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domingo, 31 de diciembre de 2017

Hoy tomo café con…



Juan Manuel Gil
“Nuestra vida es múltiple, caleidoscópica, una red de experiencias y relaciones personales que conforman un sistema complejo”.



       Juan Manuel Gil (Almería, 1979), es autor del libro de poemas Guía inútil de un naufragio (Premio Andalucía Joven de Poesía, 2004), de la novela Inopia (2008), del extraño volumen Mi padre y yo. Un western (premio Argaria 2013 a la mejor biografía) y de la colección de artículos Hipstamatic 100 (2014). Forma parte de algunas antologías y fue becado por la Fundación Antonio Gala. Habitualmente escribe para varios medios de comunicación, y acaba de publicar su novela, Las islas vertebradas (Playa de Ákaba, 2017) una historia sobre la fragilidad humana.


¿Existe una literatura de las islas?
       Creo que tanto escritores como lectores han sentido una gran fascinación por las islas. Parecen albergar un enorme potencial simbólico, enigmático, casi telúrico. Una misma isla puede ser refugio y destierro, hallazgo y extravío. Y eso genera un yacimiento del que la literatura se ha alimentado.

¿Esa isla en mitad del océano se parece a una vida?
       Sin duda. Y de forma muy clara se asemeja a la vida de Martín, el protagonista. El aislamiento, la hostilidad, los secretos, las alucinaciones, el insomnio y los dolores hacen que Martín y esa isla estén anudados de un modo inexorable. Y esto ocurre, quizá, porque el protagonista acabó creyendo, en algún momento, que esa isla era su última oportunidad.

¿Necesitamos, entonces, inventar una segunda identidad para sobrevivir?
       Afortunadamente, no es necesario. Pero es más habitual de lo que pensamos. Las redes sociales nos han convertido en expertos en la construcción de personajes. Seleccionamos, eliminamos, añadimos y encajamos las piezas. Nos renovamos. Nos ofrecemos al mundo como personajes atractivos, frutales, ingeniosos. A veces ese vacío nos engulle.

Su proceso de escritura ha sido lento, ¿obedece a un calculado propósito?
       Soy lento escribiendo. Borro más que escribo. Tengo el cajón lleno de tentativas, de viajes que no llegaron a su destino, de expediciones de las que nunca volví. Envidio a quienes son capaces de escribir un libro cada uno o dos años. Yo sería incapaz. Mi escritura obedece a un proceso controlado de deshielo.

Se habla de su literatura como inclasificable, ejemplos de Inopia (2008) o Mi padre y yo. Un western (2013), ¿está usted de acuerdo con esa calificación?
       Más que inclasificable, me considero un escritor inquieto, curioso. Para sentarme a escribir necesito sentirme fascinado por los días de trabajo que me esperan. Y eso supone indagar en distintos géneros, temas, tonos o propuestas estructurales. Si he escrito poesía, relatos, novelas y algo difícil de etiquetar como «Mi padre y yo. Un western» es por un motivo fundamental: huía del aburrimiento, buscaba sentir el vértigo.  



Sin embargo, su última obra, Las islas vertebradas (2017), tiene una perfecta estructura narrativa, ¿es así?
       Es así. Algunos de los lectores me preguntaban cuándo me iba a atrever con una novela más ortodoxa. Y acabó llegando con Las islas vertebradas. En cuanto empecé a escribirla, tuve claro que la estructura tenía que estar al servicio de la historia, que no me interesaban los saltos mortales estructurales, que cualquier decisión que tomara tenía que estar condicionada por la tensión y la progresión de la trama.

¿El protagonista, Martín de Juan, se esconde en una isla para guardar su secreto?
       Sí. Para guardar su secreto y porque piensa que es posible empezar de nuevo,  tener una nueva oportunidad. Ese discurso puede despertar comprensión o compasión. Los actos y los secretos, en cambio, desprecio. Ese conflicto es uno de los reactores nucleares de esta historia. ¿Puedo compadecer y despreciar a alguien al mismo tiempo? Yo creo que sí. Yo creo que lo hacemos ordinariamente. Las certezas absolutas me despiertan recelo.

Otros personajes, en su mayoría extranjeros, se suman a la historia de Martín, ¿esas otras identidades certifican aun más la soledad del protagonista?
       Sí, constatan su aislamiento. Y no porque exista la barrera del idioma. Más bien se trata del muro de la desconfianza. Martín vive solo en un bungalow de una urbanización endogámica que se ubica en el corazón de una isla más hostil que amable. Un juego de muñecas rusas, un monumento a la soledad: Martín, el bungalow, la urbanización y la isla.

