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martes, 30 de junio de 2015

Francisco López Serrano


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LOS MISTERIOS



      Francisco López Serrano (Épila, Zaragoza, 1960) domina el arte de la escritura en una variada y singular faceta, lírica y narrativa, y es capaz de servirse de la digresión, de la observación atenta y de buena parte del artificio que rodea al texto en su sentido más estricto. Jamás olvida que la moraleja pertenece más al pasado que al presente y que sus lectores detectan esa sutilidad característica, o la libertad de elegir un espacio propio, en medio de una actualidad reconocible, aunque venga tamizada por fantásticas apariencias y solo importen aquellas capaces de descubrir las trivialidades de un mundo que, como en algunos de sus textos, bien puede ser mágico, capaz de trasmutar esas vidas en otra realidad o la posibilidad de inventarse una nueva que les satisfaga; y tan es así que a través de un tono elegíaco, henchido de humor y de ironía, rozando lo iconoclasta, nos traslada desde situaciones cómicas a un trágico desenlace; ocurre en su nueva entrega, Los Misterios (2015), y nos sitúa en un idílico paisaje del Pirineo, aunque con los evidentes matices grises que caracterizan a los ambientes del zaragozano, y de igual manera matiza a los personajes, en esta ocasión, un variopinto grupo de intelectuales, artistas y escritores, que participan en un seminario de introspección enteogénica a base de sustancias alucinógenas para que, una vez ensayada esa experiencia trascendente, cada uno vislumbre sus posibilidades en ese sincretismo espiritual new age, que les ayude, como espíritus inestables y culturalmente inquietos, a superar sus miedos.
        La propuesta de López Serrano inicialmente clásica por psicodélica, desemboca en inmejorables situaciones cómicas, o en un espacio donde la ironía da paso a una trágica comedia de enredo y cada personaje desempeña su papel, se limita a desarrollarlo para, una vez presentados y suscritas las circunstancias que los han llevado al lugar, convertir Los Misterios en la parodia de una auténtica novela de detectives donde al final de la historia parece que todos lo mataron y él solito se murió; es decir, el narrador echa mano de algunos de los trucos de su mejor narrativa, conjura una vez más lo sobrenatural y se presta a una comedia de equívocos voluntarios que suena a folletín y escenifica un psicodélico escenario donde al final, y solo cuando estamos acabando la novela, se rompe la monótona y seria visión de ese misticismo y sincretismo de una sociedad decadente y capitalista, y tal vez por eso, ocurre un asesinato, pero no uno cualquiera, sino en el personaje más carismático y odiado, el gurú Kocinsky, una vez que ha iniciado a sus alumnos en los Misterios, y mientras escépticos y creyentes se mofan o se asombran del extraño final del maestro. 
        Los Misterios, es una novela poblada de guiños, cinematográficos y literarios que catalizan la historia; no en vano, López Serrano confabula doce personajes en un vetusto caserón: Durán un viejo escritor y su esposa, el joven poeta Carlos Selden, una madura editora Ofelia Naranjo, el diseñador de moda Arriaga, el arquitecto Tubau, y el médico Befaràs y su esposa Ulrika, antropóloga, y luego Kocinsky y su ayudante Yanela, además del escéptico narrador de éxito y su amante Vicky, psicoanalista argentina, mística y vegetariana radical.










LOS MISTERIOS
Francisco López Serrano
Benalmadena, e.d.a., 2015; 153 págs.


domingo, 28 de junio de 2015

Desayuno con diamantes, 42




CONTAR LAS OLAS


 
Las antologías del cuento tienen esa particularidad que no es común al resto de los libros, es decir, que no agradan en demasía a un sector de la crítica que ve condicionado el producto a una temática y así, la compilación, se somete a la censura de unas opiniones que, lejos de servir para constatar la validez de la obra de los antologados, aprovecha para arremeter, generalmente, contra el compilador y los autores seleccionados. Mucho me temo que aún en este país se levantan voces afirmando que se publican demasiadas antologías temáticas o generacionales que para nada engrandecen el panorama narrativo breve. Creo que se trata de una opinión que obligaría a un debate en torno al hecho en sí y, sobre todo, al trasunto que pueda haber tras la publicación. Si las editoriales montan sus antologías en torno al mar, la navidad, los oficios, los ferrocarriles, el otoño, la música, los animales, los niños, los abuelos, etc., algo parecido hacían los autores con sus propias obras en los 50 y los 60 y, si un antólogo consigue reunir un buen puñado de cuentos, habrá que reseñarlo desde esa perspectiva, aquella que nos muestra la variedad temática de unos relatos y el trabajo de unos autores en tanto que el material daría para un sinfín de antologías que proyectasen variedades tan amplias como interesantes. Y si queremos buscarle otro sentido a estas compilaciones, entonces lejos de engrandecer un género denostado de por sí, ayudaremos a que nuestros autores terminen por desaparecer del mapa literario en un país donde aún se selecciona poco y todo el mundo publica.

