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lunes, 1 de junio de 2015

Desayuno con diamantes, 38



MEMORIA DE MARIO LACRUZ

(Barcelona, 13 de julio de 1929 - Barcelona, 13 de mayo de 2000).

        Memoria de un escritor, memoria de un editor ha servido para reunir en una exposición homenaje, libros, manuscritos, fotos y originales de Mario Lacruz, un editor que tan sólo consiguió publicar tres obras a lo largo de su vida, El inocente (1951), La tarde (1953), la colección de relatos  Un verano memorable (1955), y después de un largo espacio de tiempo dedicado a labores editoriales publica El ayudante del verdugo (1971). Recientemente recibía un gran homenaje del mundo de las letras como editor, fue en 2000.



Dos fechas notables hay que destacar con respecto a la producción literaria española y que están en la mente de todos los interesados y eruditos en el tema, de una parte la de 1936 y lo que supuso en la cultura española de la época y la posterior, esa emblemática fecha de 1945 y lo que de aislamiento internacional originó hasta bien entrada la década de los 50, ese especie de deshielo que provocó una alternativa rabia interior y la búsqueda de una formación y una conciencia para llegar a la expresión de nuevas fórmulas y mayores libertades. Se trata, no obstante, de una generación ya suficientemente estudiada en monográficos y manuales que, sin pretender romper, abogaba por toda una tradición española, los nuevos aires de una nueva narrativa norteamericana, francesa o un realismo ruso y sobre todo el neorrealismo italiano de imágenes cinematográficas. Los nombres de los jóvenes que aparecen en la escena literaria española forman parte de ya de esa promoción que se denominó como realista, pero la variedad es tanta que en las novelas y relatos publicados en estos años encontramos oscilaciones tan variables como esas características que oscilarían entre un lirismo subjetivo y objetivo, distensiones entre el yo y el mundo o la realidad y el ensueño, aunque en todos predomina esa orientación realista, crítica y en algunos casos experimentalista. Todos los jóvenes escritores se incorporaban al panorama literario por las mismas fechas y haciendo un somero recuento podemos advertir como entregaban, escalonadamente, sus primeras obras: Matute Los Abel (1948), Sánchez Ferlosio Industrias y andanzas de Alfanhui (1951), Lacruz  El inocente (1951), Goytisolo Juegos de manos (1953), Fernández Santos  Los bravos (1954) y Aldecoa El fulgor y la sangre (1954), y más tarde Martín Gaite El balneario (1955) y López Pacheco Central eléctrica (1957), por no alargar excesivamente la nómina y los títulos más significativos de la época.

