TIERRA
DE CINE
Tres nombres se asomaban, tímidamente,
al panorama literario español de los años setenta, los de José Asenjo Sedano
que publicaba Los guerreros (1970), Carlos Muñiz Romero, con Los
caballos del hacha (1971) y el Llanto de los buitres (1971) y Julio
M. de la Rosa,
con Fin de semana en Etruria (1972). Los años sesenta y setenta
proporcionaron, literariamente hablando, nuevas acuñaciones en el panorama
cultural español, algunas tan gratuitas como boom, término genérico que
se aplicó a aquello que supusiera novedad en el espacio literario y que ofreció
una avalancha de narradores hispanoamericananos, fundamentalmente; pero de
igual manera se acuñó un término parecido al conjunto de obras publicadas por
unos andaluces que empezaban a sonar en el panorama narrativo y que fueron
bautizados con el término de Nueva Narrativa Andaluza, aunque habría que
apuntar que, en ningún caso, se trataba de constatar este hecho por
significativo desde el punto de vista formal, estructural o temático. Salvo
excepciones, pocos autores y pocas obras manifestaban, abiertamente, el
compromiso social de una Andalucía castigada y como contrapartida, se
potenciaba más un esteticismo heredado de los grandes clásicos que habían
conformado el panorama narrativo durante siglos, casos de Delicado, Alemán, Vélez de Guevara o Espinel o dos
siglos más tarde, los ejemplares andaluces del XIX: Juan Valera y Pedro Antonio
de Alarcón. El propio Asenjo Sedano apuntaba en 1971 que «es verdad que
Andalucía es amplia y múltiple. Que existe una Andalucía del Este y otra del
Oeste; una Andalucía del caballo y otra del peonaje; una Andalucía del
Guadalquivir y una Andalucía de Sierra Nevada; todo esto es verdad. Y todo esto
es muy importante a la hora de hablar de la Narrativa Andaluza».
A propósito de su primera novela, Los
guerreros (1970) afirmaba «contar las cosas con la misma intemporalidad y
la misma simplicidad que mi pueblo viene contando sus historias. Esta novela
será buena o mala, pero es mi parte (de la historia se sobreentiende) y una
parte que mis paisanos han entendido y les has gustado. Se trata de una
historia simple y llana, contada como lo hubiera hecho cualquiera de ellos». La
crítica del momento hablaba de «una concienzuda aunque diluida metáfora de la
realidad española»
Pese a todo lo expuesto y a unos treinta
años vista del boom, en palabras de Manuel García Viñó, «hoy, todo ello,
constituye un punto de referencia
insoslayable que obligó a escribir sobre narrativa escrita en el Sur»,
y dio origen, además, —como recoge José Antonio Fortes en su ensayo La nueva
narrativa andaluza, citado—, a una abundante bibliografía que responde
tanto a las razones políticas y económicas de Andalucía y en concreto a la situación
de la novela, además del debate nacionalista de las Autonomías. Quizá hoy sí
estemos en disposición de hablar de una mejor perspectiva del panorama
literario andaluz sin que tengamos que aferrarnos al fetiche de un nombre que
acaso se circunscriba a si resaltar si ¿existe o no una nueva narrativa
andaluza? Existen un buen puñado de autores, que escriben desde la perspectiva de la memoria, de su
espacio físico y geográfico, con temas de su tierra y con técnicas que se
inscriben en la línea de la mejor narrativa que se publica hoy en el marco de
la narrativa española actual.
La mejor constatación de lo expresado se
muestra en la extensa obra de un escritor como Asenjo Sedano que, a lo largo de
la década, continuaba publicando en 1973, Crónica, en 1976 El Ovni
y conseguía, merecidamente, en 1977 el prestigioso Premio Nadal por Conversación
sobre la guerra. Alguien ha afirmado que, junto con Eran los días largos,
de 1982, se trataba de una prolongada reflexión sobre la guerra para, de alguna
forma, dejar traslucir su profunda preocupación sobre la paz. En realidad,
Asenjo, texto a texto, irá afianzándose en el panorama narrativo español del
momento y pondrá en marcha una serie de historias que poco importa que sean de
corte histórico, pero sí lo suficientemente objetivas, documentadas, rehechas,
basándose, fundamentalmente, en la narración de los hechos y sobre todo a base
de recuerdos y de cosas contadas.