        Todo este preámbulo para justificar que un editor encargue a un antólogo el trabajo de proporcionarle a un lector, activo o pasivo,  la posibilidad de llevarse a la vista  un puñado de cuentos de temática común pero de factura muy diferente y eso es lo que, a simple, vista se ha pretendido con Contar las olas. Trece cuentos para bañistas (2006), reunir, con la temática del mar como fondo, a un grupo de autores, casi todos, eso sí, bajo el manto de Lengua de Trapo, para refrescar el ambiente del verano en un país donde la gente descansa, precisamente, en la época estival y tiene más tiempo para trasnochar en las terrazas y tomar tinto de verano, alternar con algunas copas en las tertulias de madrugada y si queda algún resquicio durante el día, ejercer de lectores en la hamaca situada en la terraza de la casita alquilada o en una playa tranquila frente al mar, mientras los niños juegan y construyen sus castillos en la arena, y la pareja justifica, un año más, su estancia en el lugar y ante esas amistades veraniegas, las mismas que llevan viendo en los últimos años y repiten, siempre, la pregunta oportuna ¡qué estás leyendo ahora! Solo entonces tenemos tiempo para llevarnos un libro bajo la sombrilla para justificarnos como unos lectores que devoramos aquello que se nos pone por delante.
        Quizá este haya sido el propósito de Ronaldo Menéndez quien, en el propio prólogo de la antología, escribe un auténtico relato para justificar que a alguien no le guste el mar y así se convierte en el único autor que tiene dos textos en su antología. El resto de seleccionados con técnica, temática, estilo o ese aspecto que reduce al relato a una digresión, que incluye una síntesis argumental y una condensación narrativa para exaltar la capacidad de sugerencia y evocación, como perspectivas tan líricas como narrativas. Además, por supuesto, de esas otras características del género, como la voluntad y afán por contar una historia, con los buenos ejemplos de Bonilla, el de F.M. o de Busutil, quienes mantienen esforzados planteamientos con respecto al cuento; de admirada devoción como Adón, Monteserín o el propio Menéndez y de una prometedora visión, como ya la tiene, Cerrada. Casi todos con esa historia, de mar, que sirve de elemento aglutinador del volumen.Y de paso que alguien vuelva la vista a una idea con ritmo, como se señala en la contraportada, y de alguna manera eleve ese tanto por ciento de lectores en la España que no supera el 50%, cifra aun muy lejos de una Europa devoradora de lecturas donde todo o casi todo cabe en sus bibliotecas. Lugares de los que, por cierto, andamos escasos o de una presencia más activa del libro en el núcleo familiar,  si es necesario abaratando costes en ediciones de bolsillo para que, incluso, nos quepa junto al móvil. Y, para curiosidad de ajenos, algunos participantes afirman cosas tan variopintas como las siguientes: «el cuento es un fogonazo, una iluminación», «No pienso nada sobre los cuentos, me sumerjo en ellos», «es un género predilecto, como lector y como escritor», «el cuento es un golpe de mano», «un cuento son diez páginas en prosa» o «¿quién no querría conocer la solución al problema en sólo dos páginas?», de Vallvey, F.M., Bonilla, Busutil, Monteserín y Cerrada, respectivamente.
        Yo, por el momento, sigo «contando las olas» y cada cual que aguante el oleaje si, después de todo esto, la tarde se pone fea.


   





CONTAR LAS OLAS
V.V.A.A. Selección y prólogo de Ronaldo Menéndez    
Lengua de Trapo, Madrid, 2006; 144 págs.
         

Hoy tomo café con…



Jose Serralvo
      “Escribir implica estar en soledad con uno mismo. Cuando uno habla con su propia voz interna, cuando no hay testigos, cuando nadie nos ve, ni nos oye, ni sabe lo que pensamos, los tabúes desaparecen”. 



Jose Serralvo (Jerez de la Frontera, 1984), ofreció un canto a la vida y una travesía en busca del sentido de nuestra existencia con su primera novela Los elegidos (2013); colabora habitualmente en varios medios, la revista cultural Jet Down, y el blog Un libro al día. En al ámbito académico, Serralvo publica artículos sobre derecho internacional y estudios sobre el marco legislativo aplicable a las víctimas del conflicto colombiano, o sobre los mecanismos jurídicos para juzgar a los miembros de compañías privadas de seguridad que cometen crímenes de guerra. Los libros del Lince publica su segunda novela, El niño que se desnudó delante de una webcam (2015).

Permítame preguntarle, ¿es usted un atrevido?, o tal vez, ¿capaz de saltar sin paracaídas?
        En literatura, o uno salta sin paracaídas, o mejor quedarse sentadito dentro del avión disfrutando de los cacahuetes y el zumo de tomate. Los paracaídas, como las máscaras, son un despropósito. El escritor que los usa está engañando a sus lectores y, aún más grave, está engañándose a sí mismo.

