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miércoles, 28 de febrero de 2018

Ángeles Martín Gallegos



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LA VOZ ENGENDRADA
               
        El tiempo es fugaz, la vida breve. La memoria se convierte en divina cuando logramos que se transforme en voz. «Soy yo voz engendrada no ya sólo para ella, sino también para mí», podemos leer como justificación o síntesis en la novela de reciente aparición,  Renato (2004). Un relato, por cierto, de una densidad considerable, tanto por la complejidad de su proceso creativo, como por la extensión del mismo. Ángeles Martín (Couiza, Francia, 1961), su autora, sorprende  al lector con una primera novela porque, como suele ocurrir en las primeras apuestas, abarca, narrativamente hablando, buena parte de toda una existencia, desdoblada en el relato por una voz, la del protagonista, un sietemesino que se asoma a la vida, protegido por los cristales de sus primeros días de incubación, para repasar, en un total de ocho días, parte del pasado familiar y adelantarse a un futuro, cuando definitivamente, tras ese período de adaptación, se encuentre entre los brazos de su madre. Un coro de voces se irá asomando, también, a la historia narrada a lo largo de las 364 páginas cuando se cuente el devenir de sus protagonistas: mujeres, en su mayor parte, la abuela y la madre del niño, sobre todo, y algunas tías y primas, en una consecución de secuencias que otorgan viveza al relato,  relatando desde el presente al futuro y desde éste al pasado, para justificar ese fluir constante de los momentos vividos por la madre y hija en realidades desiguales.
        Renato rememora, como título, y según el santoral, a un personaje que fue devuelto a la vida para poder ser bautizado y, como el protagonista de esta novela, percibe mejor que nadie ese discurrir del tiempo en el que continuamente los humanos nos debatimos. Los saltos temporales que se permite Ángeles Martín reflejan el dominio que se otorga a la buena literatura porque para la autora el tiempo como la vida no discurren de una manera lineal, pese a nuestros esfuerzos por jerarquizar nuestras acciones. Avanzamos en la medida que esa búsqueda del tiempo se convierte en la obsesión de los mortales por dejar así acabada una labor que nunca se finaliza. La historia ofrece la relación de una madre con su futuro hijo o de una madre, anterior, con su hija, y narra la constante lucha que ambas llevan a cabo para justificar su presencia en el mundo, acompañadas, eso sí, de unos personajes masculinos que, como el caso del padre y el propio niño narrador, justifican de alguna forma aquello por lo que merece vivir. La fuerza con que las mujeres de esta novela irrumpen en el relato recuerdan al concepto feminista de una literatura inexistente porque, a estas alturas, no cabría expresarnos en términos masculinos o femeninos para contar una historia, sino el tratamiento que se hace de unos personajes o cómo se dibujan y, en definitiva, la actuación que les otorga la narradora. Renato, por otra parte, es la historia de una Almería viva, aquella de la emigración o de la obligada necesidad de ausentarse del pueblo y de la región por motivos, exclusivamente, económicos y, también, nos permite ver el relato de una ansiada superación a la vuelta de ese éxodo. La narración fluye con un virtuosismo léxico ajustado, no exento de ciertas dosis de un humor y de una ironía destacables, la novela discurre, sobre todo en la segunda parte, hasta ese final con que se justifica la nueva vida.





