapiello en Las armas y las letras (1994), fue en que la guerra iba a ser corta. El gobierno republicano decidió trasladar a los representantes del Estado a Valencia y entre otros muchos intelectuales figuraban Solana, López Mezquita, Machado, Victorio Macho y Moreno Villa. En Valencia no se oían cañones, ni bombas, las calles estaba concurridas, funcionaban las tiendas y los cafés, los teatros y todo parecía obedecer a la normalidad. Allí se publicó la revista Madrid, subtitulada, Cuadernos de la Casa de la Cultura, que desde el punto de vista literario resultó aburrida. Más suerte tuvo Hora de España, la más importante publicación de la guerra y una de las mejores del siglo porque los intelectuales y los escritores de la República supieron aprovechar la propaganda que dentro y fuera de España les iba a proporcionar la inapreciable cantidad de poetas, filósofos, prosistas y pintores que aparecieron en sus páginas. La revista fue concebida y dirigida por jóvenes como Rafael Dieste, de quien había sido la idea, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert y Salvador Sánchez Barbudo. De la mano de José Moreno Villa fueron al despacho del director de Propaganda para convencerle de la necesidad de crear una revista que agrupara el mayor número de tendencias, estilos y escritores de la República. El primer número está fechado en enero de 1937 y, durante el primer año, se publicó en Valencia, pero en enero de 1938 se trasladará a Barcelona. Este mismo año Gaya, Gil-Albert, Barbudo y Dieste fueron movilizados y volverían al frente de batalla, de donde iban y venían para no desatender sus tareas intelectuales.
        En el Rianxo adolescente de Rafael encontrará el joven escritor extraordinarios mentores y compañeros intelectuales: su propio hermano Eduardo, Alfonso Rodríguez Castelao, Rogelio Pérez y el poeta vanguardista Manuel Antonio. Los años 1910 a 1930 estarán marcados en Dieste por sus primeras entregas literarias y su formación autodidacta que se verá enriquecida por las aportaciones de artistas y escritores como Vicente Risco, Carlos Maside, Otero Espasandín, Valentín Paz Andrade, Bal y Gay o Luis Seoane. Participará en revistas como Charamuscas escrita en lengua gallega y tras el servicio militar en la guerra del Rif entre 1922 y 1923, regresa a su tierra donde se incorporará al diario Galicia y poco después a la redacción de El Pueblo Gallego. Su contribución, en castellano y gallego, a este periódico, según señala Villanueva, es sumamente reveladora de su actitud intelectual por la abundancia de artículos publicados entre diciembre de 1925 y julio de 1927, recogidos poco antes de su muerte en 1981 en un volumen. En 1930 se traslada a vivir a Madrid y enseguida forma parte de distintas tertulias donde conocerá a pintores, músicos y escritores y sobre todo contará con el apoyo de su hermano Eduardo. El reto de las Misiones Pedagógicas le llevará a encontrar un perfecto ambiente y acomodo entre numerosas personalidades que trabajaban en el proyecto y, sobre todo, por esa necesidad de comunicación del gallego y esa desinteresada búsqueda de favorecer a los demás. Los nombres de Sánchez Barbudo, Ramón Gaya, Lorenzo Varela, Serrano-Plaja, Otero Espandín, Fernández Mazas, Urbano Lugrís y María Zambrano acompañarán en las Misiones a Cossío en su compromiso con el pueblo, esa nueva proyección del nuevo Estado republicano: educación para todos, justicia social y también un particular empeño por llevar lo lúdico y la diversión a los rincones, aldeas y pueblos más perdidos de la geografía española. Durante la primavera de 1934, en el marco de las Misiones, se produce el reencuentro entre Carmen Muñoz, inspectora de Primera Enseñanza y Rafael Dieste y, de su relación amistosa, pasaron meses más tarde al matrimonio y, como señala Villanueva, sería injusto no destacar el papel de la esposa junto a Rafael durante los casi cincuenta años de convivencia, con entregada voluntad y fe inquebrantable en los momentos más difíciles de la guerra, el exilio y la posguerra y, aun más, su intensa labor tras el fallecimiento de Rafael. Ella fue la que se hizo cargo de Nova Galiza mientras su marido marchaba al frente de batalla. «La guerra, posiblemente, supuso para un espíritu como el de Dieste (...) una crisis en su idea de la conciencia de ser y de una cierta forma de abstracción del tiempo histórico inmediato que acaso habría promovido en él la singular filosofía de la literatura de su hermano Eduardo», escribe Villanueva refiriéndose a ese gran proyecto que llevó a cabo y él concretó en Hora de España.
        En febrero de 1939, tras la caída de Barcelona, Dieste toma, como tantos otros, la dolorosa ruta del exilio, que le llevará con todo el comité de redacción de Hora de España, salvo Altolaguirre, al campo de concentración de Saint-Cyprien y de allí saldrá para reunirse con su esposa herida en el bombardeo de Figueres, rumbo a Rotterdam para embarcarse allí a Montevideo y pasar posteriormente a Buenos Aires en donde fijarán su residencia con breves escapadas a Cambridge y Monterrey. En su exilio bonaerense escribirá el grueso de su obra.

