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martes, 3 de julio de 2018

Desayuno con diamantes, 138


LA RAZÓN DESESPERADA DE RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
       
        El escritor heterodoxo Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) obtenía el Premio Cervantes en el 400 centenario de «Quijote» por el conjunto de una obra que provocó un cambio de rumbo en la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX. 


        El premio de Cervantes de 1993, Miguel Delibes, retrataba, recientemente, a Rafael Sánchez Ferlosio como el  nombre de mayores posibilidades de supervivencia en la novela española de posguerra, con categoría suficiente para afrontar la inmortalidad literaria. Para el escritor vallisoletano, su libro fundamental, El Jarama, es una síntesis perfecta de las cualidades del grupo de  «los niños de la guerra». Añade Delibes, que en Ferlosio se «adivina al hombre impar, el hombre diferente». Dos libros han marcado la trayectoria narrativa de Sánchez Ferlosio, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951) y El Jarama (1956). El primero toma de la tradición picaresca su estructura narrativa, pero por el tratamiento que el autor hace de su texto, la temática se inscribe hoy en día más dentro del relato fantástico o alegórico; a caballo entre  unas aventuras de Peter Pan o de Pinocho, como señalara en su momento Ignacio Soldevilla Durante. Lo cierto es que renombrados críticos como Alborg, Gil Casado, Sanz Villanueva, o el mismo Soldevilla Durante, han estudiado al escritor dedicándole importantes apartados en sus monografías sobre la novela española de la segunda mitad del XX. Sanz Villanueva calificaba  El Jarama como una de las obras más importantes y representativas de toda la postguerra; adscrita a un planteamiento fundamentalmente objetivo, se puede declarar como una de las pocas obras españolas de decidido tratamiento conductista o behaviorista. Igualmente puede ser considerada dentro de un realismo de masas en cuanto que es el grupo y no personaje particular alguno el que protagoniza el repertorio de simples anécdotas.
        En 1958 Juan Luis Alborg afirmaba lo siguiente: «Ignoro cuál puede ser en el futuro la ruta literaria de Rafael Sánchez Ferlosio. Por la estima que me merecen sus condiciones de escritor, lamentaría que su obra volviera a sorprendernos con nuevos virtuosismos; desearía, por el contrario, que «estableciera posiciones», que fijara su actitud ante la vida y la novela, que escogiera su mundo y cultivara su predio, aun teniendo que renunciar, naturalmente, a muchos recintos tentadores que su talento de Jano bifronte le consentiría pero con mengua de su personalidad»; en cierto modo, Alborg le auguraba al escritor un futuro donde no volvería a centrar su atención en la narrativa, pues de hecho desde hace muchos años, Sánchez Ferlosio ha abominado de la ficción, decantándose por el ensayo, convencido el escritor, de que éste es algo más creativo y audaz.

Una vida
        Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma en 1927, hijo de Rafael Sánchez Mazas. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense. Formó parte de la denominada generación de los 50 que integra a autores tan representativos e importantes como Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Josefina Rodríguez, Carmen Martín Gaite, con quien se casara, Jesús Fernández Santos y Medardo Fraile. Colaboró, junto a sus compañeros, en Revista Española, medio que regentara tan magistralmente Antonio Rodríguez Moñino; tras su primera experiencia como narrador en 1951, consiguió el Premio Nadal en 1955 por El Jarama; tras un largo silencio voluntario volvió al panorama literario con Las semanas del jardín (1974-1975), dos volúmenes que recogen sus investigaciones lingüísticas hasta el momento; un nuevo intento de novela se transformó en El testimonio de Yarfoz (1986), una crónica legendaria de estructura épica, para seguir insistiendo en nuevos ensayos como Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado (1986), Campo de Marte I. El ejercicio del mal (1986), El ejército nacional (1986), La homilía del ratón (1986),  Ensayos y artículos. Vols. I y II (1992), Vendrán años malos y nos harán más ciegos (1993), Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), El alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2002), Non olet (2003). La historia, la mujer española, la cultura, el ejército, las autonomías, ETA, Gibraltar, la Iglesia, la guerra entre judíos y palestinos o el redescubrimiento de América son algunos de los temas que, desde el punto de vista crítico, ha planteado Sánchez Ferlosio en sus ensayos y artículos en las últimas décadas.
La singularidad de Alfanhuí
        El propio autor definía esta novela como «una historia castellana llena de mentiras verdaderas», y se trata de un libro desconcertante y original al mismo tiempo, porque aplica la técnica de la descripción realista del momento a un cuento, en realidad, fantástico que nos transporta a un mundo imaginario dentro de todo un marco real. Sánchez Ferlosio consigue con su primera novela consumar un estilo que se traduce en un prodigioso artífice lingüístico cuyo realismo tiene tanto de expresión lírica como arquitectura narrativa para conseguir esa zona limítrofe que se le supone a la verdad y a la ficción o como el propio Sánchez Ferlosio calificaba a esta maravillosa historia, «ni novela ni narración tampoco narración poética».