RENATO
Ángeles Martín Gallegos
Granada, Alhulia, 2004

lunes, 26 de febrero de 2018

Andrés Neuman



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NO LLORES POR MÍ…
             
       ¿Cuántas vidas se ocultan en una novela? se pregunta el autor de Una vez Argentina (2003), Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977),  para contarnos la historia de toda una saga familiar, desde los desterrados de la tierra del Oriente europeo de comienzos de siglo, incluidas las posteriores migraciones italianas, españolas y alemanas. En realidad, se trata de buena parte de la memoria de todo un país desde una perspectiva política y social que incluye la crónica sobre gobiernos y dictaduras y el relato de campeonatos de fútbol, además de numerosos apuntes sobre aspectos megalómanos de primera magnitud.
               Andrés Neuman, autor hasta el momento de una obra narrativa variada, novela y cuento, Bariloche (1999), La vida en las ventanas (2002) y El que espera (2000), El último minuto (2001), respectivamente, de quien, en alguna ocasión anterior, acertábamos a decir que «se estaba convirtiendo en el testigo excepcional de toda una generación» eleva, y en mucho, sus planteamientos narrativos hasta el momento y en la presente obra, escrita con una habilidad asombrosa, ofrece el proceso de formación de una amplia familia muy dispersa, en una nación de acogida, Argentina, país tan esperanzador como caótico, pero soslayando episodios importantes con una trágica mirada y, a veces, con una irónica y sarcástica visión del proceso temporal que conllevan las cosas. Nimiedades vivenciales de unos antepasados para un gran público que se convierten así en auténtica literatura. Su historia es la de tantos emigrados que, muchos años después, una vez instalados, se afanan en acudir a la memoria para reconstruir el pasado. Así desde una mirada inocente, la del narrador, se evoca el recuerdo de un utópico país y de una mágica ciudad como Buenos Aires. Neuman reconstruye con una sagacidad histórica el pasado de familiares rusos, lituanos, franceses e italianos, católicos y judíos que, desde sus respectivos países, llegaron a una tierra de promisión donde, tras un trascendental y mágico período, los golpes de estado y el aparato gubernamental militar han campeado durante los últimos treinta años. Es la historia de una Argentina sufrida, vislumbrada desde la pasión de un niño que vivió en ella sus primeros años de aprendizaje, pero  con la perspectiva del tiempo que se le supone un conocimiento de oídas. Por eso el narrador fragmenta, deliberadamente, su información para reconstruir su pasado de una forma afectiva. Y este, sin duda, es el mayor acierto del joven escritor para contar buena parte de la vida que llevaron algunos de las figuras entrañables y excéntricas de su pasado genealógico, como el bisabuelo paterno Jacobo y Lidia su esposa o los abuelos Mario y Dorita o rememorar los días del Colegio Nacional de Buenos Aires y contar desde la realidad, una fantástica visión de muchas de las historias que no tendrían sentido sin la acertada pluma del narrador adolescente.





UNA VEZ ARGENTINA
Andrés Neuman
Barcelona, Anagrama, 2003

jueves, 22 de febrero de 2018

Hoy estamos de luto



Forges
Humorista gráfico
Fecha de nacimiento: 17 de enero de 1942, Madrid
Fallecimiento: 22 de febrero de 2018, Madrid



Hoy invito a…



Ángel ZAPATA



ESCRITURA Y VERDAD                           

       Con la reciente destrucción del fondo editorial de Alianza (debido a razones de rentabilidad económica), el lector español perdió la oportunidad de acceder, entre otros títulos imprescindibles, a la edición de los Cuentos completos de Medardo Fraile.
       Afortunadamente, este vacío se ve paliado en parte, ahora, por una antología —Cuentos de verdad—aparecida en ediciones Cátedra. Por la belleza, la creatividad y el intenso carácter idiomático de su estilo, Medardo Fraile está emparentado de lejos con el espíritu de las vanguardias; y de cerca, con la cultura española de los años 50, donde inscribe su producción. Por lo inmediato de sus temas, por el corte experiencial de su escritura, por ese inconfortable testimonio en torno a la soledad que alienta en tantos de sus cuentos, la labor narrativa de Medardo Fraile entra en un diálogo mucho más que fecundo con el realismo de influencia anglosajona de la última generación de cuentistas, y se constituye así como un nombre clave, un verdadero puente entre modernidad y tradición.
       De este modo, cuando muchos de los ideales de la generación de los 50 se muestran cada vez más vinculados a una situación pasada ( y exigen ya de los lectores un abordaje historicista), la honradez difícil de Medardo Fraile, su compromiso esencial —con la escritura, con la verdad humana—, hacen de la lectura de sus relatos una experiencia urgente y viva, una interpretación a nuestro ahora, tal como lo hace siempre cualquier literatura que merezca el apelativo de clásica.
      Cuentos de verdad, pues, nos asoma a la obra de un clásico vivo. Y hasta de un clásico a su pesar, cabría decir, pues todo en la obra de Medardo Fraile —la elección de género, la incertidumbre en sus narradores, el difuminado del tema, el modo deliberadamente “menor” de dicción—emplazan su escritura en la crisis de la modernidad, y en el fin de las “grandes historias”. En esto consiste la plena vigencia de los relatos de Fraile. Su mezcla irrepetible de tradición y actualidad. Y a ellos puede acercarse el lector (a falta una vez más, de los Cuentos completos) por medio de esta antología de Cátedra; que se completa con un cuidado estudio crítico, a cargo de la profesora María del Pilar Palomo.