        En agosto de 1961, Carmen y Rafael regresarán definitivamente a España, tras una visita anterior de ella en 1949. Tentados a fijar su residencia en Madrid, sentirán mayor atracción por la Galicia natal del escritor y entre Rianxo y A Coruña vivirán un feliz reencuentro con la cultura y la literatura gallegas.  Durante las décadas de los 60 y 70 Rafael Dieste se ocupará de la reedición o revisión de su obra en gallego, pronuncia numerosas conferencias por los pueblos y, en ocasiones, se acompaña él mismo al piano. El éxito de crítica de la nueva edición de Historias e invenciones de Félix Muriel en 1974, inicia el reconocimiento y el rescate de la obra de Rafael Dieste, a lo que contribuirá, también, la publicación de su Teatro en 1981, en dos volúmenes, además de los ensayos reunidos en El alma y el espejo (1981) y las monografías dedicadas al autor por Estelle Irizarry en 1979 y 1980.

        La primera entrega narrativa de Rafael Dieste data de 1926 y es, precisamente, un libro de narraciones gallegas que tituló Dos arquivos do trasgo. Contos do monte e do mar (De los archivos del trasgo. Cuentos del monte y del mar, traducido en 1989 por César Antonio Molina, compuesto por un breve «Limiar» o prólogo aforístico y ocho relatos más. La versión definitiva, publicada en 1973, reúne ya veinte relatos, algunos de ellos escritos en los años 50 durante su estancia argentina. Las ideas de Dieste sobre el cuento se basan en la noción de «unidad emotiva», dada cuando el lector es capaz de enlazar con las imágenes sucesivas desarrolladas a lo largo del discurso.
        El realismo maravilloso de Rafael Dieste, señala Villanueva, se mantiene en su segundo libro de cuentos  Historias e invenciones de Félix Muriel publicado en Buenos Aires en 1943. La acogida en el ambiente cultural bonaerense fue excelente y numerosos medios hispanoamericanos se ocuparon del libro. No ocurrió así en España donde se publicó 30 años más tarde, en 1974, con gran elogio de crítica hasta, incluso, ser calificado como el mejor volumen de cuentos de todo el siglo XX. Compuesto por nueve relatos de extensión variada, desde casi una viñeta lírica, hasta un cuento, o hasta casi el concepto de novela corta como ocurre con «El jardín de Plinio», «La peña y el pájaro» o «La asegurada». Y una última creación breve que aparecería póstumamente, en 1985, con el título de La isla, en realidad textos aún sin acabar, que ofrecen una visión fragmentaria pero considerablemente valiosa, como estableció Carlos Gurméndez en su prólogo a la edición póstuma.

