Vistas de página en total

viernes, 29 de mayo de 2020

Cuaderno en blanco



Mayo


       Los primeros días de calor intenso, y abundante sol que nos trae aires de primavera. El ritmo de la vida sigue lento, muy lento, en ese estado de alarma que se prolonga hasta final de mes con la única idea de vencer a un virus que se ha adueñado de nuestras vidas.
       Las lecturas siguen acompañando mi vida, un clásico que reconforta, Ford Madox Ford, El buen soldado, excusa para escribir un extenso pequeño ensayo sobre el autor y su obra.
       Vuelve una tenue lluvia estos días que nos refresca aunque la pandemia nos acompaña y no nos deja tregua alguna; la fase 1 da comienzo con algo más de libertades. Y hoy, 14, el Heraldo de Aragón, Artes & Letras, publica mi reseña a los cuentos de Ángel Olgoso, y Turia, el gran Raúl Maícas, me sorprende con un nuevo encargo, la última novela-obra de Alejandro Zambra, Poeta chileno, que deberé entregar para el siguiente número de la revista de Teruel, allá por el mes de julio; una suerte y aventura de buena literatura, sin duda.
       El calor ha vuelto para quedarse, entramos en la fase 2 con algo más de libertades, y la sorpresa de que vuelve, al menos, una vez al mes, Cuadernos del Sur, doble noticia agradable, el valor de la cultura y la necesidad de curiosear el suplemento.
      

martes, 26 de mayo de 2020

Andrés Neuman


…me gusta
                                     Poética del cuerpo
                           

       
       Las ciencias experimentales hacen una descripción del cuerpo como una realidad física, tan tangible como ponderable, y proponen una descripción básica cuando hablan sobre el complejo organismo en el que desempeñan un papel relevante las disciplinas que describen procesos relacionados con lo corporal y lo mental: estudios de biología, medicina, farmacología, psicología, química, o por extensión ese concepto literario que nos sumerge en la historia del pensamiento filosófico como evidencia de una notoria preocupación analítica sobre la problemática del cuerpo humano, que reivindica su propia libertad, un punto de encuentro que, según Andrés Neuman, es lo más primitivo y lo evidente. Para el autor es el espacio de nuestras certezas, nos regala una fantástica reflexión que roza la fábula sobre nuestra forma de mirar y de ser mirados, de desear y de ser deseados, de amar y ser amados; así Anatomía sensible (2019) se convierte en ese libro evidente donde tacto y oído dirigen el conjunto, responsable de nuestra libertad o de nuestra abnegación, confirma nuestras decisiones a cada paso y desde los inicios de nuestra evidente expresión más comprometida, blanco al que históricamente apuntan las represiones.
       Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) construye un discurso propio sobre la autopercepción, capacidad que nos lleva a reconocer nuestras virtudes y defectos, a discernir sobre nuestro estado afectivo. El concepto de la autopercepción es subjetivo, discrepa con la realidad en tanto concepto desvirtuado de lo que somos, o de nuestra forma de mirarnos, y de esa provecta relación que, con el tiempo, establecemos para acercarnos a los demás. Este volumen, Anatomía sensible, se convierte en un aparente manual con ambiciones científicas, un texto político y literario que describe toda la anatomía con una estética que desmitifica nociones equívocas, con una prosa aderezada con ese humor a que nos tiene acostumbrados el argentino, y nos invita a reflexionar sobre las diferentes formas de autocontrol, en una absoluta variedad de perspectivas, a que se exponen cada uno de nuestros órganos y extremidades, así como sobre su propia libertad porque, entre otras premisas, en el cuerpo humano todo es íntimo, puede y debe ofrecer una visión sin prejuicios, así lo ha entendido Neuman, y normaliza todos esos rincones periféricos que evidencian zonas y desborda cualquier identidad canónica.
       Este es un libro distinto, con esa peculiaridad de inclasificable, un arriesgado trabajo que trasciende los géneros, que nos absorbe intelectual y emocionalmente gracias a su poderoso concepto heterodoxo que enfatiza en cada de sus capítulos o descripciones corporales, su firmeza frente al retoque compulsivo a ese excesivo culto y pudor de lo privado y aún más de lo erótico, y que como ensayaba el autor en otras propuestas puede presentarse como una enciclopedia ordenada en torno a las diversas partes del cuerpo. Neuman despliega su característica riqueza imaginativa y construye una visión no configurada de lo que somos, de lo que es nuestro cuerpo, de lo que no es: territorio de incertidumbres donde las dudas y opiniones ajenas apenas cuentan; ofrece enjundiosas aseveraciones y cuantificaciones sobre los diversos métodos de control estético y político a que nos somete una sociedad puritana y poco edificante; invita a rebelarnos a una visión unidimensional del cuerpo femenino y masculino, donde músculos y huesos, vagina y pene, cabeza y extremidades forman parte de un engranaje más profundo que conecta con lo maravilloso, lo insólito, con lo que somos y habita en nuestro cuerpo.
       Neuman parte de la piel, paisaje portátil, y se adentra en las diversas regiones del cuerpo a las que otorga un absoluto protagonismo y muestra un empeño plural al describirlas, presupone esa dominante magnitud de la cabeza, donde empieza y concluye la persona, anota esa implacable reciprocidad que la une al individuo, pacto de absoluta certidumbre; objeto de incansables atenciones: el cabello. La vagina ha superado ese concepto histórico, concreta su espacio, y sugiere que la imagen del pene se ha convertido a lo largo del tiempo en un auténtico autorretrato, y en ambos procesos figura el placer de la ausencia; la barriga, región que mejor combate su soberanía; el ombligo minúsculo, de una dimensión insólita; la pierna como unidad de sentido, y su bisagra, el tobillo; el pie nos dicta dónde y cuándo y, añadamos, el talón que lo soporta con un estoicismo afín; el cuello o periscopio del yo descansa en la espalda, tensión del arquero; los pectorales pétreos han sufrido el cincel del artista, por su poderío, franqueza y valentía, menos prominentes que el iconográfico pecho femenino. Se nos brinda en este recorrido corporal el asombro y la duda, los textos se acercan más a la poesía que al discurso enciclopédico, el todo representa la búsqueda de la verdad, no su confirmación.    
       El cometido fundamental de los hombros que se elevan en una interrogación se apodera de nuestro cuerpo; la axila demuestra su vocación de escondrijo, y el brazo es una extremidad de extremos, cumple misiones diferentes con una libertad que las piernas jamás soñarían; la disyuntiva de las manos, ¿dan o toman? ¿atesoran o usurpan?; la cadera, triángulo sometido a continuas tensiones que forman el deseo, la posesión y la autoafirmación; las nalgas dominan el arte de la última palabra, se pasean cual una objeción; y desde el punto de vista articulatorio, el ano se convierte en ese aparato crítico en torno al cual se acumulan más pliegues que su propio objeto de estudio; del pentagrama de la frente cuelga una clave de sol, por forma y contenido, la oreja pide música, caprichosa, la boca habla en nombre del cuerpo entero; la mandíbula desempeña misiones destructivas, mastica, canta, ríe, crea arrebato, se presta al sexo oral, pero sin mandíbula no habría persona; vanguardia exenta, la nariz se adelanta a su tiempo, la sien se supone ese pozo donde abreva el pensamiento; el ojo no pertenece al cuerpo, sino a su probabilidad de representación, el párpado desaparece para que creamos lo que vemos, y llegamos al final que subraya ese multicuerpo con que calificamos, el alma: flexible, afilada, poco obvia, al tiempo que locuaz, catadora, huidiza, se estira cuando desea y se repliega cuando teme; por eso somos incapaces de abarcarla por razones invisibles.