(Publicado en Muface, Otoño, 2000; núm., 180)

miércoles, 21 de febrero de 2018

Andrés Pérez Domínguez



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SOBREVIVIR A LA DERROTA

       ¿Qué ha ocurrido, literariamente hablando, en el panorama narrativo de misterio, intriga o espionaje después de algunos maestros del género como Greene o Le Carré? Pues que nuestros jóvenes escritores han mordido el anzuelo y se han sumergido en la escritura de unas historias que nada desdicen de aquellas que, en este país, hemos leído desde siempre porque, desaparecido el primero y algo menos prolífico el segundo, nos dejaban huérfanos de un tipo de relato poco frecuente en el vasto panorama de la literatura española en las últimas décadas, pero que en Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) han encontrado un alumno más que aventajado para desarrollar una buena trama lejos de los tópicos del telón de acero o importantes capitales europeas porque su novela La clave Pinner (2004), se desarrolla en Sevilla y contiene todos esos elementos y añade, además, algunos ingredientes más de lo habitual en una clásica novela de espías.
       Un hombre podría tener en sus manos, tal vez sin saberlo, la clave de la Segunda Guerra Mundial. Con este argumento, Pérez Domínguez, construye un excelente relato en torno a la estratagema que los aliados montan para engañar a los alemanes acerca del lugar y el momento en que se producirá ese desembarco conjunto que acelere el final de la guerra. La muerte de un piloto inglés que lleva una importante información y cuyo avión accidentado cae en la costa onubense hará que, poco después, toda sospecha recaiga en un antiguo militante comunista, Miguel Carmona, escondido desde el final de la guerra civil española en un pequeño pueblo de la provincia andaluza. La maquinaria del contraespionaje británico se pone en marcha y rescata a Gordon Pinner, un enigmático inglés y antes espía del Komitern, amigo por otra parte de Carmona en los años revolucionarios de preguerra, para que vuelva a Sevilla y descubra el escondite del fugado compañero. Cabe decir en favor de Pérez Domínguez que la trama está perfectamente dosificada a lo largo del relato, desde la fuga de Carmona cuando es descubierto en su escondite, su posterior encuentro con la guardia civil en el camino, su no menos irónica y fortuita asistencia ante el paso de la comitiva del Caudillo en La Palma o su entrada en Sevilla y su posterior reencuentro con Rosa, otra conocida de aquellos tiempos mejores, cuando ésta lo esconde en la taberna de su marido asesinado.
       Al hilo del relato de espías, que es de lo que se trata, Pérez Domínguez, construye la historia de los derrotados de la guerra civil española, volviendo atrás en los recuerdos de los personajes cuando es necesario para justificar un presente que se concreta en la España de los vencedores y el lugar que nuestro país ocupó en la Segunda Guerra Mundial, nido de espías alemanes, británicos o rusos, dato histórico que algunos lectores ignorarán. Tanto Miguel Carmona como Gordon Pinner forman parte de esa extraordinaria crónica que reproduce un mundo de perdedores, porque tanto ellos como muchos de los personajes que aparecen en La clave Pinner se encuentran en ese final de una historia tanto personal como colectiva que les lleva, una y otra vez, a la evocación de un pasado porque, las palabras Revolución y Proletariado, que se han repetido a lo largo de su existencia, ya no forman parte de su vocabulario y ya tan solo sobreviven a la realidad de una derrota.






LA CLAVE PINNER
Andrés Pérez Domínguez
Barcelona, Roca, 2004

martes, 20 de febrero de 2018

Aniversario, 130 años



19 de febrero de 1888, Rivera, Colombia
                   1 de diciembre de 1928, Nueva York, Nueva York, Estados Unidos


1888-2018
José Eustasio Rivera, escritor colombiano autor de la novela “La vorágine”, una de las más importantes, no sólo de la literatura colombiana, sino de la literatura hispanoamericana, hasta el punto de ser considerada como la gran novela de la selva latinoamericana.


lunes, 19 de febrero de 2018

Desayuno con diamantes, 134



)EXISTE UNA NUEVA NARRATIVA ANDALUZA?

            En memoria, Julio Manuel de la Rosa (Sevilla,1935-2018)

 

