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viernes, 29 de noviembre de 2019

Cuaderno en blanco, noviembre


Noviembre


       Las tardes no terminan de ofrecernos los tonos de colores grises otoñales, aunque un viento de Poniente que se aloja durante días desvanece esas nubes que deberían provocar algunas lluvias de otoño con que paliar la sequía que asola estas tierras del Sur. El otoño se abre paso tímidamente, y con el mismo fervor nos sumergimos en lecturas que nos llevan a reflexiones y se concretan en reseñas y estudios sobre nuestra narrativa más cercana. Al hilo de todo esto, Mientras dure de la guerra, de Amenazar me sorprende por la sutileza con que trata esas semanas, esos meses de una Salamanca ocupada por el bando nacional, y las caracterizaciones de Unamuno, Franco, Millán Astray, o los secundarios Atilano Coco y Salvador Vila, contertulios y amigo del rector de la Universidad de Salamanca.
       Las lecturas avanzan, como el otoño mismo, más frío, menos gris, más espectacular en su variedad de colores, menos amable por las mañanas y las tardes; avanza el día, y se suceden las lecturas, y esa reseña “encargo” Anatomía sensible, de un admirado Andrés Neuman; y una nueva entrevista, en esta ocasión, Marian Izaguirre, un coloquio que centramos en su última novela, Después de muchos inviernos (2019), que recorre tres décadas y Madrid se convierte en el eje principal de las idas y venidas de los protagonistas; un Madrid deslumbrado por el ambiente nocturno y las estrellas del celuloide, pero también por los círculos literarios, la expansión de la ciudad y la emancipación femenina.
       El otoño nos devuelve sus colores, aprieta el viento y el frío, las primeras nevadas alejadas de nuestro Sur desértico y seco, alguna tímida lluvia que no despejan el asfixiante ambiente de unos meses calurosos. Avanzamos hacia el invierno que nos trae luces y aires navideños.
      

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Leticia Sánchez Ruiz


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                  ¿QUIÉN ES EL ASESINO?
        



          El espacio físico para desarrollar una historia de intriga, con aires de novela negra, suele ser tormentoso y bastante opresivo, y si se desarrolla en un espacio cerrado como una casa, o una habitación dará pie a laberínticas interpretaciones, pero si añadimos que el lugar esté enclavado en una isla rocosa y solitaria, con un embarcadero para entrar y salir de ella, el escenario de una historia policíaca está servido. Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) escribe Cuando es invierno en el mar del Norte (2019) y cuenta las pesquisas para descubrir si el cadáver aparecido en una playa cercana a la Isla de Or, donde vive una familia que parece no tener ninguna relación previa con el muerto, ha sido asesinado. A medida que leemos, iremos conociendo a los miembros de la familia, descubrimos las extrañas relaciones entre ellos y las particularidades de un patriarca que vive alejado del mundo en aquella isla que nadie visita; en realidad, muchos de los personajes de esta familia están aquejados de una cierta dosis de locura que viene a conformar la extraña situación a que se verán sometidos en el interrogatorio que llevan a cabo dos policías de corte clásico, el inspector Pambley y la agente Gloria, y se enlazan situaciones que no resultan ajenas a las clásicas narraciones de familias de abolengo en las que inquina y odio son un elemento con fuerza corpórea para dar solución a las pistas que llevan a su esclarecimiento final.
          La novela se estructura en dos tiempos, en capítulos que se intercalan en la narración, uno a cargo de Guillermo Larfeuil, en un espacio cerrado, en la Isla de Or, en la casa familiar a donde han llegado tras el entierro del abuelo; y el otro a cargo de Dora, cuyo espacio será un pueblo costero, uno de los muchos que encontramos a lo largo de la franja cantábrica, un lugar pequeño donde todos sus habitantes se cruzan en algún momento por la calle o tienen lazos comunes pero lo suficientemente grande como para separar el barrio viejo, destartalado, donde viven las clases más modestas, del más elegante donde viven los más acomodados; por el primer escenario se mueve Dora, una periodista cultural en paro y con una relación fracasada muy reciente que encuentra en la búsqueda del asesinato de Antonio Trigo el impulso necesario para intentar reactivar su vida. La joven realiza su propia investigación a lo largo de varios días, y veremos cómo crecen en ella una serie de elementos que amenazan con sumirla en una profunda depresión, cuyo detonante es, precisamente, la muerte de Trigo aunque sus pesquisas la mantienen a flote gracias a descubrir algo más sobre este desconocido; buscará respuestas por el barrio, se preguntará por qué alguien le quitaría la vida a un hombre tan corriente, con quién se relacionaba, o quienes eran sus amigos. El interrogatorio a los miembros de la familia Larfeuil transcurre en una sola noche, pero los descubrimientos que va aportando la narradora en ambos tiempos se complementan. El mecanismo alternativo funciona bien, sirve para que la intriga crezca de manera calculada y de forma expositiva. Lo que en un principio parece anecdótico dentro de las vidas de Dora y de Guillermo se convertirá en el centro de todo, y paso a paso todo encaja.
       Las descripciones de los personajes se centran en un concreto análisis de su espíritu y de su alma, aunque existen muecas de dolor y una tremenda soledad, o el abandono moral más absoluto, cada uno resulta único y diferente, aunque tienen rasgos comunes que identificamos cuando Sánchez Ruiz escribe sobre ellos. El texto abunda en simbolismos, y convendría subrayar que una familia haya vivido en una isla cuyo edificio principal en el pasado se utilizara para internamiento de personas con problemas mentales, es un hecho que nos dice algo más de sus personajes.
       Cuando es invierno en el mar del Norte va más allá de un thriller policíaco, se nos describe el interior de los personajes más que lo que ocurre a su alrededor, y se detalla cómo se lleva a cabo la investigación, en un doble sentido: las averiguaciones periodísticas que hace Dora, y las pesquisas de Pambley; será la mirada de la autora lo que convierte este libro en una obra de género, aunque no deja a un lado las miserias humanas, los celos, la melancolía y el miedo en un marcado encierro voluntario. Y lo mejor una prosa brillante, un texto como herramienta narrativa al servicio de una trama bien estructurada y de amena lectura.









