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viernes, 31 de mayo de 2019

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JOHN FANTE VERSUS ARTURO BANDINI



      En la década de los 30 la novela norteamericana consiguió un reconocimiento internacional entre otras cosas porque Sinclair Lewis recibió el Premio Nobel de Literatura en 1930 y autores como Hemingway, Dos Passos, Faulkner o Wolfe se convertían en símbolos de la diversidad y la fuerza de la literatura americana de ficción.  La realidad, además, fue que la obra de estos autores de la denominada «generación perdida», los «conservadores» o los «vanguardistas», experimentó una validación perfecta como para mostrar que las circunstancias de la situación nacional podía semejarse a una descripción universal y así, estas generaciones de novelistas y las obras escritas entre 1910 y 1945, se convirtieron en una valoración de posibilidades tanto para la vida cotidiana como para el mundo del arte. Las novelas semiautobiográficas de comienzos de siglo habían sido las precursoras de las obras de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Henry Miller o de John Fante durante los años 20 y 30. El atractivo que estas obras podían tener para el público lector no era simplemente el mérito en cuanto obras literarias, sino esa semejanza provocativa con las vidas públicas y particulares de los escritores y de su entorno más cercano, esa alienación esgrimida respecto a los tipos, el lugar, la historia, incluso el lenguaje, características que provocarían una dislocación cultural: el inmigrante que se enfrenta a una sociedad extraña, el negro que procede de un status decadente y por primera vez tiene aspiraciones, el joven talento en pleno proceso de desarrollo en esa incipiente y bulliciosa estructura de poder que supone emigrar a la ciudad. Fue esta, en palabras de Malcolm Cowly, «una época rápida y plena de aventuras, en la que era bueno ser joven; y, no obstante, al salir de ella uno sentía una sensación de alivio, como al salir de una habitación demasiado llena de conversaciones y de gente...»
               Es cierto que, a algunos escritores, les acompaña una leyenda que, transcurrido cierto tiempo, los salva de una evidente anonimato y ven, de alguna forma, actualiza su obra. Ha ocurrido con no pocos autores cuya trayectoria se ha perdido en el espacio de una literatura que, definitivamente, se ha sometido a la humillación del desconocimiento de los lectores o de los estudiosos y que, por circunstancias diversas, vuelven al espacio literario del que nunca debían haber desaparecido, avalados, por la fuerza de una obra que bien merece un reconocimiento universal. Dostoievski, Hamsun, Hemingway o Dos Passos, Wolfe, Steinbeck, Farrell, Saroyan, West, son algunas de las referencias literarias que se citan a propósito de la narrativa de casi un desconocido John Fante, el hijo de unos emigrantes italianos, nacido en 1909 y fallecido en 1983, tras una vida de miseria literaria que conllevó con colaboraciones en Hollywood. Sobrevivió, pese a todo, al empeño por inventar una suerte de autobiografía que le abriese el camino de la gran literatura. Las novelas que, inicialmente, se reeditan en España, Espera la primavera, Bandini (Anagrama, 2001) y Pregúntale al polvo (Anagrama, 2001) habían aparecido, anteriormente, bajo el sello de la editorial Empúries en 1988 y 1989, respectivamente. La empresa de Herralde anuncia la publicación de la tetralogía completa en su colección «Panorama de Narrativas», esto es, también Sueños de Bunker Hill y La ruta de Los Ángeles. En Ultramar había aparecido, en 1990, La cofradía de la uva, aunque su edición original era de 1977.
               John Fante había conseguido cierto éxito con sus dos primeras novelas escritas en 1938 y 1939, pero hasta 1982 no consiguió publicar Sueños de Bunker Hill y, tras su muerte, en 1986 La ruta de Los Ángeles.  Escritor original, sarcástico, orgulloso, incorregible, trasladó buena parte de su vida a las memorias de un adolescente que vive, junto a sus padres y hermanos menores, en un pueblo pequeño del estado de Colorado, donde se iniciará a la vida en una educación católica a la sombra de su madre y de las monjas de Instituto local para, posteriormente, abrirse camino y triunfar como escritor cuando, «transcurridas sus primaveras», inicie su huida hacia la cálida California para empezar a soñar con un futuro de éxitos que le llevaran hasta el mismo Premio Nobel. Arturo Bandini es el hijo de unos emigrantes que siente la humillación de sus raíces y lucha con el mismo odio que ve en un padre frustrado contra su incapacidad para ser incluido en el prometido aun que frustrado sueño americano y surge en él una soberbia esperanza de prosperar, cómo no, en la escritura un hecho que en la época representa dinero y, sobre todo, notoriedad. Pero en realidad, en su primera novela, Espera la primavera, Bandini, el protagonista es Svevo, el padre, un italiano emigrado, albañil sin trabajo que durante el duro invierno de Colorado pisotea la nieve y espera el milagro del sueño americano. Sobrevive para dar de comer a una familia cuyo primogénito Arturo se convierte en el testigo de todo un melodrama familiar del que solamente él aspira a una vida mejor, pero además piensa hacerlo olvidándose de su