Los años sesenta y setenta proporcionaron, literariamente hablando, nuevas acuñaciones, algunas tan gratuitas, como los denominados boom, término genérico que se aplicó a aquello que supusiera novedad en el espacio literario y que ofreció una avalancha de  narradores hispanoamericananos que tan pingües resultados  han dado en las tres últimas décadas;  de igual manera se acuñó el término al conjunto de obras publicadas por andaluces que empezaban a sonar en el panorama narrativo y que fueron bautizados con el término de Nueva Narrativa Andaluza, aunque habría que apuntar que, en ningún caso, se trataba de constatar este hecho por significativo desde el punto de vista formal, estructural o temático. Salvo excepciones, pocos autores y pocas obras manifestaban, abiertamente, el compromiso social de una Andalucía castigada y como contrapartida, se potenciaba más un esteticismo heredado de los grandes clásicos que habían conformado el panorama narrativo durante siglos, casos de Delicado,  Alemán, Vélez de Guevara o Espinel o dos siglos más tarde, los ejemplares andaluces, Juan Valera y Pedro Antonio de Alarcón.
Quizá por ello, a falta de una ideología y de una práctica escrita, habría que sostener que,  pasada la visión renovadora del 68 y sus secuelas posteriores, en Andalucía, ni una cultura específicamente andalucista ni unos intelectuales propios, van a mostrar ese espacio esgrimido, sino que algunos de aquellos se vieron, de una manera u otra, obligados a emigrar y contribuir a la cultura nacional desde ópticas diversas. Así pues, no pudiendo hablar de cultura andaluza, pero sí de  una mixtificación, represión y colonialismo cultural propio y extranjero, éstos contribuyeron a formalizar un evento que en los primeros años setenta se presentaba como Nueva Novela Andaluza y lo cierto es que el fenómeno, no por menos oportunista que riguroso, dio pie a muchas páginas de periódico, ensayos y monografías sobre el tema: las de J.L. Ortiz de Lanzagorta, Narrativa andaluza: doce diálogos de urgencia (1972), el simposio I Semana de Narrativa Andaluza (1972), o la monografía  de  J. de Dios Ruiz Copete, Introducción y proceso a la nueva narativa andaluza (1976), por citar algunas.


Ortiz de Lanzagorta insistía en su libro que se trataban de unos primeros tanteos sobre narrativa andaluza, algunos apuntes coherentes, unas breves notas de aproximación desde un punto de vista subjetivo; doce primeros encuentros, mitad diálogos, impresiones un tanto surrealistas, con algunos narradores vinculados al Sur, por nacimiento o residencia. El trabajo tampoco resultó un estudio riguroso y los doce autores con los que conversaba fueron: Manuel Halcón, Ramón Solís, Luis Berenguer, Manuel Barrios, José María Requena, Alfonso Grosso, José Manuel Laffón, Manuel García Viñó, José Asenjo Sedano, Carlos Muñiz Romero, Julio M. de la Rosa y Federico López Pereira. Muchos de ellos habían publicado, ya, una extensa obra narrativa, y por los años en que se generaliza el fenómeno coincidieron en las librerías con algunas de sus obras más significativas: Halcón, un consolidado novelista ya en los años veinte y que por estas fechas daba a la imprenta Manuela (1970), un reiterado retrato andaluz de marcado carácter realista; el caso más significativo, el de Luis Berenguer, un marino gallego, aunque gaditano de adopción que había empezado a publicar en estas tierras del sur en 1967 con El mundo de Juan Lobón, novela a la que seguirían con gran éxito Marea escorada (1969) y  Leña Verde (1971); Manuel Barrios publicaba, Retablo de picardías (1972) y Epitafio para un señorito (1972); José María Requena obtenía este mismo año el Nadal por El Cuajarón; Alfonso Grosso había conseguido ya cierta celebridad con sus novelas sociales, La zanja (1961), Un cielo difícilmente azul (1961), Testa de copo (1963) y por los años que nos ocupan daba a la imprenta Guarnición de silla (1970) y Florido Mayo (1973).
Tres nombres se asomaban, tímidamente, al panorama literario, los de José Asenjo Sedano que publicaba Los guerreros (1970), Carlos Muñiz Romero, con Los caballos del hacha (1971) y el Llanto de los buitres (1971) y Julio M. de la Rosa, con Fin de semana en Etruria (1972). Aunque de igual manera, y desde perspectivas distintas, habían aparecido los nombres de José Manuel Caballero Bonald, consagrado poeta que en 1962 obtenía el Premio Biblioteca Breve por Dos días de septiembre, una novela testimonial muy en la línea de lo que se escribía por entonces; Aquilino Duque, poeta de cuidado barroquismo que hasta 1966 no publicó su primer relato, La operación Marabú y la novela Los consulados del Más Allá y por estos años, La rueda del fuego (1971) y La linterna mágica (1971); Antonio Prieto había venido contribuyendo desde los años cincuenta, con diversas obras de técnica realista,  Buenas noches Argüelles (1956) o Vuelve atrás, Lázaro (1958), para iniciar un concepto narrativo distinto, basado en una concepción intelectual y simbólica apoyada en referencias culturales, particularmente clásicas y así publica en 1972, Secretum. Un nuevo valor en alza, José María Vaz de Soto, que iniciaba una obra con un gran impulso narrativo, El infierno y la brisa (1971), al que seguirán, buscando, un espacio personal, relatos dialogados como Diálogos del anochecer (1972) o Fabián (1977), más tarde.


