ROMA,
PELIGRO PARA VISITANTES
Nunca he estado en Roma.
Jamás he visitado la Ciudad Eterna. Si
como dicen, todos los caminos conducen a Roma, o Roma es todos los caminos, el
mío jamás se ha cruzado con ninguno de ellos. Pese a la realidad de este hecho,
hoy sería muy fácil mentir o realizar un recorrido virtual por las calles y las
piazzas de una ciudad de milenario pasado histórico que, pese a
incongruencias tecnológicas contemporáneas, resiste con su belleza en el
tiempo.
La ciudad de Roma se ha convertido para
mí, con el paso de los años, en un pasado cinematográfico, vivido intensamente
en las salas matinales de un cine Capitol, en aquellos dorados años de una
niñez repleta de aventuras materializadas en películas de romanos. Transcurrido
un tiempo prudencial, justo el que otorga la perspectiva, he ido edificando mi
visión de la ciudad con las suficientes imágenes como para, a estas alturas de
mi vida, asegurar que, de alguna manera, siempre he visitado Roma: la
legendaria, y la más contemporánea. Asistía con entusiasmo infantil a las
escenas de guerra de Ben Hur (1959), cuando el actor Charlton Heston,
tras la batalla en el mar, salvaba al Cónsul de Roma, y entraba poco después
triunfante en la ciudad imperial como su hijo adoptivo, al tiempo que
desafiaba, en una sangrienta carrera de cuadrigas a su enemigo, Mesala. En ese
tiempo en que uno es enamoradizo sufrí, durante bastantes películas, una
inalcanzable sensualidad sobre una angelical Georgia Moll, amante de
aventureros inolvidables. Tarde he comprendido el mensaje de una película como Spartaco
(1960): el mayor desafío de un esclavo al Imperio, porque su director, Kubrick,
otorgaba a su historia un toque intelectual que entonces no entreví. Admiré la
majestuosidad escenográfica y ambiental de La caída del Imperio romano (1964).
Por aquellos años, por supuesto,
ignoraba el significado del término «dolce vita», del simbolista Federico
Fellini (1960), y nunca podré olvidar la escena del baño nocturno más erótico
que nadie antes hubiera podido imaginar: la espectacular Anita Ekberg invitando
entrar a Marcello Mastroianni a zambullirse en una de las más famosas fuentes
de Roma: la Fontana
de Trevi.
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