Su personaje está obsesionado con el lenguaje, ¿es una meta de autoafirmación propia para escribir esta y otras de sus obras?
       En Martín, es herencia paterna. Quizá también su modo de entender las relaciones emocionales y sexuales, su escaso apego a lo material y su manera de sistematizar aquello que le cuesta comprender, por poner algunos ejemplos.  Yo comparto con él el gusto por saborear las palabras, por establecer conexiones eléctricas entre ellas. 

Pese a la uniformidad de la historia existen numerosos momentos de tensión, ¿quizá nos invitan a reflexionar sobre ese extraño mundo interior que proyecta su personaje?
       Esa era una de mis intenciones. Que el lector deshiciera algunas costuras del personaje principal y curioseara en su interior. Esta vez preguntarse si un acto está bien o mal no era suficiente. Había que forzar más los límites. Salvando las distancias, ¿yo podría haber actuado como el protagonista? Forzando una respuesta afirmativa, me obligaba a sumergirme en aguas pantanosas, turbias. Solo así podía intentar empujar al lector a esas mismas aguas, a ese mundo interior de Martín.  

Si uno se retira a una isla, ¿según usted, sería ese el espacio más idóneo para sobrevivir?
       Desde luego, si es la isla en la que vive Martín, la respuesta es no. No me gustaría acabar ahí tomando cócteles y trasnochando. El ambiente opresivo, los secretos, la desconfianza, el insomnio y la humedad son algunos de los ingredientes que definen este lugar. No me parecen buenos atractivos turísticos.

Al final de la lectura de su novela, uno se da cuenta de que podemos parecernos a Martín, ¿hablamos de numerosas realidades vividas?
       Nuestra vida es múltiple, caleidoscópica, una red de experiencias y relaciones personales que conforman un sistema complejo. Si lanzamos un vistazo aéreo a esa red, quizá tengamos la percepción de que cada vida es distinta, única. Y puede que, en buena parte, no nos falte razón. Sin embargo, cuando nos vamos centrando en cada nudo de esa red, vemos que las diferencias no son tantas, que nuestras vidas están constituidas por decisiones, emociones, ideas muy próximas. 

¿Las islas vertebradas, es un mapa cartográfico de la duda y, sobre todo, del miedo?
       Creo que tiene bastante de eso. Las dudas y el miedo nos pueden convertir en seres imprevisibles y, hasta cierto punto, irracionales. El miedo desencadena reacciones inesperadas que, en muchos casos, nos acompañan toda la vida. Obviamente, las consecuencias no son siempre negativas. ¿Pero qué ocurre cuando sí lo son?

Finalmente, ¿ha escrito usted una novela sobre la identidad humana?
       No lo sé, la verdad. He necesitado más de doscientas cincuenta páginas para explicarme. He intentado dar respuesta a una o dos preguntas empleando más de sesenta mil palabras. Y cuando puse el punto final supe que esas preguntas podían tener muchísimas respuestas. Demasiadas. Pero es algo que no me preocupa. Para mí la literatura tiene mucho de eso: buscar respuestas que probablemente no halles. Así de doloroso. Así de fascinante.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Hoy invito a…



Cristina Monteoliva*                                            




       La historia guarda aún grandes secretos, muchos de ellos, realmente sorprendentes. Uno de los cometidos de los historiadores es traerlos a la luz para que el mundo los conozca, valore y entienda mejor el periodo de tiempo en el que tuvieron lugar. También puede darse el caso de que estos secretos sirvan para crear novedosas novelas de historia y aventuras. Como El secreto de las beguinas, el libro de Pedro M. Domene del que a continuación os hablo.
Jorge Galaor está cursando un seminario sobre antiguas genealogías de la Europa medieval y moderna cuando es requerido por Diego, su hermano mayor, desde Brujas. Diego investiga ciertos hechos acontecidos en 1604 en la ciudad durante el sitio de Ostende. Estos hechos guardan íntima relación con las beguinas, unas beatas que se asentaban en la ciudad desde el siglo XII y cuyo cometido era el de cuidar a los enfermos y realizar otros servicios a la comunidad. A regañadientes, Jorge se desplaza hasta la ciudad belga. Una vez allí, ayudará a su hermano en su cometido. Aunque, ¿será posible descubrir el secreto que encierra el antiguo beguinato de Brujas?
Las beguinas eran unas mujeres cristianas que se ocupaban de cuidar a enfermos, ayudar a los desamparados y ofrecer servicios varios a la comunidad. Las que conoceremos en este libro vivían en el siglo XVII en la ciudad de Brujas. En aquella época convulsa en la que los Tercios de Flandes tenían sitiada la zona, era común que las beguinas tuvieran que hacerse cargo de los heridos en la batalla. Algunos de ellos, como ya imaginaréis, eran españoles. En esta novela conoceremos al menos a uno de ellos, sus aventuras y sus desventuras en una ciudad tan misteriosa como Brujas.
La narración, que cabalga entre el siglo XVII y el XXI, comienza con la llegada al beguinato de Brujas de Elisabeth, una joven noble. El marido de Elisabeth, Jan, ha de ausentarse de la ciudad por tiempo indeterminado y ya que la situación en la región es tan complicada, decide dejar a su esposa a cargo de las beguinas sin que ella llegue a formar del todo parte de la orden. Pronto Elisabeth descubre que las beguinas guardan un importante secreto, el mismo que las llevará a rendir cuentas ante la Inquisición más tarde. Pero, ¿querrá la joven noble formar parte de ese secreto o decidirá obrar de forma distinta?
Los encargados de desentrañar los misterios del beguinato de Brujas son Diego y Jorge Galaor, dos hermanos españoles que solo parecen tener en común su pasión por la historia. Así, mientras que Diego es charlatán, fanfarrón y fantasioso, Jorge se muestra prudente, serio y ordenado en todo lo que hace. Juntos, no obstante, forman un buen equipo: el ideal para una aventura como esta.
Esta es una novela muy visual que nos da a conocer la vida de las gentes del siglo XVII en Bélgica, su relación con los invasores extranjeros así como la experiencia que los soldados españoles tuvieron en el lugar. La novela nos habla también de la Inquisición, de sus temibles jueces, pero también de aquellos que se vieron forzados a juzgar y condenar a personas que no creían culpables de crimen alguno.
El secreto de las beguinas, en definitiva, es una novela de ritmo cinematográfica cargada de historia, aventuras y secretos inconfesables que cabalga entre dos épocas bien distintas. Una historia diferente llena de personajes interesantes y un inquietante secreto que no dejará de sorprender a sus lectores. ¿Te atreves a comprobarlo?