origen italiano, rémora y obstáculo de una humillación de la que no quiere formar parte y que pronto convertirá, como en el caso del padre, en un fervoroso deseo de esperanza, aunque en igual proporción en una soberbia ambición, tras la que su tenacidad será su mejor opción. Al comienzo del libro Fante escribe, «Se llamaba Arturo, pero no le gustaba y quería llamarse John. Se apellidaba Bandini, pero quería que fuese Jones. Su padre y su madre eran italianos, pero él quería ser norteamericano» (pág., 28). En Espera la primavera, Bandini, Fante, consigue escribir sobre una infancia amenazada y una sociedad clasista como se muestra, sobre todo, consigue el dibujo de una abnegación del estigma religioso, preferentemente en la figura de la madre, María, sumisa y orgullosa, quien, día tras día, se «miraba la palma de la mano, llena de callos por culpa de la tabla de lavar, para darse cuenta de que después de todo ella no era norteamericana» (pág., 62). En esa secreta esperanza de conversión transcurre la novela en la que, en realidad, como afirma el propio Fante «todas las personas de mi vida literaria, todos mis personajes se encuentran en esta obra de juventud. En ella (...) sólo queda un recuerdo de antiguos dormitorios y el rumor de las zapatillas de mi madre al dirigirse a la cocina». Esta especie de autobiografía lleva al joven Fante a la necesidad de buscar el éxito en lo único que es capaz de hacer, algo que socialmente le otorgará el respeto deseado, la escritura o, en definitiva, llegar a convertirse en un escritor de éxito. Sólo a través de la literatura conseguirá dinero y fama para salir de la indigencia vivida en su niñez y en su juventud. Otras cuestiones de su vida pasada quedan vislumbradas en este libro, como por ejemplo, el primer amor, un tema que en su siguiente obra, Pregúntale al polvo, se verá sometido, igual que en esta primera obra, a su propio destino, en esa mirada crítica sobre el absurdo de una relación con la mujer amada que premonitoriamente  desembocará en tragedia.
               Pregúntale al polvo (1939), sorprendentemente, se convierte en la novela que le otorga a Fante el carácter de clásico dentro de la literatura norteamericana del siglo XX. En realidad, pretende ser la continuación de esa autobiografía ensayada en Espera la primavera, Bandini y quizá por eso, necesariamente, hay que leer ambos textos en su orden creativo, pero sobre todo, la segunda, revela la singularidad narrativa de un escritor capaz de mostrar la hostilidad de la sociedad de una gran ciudad frente al ambiente cálido y pueblerino de la niñez narrada por Bandini. Es obvio que quiera verse en su literatura reminiscencias de la novela negra de la época, de Chandler y Hammett, con ese vertiginoso giro a la izquierda que propusieron estos escritores. El relato acentúa el entusiasmo juvenil de un aspirante a escritor cuando, sólo en medio de la gran ciudad, encuentra el tema para su gran novela, escribir sobre un personaje que ha conocido realmente, la extraordinaria y no menos extravagante, Vera Rivken, y consigue el contrato de edición que le otorgará la fama definitiva. Arturo Bandini aún no ha dejado el lastre de su vida anterior y cuando concluye su primera gran obra se encamina a una iglesia y afirma: «Volví a practicar la oración. Fui a misa y comulgué. Hice una novena. Encendí velas en el altar de la Bienaventurada Virgen María. Recé porque se produjera el milagro» (pág., 181). Pero por encima del día a día del joven escritor, sobresale el concepto del amor, ese otro gran tema de la novela, ejemplificado en el personaje de Camila López, una camarera mexicana por la que, paradójicamente, llega a sentir tanto desprecio como amor, a la que es incapaz de demostrarle sus verdaderos sentimientos, aunque como se desprende de su lectura, verá dibujado en ella su propia ambición hacia el éxito esperado, sobre todo cuando la joven, confusa, emprende su huida hacia otro hombre y hacia una nueva vida que se truncará, marcada por la época, en desgracia porque al final de la novela, el personaje de la joven Camila se perderá en el desierto, el único lugar donde uno descubre la soledad y donde todo sucumbe. El último párrafo está dedicado, precisamente, al desaparecido amor cuando Bandini, con un ejemplar de su novela en las manos le dedica a Camila unas líneas y afirma: «Me adentré con el libro en el desierto un centenar de metros, en dirección sureste. Lo arrojé con todas mis fuerzas por donde se había ido Camila. Luego volví al vehículo, lo puse en marcha y emprendí el regreso a Los Ángeles» (pág,., 205).
               Los libros de Fante—en palabras de Bukowski—«están escritos con el corazón y con las entrañas y no hablan de otra cosa. La vida de Fante, —como la de tantos otros—, corrió un destino horrible aunque pleno de una valentía tan natural como insólita. Su forma de escribir y su forma de vivir contienen las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión». Algo que, indudablemente, se convierte hoy en un milagro capaz de devolver la autenticidad literaria a un autor de la talla de John Fante, cincuenta años más tarde, en los albores del siglo XXI con la perspectiva suficiente para señalar lo insólito y lo extraño de una escritura con la fuerza necesaria para resistir durante tanto tiempo.