La respuesta a todo este movimiento pasaba, quizá, por ese colonialismo centenario y a la emigración obligada de algunos escritores, casos de Caballero Bonald o Grosso, quienes habían conseguido, no obstante  introducirse en el marco de una literatura nacional, si bien, un puñado de otros buenos narradores insistían desde su perspectiva geográfica, la andaluza, en nuevos modelos teóricos, nuevos conceptos de crítica y nuevas estructuras narrativas. En realidad, Andalucía, como región y potencia cultural, pretendía ofrecerse como reserva de valores estéticos y constatar la situación real y extrema de los conflictos cotidianos que se venían deduciendo desde generaciones atrás; hecho, además, que aprovecharon ciertos cauces comerciales editoriales para mostrar el boom de la Nueva Narrativa Andaluza, fenómeno que, por cierto, si existió se viene repitiendo aún en nuestros días. Parece, pues, que a estas alturas todavía no estamos en situación de determinar la exactitud de algunos de los conceptos que he venido apuntando en estas líneas, concretamente sobre  el concepto narrativo aunque sí podrían argumentarse algunos sobre cultura andaluza en general, especialmente cuando nuestros mejores representantes  han propendido a una tradicional universalidad que situaría a nuestra región en una constante asimilación de fusión cultural como elemento único constitutivo. Quiza, por todo ello, habría que categorizar diciendo que lo esencial en la creación estética no depende del marco geográfico sino de qué manera el autor se refelja o no en la obra que debe ser siempre más que una intención, un resultado.
Pese a todo y a más de veinte años vista del boom, en palabras de Manuel García Viñó, *hoy, todo ello, constituye un punto de referencia insoslayable que obligó a escribir sobre narrativa escrita en el Sur+, y dio origen, además, como recoge José Antonio Fortes en su ensayo La nueva narrativa andaluza. Una lectura de sus textos (1990), a una abundante bibliografía que responde tanto a las razones políticas y económicas de Andalucía y en concreto a la situación de la novela, además del debate nacionalista de las Autonomías.
Asentada la democracia, los 80 parecen ofrecer, aires nuevos, desde el punto de vista narrativo que consolidan, eso sí, los nombres de muchos de los autores que vengo apuntando, constando, además,  obligada presencia de otros muchos en el panorama narrativo nacional, casos del sevillano Leopoldo Azancot con una serie de obras como Los amores prohibidos (1980), La noche española (1981), El amante increíble (1982), El rabino de Praga (1983), Jerusalén, una historia de amor (1986) o Mozart, el amor y la culpa (1988), el de José Manuel Caballero Bonald, dedicado, casi exclusivamente, a la narrativa y que publicaba Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) o Campo de Agramante (1992), a los que se añaden los nombres de Domingo Manfredi, Antonio Martínez Menchén, Juan José Ruiz Rico, Manuel Salado y José María Vaz de Soto que publicará tres obras más, Fabián y Sabas (1982), Diálogos de la alta noche (1982) y Despeñaperros (1988); el soriano, afincado en Granada, Manuel Villar Raso, con Comandos Vascos (1980), El laberinto de los impíos (1981) o Últimos paraísos (1986), para dar paso, mediada la década, a una serie de autores y obras que significarán la eclosión de una nueva hornada de narradores que, lejos del concepto esgrimido del boom, aparecen en librerías desde ópticas y perspectivas distintas y que, en los veinte años transcurridos, han llegado a tener ya hoy una firme y sólida trayectoria narrativa como pueden ser los casos que aquí  cito: el más significativo el de Antonio Muñoz Molina y su Beatus Ille, publicado en 1986, consagrándose como el más firme valor de la nueva narrativa española, al margen, mismo, de haber nacido en la provincia de Jaén,  haber iniciado su trayectoria narrativa en Granada y vivir definitivamente en Madrid.

domingo, 18 de febrero de 2018

Sabías que...





