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jueves, 7 de diciembre de 2017

Los olvidados



Enrique Díez-Canedo


EL DIFÍCIL ARTE DE LA CRÍTICA


       Enrique Díez-Canedo participó junto a Juan Ramón Jiménez de toda la inquietud modernista en las mismas revistas y periódicos, en los mismos frentes de traducción, de crítica y de creación de comienzos del siglo XX y forma junto a Andrés González Blanco y Enrique de Mesa parte de esa España secreta, o de una literatura que ha quedado injustamente oscurecida o traspapelada en estos últimos años. El valor de Díez-Canedo sesenta años después de su muerte reside en el ejemplo que supuso su intensa labor en los periódicos españoles de la época, dignificando el papel del crítico de prensa durante buena parte de su vida.
       Enrique Díez-Canedo se planteó a lo largo de su vida el universo de una literatura total, como señala Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, donde se encuadraría su obra poética, su narrativa, su dramática, tanto española, hispánica o europea. El ensayista habló del concepto de polisistema en literatura para afirmar que el mundo literario lo componen los literatos del momento y todos aquellos que les precedieron, la tradición clásica, las traducciones o las lecturas en los idiomas originales. Autor de una vastísima obra que abarca la poesía, el ensayo, la crítica literaria, incluso el teatro, además de ser traductor, sobre todo, de literatura francesa. Díez-Canedo fue un personaje liberal, abierto e interesado por las más variadas manifestaciones artísticas: literatura y arte; amigo de casi todos los escritores, pintores y músicos de la época y persona que, sin haber asumido nunca una militancia política, contribuyó, junto con sus allegados, con Manuel Azaña en primer lugar, al advenimiento de la República y tomó parte activa en el curso de los acontecimientos históricos de la España del primer tercio del siglo XX.
        En la «Introducción», que Sánchez Álvarez-Insúa escribe para situar al insigne crítico, se recoge que Enrique Díez-Canedo había nacido en Badajoz, en 1879 y fallecido en México en 1944, de familia de clase media, el mayor de cinco hijos y que, por la profesión del padre, técnico de aduanas, viviría en diversas ciudades durante su infancia: Badajoz, Valencia, Vigo, Port Bou y Barcelona, donde aprenderá el francés que le llevaría posteriormente a dedicarse a la enseñanza y la traducción. Muerto su padre, la familia se verá obligada a residir en Madrid donde el joven Díez-Canedo se licenciará en derecho, profesión que jamás ejerció. Hacia 1903 empieza su labor docente como profesor de Historia del Arte y de Lengua y Literatura francesas en la Escuela de Artes y Oficios y en la Central de Idiomas. Este mismo año se iniciará como poeta y en los años siguientes, entre 1906 y 1907, se sucederán nuevos libros y dará comienzo a su intensa labor como traductor. A lo largo de su dilatada entrega publicará antologías y obras de autores tales como Whitman, Heine, Baudelaire, Giraudoux o Pushkin. En 1909 Canedo se había casado y el matrimonio pasará una larga temporada en París donde estudiará literatura francesa durante dos largos años. De vuelta a España el profesor, poeta y traductor volverá con maletas cargadas de libros y sobre todo con la ilusión de que su obra se irá agrandando poco a poco. Su etapa más fructífera se iniciará cuando comienza su andadura como crítico literario de El Sol, en diciembre de 1917. Otros periódicos vieron estampada su firma a lo largo de los años, El Globo o La Voz. Un periódico como El Sol representaría, entonces, esos aires de renovación que necesitó tanto nuestro país y se convirtió en el medio de la burguesía liberal y progresista. Paralelamente Díez-Canedo colaborará en numerosas revistas de la época que solicitaban sus trabajos, La Lectura (1901), Revista Latina (1907), Renacimiento (1907), Prometeo (1908), España (1915), Cervantes. Revista Mensual Iberoamericana (1916), Cosmópolis (1919), y un largo etcétera.
        El autor viajaría a América en sucesivas ocasiones, concretamente en 1927 año en que visitará Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Ecuador, Panamá y Puerto Rico. La República lo enviará en 1932 como embajador a Montevideo. De esa doble experiencia surgirá un libro publicado posteriormente en México (1944), titulado, Letras de América. Estudios sobre las literaturas continentales. Aunque jamás fue un hombre político sino un abanderado de la libertad y de la democracia, Lerroux le cesará como embajador durante su mandato y le retirará su confianza. Vuelve a España se reincorpora a sus clases y a sus críticas literarias, al mismo tiempo que dirigirá la revista, Tierra Firme (1935-1936) y seguirá colaborando en otras como Tiempo Presente (1935). El 1 de diciembre de 1935 tomará posesión de un sillón de la Academia con el discurso titulado «Unidad y diversidad de las letras hispánicas» al que responderá el prestigioso filólogo Tomás Navarro Tomás. De nuevo es nombrado embajador, esta vez en Argentina, cargo que ocupará poco antes de estallar la guerra. Regresa a Valencia desde donde iniciará un frente común con muchos intelectuales que luchan con su pluma por la libertad.