Asenjo Sedano se integra, inicialmente,
en esa llamada «Generación inocente», ese grupo de escritores que convierten
las experiencias que tuvieron durante la guerra civil, siendo niños, como uno
de los motivos centrales de su obra. Hay que apuntar que el escritor consigue
ver la guerra civil española desde un punto de vista estrictamente literario, incluso
consigue ir más allá en su obra siguiente, Eran los días largos de 1982
relatando, con maestría, la pobreza material y espiritual de la posguerra. A dos
geografías que conoce bien José Asenjo pertenece su siguiente libro, aunque no
sea en el orden de su aparición en su bibliografía. Habrá de dejar de hablar de
algunos libros por no ser excesivamente prolijo: me refiero a Indalecio el
Gato (aparecido inicialmente en 1983), una novelita corta que se sitúa en la Almería de postguerra y
cuenta la crónica de un crimen. El volumen se completa con Gadeira y Ana
Emérita Kerkade situadas en un Cádiz, fantástico y mágico. El escenario de
su tierra granadina vuelve a recrearse en Joan de Dios (de 1988) el
relato épico más lírico que he leído sobre la figura de este santo de los
pobres granadinos. El autor declara su deuda con este personaje desde niño,
aunque siempre ha considerado que no le fue fácil indagar en el alma de quien,
con su santidad, fue capaz de conmover la conciencia de una ciudad y lo
referente a cuestiones sociales tan vigentes aún hoy día.
La historia de España está salpicada de
personajes que, de alguna manera, contribuyeron a formar la intrahistoria de
este país y así Asenjo Sedano cuenta en su siguiente novela El año de los
tiros (1990) la historia de los hechos más significativos de la revolución
de Cádiz de 1868, en boca del personaje Juan Francisco Llovet, hijo de una
familia de librepensadores. El libro muestra la generosidad del pueblo gaditano
para con sus héroes. Dos años más tarde conseguía ser finalista del Premio
Andalucía de Novela con Papá César, el último naviero (1992), de nuevo
la recreación de la bahía de Cádiz y de un singular habitante de la misma,
Jacome Giorno, que se convertiría en el más floreciente naviero de toda la provincia.
Y como de premios estamos hablando en la primavera de 1999 nos regalaba una
nueva obra que conseguía el Premio Tiflos de Novela, organizada por la (O.N.C.E); la novela es Memoria de Valerio
(1999), la historia de Pía del Cid y el retrato de una Granada decimonónica que
arranca con el entierro de Ángel Ganivet. El resto son toda una suerte de
historias para contar desde Roma la vida de unos seres salpicados por la sombra
del fascismo italiano y la figura del Duce, sobre todo en su protagonista Valerio.
Otros personajes como Curzio Malaparte se asomarán en estas páginas que
demuestran que la prosa de Asenjo Sedano sigue teniendo la misma fuerza de
siempre. Historias del exilio (1995), recoge nueve cuentos de muy
variada factura que se ajustan, perfectamente, al concepto esbozado. El autor
declara que la serie referencia personajes más o menos ficticios, que bien
hubieran podido ser parte de alguna de sus novelas anteriores y que por oscuros
motivos, se han convertido en exiliados de su mundo narrativo. Ocurre así que,
alguno que otro de los temas aquí esbozados, recuerdan a otras páginas
publicadas por Asenjo Sedano de sus nueve obras narrativas extensas. Con Cuentos
meridianos (1999) vuelve a repetir en su ya densa obra narrativa, ese
concepto que viene ensayando el escritor y que ahora se traduce en catorce
relatos de los que da referencia, él mismo, en un pequeña introducción. A
excepción de dos cuentos, el resto habían sido publicados anteriormente. Es esta una práctica común en
la narrativa española contemporánea, recoger textos dispersos que de alguna
manera ya no se encuentran disponibles y que facilitan así al lector su
posibilidad de volver a leerlos. Esto no importa mucho si consideramos el libro
como un conjunto en el que, por partes iguales, el corazón del escritor se
encuentra dividido entre la ciudad de Almería, su tierra de adopción, y Cádiz,
el paisaje de su juventud y aprendizaje.