EL SECRETO DE LAS BEGUINAS, de Pedro M. Domene

Título: El secreto de las beguinas
Autor: Pedro M. Domene
Publica: Editorial Trifaldi
Páginas: 229

*Cristina Monteoliva García nació el 9 de noviembre de 1978 en Almuñécar, aunque desde hace años vive en Granada, ciudad en la que se licenció en Ciencias Ambientales (2001) y obtuve el Master en Medio Ambiente y Gestión del Agua, entre otros títulos.
Aunque muchos en el mundo de las letras la conocen sobre todo por su labor de reseñista (ha dirigido la web de recomendaciones literarias La Biblioteca Imaginaria durante cinco años y ahora dirige La orilla de las letras), Cristina se siente fundamentalmente escritora.
Elías y los ladrones de magia es su primera novela publicada, aunque no su primera obra en llegar al gran público. Su relato Mala Suerte quedó finalista del XI Concurso de Narraciones Breves del diario Ideal en el año 2007. Un año después, Cristina volvió a ser finalista edición XII Concurso de Narraciones Breves con el relato El cambio. En 2009, su cuento Pompas de jabón fue publicado en De mes en cuando. Antología (editada por la Asociación Pura Vida).

Salvador Compán



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UNA DÉCADA PRODIGIOSA
              

La vida de las gentes y de los pueblos, sus hábitos y costumbres pasan por momentos en los que el tiempo se detiene, el curso histórico provoca los cambios suficientes y se altera el modo de vida, surgen rupturas que multiplican las diferencias sociales y se entra en una oscura era de cambios en los que se recurre a la represión, al miedo y al terror más absolutos. Una vez finalizada la Guerra Civil española, los vencedores impusieron la coacción y el castigo, y la sociedad quedó envuelta en una larga y triste posguerra durante los 40 y 50 hasta que, bien entrada la década de los 60, aires nuevos provocarían una auténtica conmoción en la vida cotidiana que se transformó en la aparente visión de una España diferente. Una simulada metamorfosis en pleno franquismo, en el desarrollo de una dictadura, y frente a una silenciada lucha por las libertades, cuando las oscuras prácticas policiales y la represión eran todavía moneda corriente.
        Ciertos momentos de una singular extrañeza, e incluso impulsos o simples impresiones justificarían toda una labor narrativa tras un proceso de aprendizaje, tal vez porque las historias inventadas a lo largo de toda una época de tanteos solo se justifican cuando el narrador busca en cada página escrita la expresión personal de una creíble y futura voz literaria. Sobresale una válida voluntad adolescente por encontrar un singular modismo artístico, la búsqueda de nuevos temas y formas de expresión con que reinventar argumentos universales: el mundo del deseo, el amor y la infidelidad, la libertad y la locura, el pasado y la memoria, o una permanente y profunda reflexión sobre el pasado y el presente, como lo entiende Salvador Compán (Úbeda, Jaén, 1949) porque ha fraguado el sentido de una narrativa con la heterogeneidad suficiente y la insatisfacción personal para mover a sus personajes por distintas etapas históricas que fundamentan ese principio de inconformismo o ejemplifican el sentido de una justicia: El Guadalquivir no llega hasta el mar (1990) reivindica el anarquismo del XIX español, Madrugada (1996) nos sumerge en un escenario de relato negro, Un trozo de jardín (1999) cuestiona, en un carmen del Albaicín granadino, el enigmático amor entre Ángel Ganivet y Casta Cabezas, Cuaderno de viaje (2000), finalista del Premio Planeta, reconstruye la falsa biografía de la familia Seisdedos, Tras la mirada (2003) deseo y venganza en una reconocida Córdoba, Palabras insensatas que tú comprenderás (2012) el homenaje a María Lejárraga para recuperar el protagonismo de esta singular mujer, y su reciente, El hoy es malo, pero el mañana es mío (2017) una historia que, desde el final de la guerra civil hasta bien entrada la década de los 60, obliga a los vencidos a sobrevivir en una sociedad marcada por la dictadura. Salvador Compán, pese a lo espinoso de la trama, construye una narración tan ágil como sugerente, consigue alternar sus historias dentro de misma línea narrativa con un hilo conductor común a todas. Guerra civil, posguerra y los 60 como episodios para desarrollar, una vez más, una profunda reflexión sobre pasado del jienense; y en lugares concretos, simbólicos o geográficos, Almería, Baena y Daza (evidente acrónimo de Úbeda y Baeza), espacios andaluces donde se desarrolla la mayor parte de la acción narrativa.