CUANDO ES INVIERNO EN EL MAR DEL NORTE
LETICIA SÁNCHEZ RUIZ
Oviedo, Editorial Pez Espada, 2019

martes, 26 de noviembre de 2019

Ruy Vega


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Intriga y ciencia ficción en Herederos del universo   



Ruy Vega  publica su tercera entrega con un relato de género.
       

     La ciencia ficción, según queda definida, es un género narrativo que sitúa la trama y la acción en unas coordenadas espacio-temporales imaginarias y diferentes a las nuestras, y que especula razonada y con tesis creíbles sobre posibles avances científicos o sociales y su impacto en la sociedad. Ha sido calificada de "literatura de anticipación", sobre todo porque algunos autores, como Julio Verne o H.G. Wells, han llegado a anticipar el surgimiento de logros científicos y tecnológicos, como los cohetes espaciales o los submarinos. El término “ciencia ficción” nació en 1926 de la mano del escritor Hugo Gernsback (Luxemburgo, 1884-Nueva York, 1967, quien lo utilizó en la portada de la que sería una de las más famosas revistas del género: Amazing Stories. Aunque, estudiosos del género, hablan de remontarse más atrás para encontrar los primeros relatos de este género, se encuentran ejemplos mucho más antiguos, el considerado como primer relato de ciencia ficción, Frankenstein, de Mary Shelley (1818). Posteriormente, en el primer tercio del XIX, Edgar Allan Poe escribió relatos como La incomparable aventura de un tal Hans Pfaal o Revelación mesmérica, que sin duda deben englobarse dentro del género ciencia ficción. Fue la primera mitad del siglo XX la Edad de Oro de la ciencia ficción, con la aparición de autores como Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Aldous Huxley, George Orwell o Ray Bradbury.
       Durante los años 60 y 70 apareció lo que se conoce como “La nueva ola” (The new thing), que tiene su origen en la revista británica New worlds, y que se caracterizó por una mayor experimentación narrativa, dando a conocer a autores como J. G. Ballard o Brian W. Aldiss. Y en los 80 y los 90 aparecen el cyberpunk y el postcyberpunk con la informática y los ordenadores de telón de fondo que dieron origen a toda una corriente estética donde las nuevas tecnologías convivían con los ambientes sórdidos de los bajos fondos urbanos.
       En la actualidad numerosos subgéneros se centran en los impactos de la biotecnología (biopunk), o que hacen una revisión irónica de las temáticas y la estética de la ciencia ficción de los años 30-50 (retrofuturismo) o de la idea que se tenía del futuro en las novelas del siglo XIX (steampunk). Y hoy se hace distinción entre ciencia ficción dura (hard) y blanda (soft). La primera es mucho más rigurosa y cuida mucho más los detalles y argumentos científicos y técnicos, mientras que la segunda se centra únicamente o sobre todo en el aspecto literario.