        México fue, entonces, el país más generoso con los exiliados españoles. En junio de 1937 acogió a 500 niños evacuados de la zona republicana; en 1938, a propuesta del escritor y diplomático Daniel Cosío Villegas, invitó a un grupo de intelectuales entre los que figuraría Enrique Díez-Canedo a proseguir sus trabajos en un Centro fundado, La Casa de España, en México. Y, poco después, debido a las penurias de muchos españoles en Francia, la emigración fue numerosísima porque el Presidente de México, Lázaro Cárdenas, decidió admitir a todos los que llegaran a su país. Por ello, el 1 de junio de 1939 desembarcaron en Veracruz 312 emigrantes, el 13 de junio llegaron 1.599 y así sucesivamente hasta los aproximadamente 15.000 españoles que constituyen la cifra global de los que llegaron a México. En El exilio español de 1939. La emigración republicana de Vicente Llorens (Madrid, Taurus, 1976), Díez-Canedo figura como poeta, al lado de otros nombres muy significativos: León Felipe, José Moreno Villa, Juan Larrea, Juan José Domenchina, Ernestina de Champourcín, Emilio Prados, Pedro Garfias, Luis Cernuda y un largo etc. Carlos Martínez, en Crónica de una emigración (México, Libro Mex Editores, 1959) destaca a Díez-Canedo por su aportación a la cultura mexicana en diversas y variadas manifestaciones intelectuales y literarias. En México publica El teatro y sus enemigos (1939), un recorrido interior del teatro que tiene, obviamente, enemigos externos, como el cine, por ejemplo, pero cuyos verdaderos males son interiores y de alguna manera irresolubles. En 1940 pronuncia una serie de conferencias en la Universidad Vasco de Quiroga que se publicarían más tarde bajo el título genérico de La nueva poesía. Díez-Canedo fue a lo largo de su vida un poeta puro, poeta de la pureza, de espíritu y alma puros. Murió en Ciudad de México el 6 de junio de 1944.
        La edición de Alberto Sánchez-Álvarez Insúa recoge, además de una aclaratoria introducción, buena parte de su obra crítica desperdigada, como hemos podido comprobar, en revistas literarias y sobre todo en periódicos. Julia María Labrador Ben establece una bibliografía que recoge en un pormenorizado análisis la obra del escritor español. Siguiendo las huellas de sus colaboraciones podemos establecer que los periódicos en los que colaboró fueron, El Globo, desde 1908, El Sol, desde 1917 a 1933, La Voz, desde 1920 a 1936, La Nación, de Buenos Aires, de 1923 a 1933, El Mercurio, de Chile de 1931 a 1935, El Nacional, de México, de 1940 a 1941 y Excelsior, de México, de 1943. Sus colaboraciones en revistas como La Lectura, desde 1901, Revista Latina, 1907, Renacimiento, 1907, Prometeo, 1908 a 1912, Revista Crítica, 1909, España, 1915 a1924, fue secretario de redacción, Cervantes, 1916 a 1919, Comópolis, 1919 a 1922, La Pluma, 1920 a 1923, Índice, 1921 a 1922, Alfar, 1922, El Tiempo Presente, 1935, Tierra Firme, 1935 a 1936, de la que fue director, Almanaque Literario, 1935, Hora de España, 1936, Madrid, 1937 a 1938, dirigió dos números, Revista de Indias (Bogotá), 1939, Romance, 1940, Tierra Nueva (México), 1940, Revista Iberoamericana (México), 1940 a 1942, Letras de México, 1941 a 1944, La Pajarita de Papel (México), 1942, Cuadernos Americanos (México), 1942 a 1944, El Hijo Pródigo (México), 1943 a 1944 y Gaceta del Caribe (La Habana), 1944. La edición reproduce una variada muestra del escritor español, como «Artículos de crítica teatral. El teatro español de 1914 a 1936», «Estudios de poesía española contemporánea», y «Conversaciones literarias». En los distintos apartados se reproducen sus críticas a autores tales como Echegaray, Dicente, Pérez Galdós, Benavente, los hermanos Quintero o Martínez Sierra, además de los modernistas, Marquina, Villaespesa, Fernández Ardavín, los hermanos Machado, Grau o López Pinillos. De su valioso quehacer salieron excelentes críticas a obras de Carlos Arniches y Pedro Muñoz Seca, además de esa otra visión renovadora que ofrecieron los autores del 98, entre los que el crítico destaca a, Unamuno, Valle-Inclán, Azaña, Azorín, o las jóvenes generaciones, Casona, Alberti, García Lorca. La poesía recoge sus comentarios a los comienzos del Modernismo, la tradición y la poesía regional o los nuevos poetas, Moreno Villa, Felipe, Bacarisse, Domenchina, Salinas, Alonso, Diego. Alberti y numerosas conversaciones con Felipe Trigo, Apollinaire, Rubén Darío, Octavio Picón, Jarnés, o sus opiniones acerca del cubismo, los romances de ciego, las traducciones de poesía extranjera. 
        Una actividad tan plural como venimos comentando muestra la labor de Díez-Canedo en el mundo de la literatura del siglo XX, en las tertulias y en el periodismo de la época que hoy ofrece una triple orientación: la que le confiere el lugar como introductor y guía de los más jóvenes, la que le señala como alentador y mantenedor de grupos literarios que hicieron de don Enrique un gran amigo de sus amigos, casi todos los escritores españoles e hispanoamericanos de entonces, y sobre todo la que le confirma como autor de críticas certeras y ponderadas sobre asuntos de actualidad literaria en un amplio sentido. Esta última faceta, la de crítico, se enmarca además en el espíritu institucionista de esa clara tendencia krausista que caracterizó a Enrique Díez-Canedo.

OBRA CRÍTICA
Enrique Díez-Canedo
Edición de Alberto Sánchez Álvarez-Insúa
Madrid, Fundación Santander
Central Hispano, 2005; 512 págs

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