Andrés Neuman, Anatomía sensible; Madrid, Páginas de Espuma, 2019.

Adiós a...



      Muere Jesús Pardo, un referente de la autoficción salvaje, autor de ‘Autorretrato sin retoques’, fallece en Madrid a los 93 años


       Jesús Pardo (Torrelavega, Cantabria, 5 de mayo de 1927-Madrid, 22 de mayo de 2020) fue un periodista, escritor y traductor políglota español.

Las novelas de romanos

       La curiosidad radical de Jesús Pardo le hizo moverse entre varios géneros. Desde el territorio de la infancia retrata su ciudad en obras como 'Ahora es preciso morir' o 'Ramas secas del pasado'. Otras novelas a destacar son 'Cantidades discretas' y 'Eclipses'. Además exploró la vertiente histórica, concretamente la época de los romanos con 'Yo, Marco Ulpio Trajano', 'Aureliano' y 'La gran derrota de Diocleciano'. Y cultivó el ensayo y la poesía. Dedicó libros a escritores que le fascinaron como Dante o Walt Whitman, pero también aborda asuntos que conoció como periodista en 'La crisis comunista de los países del Este', en 'Conversaciones en Transilvania' o en 'Las damas del franquismo'. Entre sus poemarios destacan 'Faz de fauces del tiempo' o sus 'Gradus ad mortem', en cuatro entregas.

sábado, 23 de mayo de 2020

Sabías que...





     “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”.
                                                    John Llarke

jueves, 21 de mayo de 2020

Guía de viaje


… me gusta            

El viaje símbolo de una existencia
                        
      Antonio Tejedor García recorre una ciudad y una provincia desconocida que sorprende por su belleza.