Los relatos participan de ese concepto
esgrimido por el autor desde siempre, «contar las cosas con la misma intemporalidad y simplicidad que las
había venido oyendo en su tierra natal». Sus vivencias personales se trasvasan
a su obra narrativa, aunque con el tiempo, es verdad, que su escritura se ha
estilizado, tendiendo a una sosegada y laboriosa investigación para crear,
poetizando y metaforizando, sus planteamientos literarios. Pero
sorprendentemente, las historias reunidas en estos volúmenes de cuentos, si
bien participan de todos los procesos apuntados, por primera vez se
concretizan, viéndose obligado el autor, a determinadas pautas de actitud y aptitud que, en general
en su obra, han ido cambiando con el paso del tiempo; aparece, pues, una
temporalidad manifiesta que obliga al novelista a ser concreto y a exponer de
forma pormenorizada cuanto ha de describir, porque en poco más de tres o cuatro
páginas, en algunas ocasiones más, se somete a una expresa concisión, como
única y verdadera característica de ese relato que venimos definiendo. Hay,
pues, referencias a un pasado alejado y cercano donde, nuevamente, la infancia
y la niñez son los protagonistas de la historia contada, caso del cuento,
«Exiliado»; de nuevo la visión de la vejez, con lo que este concepto supone en
la obra del accitano, en «Mamá» o un ajuste de cuentas con el pasado y el
presente, cercanos, que traspasa la frontera de la realidad para convertirse en
visión onírica o fantasmagórica en esos relatos, dotados de un halo de
misterio, como ocurre en «La extraña presencia», «La marisma» o «La maleta
gris»; testimonio de la presencia activa de un escritor comprometido con su
tiempo, capaz de llevar a las páginas de sus libros las lacras de la sociedad
en la que vive, puesto que por sus historias desfilan temas como el amor, la
vida o la muerte, además de la envidia, el odio, o la miseria mismas.
Los textos escritos en Historias del
exilio oscilaban en el amplio período que va entre 1979 y 1992, y no se
concretizan, en modo alguno, en determinadas situaciones ni se localizan
geográficamente, a excepción del titulado «Tiempo después», que el autor
aclara, bien pudiera ser el epílogo a su novela corta, Indalecio el Gato,
desarrollado en la ciudad de Almería. Y los textos de Cuentos meridianos
se localizan, algunos de ellos entre 1972, «La corná», y 1997, «Lo que quisiste
decir», la mayoría de los primeros en la ciudad de Cádiz y los segundos en la
de Almería; hay otros, sin embargo, sin fechar. Desde diversas perspectivas
técnicas, estos relatos sobresalen por su capacidad de transcribir un lenguaje
popular, a veces escatológico, de profuso humor, capaz de fundir paisaje y
personajes que, históricamente, se sostienen en el tiempo por la magia de una
literatura singular, propia.