       La novela queda estructurada en cinco extensas partes que alternan los años importantes y destacables de cada uno de sus personajes, cuyos nombres encabezan los capítulos, al tiempo que un narrador omnisciente nos irá relatando la historia a contar. Un “Prólogo” previo sitúa al lector en la trama que Compán irá desarrollando en las páginas siguientes, concretamente entre 1936 y 1969; sin embargo, más que otro relato sobre nuestro pasado bélico, se trata dar cuenta de una desmesurada visión sobre los años de una larga injusticia colectiva y particular, alimentada por exceso de odios y de continuas venganzas y, sobre todo, El hoy es malo, pero el mañana es mío se traduce en un relato sobre ese desarraigo con que han convivido las últimas generaciones, la constatación de la pérdida de una identidad como seres libres a comienzos del pasado siglo XX, el sufrimiento de una larga posguerra de un ostracismo absoluto, envuelta en una gama de tonos grises y de una oscura y violenta convivencia donde el odio y la venganza nunca fueron superadas. Sebastián Lanza, ambicioso y triunfador, y Vidal Lamarca, taciturno y discreto, protagonizan un pasado que el joven Pablo Suances reconstruye treinta años después, alternando las voces de unos atormentados personajes que a lo largo de sus vidas han querido sobrevivir a una extensa y continua humillación, donde la hipocresía, sobre todo la religiosa, obligaba a ciertas actitudes sociales donde el sexo o la homosexualidad formaban parte del más absoluto tabú de una realidad fingida. Pero sin duda, es la crónica de una traición personal, la de Vidal Lamarca, un hombre hermético y solitario, testigo a los quince años de una cruenta guerra que marcará tanto su presente como su futuro, encarcelado y a punto de ser fusilado solo la ignominia y el egoísmo de Sebastián Lanza lo convierten en un ser desposeído de toda condición humana, un vencido, porque Lanza representará a lo largo de toda su vida el poder, alguien que por puro egoísmo le salva la vida, se convierte en su protector y en su amante, en realidad, su amo. La sombra de ese vencedor que sometió a la sociedad española en un inamovible concepto para olvidar el pasado. 
       Otros personajes fortalecen el relato de Compán, las mujeres, Clara Hervás y Rosa Teba, símbolos de una dignidad perdida, o los conocidos Rafael Zabaleta, Manoel Mendes y Antonio Machado; y el resto, Raúl Colón, Luci Diosdado, o Bocanegra conforman esa curiosa marioneta de conformismo y frustración, lo  mismo que el padre del narrador, Suances, el único amigo de Vidal en Daza por afinidad política, y lo más curioso de El hoy es malo, pero el mañana es mío la proyección de Lamarca y ese paralelo testimonio gráfico, a modo de redención, que irá dibujando y le servirá al joven Suances, como el mejor ejemplo de un futuro cuando en la historieta final comprenda la historia, un libro gráfico que será publicado en París, como no podía ser menos, allí donde solo podía acabar una realidad que, como en España, sí podría ser modificada.






EL HOY ES MALO, PERO EL MAÑANA ES MÍO
Salvador Compán
Madrid, Espasa, 2017

lunes, 25 de diciembre de 2017

Hoy es Nochebuena...



…y mañana es Navidad,
saca la bota, María,
que me voy a emborrachar.

Ande, ande, ande
la marimorena,
ande, ande, ande
que es la Nochebuena.



domingo, 24 de diciembre de 2017

Sabías que...