FANTE, John
Espera la primavera, Bandini
Anagrama, Barcelona, 2001













FANTE, John
Pregúntale al polvo
Anagrama, Barcelona, 2001

jueves, 30 de mayo de 2019

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EL ALMA ESLAVA

                              
               El viaje, título del último libro de Sergio Pitol (Puebla, 1933), no deja lugar a dudas acerca de su contenido y se nos presenta como el recorrido realizado por el escritor mejicano durante la primavera de 1986, siendo embajador de su país en Checoslovaquia, por tierras de la Unión Soviética y, concretamente, por la república de Georgia, región del Caúcaso a donde había sido invitado por la Asociación de Escritores. En una primera aproximación, el espíritu de la perestroika planea por estas páginas y cuantifica la esperanza y las incertidumbres que la criatura de Gorbachov produciría entonces sobre el régimen soviético y su confederación. « Por todas partes había brotes de vida. Era una consagración de la primavera (...)—puntualiza el escritor. Pitol invita, aún años después, al lector a presenciar el deshielo político, económico y espiritual de esa potencial mundial que fuera la URSS. Tras unos fundamentados equívocos, Moscú y Leningrado fueron, inicialmente, sus primeros destinos geográficos y más tarde Tiflis; aunque son, también, el recorrido personal y literario que el escritor realiza en los quince días del viaje y cuyos datos anota en un diario o cuaderno que se convierte en el relato testimonial de un momento histórico que, sin intuirlo entonces, hoy sirve de documento social y narrativo.
               Cuestionándose, con esa duda irreflexiva que asalta a los escritores, una, otra y muchas veces más una omisión en sus textos sobre la ciudad de Praga, rememorando  sus recuerdos y algunos escritos la capital checa, una ciudad que tangencialmente tanto le abrumaría entonces como le ha perturbado siempre al escritor, envuelta siempre en las sombras omnipresentes de sus días pasados en ella, es tal la magia de la ciudad, a donde el diplomático había llegado en la primavera de 1983, que nunca y hasta el presente había logrado su propósito inicial: escribir sobre ella;  no realizar un ensayo de politólogo—como él mismo afirma—sino una crónica literaria en clave menor. A partir de esta pregunta, y en una larga introducción evocadora, iniciará un recorrido por lo que él mismo califica «el país de las grandes realizaciones y los horribles sobresaltos» en realidad, su descubrimiento sobre Rusia, su cultura y sobre todo su literatura, para contar, a través de vivencias íntimas, la reconstrucción de textos históricos, anotaciones literarias, anécdotas y tragedias humanas, la recreación del alma eslava que se convierte, por la prosa del mejicano en un fabuloso relato, también, la descripción de ciudades literarias, Moscú y Leningrado, pero sobre todo Tiflis, la capital de la república de Georgia que «se había hecho célebre de pronto por el tono subversivo de su cine, y se la consideraba como una de las plazas fuertes de la perestroika, palabra que denotaba la transformación iniciada por Mijaíl Gorbachov en la URSS». Un diario pormenorizado que se inicia un 19 de mayo y se cierra un 3 de junio. Intercalados, testimonios como los de «La carta de Méyerhold» y el impresionante «Retrato de familia», referido a la escritora Marina Tsvietáieva, calificada por Irma Kúdrova como «el astro más brillante en el firmamento de la poesía rusa del siglo XX». Nacida en Moscú permanecería en Rusia hasta 1922, año en que emigró a Berlín para encontrarse con su marido, Sergéi Efrom, un oficial de la Guardia Blanca. Vivió los años gloriosos de la emigración rusa, primero en Checoslovaquia y más tarde en Francia. Su regreso a la URSS en 1939 se convirtió en la constatación desoladora de una realidad distinta a la vivida anteriormente. Víctima de las represiones de las nuevas autoridades se suicidaría en 1941, dejando una interesante obra que abarca diversos géneros: relato, poesía, ensayo y, sobre todo, un espléndido diario y abundante correspondencia.
               Dos delirios, además, de la niñez del escritor, completan estas vivencias, «Peces rojos» e «Iván, niño ruso». Una suerte de claves que justifican, siempre, el viaje emprendido por el escritor, al menos en sus últimos libros. Memorias, lecturas, realidades históricas con visos de incertidumbre, acta que levanta un severo juez que vigila unos hechos no menos trascendentales que se han prolongado a lo largo de los años vividos por el escritor, casi dos décadas después. De todo resulta, pues, un doble viaje: el del escritor por una parte y el del lector que asiste al proceso y proyecto elaborado por el narrador: una literatura polifónica, como ha sido definida su escritura, un narrador de ciudades mestizas y de ciudades invisibles, de prolongada conversación: con el tiempo y el espacio, con la geografía y el paisaje, con los autores leídos, estableciendo un monólogo interior del que se sirve el autor para constatar que «todo está en todas las cosas», pero, sobre todo, la muestra inequívoca de que Pitol siempre ha huido de las ataduras del sedentarismo y su nomadismo por la vieja Europa le ha llevado a emprender esa travesía donde las ideas se convierten en una forma de vida y en las reminiscencias de esta misma, en las admiraciones por los grandes escritores, traducidas en nostalgias y premoniciones que se convierten, evidentemente, en literatura, es decir, «en elegantes reflexiones filosóficas, moralidades, crónicas personales, obsesiones y devociones—como señala el crítico Echevarría—». Pero sobre todo, como ha llegado a afirmar el propio escritor: «Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música que ha escuchado, las calles recorridas y las ciudades visitadas. Uno, también, es su niñez, su familia, los exiguos amigos, algunos amores, bastantes molestias. Uno es una suma mermada por infinitas restas». 
               En realidad, «La imaginación aplica verdades que rigen el organismo social y al hacerlo convierten lo narrado en ficción (...) La pluma del narrador revela aquello que sirve para sentir la pulsión de toda una época»—escribía Pitol acerca de sus planteamientos sobre ficción y realidad. El libro, por consiguiente, pone de manifiesto el alma eslava o acaso el alma rusa del escritor después de media vida en embajadas y agregadurías culturales y sobre todo recoge opiniones sobre los escritores rusos de su preferencia: Gógol y Chejov, sobre quienes había escrito en El arte de la fuga (1996), Pasión por la trama (1998) y Soñar la realidad (1998), pero, también, sobre Bely, Pilniak, Bajtin o Bulgákov, Shklovski o Lérmontov, aunque en este libro, y casi como si de un auténtico ensayo se tratara, la terrible evocación de la Tsvietáieva y su mundo. Con este libro Pitol —en palabras de Hugo Valdés—sabe identificarse con el mundo viajero. Da un paso adelante, puesto que, este diario muestra a un escritor en torno al cuál convergen como si de una espiral se tratara, la evocación íntima y la referencia literaria; la revelación de la memoria, el misterio cotidiano que se percibe entre la vigilia y el sueño, el apunte sociopolítico e incluso los paisajes que la retina guarda en la memoria, incluidos los parabienes y los sinsabores. Este, como su escritura más reciente, es un sitio de suerte o extravío donde aunando el mayor de sus esfuerzos el autor aspira a ser diluido dentro del proceso narrativo, tal vez porque cualquier división establecida puede considerarse como un autoaprendizaje que pueden llevar a la consecución de una estética final.
                Al final merece la pena quedarnos con el mensaje último del libro, el relato de «Iván, el niño ruso», con cuya historia se cierra esta especie de ¿ensayo?, ¿diario?, ¿informe diplomático? ¿divagación literaria? ¿autobiografía oblicua?, quizá nada más allá de lo que pueda verse en los cuadernos de un viaje en el tiempo, cuando muchos años después, siendo adulto el autor, es capaz de afirmar que nuestras identificaciones sólo son válidas cuando parecen auténticas verdades.