Herederos del universo
       Ruy Vega (Ponferrada, León, 1976) es un colaborador habitual en medios de comunicación, crítico literario y escritor que hasta el momento ha publicado El proyecto Dream (2015), La señal (2017), y acaba de entregar, Herederos del universo (Atlantis Ediciones, 2019). Con sus historias pretende que el lector reflexione sobre la pregunta que subyace en la propia trama, tratando, además, que resulten creíbles y al lector le sirva para plantearse ciertas cuestiones. La historia parte de un hecho real que, en esta ocasión, el lector va desgranando y sumergiéndose en una auténtica trama que tiene bastante de thriller por las características con que ha dotado Vega a su relato, aunque todo comienza en el año 2030, cuando el reconocido psiquiatra James Douglas inicia el tratamiento de Mark Patinson, un antiguo trabajador de la NASA, ahora ingresado. El caso de lo que parece ser un paciente más, gira inesperadamente tras descubrir que, en contra de la información recibida, no es el primero en aceptar su caso, habiendo fallecido el anterior colega en extrañas circunstancias sin aclarar. Nada parece ser cierto a su alrededor, y el psiquiatra nunca dejará de preguntarse ¿quién es realmente el enfermo?, ¿por qué está allí?, ¿qué esconde la institución donde está ingresado?, y, sobre todo, qué suerte les espera a quienes, de alguna manera, se acercan a este enigmático Patinson.      
       La trama avanza y lector asiste a todo un proceso de investigación seudo policial que incorpora nuevos personajes, Victoria Muller, el extraño inspector Sam Rakitic, pesquisas en torno a un proyecto de la NASA, se incorpora el doctor Arnold y descubrimos algo en torno a las esferas Klerksdorp, y constataremos cómo el propio Vaticano está involucrado en una trama de dimensiones universales. Vega consigue un relato ágil, de abundante diálogo, con un estilo narrativo peculiar, de lenguaje directo y, en ocasiones, de una irónica eficacia que incluye en nombre de sus protagonistas, y como no deja de ser un relato que constata una realidad, el mundo del periodismo y los recursos digitales están presentes.








Ruy Vega, Herederos del universo; Aranjuez, Atlantis Ediciones, 2019.  

viernes, 22 de noviembre de 2019

Elizabeth Crook


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                                   ÉPICA DEL WESTERN

              

       El western es el género que mejor define a la industria cinematográfica de los Estados Unidos con argumentos que se han centrado en los años de expansión que la civilización blanca llevó a cabo sobre las fronteras de los nativos en la conquista del calificado territorio del salvaje oeste, por eso las películas de este género se desarrollan durante el periodo que abarca los comienzos de la Guerra Civil en 1860 hasta el final de las llamadas Guerras Indias en 1890, sin embargo, este periodo cronológico presenta otras alternativas, y algunos westerns incorporan incluso episodios entre la frontera norteamericana y el cercano México. El denominador común, quizá el más popular de las películas del oeste, es un personaje central de características nómadas que recuerda a los caballeros de las antiguas leyendas y poemas europeos, que se enfrenta a villanos, rescata a mujeres en peligro y transgrede las normas de las estructuras de la sociedad sin traicionar su honor; es un vaquero o un pistolero cuya caracterización incluye una vestimenta típica, su revólver y su fiel compañero el caballo, figura que llega a adquirir dimensiones importantes para la historia narrada. El wéstern toma estos elementos y los usa para contar cuentos morales ambientados en el escenario de un paisaje desértico, tan salvaje como desolador que incluye ranchos y fuertes en medio de la nada, otras veces la historia se desarrolla en un pequeño pueblo del oeste: el almacén local, las vías del tren en cuyos vagones se tirotean los vaqueros, un banco que será atracado, la cantina o saloon, mesas de pócker, música y bailarinas, y un permanente escenario de peleas y tiroteos entre los fuera de la ley, para finalmente terminar en la oficina del sheriff y la celda del alguacil a donde irán los malhechores. Como género polifacético es usual que retrate la conquista de la civilización sobre la barbarie y la subordinación de la naturaleza o lo nativo con la confiscación de territorios a los habitantes originales. Escenifica una sociedad organizada basada en códigos de honor, ya sea en familia o en soledad, más que al apego de la ley en si. En las películas estas temáticas están contrapuestas y el avance de la civilización es inevitable.
          La naciente sociedad norteamericana se vio en la necesidad de construir del territorio real, otro imaginario y fantástico que, de alguna manera, respetara unas señas de identidad históricas y comunes. Y de esta manera, al marco físico reconocible, a pesar de que en ocasiones se presente de manera tan abstracta como increíble, se une una galería de personajes aferrada al imaginario colectivo y como trasunto de aquella realidad, y los nombres de Wyatt Earp, Doc Holliday, Pat Garrett, Billy the Kid, Buffalo Bill, Wild Bill Hickok, Calamity Jane, Jesse y Frank James, Butch Cassidy, Sundance Kid, los jefes indios Gerónimo, Toro Sentado y Cochise nos resultan familiares y forman parte de nuestro conocimiento del salvaje Oeste. Las coordenadas del género definen unos arquetipos y delimitan el desarrollo mismo, recurrente y repetitivo: los duelos entre pistoleros justicieros, bandidos despiadados que asaltan diligencias o bancos, la lucha de los colonos por establecerse en el salvaje Oeste, la aventura de pioneros y buscadores de oro en pro de prosperidad, las refriegas con las tribus indias o los conflictos entre ganaderos y agricultores.
          La novela del Oeste, como género literario, se puso de moda a lo largo del siglo XX y Owen Wister consiguió un gran éxito con El virginiano (1902), y con igual acierto han cultivado el género O. Henry que publicó su colección de cuentos El corazón del Oeste (1907), Stewart Edward White, autor de Los del Oeste (1901) y los relatos de Noches de Arizona, para muchos el mejor. Zane Grey siguió con un auténtico torrente de creaciones, La herencia del desierto (1910) y Los jinetes de la pradera roja (1912), y en las revistas pulp de los años 30 y 40 publicaron autores como Eugene M. Rhodes, William McLeod Raine, W. C. Tuttle, Clarence E. Mulford (creador de del cowboy Hopalong Cassidy), Max Brand y Louis L'Amour, que convirtieron sus textos en best-seller; y también el alemán Karl May disfrutó de un gran éxito, y cuyas novelas del Oeste tienen como protagonista a Old Shatterhand y su amigo, el indio apache Winnetou. En los 50 descollaron tanto como Frank Gruber, maestro del western histórico y guionista prolífico, y hay que mencionar a Dorothy M. Johnson (1905-1984) y Alan Le May (1899-1964). En España hay que citar a Marcial Lafuente Estefanía, a José Mallorquí, creador de El Coyote, a Francisco González Ledesma, que escribía bajo el seudónimo de Silver Kane y cuya primera novela Sombras Viejas (1948) no solo ganó premios sino que fue víctima de la censura franquista.