        Tanto formal como argumentalmente hablando, la obra tiene, sin embargo, una estructura narrativa definida, basada en las industrias y andanzas del pequeño Alfanhuí cuya peregrinación por tierras y paisajes castellanos le convierten en un nuevo Lazarillo que hereda la condición errabunda del pícaro, pero es más inocente y soñador. Antonio Vilanova sostiene, sin embargo, que «la extraña mezcla de lirismo y fantasía de este libro, cuyo pequeño héroe, de ojos amarillos como el alcaraván, no traspasa los límites de la niñez, ni llega a salir jamás del luminoso paraíso de la inocencia infantil, confiere a su extraño aprendizaje de los misterios del mundo un tono fabuloso y poemático que eclipsa por completo la veracidad y realismo de su tenue acción novelesca». La novela se mueve en una constante transmutación de la realidad cotidiana y vulgar por obra de esa fantasía mágica en la que vive su protagonista, Alfanhuí, cuyos ojos graves descubren los aspectos más nimios e insignificantes del mundo circundante. En realidad, se trata de esa especie de don que se le atribuye al alquimista y nigromante para percibir el origen fabuloso y legendario de los misterios del mundo, aunque en el caso de Alfanhuí, su espíritu sagaz e industrioso, le lleva a un anhelo insaciable de conocimiento, a adquirir experiencia y saber con respecto a los misterios de la naturaleza y del mundo.  Lo que busca el pequeño Alfanhuí en su aprendizaje como discípulo de un maestro disecador en Guadalajara, es el sonido de las viejas historias que explican el misterio de las cosas que, noche tras noche, le cuenta su maestro. Pero lo que quiere saber el niño no es la realidad de las cosas sino el ensueño que las envuelve, no conocer el mundo tal y como es, sino el mito que se ha creado en torno a él y no la vida de los demás sino la fantasía y la ilusión que se le pueda otorgar a esta.

La originalidad de El Jarama
        De «novela antinovelesca» ha calificado Antonio Vilanova El Jarama, basada en la pintura de la realidad cotidiana, como pocas veces había sido representada hasta el momento en novela. Cuenta las incidencias de una jornada veraniega en la que un grupo de dependientas y horteras madrileños van a pasar un día de campo en la orillas del Jarama; la acción se desarrolla en un sólo día, desde la mañana a la noche, y el clima que se respira en el relato es el de un ambiente dominguero. El desarrollo de la acción, sin embargo, discurre en dos planos, por una parte el merendero que regenta el señor Mauricio, donde despacha tras el mostrador a la bulliciosa clientela, su conversación con los habituales contertulios, y la orilla del río, flanqueado por un pequeño bosquecillo, en donde se refugian los excursionistas domingueros para bañarse en las aguas del Jarama. Con una técnica de representación objetiva de los hechos que Cela había puesto de moda con La colmena (1951), en realidad, Sánchez Ferlosio con su novela «no aspira a ser más que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre». Pero, como en realidad, se trata de un trozo de vida múltiple, integrada por diversos personajes y localizada, como hemos dicho en dos escenarios distintos. Es inevitable que se trate de una narración de atmósfera y de ambiente, de una acción  multipolar y colectiva que no tiene, una aparente, trama argumental con protagonistas, sino que cada uno de los personajes se convierte en la suma de los actos que se describen y el mundo novelesco trata de representar la suma de la vida de todos y cada uno de los personajes. Quizá por eso podamos afirmar que los horteras, empleados, dependientas y jóvenes oficinistas, cuya presencia, en principio, es confusa, se va perfilando a medida que estos hablan, actúan y podemos identificarlos por sus gestos y acciones, para convertirse en la representación de la vida misma y su relación con los demás, en la medida que los vamos conociendo. Lo que le importa al autor es revelarnos el carácter, la manera de ser de cada uno de ellos, recrear el ambiente en que se mueven y el que crean con su presencia junto al Jarama, el ambiente de la excursión dominguera, y, sobre todo, destacar lo vulgar y tediosa que puede ser nuestra existencia. Y el contrapunto final, la tragedia humana y sin sentido que casi transcurrido el día, cuando la joven decide darse el último baño de la jornada, perece ahogada en las negras aguas del río sin que el resto de sus compañeros perciban el soplo helado de una muerte que empaña la insulsa jornada dominguera. Precisamente, en esta tragedia se concentra toda la ternura, la emoción y el patetismo de una historia tan vulgar que resulta tan verídica como la vida misma.

Los ensayos
        Rafael Sánchez Ferlosio en sus ensayos y artículos ha desarrollado un pensamiento muy crítico con la sociedad contemporánea, escritor de palabras precisas, se documenta minuciosa y concienzudamente para abordar temas transcendentales como la guerra de Irak, la política española, incluida la del PP y su líder José María Aznar, el neocapitalismo o las conmemoraciones universales. En un libro como Las semanas del jardín (1974-1975) Sánchez Ferlosio ofrecía una meditación sobre los límites de la representación de la realidad en la literatura y la idoneidad del lenguaje, con lo que lleva aparejado una análisis sobre el lenguaje poético. Yen La homilía del ratón (1986) arremete desde un punto de vista crítico, asuntos nacionales o internacionales, como la situación de la mujer, las manifestaciones del 23 F, la cultura española o el mito de la envida; y en asuntos internacionales cuestiones como el Papa Wojtyla, la OTAN, la guerra de la Malvinas o los conflictos de la Humanidad. Por ejemplo, en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), la huella machadiana es patente y sobresale por la memoria de la infancia que nos retrata el autor, el fin de ese paraíso perdido que, en ocasiones, traspasa las lindes del sueño. El libro se muestra como ese territorio emocional donde todo es posible.  La realidad literaria de Sánchez Ferlosio durante estas últimas décadas ha consistido en una irónica visión de su mundo, con la suficiente capacidad de convicción que resulta dotado de una prosa rica, cuyos temas llegan a irritar por una razonada cultura que va más allá del simple concepto humanista.   

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