SERGIO PITOL
EL VIAJE
Anagrama, Barcelona, 2001, 166 pp.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Bram Stoker


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ATRAPADOS EN EL TERROR
                     

       La obra de Bram Stoker, el conocido autor del más famoso de los vampiros, es amplia y abarca la novela, el cuento, dos colecciones publicadas en vida, y una tercera que su viuda daría a la imprenta, la crítica para el Daily Telegraph, e incluso algunas obras de no ficción. Había nacido en Clontarf, Dublín, Irlanda el 8 de noviembre de 1847, y sería conocido como uno de los autores góticos más destacados del fin-de-siècle victoriano. Atleta en su juventud, periodista, escritor, biógrafo, crítico y gerente teatral, Stoker es el autor de una de las más celebradas obras góticas, Drácula, publicada en 1897. Al igual que su inmortal creación, el personaje del conde Drácula, la vida de Stoker está rodeada de un halo de misterio, desde una rumoreada participación en círculos ocultistas, hasta su supuesta muerte por sífilis.
       El joven Stoker se había educado en el Trinity College, donde se graduó con honores en Ciencias, Matemáticas, Oratoria, Historia y Composición. Después de graduarse entró en el Servicio Civil Irlandés, donde sirvió como inspector de Tribunal de Primera Instancia. En 1876 conocerá al actor Henry Irving, y pronto nacería entre ellos una gran amistad; en 1878 se trasladaría a Londres, poco antes se había casado con Florence Balcome, que había sido cortejada por Oscar Wilde. Se ha especulado mucho sobre la dinámica familiar de los Stoker, sugiriendo a veces que no había amor en el matrimonio. El único hijo de los Stoker, Noel, nació en 1879. Instalado en Londres se convirtió en representante y secretario del actor, y ocupó en este empleo los veintisiete años siguientes, en los que se encargó de la correspondencia de Irving, y acompañó en sus múltiples giras, incluso estuvo a su lado en el momento de su muerte; junto a él dirigió el Lyceum Theatre de Londres. Sus vivencias darían lugar al libro Recuerdos personales de Henry Irving (1906). Fue en Londres donde Stoker entró en los círculos de moda, a través de los cuales conocemos mucho de su carácter y de sus influencias. Su interés por lo sobrenatural y lo oculto, que se convertiría posteriormente en uno de los temas centrales de su ficción, que se sabe pudo haber tenido su origen en una desconocida enfermedad de su infancia, que lo mantuvo en cama hasta la edad de siete años; a este enclaustramiento se añadiría su interés por el folclore irlandés, que a menudo abarcaba cuentos de duendes y vampiros. La crítica ha resaltado que fue su madre, Charlotte Thornley, quien encendió la imaginación del niño Bram, cuando, durante los años de convalecencia de la enfermedad, escuchaba los cuentos que ella le contaba sobre brujas, hadas y fantasmas que poblaban la tradición oral irlandesa, y sobre los horribles crímenes de los que fue testigo durante la epidemia de cólera; sin embargo, no debe olvidarse que el conde Drácula es hijo del Romanticismo y encarna sus características más exacerbadas: culto y veneración al héroe maldito, sensualidad y erotismo, gusto por lo demoníaco, exotismo, tendencia al suicidio y a comportamientos masoquistas. De hecho, los posteriores intereses de Stoker incluían la Egiptología, el folclore babilónico, proyecciones astrales, y la alquimia y se rumoreaba que Stoker era miembro de la infame orden del Dorado Amanecer, un círculo esotérico de magos al que asistían también W. B. Yeats y Aleister Crowley; hoy, sin embargo, estos rumores se consideran apócrifos.
       Bram Stoker empezó a publicar sus relatos en 1872, “La copa de cristal”, fue su primer cuento de horror, y el siguiente, “La cadena del destino” (1875), aunque poco después aparecería la colección de narraciones para niños El país del ocaso (1882) escrita con la intención expresa de entretener y aleccionar a su hijo Noel. Reúne una serie de relatos fantásticos de trasfondo sombrío, como El gigante invisible y El castillo del rey que describen de un modo imaginativo la vida en los misteriosos humedales británicos, pero El arquitecto de las sombras es un extraño relato de índole surrealista, De cómo el número siete se volvió loco propone una divertida historia inspirada en el universo carrolliano de Alicia, o La rosa príncipe, rinde homenaje a la mitología rosacruz. En su día la crítica encontró en El país del ocaso “una obra de sentimientos puros y de muy delicadas alegorías”. Publicó su primera novela El paso de la serpiente en 1890, aunque no conoció la fama hasta el abrumador éxito de Drácula (1897). Las respuestas en las revistas populares fueron muy variadas, pero generalmente positivas. Una reseña de 1897 en el Athenaeum decía incluso que Stoker va “un paso más allá que otros en el campo sobrenatural”. Había empezado su relato en 1890, y estuvo influido por su visita a Whitby, donde Stoker descubrió una referencia al Drácula histórico en el libro Relato de los principados de Valaquia y Moldavia, de William Wilkinson; investigó sobre el folclore y la geografía de Europa del Este en guías de viaje, siendo su fuente más conocida La tierra más allá del bosque (1888), de Emily Gerard. Son muchas las razones del éxito de Drácula, convertido en un tema central para las adaptaciones teatrales, musicales y cinematográficas y, más recientemente, incluso para los estudiosos de la crítica académica.
       Stoker continuó escribiendo ficción gótica y fantástica, La madriguera del gusano blanco (1911), y ya en 1907 había puesto en entredicho el debate sobre la censura con ensayos como La censura de la ficción y La censura de las obras de teatro. El invitado de Drácula, un capítulo suprimido de Drácula, fue publicado póstumamente en 1914. Enfermo desde 1906, Stoker murió una tarde de sábado, el 20 de abril del 1912, en el número 26 de St. George ’s Square S. W., Londres. Su muerte, aunque habitualmente se ha atribuido a la sífilis, se debió probablemente a un ataque al corazón.