¿Le ha resultado difícil escribir sobre ciertos tabúes?
        Escribir implica estar en soledad con uno mismo. Cuando uno habla con su propia voz interna, cuando no hay testigos, cuando nadie nos ve, ni nos oye, ni sabe lo que pensamos, los tabúes desaparecen.

El niño que se desnudó delante de una webcam (2015), está inspirado en hechos reales. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción?
        La semilla de la novela la plantó una historia real. En concreto, un reportaje que leí en el New York Times sobre un niño de doce años que aceptó quitarse la camiseta a cambio de $50. A partir de ahí, las cosas fueron a la deriva y aquel joven, llamado Justin Berry, accedió a hacer cosas cada vez más extremas, hasta que acabó convirtiéndose en la piedra angular de un negocio de pornografía infantil. Esta historia es cierta y, como digo, plantó la semilla en mi cabeza. Ahora bien, la novela no deja de ser una obra de ficción. Una gran mentira en torno a un hecho verdadero.

¿Su novela es únicamente fruto de una idea, o quiere ser algo más con esa compleja mezcla de influencias?
        Mi novela aspira a ser literatura. Aunque pueda parecer una pretensión ridícula en pleno arranque de la era electrónica, es precisamente esa pretensión la que hizo que no me importase saltar sin paracaídas [risas].

Influencias, perdón, que nos llevan al más claro estilo del mejor erotismo y de un clásico como Nabokov, ¿es así?
        Nabokov nunca aceptó que Lolita fuese considerada una novela erótica y yo tampoco aceptaría ese epíteto para El niño que se desnudó delante de una webcam. Por varias razones. La primera, que los abusos a menores son la antítesis del erotismo. De hecho, como digo en la novela, son una manifestación sexual capaz de deshumanizar a un niño. La segunda razón es que el objetivo de las novelas eróticas no es hacer literatura, sino enardecer a los lectores. ¡Nada más lejos de mis intenciones! Ahora bien, la influencia nabokoviana es innegable. Está en la temática, que remite inmediatamente a Lolita y a algunas otras de las novelas de don Vladimiro. También en el narrador no fiable, que se burla del lector hasta el último momento. Y, por supuesto, la influencia nabokoviana está también en el uso que hago del humor. 


¿Este tipo de relato sólo puede darse en la sociedad norteamericana, o es un simple recurso narrativo el haberla ambientado allí?
        Los abusos a menores a través de Internet, o del iPhone, ocurren en todo el mundo. Ciertamente, ocurren en España. Si decidí ambientarla en Estados Unidos es porque fue allí donde ocurrió la historia que inspiró la novela. Además, es un país en el que he vivido un par de años y que conozco bien. Mi primera novela está ambientada principalmente en Madrid, pero a un escritor no se le puede exigir que escriba historias ambientadas en su país. Mucho menos en el mundo globalizado en el que vivimos.

El protagonista, David Timberthirdleg, ¿es realmente un lazarillo del siglo XXI?
        Desde luego, David Timberthirdleg es un pícaro desmelenado. Sobre todo por sus comienzos. Lo que ocurre es que, sin querer desvelar nada, sus orígenes humildes y engorrosos le llevan a tomar decisiones que jamás se le hubiesen pasado por la cabeza al peor de nuestros pícaros. 

Las numerosas referencias literarias de sus personajes, ¿son, al mismo tiempo, algunas de sus propias referencias?
        Sin duda. Toda la metaliteratura en torno a David Foster Wallace es un guiño a un autor que admiro y que me ha influido mucho en los últimos años. Sin embargo, como bien apuntas, son solo «algunas de mis propias referencias». La mayoría de autores a los que admiro, desde Muñoz Molina hasta Vargas Llosa, pasando por el propio Nabokov, no aparecen en la novela. Son el bagaje que un escritor carga, aunque sea de forma invisible. 

Las abundantes escenas de violencia, ¿muestran la realidad de una sociedad como la nuestra?
        Nos guste o no, las cosas que se describen en la novela ocurren en nuestra sociedad. De modo que tengo que responder afirmativamente. 

El personaje nos puede parecer un buscavidas o una víctima, según quién lo lea. ¿El niño David en su entorno estaba predestinado a terminar delante de una webcam?
        No creo en la predestinación. Uno siempre puede burlarse de su propio destino. La cuestión es qué ocurre cuando esa burla se convierte en algo casi imposible y qué responsabilidad podemos exigir a quien, víctima de los peores abusos, acaba dejándose llevar por la corriente. 

La novela también tiene momentos tiernos, que nos tocan la vena sensible. La abuela, el perro Reagan, Mary Jane, ¿son la otra cara de la misma moneda?
        En efecto, son el lado tierno, me atrevería a decir que entrañable, de una historia brutal. Todos tenemos influencias positivas en nuestras vidas. Los personajes que citas son ese rayito de luz en la miserable trayectoria del protagonista.