      “Escribir no es una profesión sino una vocación de infidelidad”.
                                            Georges Simenon

sábado, 17 de febrero de 2018

Isaac Rosa



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AÚN CUARENTA AÑOS DESPUÉS
              
       Mezclar los conceptos de historia y de ficción ha sido práctica habitual en la narrativa de los últimos años. Un ejercicio ensayado por autores de cierto renombre, cuya repercusión editorial ha supuesto que la obra y el nombre del escritor adquiriesen mayores dimensiones o llegase a convertirse en un auténtico best seller. Por otra parte, debutantes en el género han apostado por esta técnica con resultados dignos de mención en el enmarañado panorama novelesco. El caso de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) parece el más reseñable y digno de referir puesto que en El vano ayer (2004), su segunda novela, recurre a contar una historia avalada con abundantes documentos y enriquecida por una exhaustiva bibliografía que corrobora que todo lo anotado en su narración se ajusta, como es habitual, a una verdad histórica.
       Lo sorprendente de este relato es que el autor entra en su propia relación, apela a un lector potencial y, en ocasiones, es interpelado por éste; señala los caminos posibles a seguir en su relato, intercala voces diversas y distintas, ensaya versiones contradictorias de los hechos narrados que incluyen documentos de época, realiza vaivenes de todo tipo y construye una historia que, desde el inicio mismo, el autor se esfuerza en contar sin que para ello sea necesario echar mano de un principio y de un fin; pero todo queda, perfectamente, relacionado con un tejido interno que reproduce esa verdad en que suele apoyarse la ficción, es decir, ofrecer la perspectiva suficiente y el punto de vista narrativo acertado que induce a producir esa incertidumbre de lo expuesto hasta el momento, incluido el desenlace final. Pese todo, la ficción sobresale a una abundante y abultada documentación que llevaría a pensar en una reconstrucción histórica de las actividades clandestinas de la juventud universitaria española de los 60, o una sucesión de acontecimientos y hechos que incluyen los nombres de Aranguren, Tierno Galván, Montero Díaz y García Calvo, modelos, por otra parte, elegidos para reconstruir la vida de simulación de un profesor universitario represaliado al mismo tiempo: Julio Denis, detenido y expulsado del país en aquella época, desaparecido poco después sin dejar rastro, pero que a Rosa le sirve, desde la ficción más pura, para mostrar lo brutal de un sistema policial y lo durísimo del régimen franquista, además de la corrupción moral del momento y, por otra parte, esa nostalgia que sufrieron muchos de los represaliados y de la que con libros como el presente nos vamos curando.
       El joven Isaac Rosa ha escrito una novela (porque pese a su estructura así hay que definirla) para mostrarle a su generación los difíciles años del franquismo, pero sobre todo porque un relato se construye contra esa hegemonía que niega la verdad de una memoria y solo cuando se escribe un relato con una sólida estructura se es capaz de cuestionar e indagar en la medida que aquí se hace. La necesidad de una narración como la presente se podría resumir, perfectamente, en lo que el propio Isaac Rosa manifestaba acerca de su propia obra, el derecho de una juventud a tener una memoria reflexiva, autocrítica y diseccionada de aquellas cosas que algunos muy pronto olvidaron.







EL VANO AYER
Isaac Rosa
Barcelona, Seix-Barral, 2004

viernes, 16 de febrero de 2018

Juan Bonilla



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METALITERATURA


       Juan Bonilla (Jerez, 1966) ha desplegado, desde sus primeras publicaciones, todo su talento narrativo en el arte de lo breve, en el género cuento o relato corto esencialmente. Sus mejores logros incluyen el artículo periodístico. Pero esta atrevida afirmación no conlleva menosprecio para el resto de una significativa obra: la poética, el ensayo o la novela, porque el mundo propio creado por el jerezano en todos estos géneros le han llevado a ser considerado uno de los autores más originales de los últimos años. A recopilaciones como El que apaga la luz (1994), La compañía de los solitarios (1999) y La noche del Skylab (2000), que reúnen poco más de una treintena de cuentos, se suman ahora en El estadio de mármol (2005), una decena más de excelentes relatos habitados, en su mayoría, por singulares personajes que viven una extraña supervivencia no menos intensa.
       Quizá por la propia trama de sus historias, el ángulo elegido por Bonilla para situar sus relatos es el más oscuro de toda una existencia sin que esto presuponga, a priori, una trágica visión de los hechos, aunque otorga esa verdad tangible que se le supone a la sociedad actual: un número importante de desplazados sociales cuyo patetismo vivencial elude apurar, voluntariamente, el escritor para dejar así constancia de su preocupación en forma de literatura. El narrador salva a algunos de sus personajes que sabe desubicados porque, en ocasiones, apelan a los sentimientos de redención. En un programa de radio de confesiones nocturnas el oyente-protagonista lanza contra sí mismo duras acusaciones («Hablar por hablar»), un joven se siente atraído y enamorado de su propia hermana («El dragón de arena»), una mujer inventa que su hijo sigue aún con vida («Encuentro en Berlín»), un hombre imagina atrocidades tras sus numerosas lecturas sobre el Holocausto y cae en un coma («Una montaña de zapatos»), un adolescente descubre aterrado su homosexualidad en la Italia de Mussolini («El estadio de mármol»), el ensayo de una novela fallida sobre un personaje histórico como Judas Iscariote pone de manifiesto la dificultad de una metaliteratura («Una novela fallida»), también está presente el mundo de los juegos de ordenador en («Vitíligo»), un adolescente monta una continua mentira sobre su vida para agradar a los demás («El cuarto de los trastos»), una suicida, en un juego de voces magistrales, intenta vivir sus últimos momentos con todo lujo y esplendor («La desconocida») y un hombre corre en pos el Santo Grial para salvar la vida de su hijo enfermo («El Santo Grial»). En realidad, todos y cada uno de los relatos tratan de reflexionar, bien o mal, sobre la verdad de la ficción y de la realidad, sobre lo verdadero y lo falso de nuestra existencia, algo que el escritor, pese a lo calculado, cuenta en sus historias para que el lector cuando se apropie de ellas las lleve hasta su terreno y las convierta en su propia realidad. El dolor aflora en estos cuentos como si éste formara parte de nuestra propia existencia, y junto a este sentimiento, en igual proporción, el desasosiego, la soledad o la incapacidad para sobrevivir. El cuento es quizá el mejor género que se adapta a nuestra forma de vivir porque nos somete a unas reglas difíciles de seguir y nos exige, inexcusablemente, una atención especial.