     “Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”.
                                                                 Miguel de Cervantes

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Hoy invito a…



Herminia Luque*



 
       Vaya por delante que Pedro Martínez Domene es, a no dudarlo, uno de los mejores escritores en lengua española; tanto por sus obras de literatura infantil (Las ratas del Titanic) y juvenil (Después de Praga nada fue igual, Conexión Helsinki), como por aquellas en las que ejerce como crítico (en Cuadernos de Sur o en la revista Turia) y ensayista (Disidencias).

   En esta novela nos ofrece un relato que se bifurca en dos hilos narrativos. Uno, actual, que tiene como protagonistas a los jóvenes hermanos Galaor, Jorge y Diego; otro, ambientado en el siglo XVII, en un beguinato de Brujas, donde viven esas piadosas mujeres, las beguinas, que acogen en su comunidad a soldados españoles heridos para cuidarlos…En esa comunidad también se refugia Elisabeth, una joven cuyo marido ha de marchar a la guerra.

   Los hilos de ambas narraciones se van entrecruzando a raíz de la investigación –poco ortodoxa, a decir verdad- por parte de Diego sobre unos hechos que ocurrieron en ese beguinato, en el contexto de las guerras de Flandes, concretamente en los momentos del cerco de Ostende. Diego está empeñado en reconstruir una hipotética historia que se vertebra en torno a ese lugar donde conviven esas mujeres piadosas, laicas, que no están atadas por votos (no son monjas) y que por lo mismo suscitan tanta suspicacia, en cuanto a su ortodoxia y a la rectitud de sus intenciones, en las altas instancia eclesiásticas.

   Uno de los elementos más destacables es el lenguaje escogido por el escritor para expresar la voz del familiar de la Inquisición Diego de Santo Domingo y el superior de éste, Giordano, así como las  peripecias de la joven Elisabeth y el capitán español herido, Jorge de Deza. Un registro culto, elaborado, con estructuras sintácticas de cierta complejidad, que, en contra de lo que pudiera creerse, es de fácil lectura, por su transparencia y su innegable belleza. Sin duda es una apuesta arriesgada, pero de la que M. Domene sale airoso, para felicidad del texto y para goce del lector.

   Hay en el libro sorpresas simpáticas, como esa monja navarra que no carece de humor; o ese personaje entrañable, Nafii, un picarillo en toda regla. Y esa pintoresca historia que relaciona la ciudad de Brujas con la localidad malagueña de Casarabonela… También hay otros elementos más dramáticos como el accidentado viaje (a través del Eurotúnel) de Jorge, que va a reunirse con su hermano Diego a petición de este. Pero, sobre todo, los elementos trágicos se concentran en lo relacionado con el proceso inquisitorial abierto a las beguinas y el subsiguiente auto de fe, así como la angustiosa estancia del capitán español en el beguinato.

  Una novela, en fin, que une el relato histórico y la narración contemporánea con una soltura envidiable para dar lugar a un artificio novelesco impecable. Los jóvenes no debieran perderse este maravilloso libro; los jóvenes que todos llevamos dentro (más o menos visibles, más o menos ocultos, según opciones) tampoco. 

Pedro M. Domene. El secreto de las beguinas. Madrid, Trifaldi, 2016. 


* Herminia Luque (Granada, 1964), es narradora y ensayista. Su obra más reciente ha obtenido el Premio Málaga de Novela, Amar tanta belleza (2015). Antes había publicado Bitácora del Poseidón (2010), El códice purpúreo (2011) y Al sur de la nada (2013). Recientemente ha recibido una mención en XV Premio de Ensayo Carmen de Burgos por, Siempre guapa. El imperativo estético en la sociedad contemporánea, que aparecerá próximamente.
“Los escritores que nos acercamos al pasado lo hacemos por sus posibilidades narrativas y estéticas”. Ha ganado, recientemente, el Premio Málaga de Novela con Amar tanta belleza (Fundación José Manuel Lara, 2015), un retrato de la España del XVII a través del testimonio de la escritora María de Zayas.