                    
       Una guía de viaje ofrece datos, informaciones precisas sobre monumentos, historia, museos y horarios, o dónde comer y dormir; un libro de viajes es otra cosa, un bisturí que disecciona momentos en el tiempo. Una mirada que se empapa del paisaje, desnuda a las gentes y comprende sus vivencias e inquietudes, un trazo sobre un lienzo blanco. Un buen libro de viajes aporta sensaciones y reflexiones que, una vez en el destino, enriquecen la experiencia y permiten encajar todo en su contexto. Sin esta precisión, los viajes son una sucesión de días y lugares sin apenas sentido. El viaje es uno de los temas recurrentes en la literatura universal, presente en la Biblia, la Odisea o el Corán, ha posibilitado que otros muchos géneros literarios, la novela bizantina, de caballerías o picaresca, formen parte de una interminable lista viajera. El viaje como signo de existencia, experiencia del intelecto o del ánimo, como fuente de conocimiento, porque un viajero que conoce de antemano el sitio o lugar al que viajará, se ha documentado sobre sus costumbres y su cultura, buscará un punto de vista diferente, nunca condicionado por ideas y prejuicios; ese libro de viaje es la interpretación del lugar al que se va, añade la difusión particular de esas experiencias y observaciones mediante un proceso selectivo que condiciona la visión de un viaje particular.
       Los motivos del viaje difieren según la época y el lugar de procedencia del viajero, será diferente la visión que le proporcionarán los espacios visitados a través de su mirada; variable el género que se adopta para contarlo: crónica, diario, relato, o correspondencia familiar y amistosa, formatos valiosos como fuente documental; sobresale el calificado de viaje sentimental porque en ese periplo predomina la afección, ese ánimo o disposición emocional hacia cuanto se siente por hechos, cosas o personas. Y de este tipo de viaje hablaríamos cuando abrimos, Zamora, un viaje sentimental (2019), de Antonio Tejedor García, un viaje que parte de Fuentespreadas, cuna y origen del autor, a las diferentes zonas de la provincia. El escritor nos habla, cuenta su historia y la vida de las personas que habitan esos lugares donde recala en su periplo, pero señala que ninguno como el pueblo, el lugar donde nació, creció y al que regresa siempre, y que ha ido adelgazando y se suma a esa calificada. “España vacía”, que tanto ha dado que hablar, daña costumbres, tradiciones, y modos de vida; aunque el volumen, Zamora, un viaje sentimental, se convierte en ese espacio que siempre llama, donde uno descubre nuevos rincones. Zamora y provincia, sus paisajes, sus pueblos, su historia; sobre todo, su gente, sus costumbres y su cotidiano quehacer, su gastronomía y ese vino que degustamos con el viajero, raíces que se hunden en la tierra amada. Tejedor García sabe que conocer un lugar va mucho más allá de la visita turística, de pasear por sus calles y patear espacios, disfrutar las llanuras inmensas, o del arte legado por antepasados. Y así, mucho de todo eso aparece inevitable en el minucioso recorrido por una provincia y sus rincones; lo más interesante esa combinación entre lo docto y lo anecdótico que comparte el sentimiento del viajero, ese don de gentes del narrador cuando convive con los parroquianos de los pequeños lugares visitados, nos invita a conocerlos en su medio más próximo, y lo mismo hará con amigos y familia. Este viaje sentimental es una suerte de lección de Historia y Literatura que evoca personajes como Viriato, el rey Sancho y Bellido Dolfos, o Villafáfila, escenario donde Fernando el Católico y Felipe el Hermoso sellaban la locura de doña Juana I de Castilla que le impediría reinar; los versos de Claudio Rodríguez, Jesús Hilario Tundidor y León Felipe; dosis de costumbrismo que invitan al curioso lector a sumergirse en estas páginas, a aprender de la sabiduría del zamorano, y una vez todo asimilado, anotar en nuestra agenda cuál será el destino de nuestro próximo viaje.
       Este libro quiere ser una invitación, una tarjeta que motive nuestra visita: Fuentespreadas, Toro y alrededores, la Zamora de juventud y de madurez, la ribera del Montoya, tierras de Sayago, Alba y Aliste, Tierra de Campos, Benavente, Sanabria, un extenso índice donde recalar, colegiatas, monasterios, castillos y soportales de plazas de arte románico que se funde con un modernismo, y late en el corazón de quienes aguantan el paso del tiempo, nadie sabe bien cómo; gente trabajadora, amable, amiga de una charla en mitad de la calle, alrededor de un vaso del mejor vino y una tapa de queso de oveja o cualquier cazuela de casquería, manjares sabrosos y variados que se mantienen como reliquia de otros tiempos.







