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MALDITOS
Si la novela es un género donde cabe
todo, según un juicio barojiano que, durante décadas, no dejó indiferentes a
propios y ajenos, cuando hablemos de cuento, deberíamos pensar en un
experimento con una definición de límite, siguiendo la máxima del argentino
Pligia, porque en una mesa revuelta o cajón desastre, las hormas o convenciones
dejan de tener sentido, o mejor, los géneros puros son inexistentes y, entonces
hablaríamos de antigénero o multigénero, para definir el contenido de un libro
de microrrelatos, de hipertextos, o secuencias minimalistas. Un cuento es algo
nítido, limitado como un objeto, poblado de metáforas que conjugan visualidad y
simbolismo para conseguir un punto de vista, configurar los personajes y, una
vez armonizada acción y atmósfera, el conjunto ofrecerá el equilibrio,
esquivando la posibilidad de un relato desproporcionado. Sin duda, el cuento
hoy, cualquiera sea su extensión, ofrece una inagotable materia para la reflexión.
La historia literaria se ha servido
siempre de cierta visión crítica con abundantes opiniones personales que
convierten a sus autores bien por alguna fatalidad, bien decisión propia en
auténticos caníbales que se devoran unos a otros; en ocasiones, esta
impertinencia va mucho más allá de un manual de buenos modales, y muestra una
inteligente visión de los espectros literarios, al tiempo que destila dosis de
humorismo, sarcasmo, mofa e ironía que transforma en sátira todo cuanto toca,
léase el entorno literario y el mundillo del mismo. Una sobrada capacidad que
Salvador Gutiérrez Solís (Córdoba,.1968) explora en su dilatada bibliografía
desde La novela de un novelista malaleche (1999), las colecciones Jugadores
y coleccionistas (2004), El batallón de los perdedores ((2006) y Guadalajara
2006 (2007) que, ahora, de alguna manera «globaliza» en Escritores
(2011), diecisiete historias, de variada extensión, en torno al mundo de la
vanidad, la mediocridad, el despotismo o los entresijos del mundo literario que
reivindica ¿su papel? o ¿valora? al margen de una oficialidad de la buena, la
mala o la regular literatura que Gutiérrez Solís plasma como el detective
poeta, el torero escritor, el guardián de las palabras, el escritor a sueldo,
entre otra variada fauna alocada, maldita y rapera para terminar convertido en
un novelista caníbal, sospechoso de ser trasunto de Rafael Reig y su polémico Manual.
Los cuentos de Escritores o, quizá, este singular manual de
Literatura, está salpicado de frases lacónicas que para el buen lector resultan
tremendamente expresivas y elocuentes. Aguda reflexión sobre el hecho
literario, su proceso y gestación, esperpéntica mediocridad de quienes se creen
poetas, novelistas o ensayistas en el inmenso escaparate de un malditismo
literario filtrado por el humor, el ingenio, o los condicionantes a que se ve
sometido el meritorio autor en su vida cotidiana y, también, en el farragoso
proceso de publicar su obra.
Salvador
Gutiérrez Solís, Escritores; Córdoba, El Olivo Azul, 2011; 160 págs.
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