La pederastia, la religión, la cienciología, el maltrato infantil, la invalidez o la drogadicción, se convierten en un cóctel Molotov para engranar una dura historia, ¿eran esos los ingredientes necesarios para usted?
        El escritor no siempre elige sus temas. A veces los temas le eligen a él. Mi único merito en ese «cóctel Molotov» es haber sido honesto con la historia que tenía en la cabeza. Por cierto, es la segunda vez que usan ese explosivo símil en relación a la novela [risas].

Al final de esta lectura, ¿debemos, no obstante, sentir algo de ternura con respecto al personaje y cuanto se cuenta de él? ¿o prefiere que los lectores dictaminen la verdad?
        La verdad en una obra de ficción, si existe, es privilegio de los lectores. El autor puede plantear preguntas e incluso proponer sus propias respuestas, pero el juicio último, de la literatura, de la trama e incluso de los personajes, le corresponde al lector.

sábado, 27 de junio de 2015

Mercedes Abad



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EL VECINO DE ABAJO



     Lo cotidiano y lo anodino, lo común que incluye aspectos puramente anecdóticos de nuestra existencia, son algunos de los temas y tramas que, en estos últimos años, se están convirtiendo en  moneda de cambio para que nuestra narrativa levante acta de una sociedad en la que priva lo convencional. Solo cuando nuestra vida perfectamente controlada es perturbada, iniciamos un repentino giro que nos lleva a las situaciones más inusuales como le ocurre a la protagonista de la última novela de Mercedes Abad (Barcelona, 1961), El vecino de abajo (2007), una solitaria traductora que ve cómo su vida tranquila es alterada por la obras de reforma que una mañana de lunes inicia su vecino de abajo sin previo aviso.
        La nueva situación, que incluye golpes y martillazos, ruidos propios de los trabajos de albañilería, genera tal desorden en la vida de esta traductora que en una primera instancia decide huir de su habitual lugar de trabajo para posteriormente iniciar toda una guerra contra el vecino identificado, Miquel Aubert, quien además de rico se las da de listillo cuando la vecina intenta protestar y este le aclara que tiene todos los permisos en regla. Abad que ha trabajado como traductora, incluso como actriz e intérprete, logra con este particular testimonio presentarnos formas de vida actuales que, con un toque personalísimo, convierte en buena literatura sin preocuparse por concretar, hubiera sido fácil, sobre aspectos sociológicos o morales porque lo sobresaliente es que, tras varios intentos fallidos, esta mujer inicia una auténtica guerra contra el vecino, dispuesta en todo momento en no darle cuartel al enemigo. Pero Mercedes Abad que es una experta narradora, dueña de esa disposición interna que se otorga al mejor de los relatos, capaz de ligar todas las partes de un asunto o un enredo, y cuya obra está teñida de un humorismo poco habitual en la novela española contemporánea y de un sarcasmo y de una ironía que le sirven para mostrar las abundantes contradicciones de nuestra sociedad, sale airosa de un inicial relato anodino que, en otros casos, hubiera dado para un simple relato, además en el más puro estilo del realismo sucio norteamericano.
        A través de una galería de personajes bien trazados, magnifica (sirva el ejemplo del alter ego de la traductora, Betty Correa, que intenta quitarle protagonismo), nombres que sin ser importantes logran mostrar esa conflictividad humana que nos convierte singulares para así  constatar la farsa diaria en que vivimos. Y al margen de un seudo retrato sociológico lo que sí logra contarnos la narradora catalana es la historia dolorosa de una soledad, la de una mujer que convierte su febril venganza en una meta que dé sentido a su vida, oculta para más señas en una existencia acomplejada, tan vacía como falta de esperanza.
        Numerosos episodios se suceden en una novela ágil que conforma un particular universo narrativo, como los rótulos de protesta de la protagonista, su inexplicable detención y posterior encarcelación o el engaño de la Rastignac Guide. Lo mejor su amenidad, escrita en un lenguaje directo, sin excesivo artificio que logra cautivarnos sin problemas y vendernos una historia tan desquiciada como real.











EL VECINO DE ABAJO
Mercedes Abad
Alfaguara, Madrid, 2007; 266 págs.


viernes, 26 de junio de 2015

Adiós a Gregorio Morales


     Se nos ha ido sin apenas darnos cuenta, un buen escritor, un amigo con quien en repetidas ocasiones disfrutamos de amenas charlas y de literatura, Gregorio Morales (Granada, 1952- 2015), de quien escribí en varias ocasiones y cuya literatura me interesó y, en ocasiones, me fascinó. Como el caso de Por amor al deseo (2006), cuya reseña, publicada en Cuadernos del Sur, reproduzco; aunque antes fueron sus espléndidos La cuarta locura (1989) o El pecado del adivino (1992).