Zamora, un viaje sentimental
Antonio Tejedor García
Valladolid, Agilice Digital, 2019


miércoles, 20 de mayo de 2020

Juan Villoro


… me gusta
                                UNA VOLUNTAD METAFÍSICA 

  
                   
       El ensayista, cronista y narrador mejicano Carlos Monsiváis realizaba un balance de los cuentistas más representativos del siglo XX en Lo fugitivo permanece. 20 cuentos mexicanos (1989) antología que reunía relatos publicados entre 1934 y 1984 de escritores nacidos en la primera mitad del siglo XX: Juan de la Cabada, José Revueltas, Edmundo Valadés, Ricardo Garibay y el indispensable Carlos Fuentes; incluye a otros de transición, Guillermo Samperio, nacido en 1948, y a un autor de la generación siguiente que había publicado tres libros de cuentos: Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), La noche navegable (1980), Albercas (1985) y Tiempo transcurrido (1986). El antólogo menciona a varios autores que destacaban en aquellos años y ubica a Villoro entre sus compañeros de promoción: María Luisa Puga, Agustín Ramos, Alberto Huerta, Ignacio Betancourt, Luis Zapata, Arturo Ramos, Salvador Mendiola, Emiliano Pérez Cruz, Eduardo Medina y David Martín del Campo, entre otros.
       Villoro destacará por sus diferencias frente a los autores que lo han precedido, desde un México más tradicional hasta una sociedad de masas, papel que le corresponde al joven narrador, su visión de ese México ya no depende de los ambientes rurales sino que recrea rasgos culturales urbanos. Significativa la proporción que, con los años, ha alcanzado su obra, rica y variada: cuento, novela, ensayo y tentativas en la narrativa infantil y juvenil. Sus primeros libros recibieron muestras de admiración, anunciaban un acusado tratamiento psicológico en sus personajes, su narrativa breve crea una atmósfera sugestiva, abunda en alusiones y elipsis que conducen a un estilo mesurado que lleva a sus textos a un virtuosismo pleno; singular su voluntaria caracterización por ofrecer individualidades, personajes solitarios que pueblan, con su actitud, un universo muy variado, se mueven en escenarios reconocibles y alternativos, aunque la segunda caracterización, dota con esa voz única relatos que se articulan en un mismo sentido literario: la reflexión, en primera persona, explora cómo hablan en cada momento estos seres inventados. El propio Villoro se niega a buscar la trascendencia a través del acto puro para contar historias; no deben narrarse grandes verdades, ni crear héroes explícitos o implícitos, los personajes son caricaturas de falsos héroes porque los protagonistas de sus historias se enfrentan diariamente al aburrimiento, al fracaso y al vacío.
       Juan Villoro revisa la condición mediática del mundo contemporáneo con una irónica visión, reivindica el espacio lírico como sustrato en el caos histórico; El testigo (2006) y Arrecife (2012) son novelas ambiciosas, pero consciente de que la brevedad del discurso de la novela corta provoca mayor complejidad en el momento de desenvolver la trama de una historia, entregaba Llamadas de Ámsterdam (2007), una nouvelle, o la historia de una pareja que decide crear un país imaginario donde su amor prevalezca; e insistió en su reflexión sobre el desorden del método expositivo y las relaciones amorosas con Conferencia sobre la lluvia (2015) un monólogo o confesión sobre la improvisación.
       La editorial palentina, Menoscuarto, en una propuesta de excelencia narrativa, recupera ambos textos en un volumen, Dos amores perdidos (2019), título que evidencia la consideración de sus protagonistas sobre el fracaso de las relaciones amorosas. La primera novela Llamadas de Ámsterdam cuenta la historia de Juan Jesús y de Nuria, una pareja que en la brevedad de la narración están tan lejos y tan cerca como dos personas pueden estarlo en la experiencia del amor. El protagonista masculino es diseñador, un artista frustrado, un creador incomprendido en quien creyeron dos personas que ya no forman parte de su vida, lo han dejado sin lugar y casi sin identidad. Villoro retrata un hombre débil e inofensivo a quien una ruptura modifica su existencia; su pasividad para aceptar un destino que le da la espalda lo atan a un pasado del que no ha podido salir y a ese concepto de artista que ya no es, y que como se intuye nunca fue. Nuria es la mujer resuelta cuyas decisiones trazan el rumbo de su destino y el de Juan Jesús. Retrato de la mujer que rehace su vida después de la ruptura, le habla desde el otro lado del teléfono lanzándole imágenes y situaciones pasadas de nostalgia, frases que juegan y coquetean con los recuerdos de ambos. Una historia de amor así no deja indiferente a cualquiera, si a medida que avanzamos no supiéramos que Nuria es una víctima, en concreto de Felipe Isidro Benavides, su padre, el hombre que abarca y controla todo en la vida de sus hijas, la figura paternal en un sentido freudiano que determinará el futuro no solo de su hija, sino el de Juan. Y se añade El Tornillo Lascuráin, un enigmático hombre entrometido burdo y burlesco que juega un papel decisivo en el sentido final de la historia de un amor, lugar fértil para la memoria, la nostalgia, y el redescubrimiento. Villoro traza episodios de humor, escribe una narración breve y desenvuelta, y abundan los silencios que, de alguna manera, suple Juan Jesús, su personaje principal. 
       Un conferenciante, un bibliotecario solitario y taciturno al que han encargado una charla, va a hablar sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia, pero pierde sus apuntes y, una vez frente al público, nervioso, se verá obligado a improvisar. El protagonista no renuncia a la conferencia, transforma su desorden en método expositivo y comienza hablar de sí mismo, y a citar a todos aquellos poetas que iban cambiando sus versos según el clima. En realidad, Conferencia sobre la lluvia es un discurso que entremezcla ese concepto de hablar en público y la propia confesión, se traduce en un monólogo teatral que versa sobre la vida de los libros y las emociones que estos despiertan. La intimidad de la lluvia se transforma en la intimidad del personaje, que va desgranando sus filias y fobias mediante un intermitente goteo. Las palabras, como en cualquier chaparrón, se precipitan sin aparente estructura previa. Estamos, pues, ante un género clásico, la digresión, territorio que acoge como pocos la intemperie.