Una novela de cine

       Una novela de aventuras resulta, en ocasiones, una obra que trasciende un género, y en el caso de La encrucijada del roble, de Elizabeth Crook (Texas, 1959), además de un original y poderoso relato, podemos calificarlo como un western épico, va más allá del espacio físico y de la historia que lo genera porque, sobre todo, Crook ha sido capaz de profundizar en la naturaleza de los seres humanos, muestra una obstinación y una lucha que transcurre en Texas durante la Guerra de Secesión Americana y los años inmediatamente posteriores que dejaron a Norteamérica asolada, fue una época en la que sobrevivir entre hambrunas y viejos rencores era una tarea difícil. En una perdida granja entre las montañas de Texas una pantera hambrienta ataca en la madrugada a una familia de campesinos. La madre, una joven esclava liberada, muere intentando salvar a su hija, la pequeña Samantha, que quedará desfigurada por el ataque del animal ante la impotencia de su hermanastro Benjamin que no puede hacer nada para ayudarla. Sam vivirá a partir de ese momento con una idea fija: cazar a la pantera para vengar la muerte de su madre, un demonio en realidad, como se murmura en todo Río Grande. La acompañará su escéptico hermano en el empeño y tendrán la ayuda de un carismático forajido mexicano llamado Pacheco y del predicador Dob, un buen hombre que posee un sabueso experto en el rastreo de panteras. Tras ellos irá un sádico criminal, Hanlin, que tiene cuentas pendientes con el predicador, y en realidad motivo de ese relato paralelo que debe hacer Benjamín Shreve al juez Edward Carlton y cuyo testimonio en relación con el asesinato de varios hombres motivará sentido completo que cuenta la novela.
          El comienzo de la novela resulta original, y casi cinematográfico: Benjamin, ahora ya con 17 años, declara ante un juez encargado de investigar los crímenes cometidos durante la guerra, y como su Señoría debe desplazarse le pide al joven que escriba, con todo detalle su testimonio, que deje por escrito todo lo vivido en los últimos años, algo que Benjamin irá haciendo en primera persona, no sin cierta dificultad por falta de papel y tinta, y sus escasos conocimientos en el arte de la escritura; sin embargo, se empeñará en contar la historia con todo lujo de detalles porque, como le dice al magistrado, “he leído libros”, y gracias a esas lecturas el mismo Benjamín le señala al juez en sus cartas que la obsesión de su hermana por la pantera es muy parecida a la del capitán Ahab con Moby Dick, libro que no deja de leer una y otra vez. Y mientras leemos esta narración el ingenio y el humor sureño conforman una historia con ecos clásicos de la mejor narrativa norteamericana.
       Benjamin es un personaje entrañable que narra con inteligencia la historia de una venganza, pero también una historia de amor y lealtad entre hermanos. Todo en esta novela puede calificarse de salvaje: el medio, la época y los fenómenos naturales, los ataques de los indios, los rencores y las persecuciones, o la propia guerra entre el Norte y el Sur, aunque Elizabeth Crook ha sabido envolver al lector en los momentos de la América más primaria, dotando a su prosa con un ritmo extraordinariamente ágil y unas descripciones tan descarnadas como vivas que dejan en el lector escenas perdurables y de una plasticidad visual extraordinaria.
       La estructura del relato, compuesta por una sucesión de documentos, en realidad, cartas-informes que desde el acta del juicio inicial contra el soldado confederado irá enviando Benjamin en una fluida relación epistolar con el juez del caso. El formato y el contenido funcionan de una manera imparable, y la simplicidad expresada por el narrador se unen las descripciones de los acontecimientos, que se mezclan en una primera persona con las opiniones propias y los honrados sentimientos del joven, que cautivan a un lector frente a la crudeza de muchas de las situaciones de todos los personajes, aunque especialmente sobresale Sam y su firme voluntad de acabar con la fiera. A medida que este curioso grupo va conformándose en la novela crece nuestra expectación lectora en intensidad, queremos que la aventura siga, nos replanteamos la humanidad en un medio tan hostil, y nos dejamos llevar hasta un desenlace épico que solo la medida del tiempo aclarará de una manera convincente.