EL EROTISMO COMO POSIBILIDAD


    Libro deslumbrante, curioso y audaz, Por amor al deseo. Historia del erotismo (Espasa,2006) que el granadino Gregorio Morales entrega y con el que propone sumergirnos en lo más variado del mundo del erotismo, en cuanto a imaginación y realidad.
                
    No resulta nada fácil escribir y teorizar sobre la variedad de las prácticas sexuales o acerca de las curiosidades del mundo del erotismo. Gregorio Morales (Granada, 1952), autor de un completísimo libro anterior titulado El juego del viento y la luna. Antología de la literatura erótica (1998), y de numerosos trabajos sobre sexo y erotismo, publica ahora Por amor al deseo. Historia del erotismo (Espasa, 2006), un extenso ensayo donde desglosa la historia del erotismo desde puntos de vista tan curiosos para poder vislumbrar aspectos tan comunes como  «La historia de la mamada» o la  «Historia del 69» y se incluyen, entre otros interesantes capítulos, un repaso documentado de las grandes ninfómanas de la historia, el curioso mundo de los sex-shop, las lolitas o las chicas de calendario o se describe el mundo de los susurros, los suspiros y los jadeos que pueden rastrearse en las grandes obra de la literatura, como el oportuno apartado dedicado al erotismo en El ingenioso hidalgo don Quijote de las Mancha. Morales sostiene en su libro que, en la actualidad, hay un exceso de pornografía y una gran escasez de erotismo y afirma que lo afrodisíaco constituye la esencia de cuanto nos rodea. El cine X o la Historia de la Literatura Erótica, también, forman parte de otros de los más interesantes capítulos de este volumen.

¿Qué es erotismo?
   Se pregunta el autor al comienzo mismo del tratado para situar al lector desde las primeras líneas y en el prólogo mismo acerca de lo esencial de su libro. Para Morales el erotismo no es acto, sino la pura potencialidad del mismo y, al mismo tiempo, la posibilidad. Reside, por tanto, en lo invisible, en aquello que no se ve y se agota cuando puede verse y medirse.  Y responde por consiguiente a: erotismo o verdad, imaginación o realidad y deseo o fisiología. El erotismo se convierte en un juego, como afirma el autor, si por jugar entendemos la capacidad de fabular, de ensayar por medio de la ficción otros mundos y otros lugares. La historia del erotismo nos da los suficientes ejemplos de hasta qué punto hombres y mujeres de todas las épocas han centrado su atención en el otro, porque el deseo nos lleva a cifrar nuestros anhelos en otras personas. Gregorio Morales llega a la conclusión de que el hombre occidental está tan falto de erotismo como de amor y esta Historia del erotismo, que él mismo escribe y presenta, es una oportunidad para aunar con la propia experiencia el bagaje que va desde los antepasados de todos los tiempos hasta la más absoluta contemporaneidad, reavivando siempre una fuente en plena efervescencia.

Ninfomanía
  Cantidad, compulsividad, insatisfacción, fuerza irreprimible de deseo, transposición de los límites, larvada o patente potencia..., así queda calificada por el autor la ninfomanía de la que escribe un interesante capítulo dedicado a las grandes ninfómanas de la historia, empezando por María Magdalena y ese concepto esgrimido por la Biblia de ser una mujer habitada por siete demonios que ungió los pies de Cristo. Pero será Mesalina la ninfómana por antonomasia, casada con el emperador Claudio a los dieciséis años se dio a todo tipo de excesos y buscaba a los hombres con las artes propias de una meretriz hasta el punto de que muchos de los varones de Roma llegaron a temer por su seguridad y la de sus familias o el caso de Anula, la «viuda negra», reina del antiguo Ceilán durante los años 48-44 a.C., cuya principal actividad, además de la ninfomanía, fue la de ir envenenando a los distintos reyes con quienes se casaba: príncipes, guardias de palacio, carpinteros, leñeros incluso un sagrado brahmán, todos ellos sucumbieron al excesivo apetito sexual de una reina que nunca tuvo suficiente con un solo hombre. Algo semejante se puede afirmar de Cleopatra que llegó a tener un templo especial donde residían vigorosos jóvenes, cuya misión consistía estar al servicio sexual de la reina, y la lista que Morales añade a este capítulo sigue en Catalina la Grande, Gala y su castillo de Púbol, lady Jane Ellenborough, la actriz Vivien Leigh, sin olvidar algunas jóvenes en la actualidad como Annabel Chong, Jasmine St. Clair, o una tal Houston que ha batido el récord hasta el momento: seiscientas veinte veces ininterrumpidamente.