Juan Villoro, Dos amores perdidos; Palencia, Menoscuarto Ediciones, 2019.

domingo, 17 de mayo de 2020

Caricaturas


Virginia

                                                                                                                        Woolf

sábado, 16 de mayo de 2020

Ya vamos por...

una cifra grande, grande... 310.000 visitas...


                                  gracias, una vez más.

viernes, 15 de mayo de 2020

Nuria Barrios


…me gusta

                              ESA DELGADA LÍNEA
                       
  


       La nueva novela de Nuria Barrios (Madrid, 1962) cuenta, en esencia, la búsqueda de una hermana, enganchada al crack y la heroína, que un joven realiza en un poblado chabolista cercano a Madrid, y es así como Todo arde (2020) se convierte en un estremecedor descenso a los infiernos cuya trama nos recuerda a un Orfeo en su viaje al inframundo en busca de Eurídice. Los protagonistas, en esta historia, son Lolo, un adolescente de dieciséis años y su hermana mayor, Lena que, como sabremos a lo largo del relato, ha vivido los duros momentos de la crisis y ha rechazado y renunciado a varias terapias, y tiempo atrás ha dejado el domicilio familiar; durante el día merodea por el aeropuerto de Barajas, donde lleva a cabo pequeños robos para costearse sus dosis; por la noche se instala en el poblado chabolista, y hasta allí la acompaña Lolo tras dar con ella e intentar que vuelva con él a casa, pero donde permanece a lo largo de toda una noche, sacudido entre su empeño por salvar a Lena y los sucesos que van sobreviniendo: algunos derivados de la simplicidad de la vida cotidiana y anodina que transcurre en el poblado, otros que se parecen a una intriga con un evidente final trágico pero cuyos resortes ninguno de los dos protagonistas ha desencadenado.
       La historia, narrada en tercera persona, se desarrolla entre el atardecer y finaliza cuando amanece, porque Lolo ha entrado en el poblado de chozas grises y de miseria convencido de que podrá sacar a su hermana Lena del oscuro futuro que tiene ante sus ojos cuando esta le promete que volverá con él y dejará su adicción. Entre los encuentros que va experimentando en su camino uno de los agradables será con Fuga, una cachorra de Pitbull que se encariña con él y lo sigue, pero lo esencial es que durante esa noche Lolo descubrirá las razones por las que su hermana necesita de ese lugar, de esa gente, y llegará a comprender los retorcidos hilos que sostienen a tantos enganchados que se atrincheran en un inexplicable vacío con la vista puesta en un presente de desenlace confuso. Durante toda la noche Lolo intenta recuperar a su hermana para reconstruir una idea de casa y de familia, lejos de las mentiras, olvidándose de ese continuado silencio de los padres, de la oscuridad de una infancia dolorida, del miedo a pronunciar las palabras adecuadas como queda plasmado a través de su tartamudez; Lolo quiere vislumbrar esa luz esperanzadora a toda costa, y cree que es posible un futuro para su hermana y para él, quiere pensar que la vida no puede terminarse en ese infierno. Pero a medida que se adentra en las fauces de aquel lugar entiende finalmente a su hermana: allí no importan esas costras que causa la droga, porque todos las tienen, allí nadie es raro porque el resto también lo son. Y sin embargo, los argumentos y explicaciones de su hermana no le llevan a darse por vencido, y perdido deambula hasta volver a encontrarla.    
       Nuria Barrios ha sido capaz de mantener el pulso de un relato equilibrando esa alternancia entre el atractivo relato épico en su sentido más humano y la representación veraz del inquietante mundo del poblado a través de pequeños episodios o cuadros protagonizados por un curioso y variado número de personajes que se reparten entre todas las edades y condiciones, Moja y Mikis, la gran Esma, los Culata y los Tiznaos, Noe y el Piojo, Popeye y el Tino, toda una galería de normalidad ante el desastre. La imagen que proyectan las hogueras en la oscuridad hace que esas tinieblas que envuelven al poblado se conviertan en ese elemento destructor que conlleva cierta catarsis, porque uno y otro elemento van de la mano y brillan aún más en la oscuridad del relato. Las peripecias de los personajes se cuentan con moldes narrativos que por lo general se ajustan a la naturaleza de un mundo turbio y espeso, onírico e irreal que refleja, deformándola, la vida diurna y para ellos normal y, de manera especial, los lazos, las emociones, los sentimientos y los intereses que sostienen las relaciones humanas y familiares: desde el interés y el desprecio, el amor o la compasión hasta sustentar la tiranía o el abuso del poder hacia los más débiles.
       La descripción del espacio y el ambiente es de una impecable visibilidad, y seguir a Lolo resulta extenuante por momentos en esa evidente muestra de sordidez y de mezquindad de la atmósfera ambiental. La variedad de tipos, a quienes vamos conociendo a través de los sucesivos momentos de una curiosa intriga impulsa y acelera la acción, y no menos asombroso y apreciable el adecuado léxico que los define y caracteriza por su condición social y el perfil psicológico que les ha adjudicado la narradora, cuando transcribe un lenguaje adecuado que alimenta por los abundantes símiles que Barrios maneja y adecua bastante bien en cada momento.
       La autora dosifica la información transmitiéndola a su debido momento, por lo que aunque la obra tenga un ritmo pausado y los capítulos sean largos, el lector nunca deja de perder el interés en ninguno de ellos. Destacable cómo la intriga se eleva desde el prosaísmo inicial hasta el presunto trágico desenlace que queda en un supuesto final evidente y resulta un acierto porque se preserva la sugerencia.
      