Cuentos completos
       La editorial Páginas de Espuma pone en las manos del curioso lector el volumen, Cuentos completos, una espléndida edición de Antonio Sanz que señala y corrobora como los relatos de Stoker pueden empujar a los lectores más críticos a revisar su idea sobre el autor, y su exclusivo concepto gótico, porque en estos textos existe la calidad y una enorme variedad: cuentos de fantasía, de amor, relatos históricos y realistas, historias de aventuras y piratas que recuerdan a las novelas de Stevenson o de Conrad y también, por supuesto, vampiros y terror gótico al estilo del mejor Poe, además disfrutar de la certera y precisa traducción de Jon Bilbao. El editor rescata los tres volúmenes conocidos de los cuentos de Bram Stoker; dos de ellos publicados en vida, El país bajo el ocaso (Under the subset) aparecido en el temprano 1881, entre cuyas páginas, curiosamente, desfilan ángeles, portales mágicos, princesas, gigantes, constructores de sombras y magos buenos, y Atrapados en la nieve: crónicas de una gira teatral (The record of a theatrical Touring Party) que aparecería en 1909 y dará vida a actores, a comediantes, apuntadores, directores de escena, contables o responsables de atrezo; en realidad, iluminan distintos aspectos de la vida sobre las tablas, y resultan una interesante muestra del contraste entre la rigurosa exigencia profesional y el inestable prestigio social que suscita este oficio itinerante, asociado al vagabundeo. El último, El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes (Dracula’s Guest and Other Weird Stories) fue editado en 1914 gracias a los desvelos de la viuda Florence Balcombe, que si bien procuró que estos relatos salieran a la luz, tampoco dudó en reclamar, años más tarde, los derechos al cineasta alemán F. W. Murnau y obligarle a quemar su obra maestra Nosferatu, aunque el perspicaz Murnau puso a buen recaudo unas cuantas copias de su celebrada película. Lo más importante es toda la arquitectura gótica, intensificada por un romanticismo mórbido, porque para Stoker lo terrorífico se manifiesta, pero no se explora, subyace esa insinuación de lo sobrenatural, el presentimiento de un terror que se demora en paseos, caminos cortados, incertidumbres que conducen a lo inesperado más absoluto.
       Los veintisiete cuentos que la editorial Páginas de Espuma ha reunido bajo el epígrafe “Relatos dispersos” nunca llegaron a publicarse en forma de libro, aunque sí habían aparecido en diversas revistas inglesas y americanas entre los años 1872 y 1914. Continúan en la misma línea del resto de los cuentos publicados por Stoker, se observan incursiones en el Romanticismo sentimental, caso de “El camino a la paz”, “El amor más grande”, o incluso ciertos aires exóticos y de aventuras, siguiendo la estela de London o de Salgari, caso de “La empalizada roja”, y poblados de seres de ultratumba y de sangrientas venganzas, al estilo más puro del calificado terror gótico. En general, los cuentos de Bram Stoker destacan por su brevedad y esos rasgos que comparten con autores de la época caso de Arthur Conan Doyle; la plasticidad y la flexibilidad en la descripción de ambientes, una acertada caracterización de los personajes, aires de costumbrismo y una asombrosa capacidad para crear una atmósfera de terror y de misterio que ha creado toda una corriente literaria. En muchos de los casos encontramos una lectura tan amena como interesante, cuentos que por sus tramas, la calidad de sus personajes y las historias, incluso transcurrido el tiempo y las modas, aún resultan de cierto atractivo. La narrativa breve del maestro del terror resulta interesante y como es obvio, quizá apremiado por motivos económicos y de subsistencia siguió las corrientes literarias de la época aunque en igual proporción intentó experimentar con fórmulas muy diversas en una época de profundos cambios que se encaminaba hacia las vanguardias, y que para Stoker fueron responsables del encumbramiento del fenómeno, Drácula, como mito contemporáneo y inicio de toda una extensa saga de criaturas terroríficas.