Juan Bonilla, El estadio de mármol;
Barcelona, Seix-Barral, 2005.

jueves, 15 de febrero de 2018

Hoy invito a…




María Ángeles Pérez







amaneceres


 

Máscaras

Otro año más aterrizará el carnaval abarrotado de chirigotas, parodias y mucha, mucha diversión. Como fiesta pagana que es son días donde casi todo está permitido, de ahí nuestro afán por ir disfrazados, taparnos el rostro salvaguardando nuestro anonimato y hacernos el firme propósito cristiano de, una vez finalizado, no comer carne y llevar una vida licenciosa durante el tiempo de Cuaresma. A lo largo de nuestra vida, independientemente de que sea Carnaval o no, vamos cambiando de disfraces casi a diario tanto que, a veces, nos podemos convertir en perfectos desconocidos incluso para nosotros mismos. Por cierto, hace tiempo que no participo en esta fiesta. Este año lo haré para recordar viejos tiempos y, en lugar del disfraz típico y macabro de la muerte que está ya muy visto, he decidido ponerme el de la vida. Ninguno me vais a reconocer. Estoy convencida. Eso es justo lo que pretendo.

miércoles, 14 de febrero de 2018

misterio, intriga, pasión



ALGO DE MISTERIO, CIERTA INTRIGA, ABUNDANTES PASIONES


             
        Los conceptos de misterio, intriga, pasión invitan, en un primer acercamiento, a una predisposición relacionada con el mundo de lo inexplicable, lo criminal o policíaco o lo sensual y aún más, a lo erótico y lo sexual, pero en una justificación académica de estos términos llegaríamos a definiciones tales como, «cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar» o, «manejo cauteloso, acción que se ejecuta con astucia y ocultamente, para conseguir un fin» y «perturbación o afecto desordenado del ánimo», respectivamente, y a estas puntualizaciones se unen otras muchas especificaciones que a lo largo de la literatura se han ido cuantificando y ejemplificando en obras de muy variada factura.

        De cualquier forma volviendo la vista a los últimos veinticinco años de producción literaria, esencialmente, narrativa, conceptos como los que tratamos de explicar o al menos de desentrañar como si de una indagación mítico misteriosa se tatara llevaron a nuevas dimensiones cuando se trataba de reafirmar el concepto de ficción y José María Merino, por citar un nombre, es excelente representante y maestro en el arte de lo simbólico, lo misterioso y lo oculto. Buena parte de la intriga y sus ramificaciones, nos la ha proporcionado un género como la novela policíaca desde los míticos autores extranjeros como Simenon, Hammett, Chandler, Cain o Highsmith, para llegar a la recuperación de un género poco ensayado en este país por autores contemporáneos y que en los nombres de Vázquez Montalbán, Mendoza, Madrid, Martín, Casals y anteriormente, González Ledesma o, más recientemente, Silva, se han justificado como una de esas tendencias fructíferas en los últimos años, desarrollando esencialmente, como alguien ha apuntado, el tema de la resolución de un delito o problema, en una estructura piramidal; aunque para muchos sigue siendo la adaptación de un género foráneo considerado como literatura menor y que solo aporta argumento e intriga, a un tema morboso y con un desenlace efectista. Para darnos una idea de la magnitud de este fenómeno, tendríamos que ampliar sustancialmente la lista de autores, sobre todo de aquellos que de alguna manera se han servido de la investigación para plantear el tema: Puértolas, Millás, Chirbes, Martínez Reverte, Muñoz Molina o Tomeo. Y, para la tercera propuesta, la pasión se ha mostrado, esencialmente, en una tendencia discursiva que proponía, a veces desde un lado más o menos erótico, la incorporación de una crítica a la sociedad en general que solía escapar del desencanto a través del amor o de esas normas emocionales de conducta para plantear esas relaciones eróticas que transparentan una realidad prohibida o, en ocasiones, un absurdo vital. La novela pasional tiende a una retórica de representación indirecta, que centra su mirada en la sensualidad y la fisiología, combinada con un proceso sentimental o pasional y que lleva, también, a temáticas heterosexuales, homosexuales, lesbianismo o el incesto matrimonial.
        Si con estas consideraciones nos acercamos a los conceptos de misterio, intriga, pasión, y establecemos un debate, por nimio que resulte, buena parte de nuestro propósito estará logrado, el resto lo dejamos al miedo, la incertidumbre, o esa perturbación del ánimo que se supone corresponde el mundo de la pasión.