Sex-Shop
   La curiosidad de los sex-shop data de los años sesenta, pero parece ser que, ciertos artículos eróticos, se vendían de los tiempos más inmemoriales: fundas, aumentadores, anillos, y preservativos de toda clase y especies. Y aún más antiguos, muñecos, filtros de amor, cinturones de castidad o consoladores de la antigüedad griega y romana o la Edad Media. Está constatado cómo a partir del siglo XIX las principales capitales europeas albergaban lujosos prostíbulos que se servían de abundante material erótico, por ejemplo, las «sillas del amor» donde era posible practicar algunas de las posturas más inusuales. Hoy se utilizan piercings, cremas y ampollas y, cada vez más, los artículos de lencería que ocupan un lugar primordial con atrevidos, fantásticos y afrodisíacos diseños. Y sobre todo en los modernos shops abundan los artículos para homosexuales, sin olvidar ese tipo de artilugios que se concretan en bozales, fustas, correajes, esposas, máscaras, cadenas que dan lugar a lo que moderna y comúnmente se denomina como erotismo colectivo.
    Aún cabe esperar más del desarrollo del cibersexo, un proceso parecido al que llevaron a cabo las cabinas privadas y que nos trasladarán a realizar nuestros caprichos virtualmente y nos transportarán a nuevas experiencias, aunque como señala el autor, lo interesante de todo este proceso es que tiendas y objetos seguirán cumpliendo ese objetivo propuesto que constituye incentivar nuestra fantasía, quizá el motor más importante del erotismo.


Lolitas
   ¿Qué es una lolita? se pregunta Gregorio Morales en uno de los más interesantes capítulos de Por amor al deseo. En realidad, es una preadolescente que desgarra los corazones de los hombres maduros. Fundamentalmente de la novela de  Nabokov, Lolita, publicada en 1955, proviene, realmente, el término y, sobre todo, el escándalo que produjo la obra y las prohibiciones que se sucedieron con respecto al nombre de la protagonista, la niña de once años. Pero en realidad, fue Lewis Carroll uno de los primeros varones atraídos por lolitas y lo mismo le ocurrió al rey David, eclipsado por la belleza de Abisag o Mahoma cuando vio por primera vez a Aixa, una niña de siete años.  El cine moderno ha alimentado el mito durante estos últimos años y a las versiones de la obra de Nabokov, la filmada por Kubrick en 1962 y Lyne en 1997, el tema se ha repetido una y otra vez, vuelve en Taxi Driver (1976), de Scorsese, en Pretty Baby (1978), de Malle, Las edades de Lulú (1990) o American Beauty (1999). A parte de la explicación jungniana del anima masculino y el animus femenino, existe una explicación mitológica, según la cual el complejo de lolita estaría relacionado con el mito del vampiro, y esa suerte de dráculas que, agobiados por los años, tienen esa continua necesidad de sangre fresca. O una explicación biológica, cuando uno descubre pelo, piel suave, grandes ojos, mejillas sonrojadas, nariz pequeña que nos atrae por los recuerdos del bebé y nuestra inclinación biológica a amar por encima de todo; una antropológica que nos remonta a la historia de la humanidad y esos matrimonios celebrados en la adolescencia, entre los doce y quince años; y una final, psicoanalítica que habla, en realidad, de una homosexualidad disfrazada, ya que lo que realmente amarían sería al andrógino o efebo. 
  Un repaso interesante por las «chicas de calendario» calificadas de simpáticas, guapas, pícaras, hospitalarias, frágiles, alocadas, maternales y tentadoras. Calificadas, también, como pinups , así se definen como esa chica de quince años en un cuerpo de veinte.