TODO ARDE
Nuria Barrios
Madrid, Alfaguara, 2020

miércoles, 13 de mayo de 2020

José Saramago


    … me gusta 
         Una pandemia 25 años después de Ensayo sobre la ceguera





       José Saramago fue, a lo largo de su existencia, un autor crítico con el mundo, inquieto e insatisfecho con la vida, un hombre que miraba su entorno y lo recreaba en sus vivencias más cercanas y en su propia literatura, y llegó a afirmar: “No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, no en la satisfacción de las necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad íntima. La tierra está rodeada por miles de satélites, podemos tener en casa cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le conviene esencialmente para su felicidad. Vamos hacia los 500 canales y ¿para qué nos sirve? ”. Para Saramago la idea de la literatura es la de un arte comprometido y global, capaz de integrar géneros y difuminar las fronteras entre estos sin caer nunca en el caos más absoluto, pero sobre todo defiende cada uno de los resquicios de humanidad que desde el origen de los tiempos alberga el individuo; tal vez por eso, su capacidad de fabulación, y en un amplio sentido su producción total, narrativa, relato, poesía, teatro, ensayo y crónica, aúna tanto cualidades líricas como épicas, y no falta en ella la crítica y la parábola de contenidos, porque desde sus comienzos ha gozado de una fertilidad imaginativa y temática que hacen de su lectura un continuo descubrimiento, un conocimiento de la tierra y sus gentes sin cuyo ingrediente no parece concebible su novelística que, a lo largo de las décadas, ha resultado tan histórica como contemporánea.

Una pandemia

       La novela Ensayo sobre la ceguera (1995) es la historia sobre una gran pandemia, una epidemia ocular, que el propio José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) calificaba de “ojodependiente”, una enfermedad que padece la sociedad moderna, una sociedad sometida a una ceguera colectiva, donde al hombre se le cataloga como un ente industrial y comercial con una sola y sesgada posición frente a los avatares de la vida. Se asiste a una gran peste, a un calificado SIDA óptico que se expande sin piedad, y el relato se traduce en el retrato colectivo de una sociedad confundida y aturdida que tuvo “que enfrentarse con lo más primitivo de la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio”. La idea acerca de la formación del hombre queda plasmada en esta obra porque a través de la novela, Saramago busca confrontar al lector con la realidad, y así determina su concepción sobre el mundo como una experiencia misma; pero lo importante, y definitivo, los personajes sufren una transformación tanto individual como colectiva. 
       Saramago basa casi toda su obra en el aspecto emocional de sus personajes, crecerán a través de una larga y profunda reflexión, el hombre evoluciona primero en su interior y después se exterioriza en determinadas acciones, como el caso de la protagonista, la única vidente y esposa del médico, testigo de la hecatombe urbana. Para el narrador el concepto del amor se afianzará en dos propuestas: la ética del amor y la solidaridad. La locura es, para el autor, una metáfora recurrente y, por consiguiente, lingüísticamente, será fácil encontrar a lo largo del texto esta palabra repetida; y entre las muchas dimensiones que podemos evidenciar en la obra, el concepto mismo carece de significado, no se le encuentra respuesta, no se le atribuye un concepto; en realidad, será reconocido falsamente como lo desconocido, la razón no importa cuando de amor se está hablando, y entonces será asociado con la locura.
       Las alegorías que el escritor plantea en Ensayo sobre la ceguera resuenan hoy más que nunca, cuando el mundo se enfrenta a una ceguera colectiva, a sus innumerables desaciertos y equivocos; quizá por eso, Saramago exacerba los aspectos negativos que caracterizan a la humanidad: la crueldad, la deshumanización y la incomprensión, para luego mostrar que la solidaridad es la única cura válida a las plagas. Cuando el primer ciego visita a un oftalmólogo, este es incapaz de encontrar la causa de la ceguera, y tras minuciosos exámenes los ojos parecen “en perfecto estado, sin la menor lesión, reciente o antigua, de origen o adquirida”. El verdadero problema de esta ceguera no es su origen desconocido sino su alto grado de contagio, su tendencia a expandirse entre la población como un simple resfriado, y poco a poco el mundo va cayendo en la ceguera, sin que ninguna precaución posible pueda evitarlo. El oftalmólogo esbozará una especie de explicación que no establece la causa ni en los ojos, ni en lo físico, sino en el cerebro: “los ojos no son más que unas lentes, como un objetivo, es el cerebro quien realmente ve, igual que en una película la imagen aparece”. Las explicaciones médicas pronto quedan a un lado, dando lugar a otro tipo de explicaciones mágicas o supersticiosas, que atribuirán el contagio al contacto visual, como si de un mal de ojo se tratara.