LA ENCRUCIJADA DEL ROBLE
Elizabeth Crook
Madrid, Siruela, 2019

jueves, 21 de noviembre de 2019

Hoy invito a…





María Ángeles Pérez

 

amaneceres

Calentito


 Un otoño calentito nos anunciaron. Así está siendo. La temperatura de nuestra maltratada tierra asciende a pasos agigantados y seguimos mirando para otro lado. Calentita y triste está siendo esta estación en Cataluña. Nos bombardean diariamente con noticias dignas de titulares macabros y nos habituamos a ellas como si se tratara de la más entretenida de las telenovelas. Calentita nos pronosticaban la propaganda electoral, intentando convencernos para rapiñar hasta el más deseado y codicioso de los votos, y así poder subir al trono del sillón y del ansiado poder.
       Esperemos que, esta vez, gane quien gane y se pacte con quien se pacte antepongan el interés del ciudadano a las malvadas riñas e interesadas políticas. Ojalá nos auguren sosegadas, apacibles y, sobre todo, calentitas tardes otoñales, pero acompañadas de un resplandeciente sol, un buen vino, un emocionante libro y junto a una entrañable y cálida chimenea.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Adiós


     a Pura López Cortés

       Pura López Cortés (Almería, 1952) fallecía este viernes 15 de noviembre en Madrid después de una larga enfermedad.



       Su primera obra publicada fue Huellas de mi eco (Cajal, 1972), a la que siguieron una decena de títulos, como Versos para jugar (Alin, 1990), Chocolate con versos (Alin, 2000), Versos de asfalto (Devenir, 1996) y Alacena (Carena, 2010).
       “Escribo desde niña, las personas que contribuyeron a ello fueron en primer lugar mis padres, mi madre me recitaba poesías que para mí eran preciosas y mi padre me contaba cuentos, muchos de ellos eran recreaciones del TBO Pumby, que improvisaba para mí, mis abuelos y mi tía Rosario me contaban y leían igualmente los clásicos infantiles que me narraban leyendas, historias de verdad”, solía comentar.
       Me ha gustado siempre mucho leer, ya a los doce años leí mi primera novela, me gusta bastante la literatura española. En narrativa desde El lazarillo a los cuentos populares, pasando por las leyendas de Bécquer, los cuentos de Celia, que he releído de mayor con mis alumnos. He sido una lectora entusiasta de Pérez Galdós, Unamuno, en todas sus vertientes, Azorín, Baroja, Blasco Ibáñez”, explicaba en torno a sus lecturas favoritas.
       “En poesía, que es lo que más escribo, tengo un poeta sobre todos y todas: Don Antonio Machado, también me encantan: Miguel Hernández, Bécquer, Juan Ramón, San Juan de la Cruz, Ángela Figuera, Concha Zardoya, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Alfonsina Storni, José Martí, Rafael Morales, Angelina Gatell, Mariano Roldán, Joaquín Benito de Lucas, Leopoldo de Luís, Concha Lagos, David González, Luís Felipe Comendador, Isabel Pérez Montalbán”.

martes, 19 de noviembre de 2019

Premio Nacional de las Letras


     El escritor vasco Bernardo Atxaga ha sido distinguido por "su contribución a la modernización y proyección internacional de las lenguas vasca y castellana".



    El jurado del Nacional de las Letras ha destacado “su contribución fundamental a la modernización y a la proyección internacional de las lenguas vasca y castellana”. Es ya un lugar común hablar de un antes y un después de Atxaga en la literatura escrita en euskera.



    El anuncio le pilló a Bernardo Atxaga camino de su casa, en Zalduondo (Álava). “Perdona si habló con énfasis. Es que ha nevado y me estoy helando. Hace un tiempo de perros”, cuenta al responder al teléfono. El galardón le llega justo cuando acaba de publicar una novela en euskera Etxeak eta Hilobiak (Casas y tumbas) (Pamiela), que la editorial Alfaguara lanzará en castellano en febrero. “Será la última”, anuncia el escritor. “Llevó 47 años escribiendo, toda una travesía. Y tengo la sensación de que he llegado a un descansillo. Como dicen los flamencos, quiero sentarme en una silla y pensar. Me he pasado la vida redactando notas marginales mientras escribía poemas, cuentos y novelas y ha llegado el momento de revisarlas y ver qué hay en esas notas”. Son, explica, textos que pueden llegar a los 15 folios: “Empezar hablando de un erizo de mar y terminar haciéndolo de Rousseau, Sacher-Masoch y el marqués de Sade”.
 