El cine X
   Unas semanas después de las primeras proyecciones de los hermanos Lumiére en 1895 se rodó una película Bain (1895) protagonizada por una bailarina de striptease, la francesa Louise Willy. Desde esta fecha hasta la Segunda Guerra Mundial no existió la censura en Europa y el cine vivió su época dorada hasta que el 1975 fue relegado a las famosas salas X.  El porno vivió en la clandestinidad y durante años fue impulsado y distribuido por verdaderas mafias, pero los tiempos cambiaron y poco a poco la pornografía se legalizaría en Austria, en Dinamarca, en Estados Unidos y en España, finalmente en 1983. El capítulo extenso que dedica Morales al tema es lo suficiente ilustrativo como para no reproducirlo aquí, y está lo suficientemente documentado como para que el lector pueda tener una idea clara al respecto. Quizá una última y valiosa reflexión debida a Patricia Highsmith que no duda en afirmar que, en su opinión, «la pornografía ha sustituido a las religiones».
   Términos como «kiki», «fast web», «aventura», «cipote de Archidona» son explicados con esa gracia que aboga por una vida sexual plena. Incluso la literatura no queda al margen del análisis de Gregorio Morales que, resulta obvio, dedica en un extenso capítulo a la figura y obra de Don Quixote. El ensayista Alexandrian en su Historia de la literatura erótica (1989) reflexionaba sobre numerosos textos con indicaciones biográficas que subrayaban la psicología de sus autores y el objeto que planteaba al evaluar dicha literatura. Sin olvidar que esta había nacido en Europa precisamente importada de Oriente de donde había llegado tras otorgarle un sentido profano. Existen, pues, obras maestras griegas, latinas, francesas, italianas, inglesas y alemanas porque la censura de la Inquisición en España relegó el género a la literatura sentimental y caballeresca. El libro de Alexandrian hace un minucioso recorrido por el arte de amar en la antigüedad, la lujuria en la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustración y la edad de oro del libertinaje, o los grandes libros clandestinos del XIX, incluida la literatura erótica femenina hasta llegar al erotismo surrealista. Morales añade, también un somero repaso por «Historia de la literatura erótica» para terminar con el curioso capítulo de la «Historia del cinturón de castidad», ese invento u objeto del que se empezó a hablar, precisamente, en la Edad Media, cuando el flujo de hombres a las cruzadas dejó a cientos de mujeres que podían ser violadas o entregarse a sus furores eróticos.
   Un documentado «Diccionario del Erotismo» cierra el curioso libro Por amor al deseo, con entradas tan variadas que recogen nombres propios relativos al mundo del erotismo, películas famosas y actores o simplemente voces que explican ese sentido que no se les da en los diccionarios al uso.
  El mundo erótico o la literatura, pese a lo esgrimido por numerosas voces, no es síntoma de decadencia porque como es sabido ha florecido en los grandes períodos de nuestra civilización, el siglo de Augusto, el Quatrocento, el Siglo de las Luces, incluso no se puede calificar como un signo de inmoralidad o abyección puesto que numerosos autores, entre otros el cristiano Ausonio, lo cultivaron sin remordimiento alguno. Nos quedaría quizá pensar en si, todo lo relativo a lo erótico, tiene algo de corruptor puesto que este siempre fue el motivo invocado para pasar a la proscripción. Que cada cual juzgue tras la lectura de este interesante libro y practique, en la medida de lo posible, la fantasía de su propia sexualidad.

jueves, 25 de junio de 2015

Hoy invito a...


Mónica Soave




Un cuento: DE BLANES A BEGUR

- Una borrachera peor que en Madrid, en Tarragona fue. Que luego lo peor son las bebidas dulces. Yo había ido a cantar, con eso de los temas, y había ahí una celebración, ya has visto, que vino, que champagne, y luego nueve cubatas, nueve, y que no me he sentido del todo borracho, te lo digo.