José Saramago, Ensayo sobre la ceguera; Madrid, Alfaguara, 2020.

lunes, 11 de mayo de 2020

Centenarios, mayo



    09 de mayo de 1920, nace Richard Adams, novelista inglés.
11 de mayo de 1720, nace Barón de Münchhausen, escritor alemán.
    11 de mayo de 1920, muere William Dean Howells, viajero y escritor estadounidense
21 de mayo de 1920, nace James Plunkett, escritor irlandés.




viernes, 8 de mayo de 2020

Luisa Etxenike


…me gusta
                      Ritual de la incertidumbre
              
          Nocturna Ediciones publica la última novela de Luisa Etxenike.




          Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) ha publicado las novelas Querida Teresa (1988), Efectos secundarios (1996), El mal más grave (1997), Vino (2000), Los peces negros (2005), El ángulo ciego (Premio Euskadi de Literatura, 2008), El detective de sonidos (2011),  y Absoluta presencia (2018). Su última entrega narrativa es una historia contenida y lírica sobre la paternidad y la responsabilidad de los padres acerca de los actos de los hijos en esa edad intermedia entre la madurez y la vejez, visto a través de un personaje tan curioso como misterioso que ingiere alimentos dulces para aplacar el amargor interno que, como sabemos, convive desde hace tiempo con él. La premisa fundamental es saber quién es ese hombre, y eso es lo que se preguntan a diario los vecinos al ver a un desconocido entrar y salir de una casa a deshoras, un hombre con pinta de mendigo aunque no sea su apariencia externa lo que más impresiona sino todo lo que quiere ocultar en su interior. Ha regresado a su casa, en el País Vasco, pero allí ya no están su mujer y su hijo.
       Aves del paraíso (2019) nos va desvelando cómo la vergüenza acompaña al protagonista en sus largos paseos y el azar pondrá en su mano una guía de aves abandonada en un banco, y el descubrimiento del mundo de los pájaros poco después. El propietario de la guía, un viejo en silla de ruedas, Agustín, aparecerá en la escena avanzado el relato; en realidad, Etxenike plantea una sencilla metáfora que hila a medida que vamos leyendo las páginas de este breve texto, y en un intento de que las dudas de su personaje se vayan disolviendo, aunque desde el comienzo queda muy claro que Miguel no es hombre de palabras; se muestra herido pero no parece dispuesto a confesar sus problemas y debemos interpretar que, a medida que va desarrollándose el relato y cambian sus circunstancias, empieza a experimentar una posible solución de futuro.   
       El planteamiento de la narradora habría que justificarlo en esa toma de conciencia de un padre y esa quiebra radical que conlleva, en una vida normal, la ilusión sobre las expectativas que siempre genera un hijo, y que en el caso que se cuenta provoca una crisis vital y se concreta en un aislamiento voluntario y en una profunda depresión. Etxenike se decanta por una perspectiva emocional frente al relato argumental de una historia a contar, quizá porque el tema de fondo es el terrorismo de ETA, aunque la misma historia podría ocurrir en cualquier ámbito geográfico distinto porque tanto la universalidad como la perspectiva de la narradora vasca resultan sumamente originales. El lector siente un curioso interés desde la primera página, una vez que descubre el origen del sufrimiento del hombre, de su exilio real y moral; sin duda porque Etxenike parte en su historia de unas insinuadas consecuencias para alcanzar la causa aunque, en realidad, la información aparece en un aparente desorden que sigue los vaivenes emocionales del padre, su vagabundeo por el sur de Francia y el País Vasco, que se describe como una tierra de una absoluta belleza convertida en un simple paisaje de dolor bajo los ojos del protagonista. La habilidad narrativa de Etxenike hace que a medida que vamos pasando las páginas todo quede encajado aunque el lector no tenga la certeza total de lo ocurrido hasta que la autora decide mostrarlo de una manera directa, sin dejar lugar para la ambigüedad. El reto de ofrecer un texto breve precisa una elección narrativa muy concreta: una tercera persona cercana a una primera, un narrador que se convierte en la sombra absoluta del protagonista, en gran medida sobre su vida, porque el personaje ha decidido olvidar todo aquello que no quiere ni puede asumir, aunque no deba hacerlo y, como todo humano, al final se vea obligado a asumir la verdad y las consecuencias de la misma.
       La descripción de las aves, casi un auténtico catálogo científico, sus rituales y características quedan como muestra de una naturaleza indiferente al dolor humano, que prosigue su curso, hábitos tan prácticos como inmutables, y las ilustraciones en blanco y negro de James Ellsworth evocan en su estilismo a esas láminas del pasado. Ayuda la fluidez de una prosa que no deja de transmitirnos cierto aire poético, entonando un tono lírico que aporta una singular belleza al conjunto. Una vez que como lectores nos acercamos al final, Etxenique recurre a un cierre contundente, el diálogo entre un padre y un hijo destinados a la incomunicación hasta que, en una hipotética posibilidad y un futuro, si ambos siguen vivos, el hijo pueda tomar conciencia de la realidad histórica a la que se han visto sometidos.