                           

CUENTOS COMPLETOS
        Bram Stoker 
  Edición de Antonio Sanz Egea
     Traducción de Jon Bilbao
Madrid, Páginas de Espuma, 2018; 840 págs.

martes, 28 de mayo de 2019

Esther García Llovet


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CRÓNICA DE UN MADRID ESPECTRAL
              
       La “Trilogía instantánea de Madrid” de Esther García Llovet

      

       La narradora malagueña, Esther García Llovet, ha sido capaz de crear un Madrid a su medida; o quizá a la medida de su poética narrativa, elaborada de profundas resonancias a partir de la simplicidad del significado. En su novela, Coda (2003), describía una atmósfera asfixiante para sus personajes, convertidos en seres sujetos a códigos no establecidos, y cuyas relaciones cruzadas constataban que existe una sociedad suburbana de tintes tan inquietantes como imprevisibles, y forman parte de un cotidiano vivir en nuestras ciudades. La estructura y el desarrollo de las seis historias contadas en este libro ofrecen la visión de una travesía permanente, y el texto queda dividido en indicadores kilométricos que van, de una manera aleatoria, desde el 17 para terminar en el 0. Los personajes de estos seis capítulos tratan de resolver sus conflictos sin que sus esfuerzos terminen bien o, al menos, de una manera satisfactoria. Llegamos a sus problemas cuando éstos ya están en marcha.
       Con la novela Cómo dejar de escribir (2017) iniciaba todo un ciclo urbano, y su personaje protagonista quiere, mientras deambula por los barrios más anónimos de un Madrid reconocible, encontrar un manuscrito perdido de su padre fallecido años atrás, al tiempo que se propone reconstruir su figura escribiendo una biografía de la que apenas si lleva redactada media página. El curioso personaje se cruza en su deambular con tipos igualmente extravagantes y grotescos: el expresidiario Curto, un parado de larga duración que ejerce de jardinero, Claudia la chica pija o la extraña pareja de Los Maridos que forman Pato y Carnicero; todos coinciden en numerosos espacios cutres, calles que huelen a meadas de perro, bares con olor a fritanga, pero también se pasean por fiestas de gente acomodada, desde Arturo Soria a Sol, donde abundan las drogas y el ambiente sórdido.
       Esther García Llovet (Málaga, 1963) en su nueva entrega, Sánchez (2019), vuelve a retratar un Madrid de extrarradio, fantasmagórico, y tan crudamente real como donde surge lo inesperado. Sánchez es un perdedor que nos sumerge en los bajos fondos madrileños, y por afinidad temática esta nueva entrega se convierte en la segunda parte de esa “Trilogía instantánea” de Madrid, que García Llovet iniciaba en Cómo dejar de escribir.
       Nikki, la narradora, sabe quién es su exnovio Sánchez, y por eso tiene la suerte de ser testigo de lo que ve, siente y no siente este curioso personaje empeñado en venderle un galgo de carreras, que no tiene, a una italiana; también, se asoma a este escenario Beltrán, un pijo con tentaciones peligrosas, y a quien intentan separar de Cromwell, el galgo. Los protagonistas de esta novela son delincuentes de medio pelo que se buscan la vida a base de hurtos, de algunos trapicheos, de butrones y de timbas de cuatro días. No existe glamour o encanto alguno en sus vidas, aunque de la mano de la narradora todo lo que envuelve a la historia se percibe como una obra tremendamente poética. Quizá porque García Llovet es la reina de la elipsis y de la metáfora, de la hermosura figurativa, en definitiva, aunque sobre todo porque la precisión de su prosa contrasta con la dureza que nos describen sus textos. Esta novela se convierte en una auténtica road movie, pero de corte muy castizo, en la que los protagonistas buscan desesperadamente en la noche madrileña un pedazo de cielo que nunca les va a llegar. Y un tema que abunda en las páginas de esta breve pero intensa narración, es la sensación de peligro constante, una auténtica trama de novela negra que García Llovet sustenta en casi todos los personajes creados con sus desgracias y su suerte y para quienes, como la vida misma, apenas si logran sobrevivir porque todo está en la naturaleza de las cosas, y poco o nada más podemos añadir porque su vida raya en lo siniestro en ocasiones en lo fantasmagórico y lo sobrenatural.
                            







Esther García Llovet, Sánchez; Barcelona, Anagrama, 2019.

lunes, 27 de mayo de 2019

Premio


Siri Hustvedt

Princesa de Asturias de las Letras 2019




TODO CUANTO AMÉ

(2003)

Cuando a Siri Hustvedt todavía se la conocía sencillamente como a la segunda esposa de Paul Auster apareció esta novela poderosamente inquietante que relata las relaciones de amistad de un crítico de arte y un artista y de sus  respectivas familias. La prensa sensacionalista vio un paralelismo entre algunos hechos de la novela con los problemas con la justicia de Daniel, el hijo de Auster con la escritora Lydia Davis, que se vio envuelto en una trama de narcotraficantes.

 

 

ELEGÍA PARA UN AMERICANO 

(2008) 



La muerte de su padre, un prestigioso profesor de historia de origen noruego, está en la base de esta novela que la autora concibió como si se tratara de un ‘thriller’ aunque en realidad obedezca a la premisa de que realmente desconocemos la vida íntima de la gente a la que más queremos.

 

 

 

 

LA MUJER TEMBLOROSA

(2010) 

Mientras hablaba en un homenaje dedicado a su padre, Siri Hustvedt empezó a temblar de pies a cabeza mientras era capaz de mantener la coherencia de su discurso. Este problema neurológico muy difícil de diagnosticar fue el inicio de los estudios que  la autora desarrolló en el ámbito de la neuropsiquiatría, hasta el punto de que acabó siendo una experta en el tema y una voz recurrente en los congresos. Este libro recoge diversos textos sobre ese interés.

 

EL MUNDO DESLUMBRANTE


(2014)

De nuevo regresa Hustvedt en esta novela al mundo del arte –durante años fue crítica de arte- pero le añade una significativa vuelta de tuerca ficcionalizando una reflexión feminista. La viuda de un prestigioso tratante de arte y una artista que no ha logrado reconocimiento decide ceder  su obra a tres jóvenes artistas masculinos que inmediatamente adquieren fama. Más allá de la trama, la novela, construida como un fascinante puzzle que el lector debe acabar de armar.