Que yo lo sé y vos lo sabés, que el Audi negro que nos cruzó en el centro de Valencia y que después vimos en la ruta, está aquí. Me acuerdo del número de la patente y es el mismo que está estacionado frente al bar en esta playa alejada del mundo donde no queríamos que nadie nos encontrara. ¿Sa Riera se llama? No, si no lo sé muy bien, si acabamos de llegar y teníamos hambre, tanta hambre después de horas de conducir - de observar tu perfil frente al volante, de cansarme tratando de dilucidar nombres de ciudades y caminos en el mapa. Así que vinimos aquí, al único lugar que divisamos con algunas luces y este muchacho que habla de su sueño de alcohol en Tarragona, que no en Madrid esta vez.
La chica que atiende la cervecería tiene la remera subida en la panza, se me ocurre al principio que puede estar embarazada - tan chiquita, tan pálida - pero no, es sólo la remera rayada verde y roja como almidonada que le hace un pico adelante - de un algodón barato, mal lavado, pienso. También pienso que debe de tener sueño, pobre, porque se recuesta sobre la caja con ojos opacos y es ahí cuando veo el Audi negro en la penumbra, el Audi negro con la sombra del hombre que lo conduce, que es el mismo hombre, claro, de las calles de Valencia donde nos perdimos y el mismo que nos pasó en la autopista a más ciento ochenta kilómetros por hora.
-  Una cuba libre de nuevo, jamás.
La chica también, parece haberlo visto y entonces deambula por el local semivacío con la remera alzada y vuelve a la caja como sonámbula.
Hay una máquina expendedora de cigarrillos en un rincón. Comprás un atado de Ducados y decís que son horribles al encender el primero. Mientras, hojeo un diario escrito en catalán que encontré sobre una de las mesas. Ininteligible.
Espío al hombre del Audi porque ya no tengo ganas de hablar más con vos. Y no me parece sino que, de pronto, tengo la absoluta certeza de que se ha quebrado, de que se ha derribado definitivamente la contención de odios acumulados entre nosotros en ese camino angosto y escarpado de Blanes a Begur. Intentamos - claro que intentamos - mostrarnos más cordiales, sacarnos unas fotografías juntos para guardar luego en nuestros respectivos y clandestinos álbumes, recuperar cierta ternura abrazándonos ante la magnificencia de los acantilados y el mar, recordar algunos tiempos no tan lejanos que parecen ahora perdidos para siempre, llegando al fin a ese hotel entre los árboles que me gustó desde un principio y que a vos te pareció tan excesivamente primitivo. Pero el único. El cansancio del viaje no dio siquiera para deshacer la también única valija que trajimos. No hay televisión. No hay aire acondicionado. No hay señal de teléfonos. Sólo una enorme ventana abierta a una impecable noche con estrellas. Esta noche, y el hambre, y ningún amor.
Yo pa' ti no estoy - canta Rosana desde una radio vetusta - pa' ti no estoy.
Me gusta su voz, las canciones que canta. Alzo la vista del diario escrito en catalán del que sólo entiendo el significado de las ilustraciones y te veo mirándola, a la chica - tan chiquita, tan pálida. Ella te devuelve descaradamente la mirada mientras intenta sin ganas limpiar el mostrador cubierto de cáscaras de maní y trozos desmenuzados de papas fritas húmedas.
Estamos solos en el local. Los muchachos que hablaban se han sentado afuera, frente al mar, tomando sus cervezas. Uno de ellos se acerca al hombre del Audi, no entiendo lo que dicen pero se nota que el hombre alza la voz y me da la impresión - en realidad, creo que imagino - que señala hacia adentro, hacia estas luces tenues, hacia mí, hacia nosotros dos que continuamos sin hablar de puro tedio.
Vos seguís mirando a la chica con detenimiento, casi como en una inspección. Antes me hubiera importado, antes me hubiera molestado, antes tal vez te hubiera hecho una ridícula escena. Pero todo eso, antes. Antes cuando todavía conseguíamos divertirnos juntos, amarnos sin vergüenzas ni pudores bajo las sábanas vaporosas de cualquier habitación de cualquier hotel, atorarnos con las palabras que queríamos decirnos todas juntas. Antes, cuando no tenía la más mínima importancia la carencia de aire acondicionado, o televisor, o celulares. Antes.
Ella te sonríe, indicándote - o indicándome - que se le acabó el sueño. Camina entre las mesas y se le ve el ombligo debajo de la remera alzada y rayada y almidonada. Tiene un pequeño aro de plata ahí que intenta mostrarte.
El hombre se baja del Audi y camina lentamente hacia aquí. Es alto, muy alto. Me recuerda a la época en la que únicamente me gustaban los hombres altos y vos sólo te acercabas a las chicas jovencísimas con barrigas al aire y, tal vez, aros en el ombligo.
Y entonces estoy harta e, intempestivamente, quiero volver. Pero no te lo digo.
Me voy a vivir tranquila -  sigue cantando Rosana - sin pausa pero sin prisa.
Volver. ¿Adónde? No seguramente a mi estúpido y resquebrajado y aburrido matrimonio de años ni a mis más estúpidas y absurdas y descabelladas escapadas con vos, a esas horas o a esos pocos días robados al tiempo, no a este siempre fin de la pasión, a este inevitable comienzo de otro silencio y otro infierno. “Todo es siempre igual”, pienso, y me palpo el ombligo sin ningún aro.
No te das ni cuenta cuando salgo hacia el fresco de la noche marítima mientras la chica apaga las luces y se sienta a tu mesa que ha quedado baldía de mí y yo me subo al Audi negro y le ruego, por favor, a ese hombre alto, que me saque de aquí, que me lleve a algún lado, que me deje muy lejos, sin valija, sin documentos, sin retorno.


Acerca de la autora

     Mónica Soave es socióloga. Nació en Buenos Aires y vivió durante varios años en Puerto Madryn (Chubut), donde participó del movimiento literario del sur del país, organizó talleres de escritura, realizó publicaciones en revistas y diarios patagónicos y obtuvo numerosas distinciones literarias nacionales e internacionales. De vuelta en Buenos Aires, fue colaboradora de la Fundación Puro Cuento y publicó su libro de relatos Por Amanda y los demás. Obtuvo cuatro premios en el tradicional encuentro de la comunidad galesa del Eisteddfod del Chubut, en Trelew y en Trevelin.
     Publicó El botón de nácar (Historias en la historia de los colonos galeses en Patagonia) y 180 Sur (Biografías en Patagonia). Ambos libros se adentran en el tema de la inmigración en nuestro Sur, usando recursos narrativos de ficción desprendidos de argumentos de la historia real.Pobre Mariposaes la primera novela que publica.

Recientemente, ha publicado, la novela Pobre Mariposa

Pobre Mariposa comienza súbitamente, con un multicolor estallido de tierras exóticas, inusuales, como advirtiendo que su itinerario proseguirá por paisajes inesperados y extraños. Y es así, Pero esos paisajes, más que territorios geográficos, son regiones espirituales, sitios inopinados en el interior de los seres humanos; que se van presentando como una sucesión de fotografías, fascinante y a la vez motivadora de disímiles estados de ánimo (…)

Pobre Mariposa, de Mónica Soave, Umbrales Ediciones, Buenos Aires, 2015.
178 p.; 21x14 cm, ISBN 978-987-28820-3-7. $150.