Otra Navidad, 3



Siempre, siempre atentos a los especiales en TBO de Navidad, en esta ocasión recortables para hacer nuestro portal.


martes, 19 de diciembre de 2017

Salvador Gutiérrez Solís



Me gusta…


                          
MALDITOS

       Si la novela es un género donde cabe todo, según un juicio barojiano que, durante décadas, no dejó indiferentes a propios y ajenos, cuando hablemos de cuento, deberíamos pensar en un experimento con una definición de límite, siguiendo la máxima del argentino Pligia, porque en una mesa revuelta o cajón desastre, las hormas o convenciones dejan de tener sentido, o mejor, los géneros puros son inexistentes y, entonces hablaríamos de antigénero o multigénero, para definir el contenido de un libro de microrrelatos, de hipertextos, o secuencias minimalistas. Un cuento es algo nítido, limitado como un objeto, poblado de metáforas que conjugan visualidad y simbolismo para conseguir un punto de vista, configurar los personajes y, una vez armonizada acción y atmósfera, el conjunto ofrecerá el equilibrio, esquivando la posibilidad de un relato desproporcionado. Sin duda, el cuento hoy, cualquiera sea su extensión, ofrece una inagotable materia para la reflexión.
       La historia literaria se ha servido siempre de cierta visión crítica con abundantes opiniones personales que convierten a sus autores bien por alguna fatalidad, bien decisión propia en auténticos caníbales que se devoran unos a otros; en ocasiones, esta impertinencia va mucho más allá de un manual de buenos modales, y muestra una inteligente visión de los espectros literarios, al tiempo que destila dosis de humorismo, sarcasmo, mofa e ironía que transforma en sátira todo cuanto toca, léase el entorno literario y el mundillo del mismo. Una sobrada capacidad que Salvador Gutiérrez Solís (Córdoba,.1968) explora en su dilatada bibliografía desde La novela de un novelista malaleche (1999), las colecciones Jugadores y coleccionistas (2004), El batallón de los perdedores ((2006) y Guadalajara 2006 (2007) que, ahora, de alguna manera «globaliza» en Escritores (2011), diecisiete historias, de variada extensión, en torno al mundo de la vanidad, la mediocridad, el despotismo o los entresijos del mundo literario que reivindica ¿su papel? o ¿valora? al margen de una oficialidad de la buena, la mala o la regular literatura que Gutiérrez Solís plasma como el detective poeta, el torero escritor, el guardián de las palabras, el escritor a sueldo, entre otra variada fauna alocada, maldita y rapera para terminar convertido en un novelista caníbal, sospechoso de ser trasunto de Rafael Reig y su polémico Manual. Los cuentos de Escritores o, quizá, este singular manual de Literatura, está salpicado de frases lacónicas que para el buen lector resultan tremendamente expresivas y elocuentes. Aguda reflexión sobre el hecho literario, su proceso y gestación, esperpéntica mediocridad de quienes se creen poetas, novelistas o ensayistas en el inmenso escaparate de un malditismo literario filtrado por el humor, el ingenio, o los condicionantes a que se ve sometido el meritorio autor en su vida cotidiana y, también, en el farragoso proceso de publicar su obra.








Salvador Gutiérrez Solís, Escritores; Córdoba, El Olivo Azul, 2011; 160 págs.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Desayuno con diamantes, 128