        El autor gallego se incorpora muy pronto al mundo del teatro con una pieza en su lengua materna A fiestra valdeira. Comedia de remate ledo en tres lances, o derradeiro cun respiro, en 1927, reeditada posteriormente en Buenos Aires, en 1958, en versión definitiva. Dieste había trabajado el teatro, sobre todo el de máscaras y el de guiñol, durante su etapa en las Misiones Pedagógicas y había estrenado El dragón y su paloma, obra perdida durante la guerra, y Duelo de máscaras (1934), cuya versión definitiva se publica ahora en la edición de la Obra Fundamental, junto a otra de sus obras más significativas, Viaje y fin de don Frontán. Farsa trágica (1930). En ambos casos se goza de la mejor escritura en gallego, del realismo mágico en la primera y una cierta proximidad valleinclanesa e incluso cervantina en la segunda, aunque la obra de Dieste es más intelectual y utiliza el recurso del teatro dentro del teatro, incluso la denominada metaficción para crear con su guiñol en la misma obra un drama paralelo al de don Frontán. Manuel Aznar Soler ha recordado el teatro de Cervantes al hablar de Dieste y en ello insiste con otra de sus obras principales, una comedia: La perdición de doña Luparia (1934).
        La primera edición del único libro de poesía conocido de Dieste data de 1933. Se titula Rojo farol amante y se editó en Madrid, aunque existe una segunda edición definitiva en Buenos Aires de 1940. Por el talante del libro no pertenece a ninguna de las escuelas líricas, ni recuerda al grupo del 27, pero se trata de un poemario muy de la época, con un fundamento de la poesía como concepto de esencia pura, con profundas raíces en el surrealismo y la poesía tradicional.
        En cuanto a su obra ensayística, muy extensa y miscelánea, el volumen de la Fundación Santander Central Hispano recoge La vieja piel del mundo (1936), una especie de memoria de su aproximación al mundo del teatro en Europa en aquel momento, fruto de su estancia en varias capitales como Bruselas, Amberes o París. Otro ensayo más, El alma y el espejo (1948) recoge sus reflexiones sobre literatura y lo que él mismo llama la «situación literaria». Se trata de un epistolario con varios lectores para avanzar dialécticamente el hilo de toda la argumentación, llamando así la atención a los posibles destinatarios, como señala Darío Villanueva. Otros libros suyos son Nuevo tratado del paralelismo (1955), Pequeña clave ortográfica (1956), Diálogo de Manuel y David y otros ensayos (1965), ¿Qué es un axioma? (1967) o Testamento geométrico (1975). La revista Anthropos le dedicó un homenaje en un interesante número de 1991.
        Junto a los nombres de Eduardo Blanco Amor y Álvaro Cunqueiro, el de Rafael Dieste representa a esa memorable nómina de escritores gallegos que supieron realizar en sus dos lenguas una de las más sólidas trayectorias literarias del siglo XX, tanto en su Galicia natal como en el resto de los países de lengua castellana.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Care Santos



