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METALITERATURA
Juan Bonilla (Jerez, 1966) ha desplegado,
desde sus primeras publicaciones, todo su talento narrativo en el arte de lo
breve, en el género cuento o relato corto esencialmente. Sus mejores logros
incluyen el artículo periodístico. Pero esta atrevida afirmación no conlleva
menosprecio para el resto de una significativa obra: la poética, el ensayo o la
novela, porque el mundo propio creado por el jerezano en todos estos géneros le
han llevado a ser considerado uno de los autores más originales de los últimos
años. A recopilaciones como El que apaga la luz (1994), La compañía
de los solitarios (1999) y La noche del Skylab (2000), que reúnen poco
más de una treintena de cuentos, se suman ahora en El estadio de mármol
(2005), una decena más de excelentes relatos habitados, en su mayoría, por
singulares personajes que viven una extraña supervivencia no menos intensa.
Quizá por la propia trama de sus
historias, el ángulo elegido por Bonilla para situar sus relatos es el más
oscuro de toda una existencia sin que esto presuponga, a priori, una trágica
visión de los hechos, aunque otorga esa verdad tangible que se le supone a la
sociedad actual: un número importante de desplazados sociales cuyo patetismo
vivencial elude apurar, voluntariamente, el escritor para dejar así constancia
de su preocupación en forma de literatura. El narrador salva a algunos de sus
personajes que sabe desubicados porque, en ocasiones, apelan a los sentimientos
de redención. En un programa de radio de confesiones nocturnas el
oyente-protagonista lanza contra sí mismo duras acusaciones («Hablar por
hablar»), un joven se siente atraído y enamorado de su propia hermana («El dragón
de arena»), una mujer inventa que su hijo sigue aún con vida («Encuentro en
Berlín»), un hombre imagina atrocidades tras sus numerosas lecturas sobre el
Holocausto y cae en un coma («Una montaña de zapatos»), un adolescente descubre
aterrado su homosexualidad en la
Italia de Mussolini («El estadio de mármol»), el ensayo de
una novela fallida sobre un personaje histórico como Judas Iscariote pone de
manifiesto la dificultad de una metaliteratura («Una novela fallida»), también
está presente el mundo de los juegos de ordenador en («Vitíligo»), un
adolescente monta una continua mentira sobre su vida para agradar a los demás
(«El cuarto de los trastos»), una suicida, en un juego de voces magistrales,
intenta vivir sus últimos momentos con todo lujo y esplendor («La desconocida»)
y un hombre corre en pos el Santo Grial para salvar la vida de su hijo enfermo
(«El Santo Grial»). En realidad, todos y cada uno de los relatos tratan de
reflexionar, bien o mal, sobre la verdad de la ficción y de la realidad, sobre lo
verdadero y lo falso de nuestra existencia, algo que el escritor, pese a lo
calculado, cuenta en sus historias para que el lector cuando se apropie de
ellas las lleve hasta su terreno y las convierta en su propia realidad. El
dolor aflora en estos cuentos como si éste formara parte de nuestra propia
existencia, y junto a este sentimiento, en igual proporción, el desasosiego, la
soledad o la incapacidad para sobrevivir. El cuento es quizá el mejor género
que se adapta a nuestra forma de vivir porque nos somete a unas reglas
difíciles de seguir y nos exige, inexcusablemente, una atención especial.
Juan
Bonilla, El estadio de mármol;
Barcelona,
Seix-Barral, 2005.
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