martes, 13 de febrero de 2018

Enrique Morón



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LA ESENCIA DE UNO MISMO            
        Enrique Morón (Cádiar, Granada, 1942) posee una amplia experiencia como poeta y dramaturgo, además de como hombre dedicado al noble arte de enseñanza desde su cátedra de Lengua y Literatura Castellanas. Ahora se atreve y logra dar un paso más en su amplia trayectoria literaria y nos entrega, El bronce de los días. Memorias (2003); en realidad, una audacia que solo un hombre como Morón podía hacernos llegar. No es fácil, en la literatura contemporánea, encontrar autores que decidan, cuando ha llegado el momento, ponerse a escribir sobre aquellas cuestiones por importantes o nimias que han conformado buena parte de su vida y, sobre todo, interesar y hacer partícipes de ello a los lectores, ofreciendo buena parte de esa memoria que aún siendo pública pertenece a la esencia de uno mismo. Es, pues, este un acto de escritura de una humildad absoluta porque a lo largo de los sesenta años del autor asistimos, como lectores y amigos, a cada uno de los momentos vividos por el niño, el adolescente, el joven o el hombre maduro en que se ha convertido Enrique Morón; y, por añadidura, celebramos sus éxitos literarios de los últimos treinta años.
        El bronce de los días ofrece, en una prosa ágil, los capítulos que el poeta Mirón ha considerado más interesantes y relevantes o incluso, los más insignificantes, que conforman su existencia desde esa temprana edad a donde nos devuelve en su pueblo natal Cádiar, pasando por años difíciles de una adolescencia dura, su incorporación al mundo universitario o los momentos de gloria y celebración de sus éxitos literarios y publicación de sus principales obras, Paisajes del amor y el desvelo (1970), Odas numerales (1972), su Poesía reunida (1970-1988) (1988) hasta Inhóspita ciudad (2002), tres décadas de una entrega a la poesía como queda manifiesto en las mejores páginas de estas memorias fragmentarias. Tampoco olvida el poeta, en un extenso repaso los momentos vividos tanto en el pueblo como en la ciudad de Granada, enumera a los hombres y a los amigos que han compartido con él buena parte de esos años; conserva aún hoy, el poeta, el recuerdo y la amistad de muchos ellos: algunos le deberían otorgar gratitud eterna porque se diluyen por estas páginas de una manera abundante. Sobresale, entre los abundantes datos que ofrece el escritor la manera de contar, ese humorismo que salpica unas páginas que de otra forma se volverían tediosas e imposibles de pasar; existe mucha hondura en el recuento de una vida que se ha prodigado en numerosos acontecimientos dignos de resaltar, aunque se reseñan momentos de algunos contratiempos, de cierta mesura, cuando recuerda tanto a los seres queridos como a los amigos desaparecidos; sobresale, eso sí, el ingenio de una autor que justifica tanto su vida como su obra. No puedo estar de acuerdo con el autor cuando en las últimas líneas de sus memorias cierra el volumen y no deja pie para un segundo, se despide y afirma que con este libro, cuando ya no esté en este mundo, al menos sus versos inicien ese viaje sin retorno hacia los oscuros senderos del olvido. Este libro, y el corpus que forman tanto sus entregas poéticas como sus producciones dramáticas, formarán parte de ese legado universal que todo autor otorga a la humanidad allá donde siempre pueda ser leído.
EL BRONCE DE LOS DÍAS
(Memorias)
Enrique Morón
Port Royal, Granada, 2003