 

 

 

RECUERDOS DEL FUTURO


(2019)
          
Aunque siempre ha utilizado su experiencia en todas sus incursiones en la ficción, Hustvedt relata aquí sus años de formación en los que se trasladó a Nueva York en busca de su lugar como escritora. Además en esta novela, la última de las suyas, pone en práctica mucha de la teoría vertida en su celebrado ensayo 'La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres', en el que expone entre otras cosas sus ideas feministas.

 


domingo, 26 de mayo de 2019

Cuaderno en blanco, mayo


Mayo


       Un 1º de mayo me despierta tras la resaca de una Feria del Libro en Almería, atípica y anormal, caótica y descorazonada que me devuelve a la realidad de mi estudio, mis lecturas y a la proyección de nuevas empresas. Lo demás, el silencio.
       Empiezo la reseña, encargo de Turia, y su director Raúl Maicas, sobre Habana año cero, de Karla Suárez. Me informo e investigo sobre la desastrosa década de los 90 cuando la hambruna y la miseria golpeaban al pueblo cubano, y me dejo llevar por la prosa de la narradora cubana para construir una reseña que refleje la realidad del relato. Versión tras versión, ajusto sentido y sensibilidad para dar forma una reseña coherente y que justifique la narración de la escritora Suárez. Bien por su pulso narrativo, su irónica visión de una descorazonada realidad y la angustia vital de los cubanos durante años.
       La visita al CEIP Francisco Sáiz Sanz de Aguadulce toda una experiencia del buen quehacer y educación por parte de unos niños entre 10 y 12 años. Atentos, curiosos, con preguntas que mostraban ese interés infantil por tantas cuestiones en torno al mundo del libro. Firma de ejemplares, y dos curiosos regalos, dos marca-páginas con las ratitas como muestra de fondo. Para repetir.
       La memoria me devuelve las conversaciones con el maestro del cuento Antonio Pereira, amigo y entrañable narrador porque acaban de cumplirse los diez años de su fallecimiento. Una reseña, y su libro, Antonio Pereira y 23 lectores cómplices, son mi particular recuerdo de tanta buena lectura.

viernes, 24 de mayo de 2019

Eloy Tizón


me gusta…

                                ABISMOS DE LA FICCIÓN

  
       No cabría mejor definición para un libro, Herido leve (2019), que bien podría subtitularse, “autobiografía intelectual”, un volumen que Eloy Tizón (Madrid, 1964), traza desde su inagotable amor a la literatura. Una vez que tenemos este voluminoso texto en nuestras manos nos asaltan cuestiones del tipo, ¿cómo lee un escritor? ¿en qué aspectos se fija? ¿a qué abismos se asoma? ¿de qué manera las ficciones atrapan y modifican nuestra mirada? Estas preguntas, y muchas otras, que comparecen ante este ensayo literario, articulado en torno a ocho constelaciones temáticas, en las que narradores clásicos y posmodernos, consagrados y malditos, creadores y libros dialogan entre sí, y se complementan, discuten o colisionan. Toda una serie de retratos de escritores y sus fantasmas, teorías y controversias, mitos y curiosidades desfilan por estas páginas que constituyen un festín literario para exquisitos, un libro de libros, que recoge treinta años de memoria lectora, y configura una gran mapa para orientarnos, o tal vez para perdernos, en la visión de unos clásicos que el madrileño ha ido descubriendo con su voracidad lectora con el paso de los años.
       Una vez abrimos el libro, sospechamos, ¿para qué escribe un escritor sobre lo que lee? Para prolongar todas las sensaciones percibidas a lo largo del proceso de lectura, íntima y personal, o incluso para ofrecer y, de alguna manera, dejar constancia por escrito o dar algo más de luz a ese proceso lector, aunque sin duda alguna para que como él sostiene, haya más heridos, aunque leves, que participen de su propia experiencia. La madrileña, Páginas de Espuma, con la edición de este volumen, nos asegura gran parte de estas afirmaciones. Una vez revisados los antiguos archivos de un disco duro antiguo, Eloy Tizón, en virtud de su propensión a no permanecer ocioso mucho tiempo, curioseó en carpetas que contenían una cantidad considerable de reseñas y artículos literarios realizados mucho tiempo atrás, sobre todo en Revista de Libros y otros medios como El Sol y El País. Fue entonces cuando, revisó textos, corrigió páginas, desechó otras, y lo más curioso tras numerosos pasos previos: consiguió descodificar antiguos programas de ordenador para leerlos, incluso reunió los numerosos recortes de prensa y con una valiosísima ayuda de Cris Montes, digitalizarlos para ordenar finalmente lo que se convierte en un regalo luminoso para el lector porque a la luz que puedan dar los libros comentados, el apasionado Tizón añade el detalle reflexivo de alguien quien busca la pincelada precisa en sus exposiciones sobre libros y autores.

