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viernes, 1 de diciembre de 2017

Eduardo Mendicutti



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QUERIDO CIGALA

        El paisaje literario de la España postfranquista debe, y mucho, a la obra de Eduardo Mendicutti  (Sanlúcar, Cádiz, 1948) por su inquebrantable voluntad de representar un sistema de valores que oscila entre lo crítico, lo social y lo político, con vigorosas imágenes que proceden de la cultura kitsch, y por ensayar esa peligrosa actitud ante una denostada literatura gay que, además de una temática marginal, ofrece el estudio de un habla caracterizada de vulgar, un «lenguaje del travestismo», con el idiolecto propio de grupos específicos en una sociedad o de una región que conoce bien Mendicutti. Buena parte de su prosa se sustenta en esas breves elipsis expresivas contra un silencio impuesto, tema esencial, por otra parte, de Ganas de hablar (2008).
        Sus novelas, Una mala noche la tiene cualquiera (1982), El palomo cojo (1991) o Los novios búlgaros (1993), terminan con expresivas manifestaciones de júbilo pese a los fracasos a que se ven sometidos sus personajes, tienen un esperado final optimista que proporciona al lector esa sensación de alivio aunque, entre otras cosas, producen perplejidad y consternación. No es la primera vez que Mendicutti propone un texto basado en un larguísimo monólogo, como ocurre en Ganas de hablar, con dos partes, una primera muy extensa, un diario a lo largo de quince días, y una segunda, más breve, en la que reproduce otra estampa del Sur, el paso de una procesión y el monólogo interior de su protagonista. Una manifestación de triunfo sobre el silencio forzado e impuesto durante años al Cigala, mariquita de toda la vida, conque cierra la narración de buena parte de sus vivencias, incluidas las familiares y sus amistades, una corte de damas, doña Luchy Osorno, Ana Belén Gallardo, Chica Lapuente, a quienes les ha venido practicando, desde siempre, la Haute Manicure, como a él le gusta definir su profesión y su arte.
        Todo empieza cuando el personaje se entera que la corporación municipal de su pueblo, La Algaida, le va a dedicar una calle y utiliza a su hermana, Antonia, casi un vegetal, como confidente. A lo largo del relato, recordará y reconstruirá un mundo, el suyo propio, ahora que es posible librarse de ese silencio impuesto, tras décadas de confusión, de vanos impulsos por salir adelante y de buscar solución a los problemas personales y profesionales. Un relato, como es habitual en Mendicutti, donde el humor convierte al estereotipo del mariquita en España en un personaje tierno y querido, como el de tantos pueblos de nuestra geografía, porque como él mismo asegura, la voz colectiva, contribuye a comprender lo que somos, hemos sido o aquello que queremos o no ser. Lo mejor del Cigala es que, a pesar de ser un marica redomado, resulta tan creíble, como amable y simpático, habla la jerga callejera andaluza, un lenguaje con estilo propio y singular que otorga al texto valores añadidos: cantidad de calificativos de una lengua tan diaria como vulgar, tan expresiva como académica. La Fallon, el niño de la Batea, el cura Pelayo o don Alfonso de Sandoval, amante y protector de Antonia, alternan en esa corte de personajes que divierten al lector con escenas cotidianas en medio de un mundo paralelo y oscuro, es decir, secreto, íntimo, olvidado durante décadas, perceptible bajo la mirada del novelista, convirtiéndolo así en luminoso, irónico y desafiante. Francisco López Guerra, alias Cigala, sorprende, como otros personajes de Mendicutti, por despertar a los fantasmas de su pasado aunque, la verdad sea dicha, si en el fondo todo ha sido de mentirijillas, qué más da.





Eduardo Mendicutti; Ganas de hablar; Barcelona, Tusquets, 2008; 305 págs.

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