El novelista Asenjo Sedano nos sorprende
con una nueva entrega, Oeste (2003), la novela del desierto, como él
mismo ha pretendido definirla, la historia y vida de un centenar de extras
anónimos que hicieron posible el cine en Almería, un tiempo fantástico cuya
proyección universal llevó el nombre de la ciudad y la magia de sus paisajes
hasta las butacas de muchas de las salas de cine de todo el mundo. Oeste
se inicia, en realidad, con la reconstrucción de parte de la vida de uno de
esos actores extras, Juan Peñuela, alias el Patas Largas, y de su participación
en la extraordinaria producción de Mr. Henry Master, un director innovador, que
quiso crear esa nueva frontera del Western denominado «Oeste de Almería»; una
idea que se le ocurrió al cineasta cuando conoció a Patas Largas y lo vio
moverse con descaro ante sus cámaras. Esta es la trama que justifica todo el
repaso a una época: los felices 60, además, de aportar toda una amplia
información sobre los paisajes de Almería, la magia de su luz y los escenarios
naturales que deslumbraron a una de las industrias más importantes del siglo
XX: la cinematográfica. Pero, además, en la novela se recrea la Almería real y la de
leyenda, con sus escenarios naturales y ficticios, con la imagen que los
hombres de cine se llevaron de esta tierra. Al hilo, y estructuralmente,
hablando, el joven periodista Silvano Mestre Domingo, realizará unas prácticas
sobre el rodaje de la película Oeste y de los acontecimientos en torno
al rodaje de la misma, incluida la extraña muerte del sheriff Jim, alias Patas
Largas, un suceso ocultado durante años y que mucho tiempo después se pretende
investigar para dar luz al asunto.
Asenjo Sedano es un hábil narrador que
ha sabido hilvanar en un solo ovillo las historias que se entremezclan en su
novela: la historia humana de Juan Peñuela, uno de tantos pobres olvidados, los
avatares del rodaje, fragmentos del guión de la película, los testimonios de
amigos y conocidos del desaparecido sheriff, la investigación periodística del
sagaz reportero, y sobre todo la atmósfera creada que confunde realidad con
ficción cuando sus personajes deambulan por Rancho Texas, La Rambla o Tabernas City. En
la estructura narrativa de la novela se superponen los planos que Asenjo Sedano
ha ido escribiendo para dar coherencia a la historia, incluso se atreve, al
final de cada capítulo, hasta un total de 29, con una pequeña descripción
sumamente poética del espacio con el que ha convivido el escritor en los
últimos treinta años de su vida. Así podemos leer: «¡El desierto! A través
del cristal, era un loco y ondulante vértigo... Una acechante tentación, un
continuo soplo de palabras... Viento... viento... viento... Un rumor, una
tragedia, un misterio... Un cielo azul, azul, azul... También es la crónica
social de una Almería tan romántica como paupérrima, aunque repleta de las
ilusiones que muchos de sus habitantes soportaron hasta llegar a nuestros días,
cuando repuesta de aquel pasado se abre a la mar y se adorna con las galas de
una ciudad mucho más cosmopolita. Por las páginas de Oeste desfilan
muchos de los extras del cine cuya inmortalidad quedó patente en las
producciones de Leone o Lean, unidos a los nombres de míticas estrellas como
Bardot, van Cleef, Kinski, Eastwood o Quinn y, también desfilan por sus
páginas, los nombres de los contertulios indalianos: Perceval, Cantón Checa,
Cañadas... El joven periodista viajará por los espacios naturales de Almería y
recreará, en su relato, la nostalgia de un pasado repleto de figuras unidas y
cercanas a la ciudad y al novelista, Bartolomé Marín, Pepe Andrés, el Padre
Tapia o los más cercanos en el tiempo, rémora de ese otro pasado de esplendor y
que hoy forman la intelectualidad de Almería moderna: Ceba, Nicolás, Egea, del
Águila, Pérez Siquier, personajes reales que se congregan para festejar el
espectáculo del cine del pasado, la memoria del extra desaparecido y, por
consiguiente, la recuperación de una gloria viva. Al terminar la novela, el
escritor, se permite un guiño final, cuando uno de los personajes, a punto de
subir a un tren que lo llevará de vuelta a la realidad de su trabajo, le
entrega un sobre con el nombre del asesino de Peñuela que no ha conseguido
arrancar de muchos de los conocidos del extra, porque sin terminar sus
pesquisas, contrasta que podía haberse tratado de un auténtico asesinato. Pero
el joven, con miedo y más miedo, que era lo que, una y otra vez, le repetía su corazón,
no quería cargar con el peso de ese nombre escrito, y haciéndolo trozos y más
trozos, pequeñísimas partículas de papel, se dijo que, ese fantasma pertenecía,
sin duda, al desierto...
José
Asenjo Sedano, Oeste; Almería, I.E.A., 2003; 289 págs.
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