 

domingo, 17 de noviembre de 2019

Premio Cervantes 2019


     Joan Margarit: "El premio permite que la poesía como herramienta de consuelo llegue a más gente".

       El jurado señaló que Margarit merece el galardón «por su obra poética de honda trascendencia y lúcido lenguaje, siempre innovador. Ha enriquecido tanto la lengua española como la lengua catalana, y representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría».
Horas después de conocer el fallo, ya en rueda de prensa, el poeta definió su oficio así: «Trabajo para consolar a gente solitaria, que es el 100% de la población, lo sepan o no. Si un poema no puede consolar a una persona en una situación difícil es que no vale nada como poema».

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Alejandro Zambra


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                                   CIERTAS AUDACIAS 
                     
   
                                 

       Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) experimenta una autoficción consciente y una concepción de la escritura como un desvelamiento de la realidad, y así consiguió abrirse camino con la trilogía, Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). Ha dejado buena parte de su responsabilidad cívica con respecto a su Chile natal en un curioso libro titulado Mis documentos (2014) donde, una vez más, desvela esos innumerables signos de vigor y muestra la habilidad de alguien alejado del encorsetamiento literario. Mayor libertad presupone su última entrega, Tema libre (2019), título que evidencia esa indeterminación liberadora de la que puede servirse un escritor en un libro que reúne conferencias, algún cuento disperso, o ese evidente homenaje a la escritura que, en definitiva, supone escribir; un volumen que nos recuerda a ese cajón de sastre donde cabe un poco de todo, y de alguna manera refuerza su interés por la discreta mirada que ejerce el escritor sobre sus textos. Para el chileno las entradas que componen Tema libre son materiales de cierto valor, enuncian su propia teoría literaria: “Todos los libros pueden leerse en función del deseo de pertenecer o de la negación de ese deseo”.             
       Zambra propone tres apartados que recogen las once piezas que distribuye en “Autorretratos hablados”, “Ropa tendida” y “Léxico familiar” textos repletos de una escandalosa contradicción como sucede en “Cuaderno, archivo, libro” donde reflexiona sobre esas tres fases del ciclo literario en clave de breve retrato generacional y las distintas visiones del concepto “literatura”, como “texto” o como “libro”; muestra una lúcida síntesis crítica de la obra de Mario Levrero y su concepto de autoterapia grafológica, es decir, esa exploración que existe entre letra y personalidad que alumbra el autor de El discurso vacío y La novela luminosa que tanto asombró a Zambra; y como buen lector, menciona a pie de página, Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec, con quien Zambra comparte una voluntad miscelánea textual, y una fluida visión del género en que convergen las escrituras tanto de uno como de otro, mezcla de narración y de ensayo en su libre concepto y acepción. El siguiente apartado contiene algunos de los textos más jugosos, en realidad, Zambra recupera cuatro cuentos de lo más divertido, “La novela autobiográfica” y “El amor después del amor”, anverso y reverso de una historia. “El cíclope” o ese relato cortazariano, “Penúltimas actividades”, identificables con esa identidad de textos libres. Y en el apartado final, otras cuatro entradas en torno al mundo de la traducción donde se abordan asuntos viejos e ideas consabidas sobre el tema, se recoge la idea de Pessoa cuando afirma, “Yo no escribo en portugués, escribo en mí mismo”, y añadamos una curiosa historia, “La balada del pulpo trilingüe”, con la que Zambra se zambulle en el mar de las lenguas a través de un firme pulso narrativo.
       Al final este libro, Tema libre, se convierte en el espejo donde se refleja el nosotros de la juventud, se perfila un yo solitario, o se llega a ese desencantado escritor célebre, muy distinto del nosotros familiar; y la nostalgia con que el narrador recuerda sus años universitarios convierten estos ensayos autobiográficos en el descubrimiento de un nuevo nosotros. Zambra piensa en las formas en que leemos desde cada uno de esos sujetos colectivos: la lectura inexperta, exaltada y compartida, de los primeros días de facultad; la delirante inocencia de la lectura que se descubre junto a los hijos, y/o sus juguetes, incluso la lectura como conversación amorosa que se practica al traducir en pareja, y convierte sus textos en un auténtico taller de escritura, y nos revela el método de la aparente espontaneidad de su prosa.
       La obra de Zambra se caracteriza por su humor: Tema libre, incluye dos relatos cómicos con chistes de argentinos y personajes estrafalarios y absurdos, aunque el humor del chileno suena algo deprimente aunque bastante risible, como adelantaba en su anterior No leer (2018), una recopilación de textos sobre literatura, a medias crítica, y en ocasiones memoria publicados en prensa. Por otra parte, y para terminar, las páginas de Tema libre nos remiten a nombres de decenas de escritores chilenos de los que un lector español nunca habrá oído hablar, y quizá nunca lea, porque Zambra ve con escepticismo todo lo que sabe porque lo suyo es, sin duda, la divagación, y por consiguiente un éxito más a su favor.