Tres décadas de lectura
       Las tres décadas transcurridas por esta amplia muestra de colaboraciones ofrece la atenta mirada de un pasado, y ahora pese a la perspectiva del tiempo, reunidas en un orden que el autor establece tienen un sentido completo, una estructura lógica. Eloy Tizón propone ocho bloques en un orden personal, argumentado los títulos sobre los que se habla, y se especifican con el criterio de un escritor que aprecia el esfuerzo, el riesgo, el ingenio y la sencillez a la hora de acercarse a autores y a sus textos. En un extenso “Prefacio” explica los aspectos técnicos que demuestran el porqué del acierto de esta singular obra y la riqueza de un texto, en su conjunto, además de la calidad de la mayoría de ellos. El primer bloque, “Intuiciones tempranas” reúne primeras lecturas de Juan Eduardo Zúñiga, hoy centenario y cuentista imprescindible, Djuna Barnes, Felisberto Hernández, John Cheever, Clarice Lispector, Franz Kafka, Juan Carlos Onetti, Vladimir Nabokov o Julio Cortázar, casi todos, como afirma el autor, desde el principio fruto del asombro, autores de aquel libro que, dosificando sus capítulos, devoraría a lo largo de un verano.
       Una amplia muestra de la lectura como arte recoge, “Bárbaros sofisticados”, y se incluye en este curioso catálogo a David Lodge, Gustave Flaubert, Marcel Schwob, Luis Gonzalo Díez, Henry Muger, Alice B. Toklas, Wyndham Lewis, el trío Thomas Mann, Dino Buzzati y Samuel Beckett, Stanislaw I. Witkiewicz, Mário Cláudio, John Beger, Daniel Gil, Murasaki Shikibu, Yukio Mishima, Kazuo Ishiguro o Alfred Döblin, autores cuyo magnetismo queda patente porque en casi todos ellos descubrimos ese sabor de algo común y una luz eterna que incita a sentir mientras percibes aquello que Tizón interpretó, y en estas páginas se muestra la huella de su fascinación, y se convierte, sin duda, en una auténtica autobiografía intelectual. Los apartados se construyen con “Lámparas rusas” que inevitablemente evocan a Chejov, Tolstói, Tsvietáieva y Bitov entre otros; en otro hermoso título como “Tiempo esmeralda” se reúne a Canetti, Ozick, Mediano, Wolf, Gordimer, Ford o Bellow para llegar a un destino que recoge “Todas direcciones” y encontramos el más nutrido grupo de clásicos de una reciente modernidad, Hawkes, Sterne, Rimbaud, Foster, Dinesen, Theroeux, Le Clezio, Sebald y Nooteboom entre otras fantasías animadas, como titula, Tizón a autores de ayer y hoy. Los “Equívocos fatales” se refieren a Poe, Twain, Chesterton, Perutz, Dürrenmatt Sciascia, Busi, Murakami y Capote entre otros, y la nómina nacional, “Mentir en nuestro idioma” incluye a Cervantes, Sánchez-Silva, Martín Gaite, Monterroso, Magrinyá, Sáez de Ibarra, Menéndez Salmón y Neuman y uns final y espléndida, “Metamorfosis del cuento”.
       Un auténtico recuento de lecturas o vademécum de aquellos autores que deberían formar nuestra educación literaria, lecturas por las que, bajo el cuidado de Eloy Tizón, no pasan los años y se convierte en esa luz que nadie puede apagar, casi esas técnicas de iluminación con que nos deleitaba años después, la muestra hoy, ese Herido leve, que de alguna manera subsana buena parte del confuso panorama de recomendaciones literarias que se asoman a nuestras mesas de novedades. Un libro que, con el autor, celebramos con una modulada y precisa dicción que nos lleva a sentirnos, como él, profundamente heridos.
       Eloy Tizón se considera muy feliz con Herido leve, muestra su alegría en cada una de las páginas de este inagotable amor a la literatura. En el pulso narrativo del libro subsiste el mismo vértigo que autor pone en su obra de ficción, cuentos y novelas; según declara, los géneros no importan, en el fondo es literatura que habla de literatura. El autor se ha exigido un criterio de calidad para reunir sus textos, indultando aquellos que se sostienen pese al paso del tiempo, y en los que se reconocía, descartando otros que respondían a intereses más circunstanciales, y que publicados en el conjunto no iban a resistir la criba del tiempo. Tizón señala un doble trabajo para organizar este libro: por un lado, reescribiendo los textos hasta considerarlos satisfactorios, encajándolos en una estructura coherente que evitase la aglomeración informe. Un segundo proceso le llevó a realizar muchas pruebas, desplazando las piezas de un capítulo a otro, hasta que han ido encajando en el lugar adecuado.







Eloy Tizón, Herido leve. Treinta años de memoria lectora; Madrid, Páginas de Espuma, 2019.


jueves, 23 de mayo de 2019

M. Ángeles Pérez


Hoy invito a…

Amaneceres


Penitencia

   
     Una vez pasada la Semana Santa, realizadas las penitencias oportunas, estrenado el traje comprado para la ocasión y digeridas las torrijas calentitas de la abuela, recuerdo los cambios tan abismales que han dado los tiempos en la celebración de esta cristiana fiesta. El Viernes Santo no se podían tocar las campanas y se convocaba a los fieles por medio de carracas que los monaguillos hacían sonar por las calles, las salas de fiesta, los circos y los teatros eran cerrados estrictamente en señal de luto y de duelo. Esperábamos ansiosos la celebración de la Vigilia Pascual para poder cantar, bailar, salir a la calle y comernos la famosa mona en el esperado domingo de las meriendas.
       Hoy casi todo ha cambiado, pero está claro que cada uno seguimos cumpliendo nuestra íntima y particular penitencia, esa que la vida nos ha puesto en el camino, como una mochila viajera cargada de dudosos y desconocidos vericuetos.

miércoles, 22 de mayo de 2019

A través de las Españas


    EN EL Nº 185 de la revista NATIONAL GEOGRAPHIC, mayo 2019, aparece esta reseña de este apasionante libro: Auguste Meylan, A TRAVÉS DE LAS ESPAÑAS, La España de 1873 y 1874. Ed. Trialdi, 2019, firmado por Jesus Villanueva. Historiador.