La labor editorial

  Mario Lacruz fue esa persona muy vinculada al círculo catalán de la generación del medio siglo. Cuando comienza su carrera de derecho en la Universidad Central de Barcelona entablaría amistad con José María Castellet, Antonio Senillosa, Francisco Vicens y Ana María Matute. En 1950 comenzaba a escribir y a publicar primeros cuentos y artículos y a relacionarse con el mundillo de las tertulias literarias. Había nacido el 13 de julio de 1929, en pleno Ensanche barcelonés, aunque parte de su infancia la pasará en Andorra a donde el padre, un comerciante textil, se había trasladado para regentar un hotel. Después de la contienda la familia se reinstala en Barcelona y Mario inicia sus estudios en Los Hermanos de la Salle. Llegó a interesarse por el teatro de vanguardia y pondrá en escena obras de Greene, O´Neill, Miller y otros. Desde el principio su obra propende a lo poético y a la profundización psicológica. En 1951 publica El inocente y obtiene el «Premio Simenón» a la mejor novela policíaca del año y en 1953 su siguiente novela La tarde con la que obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona un año más tarde.
      Entretanto, inicia sus colaboraciones en labores editoriales para el editor Plaza que le había publicado en la «Enciclopedia Pulga» una colección de relatos titulados Un verano memorable (1955), cinco cuentos, al más estilo realista, y que llevan los títulos de «Un verano memorable», «Ana y los niños», «La comunidad», «La mujer forastera y solitaria» y «Los brazos», una curiosa colección que ahora reedita Debate junto a dos de sus obras más significativas, El inocente y El ayudante del verdugo, a las que seguirán La tarde, como manifestaba el director y crítico Constantino Bértolo. Instalado en Plaza inaugura una colección que traducirá las obras de autores universales como Mika Waltari, Maxence van de Meersh, Cecil Roberts, Pearl S. Buck, que le proporcionarán grandes éxitos a la editorial. Poco después se crea Plaza & Janés y desde 1963 Lacruz lleva a su cargo la dirección editorial. Bajo su responsabilidad se publican obras como Papillón, ¿Arde París?, Chacal, Juan Salvador Gaviota y se inician las famosas colecciones “Reno” y “Alcotán”. Desde 1975 dirigirá la editorial Argos-Vergara y fundaría la colección “Las cuatro estaciones”, incorporando los nombres de Fernández Santos, Graham Greene, Ramón J. Sender, Doris Lessing, Francisco Umbral y un largo etcétera. En 1981 regresa a Plaza &Janés y pone en marcha una nueva colección, “Ave Fénix”, descubre a Isabel Allende y publica a Marsé, Semprún, Amado, Updike. Dos años más tarde Planeta le ofrece la dirección de Seix-Barral donde iniciará una de sus etapas más largas y fructíferas y descubre a Antonio Muñoz Molina, Rosa Montero, Julio Llamazares, Juan Miñana, Jaime Bayly y publica casi todas las novelas de Eduardo Mendoza, parte de la obra de José Saramago y sobre todo se arriesga con Los versos satánicos, de Salman Rushdie.  Jubilado de toda actividad en 1988, recientemente había reiniciado su vocación de escritor, pero la muerte le sorprendía el 13 de mayo de este mismo año.




La labor literaria

    El profesor Valles Calatrava en uno de los apartados de su ensayo, La novela criminal española (1991) destacaba la singularidad de la novela El inocente «al considerar al sujeto como víctima de la sociedad, el carácter de destino trágico del protagonista, la crítica a la pérdida de la humanidad y la propia consideración del entramado social como algo opresivo y corrupto». En realidad, es una novela negra, con ciertos tintes de novela psicológica y con aires de relato existencialista. Lacruz cuenta en cuatro partes ( musicales) la investigación de Virgilio Delise acerca de la muerte de su padrastro para demostrar, sobre todo, su inocencia. Dominan las frases cortas y el desarrollo de la acción es vertiginoso. Igual de sorprendente es su siguiente novela, La tarde, en la que autobiográficamente, un narrador, hace recuento de su vida y cuenta tanto su pasado como su presente. En realidad, es un soñador pero también un abúlico traductor de literatura inglesa. En el epílogo anuncia que se va a casar con ese amor platónico de toda la vida, propósito que según ha podido deducirse no llevará a cabo. La novela se refuerza con el análisis psicológico y las actitudes del protagonista del relato. Dieciséis años más tarde entregaba El ayudante del verdugo (1971) quizá su obra más comprometida, publicada a destiempo porque por su temática bien podría definirse como esa obra que hubiera sido clasificada de «realista» en una época en la que se empezaban a distanciar temas como el conflicto generacional provocado por esa larga postguerra e incluso «el inicio del desmoronamiento—como señala Ignacio Soldevilla en La novela desde 1936 (1980)—ideológico de la primera generación con respecto a los nuevos aires de libertad».
        El narrador Ventosa cuenta en primera persona su vida, retratado como astuto y emprendedor en poco tiempo conseguirá un gran imperio. Relata su vida retrospectivamente. durante una velada en la que se distinguirá con una condecoración a su amigo Pardo, en realidad una ceremonia de autoexaltación porque el protagonista ve cómo después de tanto tiempo ha llegado a tal grado de corrupción colectiva que está dispuesto a asumirla. Pero, sobre todo, —como ha señalado Belén Gopegui—«Ventosa tiene una doble vida. Es empleado de Pardo, la nota de distinción en esa empresa de ladronzuelos, le hace a Pardo los papeles, a veces ilegales, soborna para él, despide para él y le sigue el juego acudiendo a reuniones innecesarias...». A lo largo de la novela se puede percibir cómo Ventosa se ha convertido en un cínico, algo aún de tremenda actualidad en la sociedad de hoy con tantos visos de hipocresía.


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