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EL DUEÑO DE LAS SOMBRAS


     Durante estos últimos años he llegado a una extraña conclusión o, mejor, a una convicción que me produce perturbadores pensamientos como, por ejemplo, deducir que, Care Santos (Mataró, Barcelona, 1970), pacta con el diablo o se sirve de alguna extraña pócima capaz de alargar las horas de su cotidiano convivir y aguantar durante horas delante del ordenador. Y llego a esta conclusión, primero por su capacidad de trabajo y la consecuente cantidad de libros publicados hasta el momento, y segundo por la variedad temática de sus obras. Lo afirmo porque cada entrega suya supone una nueva apuesta narrativa y, en esta ocasión, siembra un total desconcierto entre sus lectores con una novela de terror, El dueño de las sombras (2006), mezcla entre el género gótico y la fantasía lovecraftiana, en el mejor sentido que pueda suponerse a una imitación temática que se remontaría a nuestro siglo XIX, poblado de leyendas y fantasías acerca de lo sobrenatural, en realidad un mundo en el que el hombre piensa, de alguna manera, ser salvado por seres superiores y en circunstancias que nada tienen que ver con su entorno más próximo.  
        La justificación o explicación de la novela se lee en las primeras cien páginas, cuando cada uno de los personajes, capítulo a capítulo, se van presentando para que el lector comprenda que lo contado hasta el momento tiene una base científica o, al menos, creíble. Es decir, capaz de justificar la muerte de una joven imprudente al caer en un viejo pozo, suceso que además, la narradora lo convierte en literatura reproduciendo la leyenda de lo que aconteció en la localidad de Layana cuando una joven aldeana, cansada de acarrear agua desde un lejano río, invocó al mismísimo Príncipe de los Infiernos para que le construyera un pozo en el jardín mismo de su casa con la única condición que debería hacerlo en un plazo mínimo de una noche, antes de que al alba cantara el gallo. Una vez realizado el pacto, engañado por la joven, el Amo del Averno, dejó su empresa sin terminar y se esfumó del lugar aunque alguien asegura que el maligno juró venganza contra las generaciones de jóvenes de toda esta familia cuando estas cumplieran los diecisiete años.
        Con semejante argumento, Care Santos, articula su relato en torno a las extrañas circunstancias que llevarán a la muerte a todas las primogénitas de la familia Albás, miembros que la Sombra se irá llevando el mismo día de su cumpleaños. La novela se inicia con la desaparición de la pequeña Natalia durante una excursión en la sierra cuando solo contaba apenas tres años de edad para reaparecer unos días más tarde sin apenas signos de daño alguno. Su hermana Rebeca, adolescente, será dada por muerta años más tarde y la investigación que inicia el joven novio Bernal y los mensajes que la propia Rebeca irá enviando desde la otra orilla matizarán el argumento de un relato sorprendente en el que el lector va descubriendo los pormenores de toda la historia, la presente y la pasada, en una articulada puesta en escena que debe mucho al cine de terror y/o a las propias historias del mejor Stephen King, aunque con la sabiduría de la mejor prosa de Care Santos que en esta novela, tan compleja como bien estructurada, cuenta con toda una tradición decimonónica europea detrás.
        El Señor de las Tinieblas se convertirá en uno de los protagonistas de la historia, como el todopoderoso que a lo largo de los años irá dejando su huella en la familia Albás, pero, al mismo tiempo, otras voces se irán sumando al relato en las tres partes de las que se compone la novela: una primera, cercana y de actualidad, detonante de la situación a contar, una segunda que repasa el árbol genealógico de los Albás para ir justificando, así, uno por uno los pormenores de los acontecimientos de los últimos miembros de la familia, hasta llegar a Cosme y Fede y a sus hijas Rebeca y Natalia; y una, no menos, extensa tercera parte ofrece al lector la imagen de Eblus, un interesante recorrido por el mundo de las tinieblas o el de los seres de una belleza bestial. Así la narradora despliega ante el lector toda una nómina de criaturas que desde siempre han poblado el mundo de la Oscuridad o lo que comúnmente denominamos, demonios, sobre todo el denominado Príncipe de la Tinieblas, Señor de lo Oscuro, Rey del Averno, Ángel Caído, Anticristo, aunque más conocido por Satanás, Lucifer, Mefistófeles, Astarot, Asmodeo, Leviatán, Belcebú o Luzbel, y se añaden otras denominaciones que se refieren al protagonista del relato, un djinn que aspira a convertirse en Señor Absoluto del Mal, una actitud que según la narradora Care Santos suele ocurrirle a los humanos, en cierto modo una denostada lucha por esa capacidad de liderazgo como raza ambiciosa. La carrera meteórica de la criatura se explica en esta documentada parte, desde duende de bosque, genio rector, hasta convertirse en un verdadero demonio, después de haber servido durante más de quinientos años al Gran maestro Dantalián, para así llegar a doblegar la voluntad de los humanos puesto que se trata de «un ser celoso, vengador y lleno de indignación que guarda enojo de sus enemigos y jamás tiene por inocente al culpable». Un extenso capítulo para justificar y cerrar el círculo iniciado casi doscientos años antes y, tal vez, romper esa cadena de sacrificios.
        La novela El dueño de las sombras empieza a leerse con un trepidante interés que anima al lector en su necesidad de saber más en una primera parte extensa, ritmo que no decae en ningún momento, los personajes, adolescentes, mundo que bien conoce la autora, se mueven por el escenario sombrío de una desconocida maldición con soltura y están bien perfilados. Se dosifica en la segunda por la exposición de los hechos de los antecedentes familiares, en unos pormenorizados capítulos que llevan por títulos los nombres de sus protagonistas, y una tercera parte ofrece la posibilidad de ejercitarnos en el arte de las tinieblas con una abundante documentación sobre los pormenores con que cuenta el mundo de lo sobrenatural y además, sistemática y reiteradamente, la sombra se hace dueño de nuestra voluntad cuando, de vez en cuando, se intercala un reflexión que nos anima a seguir leyendo. Y así concluimos una novela cuya última palabra, cuya último precepto, viene dictado por ese Superior que doblega nuestra voluntad.