AVES DEL PARAÍSO
Luisa Etxenique
Ilustraciones de James Ellsworth
Madrid, Nocturna Ediciones, 2019

miércoles, 6 de mayo de 2020

Joaquín Pérez Azaústre


…me gusta
                                   VOCES Y ROSTROS

                       

       La muerte de Franco posibilitó nuevos espacios de libertad que ya aireaban universidades, sectores culturales, o núcleos industriales. El Gobierno Arias-Fraga, primer gabinete de Juan Carlos I, fracasa; en enero de 1977, bajo la presidencia de Adolfo Suárez, se promulgó la Ley 1/1977 para la Reforma Política. Franco había muerto dos años antes y la ciudadanía se pronunciaba a favor de la democracia de partidos, la libertad y la amnistía para los presos políticos, aunque las estructuras de la dictadura se resistían a perder sus privilegios. Los despachos laboralistas fueron una herramienta de los trabajadores que defendían jurídicamente sus intereses; la alternativa oficial, el Sindicato Vertical, nunca ofreció las garantías suficientes.
       El asesinato de los abogados laboralistas de la calle de Atocha, 55 no fue una iniciativa aislada de la ultraderecha, sino la última tragedia en la recta final de la lucha contra el franquismo, el preámbulo para recuperar la democracia en el país. Oriol había sido secuestrado, el fascismo campaba a sus anchas en connivencia con sectores de la policía político-social; la fracción inmovilista del Régimen intentaba crear las condiciones de desestabilización que permitiera una intervención militar, y un día antes del asesinato de los abogados, la ultraderecha asesina al estudiante Arturo Ruiz, durante una manifestación donde se pedía amnistía para los presos políticos. Al día siguiente, lunes, se conoce la noticia del secuestro del Teniente General Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, al mediodía en otra manifestación un bote de humo impacta sobre la frente de la estudiante universitaria Mariluz Nájera, causándole la muerte. La noche del 24 de enero un comando de extrema derecha irrumpe en un despacho de jóvenes abogados laboralistas, militantes del Partido Comunista de España. Fueron asesinados Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Enrique Valdelvira Ibáñez, Serafín Holgado de Antonio y Ángel Rodríguez Leal. Resultaron gravemente heridos Miguel Sarabia Gil, Luis Ramos Pardo, Dolores González Ruiz y Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.
       Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) cuenta un episodio que, cuarenta años después, relacionamos con el dolor más absoluto, cuantifica las motivaciones éticas y políticas del momento, cuando el ejercicio de la abogacía en la defensa de los obreros y de los presos políticos al final del franquismo y el paso a la democracia se interpretaba como un devenir de consecuencias imprevisibles. Atocha 55 (2019) es un relato psicológico de instantes emocionantes que rehúye la novela testimonio, o el concepto histórico, se presenta como una realidad trasmutada, una catarsis social que, a través de la literatura, muestra esas sutilezas del corazón porque, cuando pasamos sus páginas, mantenemos esa estrecha relación con el dolor. Personajes como Manuela Carmena, Cristina Almeida, José María Mohedano se reconocen en el generoso rostro de sus amigos de juventud, Ruano, González y Sauquillo, o Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, la voz que media entre esta crónica viva para cerrar esa herida que sangra, y aún debemos curar.
       Cinco instantes, un epílogo, cuarenta años, que dignifican una transición siempre malversada, recuerdo de unos instantes con unos compañeros y amigos que se reencuentran frente a ese espejo de lo que fuimos, y aún somos, la memoria inexpugnable que nos acompaña toda la vida, el recuerdo de unos hechos que emocionan.
          



ATOCHA 55
Joaquín Pérez Azaústre
V Premio de Novela Albert Jovell
Córdoba, Almuzara, 2019