TEMA LIBRE
Alejandro Zambra
Barcelona, Anagrama, 2019



martes, 12 de noviembre de 2019

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                      El reino de Francisco García Pavón
                       Centenario del escritor manchego
      


       Los lectores de Francisco García Pavón se lamentaron, durante años, de no poder volver a leer al más afamado autor de novela policíaca de la década de los 60 y de los 70, cuando sus libros llenaban los escaparates de las librerías y Televisión Española producía la serie de su personaje más famoso, Plinio. En la década de los 80 y los 90 los fondos editoriales de la mayoría de sus novelas iban desapareciendo y, sobre todo, sus colecciones de cuentos no volvían a editarse, ni siquiera sus historias más populares, las protagonizadas por Plinio, ese policía municipal manchego, que resolvía magistralmente los enigmas, las muertes y desapariciones en el municipio de Tomelloso. Se consideró entonces al manchego un escritor olvidado por el público, pese a la popularidad que tuvo durante dos largas décadas. Bien entrado el siglo XXI, algunas editoriales volvieron a poner en las librerías algunas de sus más genuinas aventuras, Menoscuarto Ediciones, editaba sus Cuentos republicanos (2009).
       Antonio Iglesias Laguna lo consideró en Treinta años de novela española (1970) el “mejor cuentista de su generación, supo retratar al vivo la sociedad que le tocó vivir, y cuya obra se compensa por la profundidad y el detalle”. El mundo asturiano de García Pavón se vería reflejado en su primera obra, Cerca de Oviedo (1945), una novela repleta de humorismo,  aunque la narración pretenda ser trágica, el estudioso la salva por su costumbrismo y por la ironía de su planteamiento. Señala Iglesias Laguna que García Pavón, sin embargo, empieza a dar la talla en su libro siguiente, Cuentos de mamá (1952), y continuaría haciéndolo en, Cuentos republicanos (1961), La guerra de los dos mil años (1967), la novela Los liberales (1965) y, sobre todo en sus, Historias de Plinio, escritas entre 1954 y 1968. Ignacio Soldevilla Durante, en su Historia de la novela española, 1 (1936-2000) (2001), apunta como “García Pavón toma frente a la realidad una actitud que, además del fondo liberal, es estilísticamente inconfundible que haría necesaria una filiación esperpéntica sino es por el arte de la contención con que describe el proceso de deformación de la realidad el manchego”. “Su desquijotización de La Mancha está realizada con un humor sonriente que se sirve de las tintas del aguafuerte y recurre al uso del vulgarismo y de la vulgaridad bajo control”, añade. Y habla, igualmente, de la autenticidad de este mundo en sus libros, El reinado de Witiza (1968), El rapto de las Sabinas (1969), Las hermanas coloradas (1969), Otra vez domingo (19789 o El hospital de los dormidos (1981).
       Eduardo Tijeras en Últimos rumbos del cuento español (1969) hablaba de García Pavón como “un cuentista consciente de lo que supone formalmente considerado un cuento. Su línea más intensa y cultivada alude en general a tipos, sucesos, costumbres, reminiscencias y tradiciones del medio rural manchego, la hermosa tierra plana, amago de pampa, por la que anduvo Don Quijote (...) Se trata de un mundo abigarrado, muy auténtico, y tratado entre el sarcasmo, la ternura y el desgarro, así como con esa miaja de ensoñación que los recuerdos infantiles y queridos ponen en el alma. Una vez más, la tradición picaresca, quevedesca, galdosiana, brilla en García Pavón, aplicada a un medio social y geográfico particular. (...) alcanza su máxima altura cuando concilia o trasciende el sarcasmo en gravedad y hondura”.
       “A García Pavón, escribía Erna Brandenberger (Estudios sobre el cuento español contemporáneo, 1973), le importa la anécdota, le gusta rememorar o inventar situaciones singulares y también es verdad que suele rematar sus episodios sin importarle demasiado si tiene algún sentido general fuera del contexto de lo narrado. En una palabra, sus pretensiones no se centran en absoluto en la construcción y la estructuración, en la modernidad y el experimento”; en otra de sus anotaciones, apunta “hay quien le reprocha su manera tradicional de escribir cuentos”. Y a propósito de estos, el propio García Pavón escribía: “Casi todos mis libros de relatos son reviviscencias, fijaciones de mi biografía matizadas por los años y la nostalgia del tiempo perdido. Son cuadros biográficos, que reflejan las guías más esenciales de mi ser y mi existencia. Quiero decir que constelan mi intramundo más sentido. Y naturalmente llevan implícitas mi manera peculiar de ver el mundo, mi mundo; de enjuiciar la sociedad, mi sociedad; y de amar o repudiar mi contorno humano y geológico”.
       Medardo Fraile, en Cuento español de postguerra (1994, 5ª ed. aumentada) hablaba de García Pavón como «amante de su pueblo y de sus libros, una evocación rica, original y viva de su ciudad y las gentes que conoció allí; de su familia, niñez y adolescencia. Pero en ese mundo, dándole esperanza, inquietudes y frivolidad a la vez, penetra la crisis política española de más de medio siglo (dictadura de Primo de Rivera, Segunda República, Primavera del 39). Sus cuentos abundan en comparaciones acertadas, humanidad y gracia, y cualquier español reconoce ese mundo como cercano o suyo». Analiza, brevemente, el cuento “Servandín” que incluye la colección Cuentos republicanos, y afirma “es uno de los prodigios que nos depara, a veces, un cuento en pocas líneas. Según la idea mostrenca de realidad, «Servandín» no puede ser más real; sin embargo, palabra por palabra, frase por frase, vale por un curso de psicología, pero con emoción, además”. Y, aun añade, que «un libro como La guerra de los dos mil años (1967), cuyo título es la confirmación del autor en su oficio de fabulador (...), ofrece fantasía de raíz española, arropando una sátira sociopolítica a veces dura, aguda siempre, de impresionante y lujosa plasticidad”.
       De los libros que componen sus cuentos cabe mencionar las colecciones, Cuentos de mamá (1952) y la trilogía compuesta por Cuentos republicanos (1961), Los liberales (1965) y Los nacionales (1977), ciclo temático sobre la Guerra Civil, sus antecedentes y sus consecuencias en la larga postguerra. Como queda señalado, estos cuentos tienen un enfoque subjetivo y autobiográfico, los primeros desde el punto de vista del niño y, posteriormente, del adolescente. Las vivencias de García Pavón ofrecen siempre un contexto histórico y social colectivo y aprovecha ese concepto de intrahistoria y, de alguna manera, se interrelacionan y ofrecen ese interés particular que se pueda verse señalado en todos y cada uno de los personajes que desfilan por sus cuentos.