EL HISPANISTA GERALD BRENAN EN SU LABERINTO ESPAÑOL


        El hispanista británico Gerald Brenan (1894-1987) y su esposa, la poetisa norteamericana Elizabeth (Gamel) Woolsey, realizaron, el 10 de febrero de 1949, un viaje de poco más de dos meses por el centro y el sur de España. Visitaron, inicialmente, Madrid y allí tuvieron que esperar la mejoría de una ligera gripe que contrajo el escritor; una estancia que se prolongó durante algunos días más de lo previsto. Iniciaron su recorrido por el Sur y viajaron a Córdoba, la primera capital andaluza que admiraron; el 26 del mismo mes estaban en Málaga, desde donde se trasladaron a Churriana, ese lugar en la sierra que aún conservaba los recuerdos del pasado y donde mantenían la casa que custodiaban los amigos, Rosario y Antonio. Habían vivido y abandonado el país a comienzos de la guerra civil y esta vuelta constituía un singular reencuentro con un pasado repleto de recuerdos agradables. El diario que Brenan llevaba en este viaje se convertiría, años más tarde, en el libro La faz de España. Más tarde visitaron Granada para descubrir el barranco donde había sido asesinado y enterrado García Lorca. El regreso a Madrid fue el 1 de abril; los días que pasaron en la capital de España fueron de una continua y  angustiosa visión de lisiados y tullidos de la guerra, así como otra mucha gente que moría de hambre. Cuando regresaron a Inglaterra el 18 de abril, tanto Gamel como Gerald, habían tomado la firme decisión de vivir en España el resto de sus días.
        La vida de Gerald Brenan se ha convertido—en palabras de Ian Gibson—en esa apasionante biografía del más entrañable hispanista de todos los tiempos. Y destacados historiadores como Carr o Preston, subrayan que El castillo interior. Biografía, realizada por Jonathan Gathorne-Hardy, se ha convertido en un monumento de la investigación y en el más delicioso de los libros escritos sobre don Geraldo, como familiarmente era llamado por sus vecinos en Alhaurín. El biógrafo construye El castillo interior como si de un amigo cómplice se tratara, vierte sus investigaciones sobre el escritor y ensayista de una forma imparcial y atinada, porque, entre otras cosas, la vida de Gerald Brenan está plagada de numerosísimas peripecias a lo largo de su existencia y, además —como señala el propio biógrafo— se articula sobre dos ejes muy importantes: el propio discurrir del siglo XX y esa tensión bipolar que une su país, Inglaterra, con Andalucía la región que eligió para vivir durante buena parte de su existencia. En gran medida —señala Gathorne-Hardy— su biografía es un delicioso recorrido por buena parte de la historia de España, desde la penumbra rural de los años veinte hasta el advenimiento de la democracia. La biografía, El castillo interior, publicada inicialmente en 1992 se sustenta sobre dos pilares importantes, los dos volúmenes publicados por el propio Brenan y la cantidad de cartas conservadas, muchas de ellas de épocas relativamente tempranas. La lectura de este compendio epistolar dio lugar a una imagen diferente el ensayista inglés lo que permite, hoy día, ofrecer una visión distinta de algunos de los capítulos y acontecimientos de su vida. Como por ejemplo, el descubrimiento de un diario que la madre de Brenan llevó hasta que éste cumplió los doce años y que, según el escritor, descartó por considerarlo «completamente carente de interés». El descubrimiento de algunos datos como el que precede, sirvieron a Gathorne-Hardy para despejar posibles temores en torno a la ejecución de una biografía tan importante para ofrecer, a tenor, de los materiales con que disponía, un retrato tan fiel y distinto como jamás había aparecido sobre el escritor. La relación que mantuvieron biógrafo y autor durante más de treinta años ha servido a ambos para despejar posibles dudas acerca de esa identificación o transferencia que se supone en ambos personajes y ofrecer, con absoluta objetividad, un monumento a la vida y la obra de un escritor como Gerald Brenan. La biografía comienza, en una primera parte, con el nacimiento y los antecedentes del escritor: «Hacia una vida propia», se titula y abarca los años de 1894 a 1919,  y cuando conoce a Dora Carrington. «Dos grandes amores», en una segunda parte del libro, recoge los años 1919 a 1930, donde se describe y argumenta su fascinación por Juliana, para llegar a la firme decisión de convertirse «Por fin escritor», en otro excelente apartado, desde los años 1930 a 1953 y su firme decisión de abandonar, definitivamente, Inglaterra para afincarse en España de por vida. 


        En 1931 había contraído matrimonio con Gamel en Roma y durante estos tiempo habían viajado siempre juntos. En la cuarta parte del volumen, Gathorne-Hardy rastrea, admirablemente, la estancia de Brenan en España y sobre todo su apasionante labor como hispanista hasta llegar a «El último, largo movimiento», donde transcribe tras la muerte de Gamel en enero de 1968, su retiro a Alhaurín junto a Linda Nicholson-Price hasta su propio fallecimiento, acaecido el 19 de enero de 1987, a las once de la noche, según relata su biógrafo. A esta circunstancia añade el ensayista, «Me pregunto si Gerald será recordado y, en caso afirmativo, por qué. Sus libros han sido objeto de abundantes comentarios, aunque existe un último aspecto de su vida y de su obra que no ha sido debidamente considerado, con la salvedad de que impregna este libro de principio a fin: se forjó una reputación considerable en Inglaterra y en Estados Unidos, aunque nunca llegó a ser ni por asomo famoso. Sí que alcanzó la fama en España—en no pocos momentos fue célebre—». Actualmente, después de haber permanecido durante catorce años en un tanque de formol el 20 de enero de2001 fue incinerado, en una sencilla ceremonia, y enterrado junto a Gamel en el Cementerio Protestante de Málaga.  
        Gerald Brenan es autor de una amplia bibliografía que incluye abundantes libros sobre esa realidad española que el propio escritor inglés vivió, El laberinto español (1943), La faz de España (1950), Historia de la literatura española (1951), Al sur de Granada (1957), San Juan de la Cruz (1973) o Pensamientos en una estación seca (1986). Otras obras con el seudónimo de George Beaton forman parte de su bibliografía, Jack Robinson: una novela picaresca (1933) o El almanaque del doctor Partridge (1935); además de estudios, artículos y reseñas que conformaron el resto del conjunto de su obra. Jonathan Gathorne señala en la introducción de su monumental biografía que para la realización de su trabajo le habían surgido dos problemas, en primer lugar, el hecho de que el propio Brenan hubiera escrito sobre su vida en dos volúmenes independientes y la cuestión del amplio epistolario que se conserva del autor, diseminado por algunas de las más importantes universidades europeas y americanas: King´s College, McMaster o Sussex. Los primeros veinticinco años están perfectamente descritos en Una vida propia (1962). El segundo tramo de su vida llega hasta 1972, aunque recrea minuciosamente su existencia hasta 1953, y aparece en el volumen titulado Memoria personal (1974).

