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LA ESENCIA DE UNO
MISMO
Enrique Morón (Cádiar, Granada, 1942)
posee una amplia experiencia como poeta y dramaturgo, además de como hombre
dedicado al noble arte de enseñanza desde su cátedra de Lengua y Literatura
Castellanas. Ahora se atreve y logra dar un paso más en su amplia trayectoria
literaria y nos entrega, El bronce de los días. Memorias (2003); en
realidad, una audacia que solo un hombre como Morón podía hacernos llegar. No
es fácil, en la literatura contemporánea, encontrar autores que decidan, cuando
ha llegado el momento, ponerse a escribir sobre aquellas cuestiones por
importantes o nimias que han conformado buena parte de su vida y, sobre todo,
interesar y hacer partícipes de ello a los lectores, ofreciendo buena parte de
esa memoria que aún siendo pública pertenece a la esencia de uno mismo. Es,
pues, este un acto de escritura de una humildad absoluta porque a lo largo de
los sesenta años del autor asistimos, como lectores y amigos, a cada uno de los
momentos vividos por el niño, el adolescente, el joven o el hombre maduro en
que se ha convertido Enrique Morón; y, por añadidura, celebramos sus éxitos
literarios de los últimos treinta años.
El bronce de los días ofrece, en
una prosa ágil, los capítulos que el poeta Mirón ha considerado más
interesantes y relevantes o incluso, los más insignificantes, que conforman su
existencia desde esa temprana edad a donde nos devuelve en su pueblo natal
Cádiar, pasando por años difíciles de una adolescencia dura, su incorporación
al mundo universitario o los momentos de gloria y celebración de sus éxitos
literarios y publicación de sus principales obras, Paisajes del amor y el desvelo
(1970), Odas numerales (1972), su Poesía reunida (1970-1988)
(1988) hasta Inhóspita ciudad (2002), tres décadas de una entrega a la
poesía como queda manifiesto en las mejores páginas de estas memorias
fragmentarias. Tampoco olvida el poeta, en un extenso repaso los momentos
vividos tanto en el pueblo como en la ciudad de Granada, enumera a los hombres
y a los amigos que han compartido con él buena parte de esos años; conserva aún
hoy, el poeta, el recuerdo y la amistad de muchos ellos: algunos le deberían
otorgar gratitud eterna porque se diluyen por estas páginas de una manera
abundante. Sobresale, entre los abundantes datos que ofrece el escritor la
manera de contar, ese humorismo que salpica unas páginas que de otra forma se
volverían tediosas e imposibles de pasar; existe mucha hondura en el recuento
de una vida que se ha prodigado en numerosos acontecimientos dignos de
resaltar, aunque se reseñan momentos de algunos contratiempos, de cierta
mesura, cuando recuerda tanto a los seres queridos como a los amigos
desaparecidos; sobresale, eso sí, el ingenio de una autor que justifica tanto
su vida como su obra. No puedo estar de acuerdo con el autor cuando en las
últimas líneas de sus memorias cierra el volumen y no deja pie para un segundo,
se despide y afirma que con este libro, cuando ya no esté en este mundo, al
menos sus versos inicien ese viaje sin retorno hacia los oscuros senderos del
olvido. Este libro, y el corpus que forman tanto sus entregas poéticas como sus
producciones dramáticas, formarán parte de ese legado universal que todo autor
otorga a la humanidad allá donde siempre pueda ser leído.
EL
BRONCE DE LOS DÍAS
(Memorias)
Enrique
Morón
Port
Royal, Granada, 2003
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