Biografía
       Francisco García Pavón nació en Tomelloso, el 24 de septiembre de 1919, y en su pueblo estu­dió el Bachillerato entre 1930 y 1936, donde pasó la guerra civil. En Madrid se licenció en Filosofía y Letras, en la especialidad de Románicas, entre 1939 y 1943. Trabajó en colegios privados en Madrid y en Tomelloso, y se doctoró en Literatura con una tesis sobre el novelista Clarín (1952). Dirigió la Biblioteca Municipal de Tomelloso hasta que se marchó a Madrid definitivamente en 1956. Obtuvo la cátedra de la Escuela Superior de Arte Dramático, de cuya dirección estuvo encargado varios años; dirigió la Editorial Taurus y fue un colaborador asiduo de periódi­cos y revistas literarias. Conferenciante, participó en congresos en Universidades europeas y ame­ricanas.
       Su obra se sitúa cronológicamente entre los prosistas españoles de postgue­rra. Su primera novela Cerca de Oviedo (1946) quedó finalista en el recién creado Premio Nadal. En la década de los cincuenta sus cuentos aparecían en multitud de publicaciones y su nombre figuraba en la nómina de los concursos de mayor fama en aquellos años. Junto a sus cuentos, la actividad que ejercía relacionada con el mundo de la escena supuso otra de sus más importantes facetas profesionales e intelectuales. En 1964 se le nombró, junto a Federico Carlos Sainz de Robles y José López Rubio, director del Teatro Español de Madrid. En 1968 su novela El reinado de Witiza recibió el Premio de la Crítica y, algunos meses después, Las hermanas coloradas el Premio Nadal, convirtiéndose en un autor reconocido y conocido de un público mayoritario.
       El Ayuntamiento de Tomelloso lo nombró en 1970 Hijo Predilecto y le concedió la Medalla de Oro de la ciudad en 1989. En los años seten­ta sus novelas de la serie Plinio fueron llevadas a TVE. Una enfermedad truncó su carrera creati­va en marzo de 1983, había recibido unos días antes, el Premio de Cuentos Sara Navarro. Falleció en Madrid, el 18 de marzo de 1989.


       En 1990 el Ayuntamiento de Tomelloso y la Biblioteca Municipal le rinden homenaje con la edición de un número monográfico de la revista El Cardo de Bronce, en el que participan todos sus amigos escritores y pintores de su generación, y se le da su nombre a la Biblioteca Municipal de la que él fue primer director.
       En 1996, Ediciones Soubriet, con el patro­cinio de la Excma. Diputación Provincial de Ciudad Real, y la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Tomelloso, publica sus Obras Completas, prologadas por el Académico, gran amigo y conocedor de García Pavón, Emilio Alarcos Llorach.
       En 2005 la Editorial Almud edita su biografía bajo el título de Francisco García Pavón, (1919-1989): una vida inventada: aproximación biográfica, escrita por José Belmonte Serrano.
En la primavera de 2006, la editorial Destino ha editado una recopilación de las mejores novelas de García Pavón bajo el título de Plinio, los mejores casos.
       Este año, en su centenario 2019, la editorial Armaenia, ha editado, una vez más, las Obras Completas, en 4 volúmenes, con 3.374 pp.