                       Gerald Brenan. El castillo interior
                           Jonathan Gathorne-Hardy
                  Barcelona, El Aleph, 2003; 911 págs.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Sabías que...





“Vieja madera para arder, vino viejo para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer”.
                                                                        Sir Francis Bacon

sábado, 16 de diciembre de 2017

José López Rueda



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       Las historias sobre el 36 español se han multiplicado con el paso de los años, porque la literatura, independiente del género o clase, se inspira siempre en las pasiones y en los sufrimientos del hombre. Podría afirmarse, incluso, que la literatura de los pueblos nace como testigo de sus vidas y de sus guerras, porque en su expresión más elemental las leyendas siempre refieren expediciones bélicas, con héroes que se convierten en mitos y que, indiscutiblemente, están en la mente de todos, La Odisea y La Ilíada, la guerra de Troya y la vuelta del héroe, los Edda germánicos, o los cantares de gesta y los esforzados destinos de sus protagonistas, casos del Poema de Mio Cid, la Chanson de Roland o el Cantar de los Nibelungos, sin que estas apreciaciones presupongan una apología de una literatura bélica que justifique cualquier acción del ser humano.
       Quizá por todo esto, Aldea, 1936, de José López Rueda (Madrid, 1928), recoge una visión distinta del conflicto bélico español que durante más de la mitad del siglo pasado ha convulsionado las conciencias de los españoles. La novela fue editada, originariamente en  Ecuador, en 1958, y sin duda, en nuestro país, si por entonces llegó a distribuirse o conocerse, pasaría sin pena ni gloria. Ahora en una suerte de acierto, Ediciones de la Torre, en su colección “Germinal” reedita la obra, con un prólogo de Juan Cano Ballesta que sitúa la novela en su contexto histórico. Y, según advierte el propio autor, es una historia de personaje imaginarios, que viven en un pueblo de Castilla mientras en torno suyo los españoles se matan unos a otros en una guerra fratricida, y aun añade, que cualquier parecido con hechos o personas reales es pura coincidencia. Y este es, sin duda, el acierto del relato de López Rueda, su particular visión de la contienda desde la retaguardia misma, es decir, vislumbrando a lo lejos cuanto ocurre y cuyos efectos quedan constatados a diario en la pequeña población: las represiones y fusilamientos, los huidos, la presencia militar de los italianos, el miedo y el odio, o incluso la nota amable de los comedores del Auxilio Social para paliar el hambre de los niños de la guerra; en realidad, la intrahistoria de unos personajes, la tragedia de todos y cada uno de ellos que protagonizan ese otro horror a que se vieron abocados. Unas veces, la voz narrativa surge en la mirada de un niño, Germán, que es testigo de cómo un hombre es sacado de su propia casa, padre de uno de sus amigos de juegos diarios, o expresa la situación de su propia familia, sobre todo de su madre, Elisa, que ignora el paradero de su marido y está atrapada en casa de su hermana y su cuñado, donde no es fácil convivir, otras veces se da cuenta de la tremenda y horrorosa persecución de los perros de la pequeña aldea, o la muerte del tío Juan, una víctima más de las circunstancias, que deja arder su casa cuando su mujer muere y no encuentra motivo para seguir viviendo, todo salpicado con los juegos de la mirada inocente, en ocasiones, de los niños del lugar. Son episodios de una angustia vital que López Rueda transmite al lector, precisamente, levantando acta de la difícil situación vivida, también, tras las líneas del frente. La guerra será esa consecuencia, inmediata, que viven estos personajes y que, también salpica a las relaciones familiares de Paco, Petra y su hija mayor, Anita, una adolescente seducida por uno de los militares italianos que ha dejado una pequeña huella en el lugar. Si en torno al mundo de la aldea se muestra indirectamente el conflicto, el novelista subraya la violencia, el odio, el rencor o la codicia misma, y la personifica en esta familia, parábola por otra parte de lo vivido por otros muchos en el resto del país.
       La novela, Aldea 1936, pese a todo, ofrece una visión benevolente de la sangrienta contienda española, porque su autor, niño de la guerra, como Aldecoa, Fraile, Sánchez Ferlosio, Martín Gaite o Josefina Rodríguez, mira desde sus ojos infantiles el llanto de toda una generación, y lo hace además ejerciendo de severo juez que sentencia y transcribe con una prosa limpia, ajustada, casi lírica, cuando frente al horror describe las calles o plazas, el paisaje y esa tierra seca, al tiempo que somete su lenguaje a una aguda y perfilada sonoridad solo cuando el odio sale de la boca de sus personajes.
                                  



ALDEA, 1936
José López Rueda
Pról. de Juan Cano Ballesta
Madrid, Ediciones de la Torre, 2012; 283 págs.