 









EL DUEÑO DE LAS SOMBRAS
Care Santos
Ediciones B, Barcelona, 2006; 432 págs

martes, 25 de agosto de 2015

Almudena Grandes



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EL CORAZÓN HELADO


     Almudena Grandes (Madrid, 1960) revisa una época importante de la reciente historia de España y se permite una auténtica lección porque, entre otras muchas, nos descubre las sombras de un dramático pasado familiar en una monumental y ambiciosa novela de casi mil páginas. Julio Carrión, miembro de la División Azul y hombre de negocios durante el franquismo, deja, a su muerte en marzo de 2005, una gran herencia y abundantes episodios desconocidos del pasado que, uno de sus hijos y una misteriosa joven, tendrán que desvelar. Un relato sobre una de las muchas páginas de nuestra historia reciente que nos devuelven, una vez más, la mirada a nuestra guerra civil, el vergonzoso exilio, la larga postguerra o la España democrática de hoy. Y todo para rescatar de la memoria alguna de esas sombras que asolan a nuestro pasado, para desenterrar o dejar enterrados para siempre, la miseria y el dolor de tantas generaciones. El corazón helado (2007) es una novela, como ha escrito la propia Almudena Grandes, «sobre la memoria y la reelaboración sentimental, ideológica y moral de la historia».
        El entierro de Julio Carrión desencadena y justifica todo el relato, sobre todo arrojará nuevas luces sobre un conflictivo pasado tras la aparición de Raquel Fernández Perea, una desconocida que junto a Álvaro, hijo del difunto, llevará a cabo la reconstrucción de algunos de los episodios más oscuros en la vida de ambas familias para así saldar las cuentas de una cruel verdad nunca desvelada. Al margen de la anécdota inicial, de la verdadera historia a contar, como telón de fondo, como verdadera trama, con una arquitectónica y majestuosa estructura narrativa por la que Almudena Grandes merece un señero puesto en las letras españolas contemporáneas, sobresalen la crónica sobre la rebelión militar, con abundantes datos y una perfecta ambientación, la defensa y caída del Madrid republicano, la derrota de la capital y las consecuencias posteriores, incluida la venganza, la represión, el expolio, los asesinatos y el exilio como otro de los muchos apuntes interesantes para leer sin descanso El corazón helado.
        Dos narradores alternativos tomarán la palabra a lo largo de la narración, y esto fundamentalmente para contar el haz de historias que culminarán en una sola. Divida en tres grandes partes, los capítulos impares son los narrados por Álvaro Carrión que cuenta como se produce su enamoramiento de Raquel y el posterior descubrimiento de su pasado. Los capítulos pares están contados por un narrador omnisciente en tercera persona encargado de reconstruir, fragmentariamente, la historia de los Fernández, con sus avatares en la guerra civil y sus desgracias, su paso por los campos de refugiados en el país vecino, su resistencia en la II Guerra Mundial, la pérdida de sus propiedades en España y su regreso al país como tantos exiliados tras la muerte del dictador. Ambas voces tejerán la densa y compleja historia que Almudena Grandes ha querido contar, permitiéndose esa alternancia narrativa para podamos seguir la vida de ambas familias, el sufrimiento individual de muchos de los personajes retratados y sobre todo, esa visión de las dos Españas, imagen tan denostada durante décadas. La sombra del realismo más galdosiano planea sobre esta novela río, tanto por la estructura narrativa como la complejidad de las historias familiares y la caracterización de sus personajes: Julio Carrión, oportunista, que muy pronto se apuntó a los vencedores, Ignacio Fernández, íntegro en su actitud humana y política, Teresa González, maestra republicana y mujer luchadora, Paloma Fernández, portadora de esa gran tragedia y, sobre todo, los protagonistas Álvaro y Raquel, salvados, después de todo, por la fuerza del amor. 
        Almudena Grandes ha escrito una obra de una indiscutible fuerza narrativa, repleta de vida, con esas pasiones y sentimientos opuestos que le otorgan a su desmesurada extensión el valor de las grandes obras, sin que por ello no estemos obligados a señalar que la conveniencia de haber podido aligerar algunas de sus partes para nada hubieran rebajado el auténtico valor de una de sus mejores obras. 












EL CORAZÓN HELADO
Almudena Grandes
Tusquets, Barcelona, 2007; 933 págs.