Laura Ferrero
Madrid, Alfaguara, 2016 (reimpr., 2018)
Existe una literatura de verdad, y una
quizá de segunda mano, que se aleja de las pretensiones que caracterizan a un
género tan denostado como el cuento, y el lector medio siente, de alguna
manera, cierta prevención para sumergirse en un volumen completo de relatos; pero
en mitad de una abultada selección de novedades, sin duda alguna e
inesperadamente, nos sorprende gratamente uno de los volúmenes que llama
nuestra atención, y entonces descubrimos que la colección Piscinas
vacías (2016), de Laura Ferrero (Barcelona, 1984), formaría parte de esa
primera premisa que subraya la afirmación, porque entre otros supuestos se presupone
que estamos ante literatura de vuelos altos, cuya escritura se muestra tan
escueta y precisa como afilada, desnuda en una aparente simplicidad como el
mundo que deja entrever en sus historias, puesto que en los cuentos de la joven
narradora, pese a la brevedad de algunos, ocurren muchas cosas, y en ocasiones
suceden porque son cosas importantes, y algunas de ellas determinan el destino
de una vida, y dejan marcado al lector para siempre; de ahí, el recurso de parafrasear
un poema de Anne Carson, que dice, “agudo como el mundo”.
Los personajes de Laura Ferrero se
parecen bastante a nosotros mismos, y a muchas de aquellas personas que pueden
ser nuestros vecinos, recordar la historia de nuestros padres, o las relaciones
de pareja, las propias y las ajenas, y en estos cuentos podemos descubrir que una
mujer cuando no puede dormir, “Pan de molde”, abandona su cama y se va al salón
a escuchar el zumbido de la televisión, o un padre, “El origen de las certezas”
que sopla las velas ante su hijo, que también es padre, y no menos sorprendente como una
joven le escribe una historia de amor a una niña, “Sofía”, que nunca conocerá, y
un abuelo le habla a una fotografía, incluso un hombre y una mujer se dicen
adiós en una esquina y, en realidad, muchos de ellos no se conocen pero a todos
les ocurren cosas parecidas: se trata de contar la vida con sus
insignificancias pero también con sus grandes interrogantes, y de mostrarnos
cómo se enamora uno, por qué son tan difíciles las relaciones humanas, qué nos inquieta
o, mejor aún, qué nos produce miedo, y en ocasiones estos personajes, tan
anónimos como reconocibles, deben elegir entre la vida que tienen y la que, en
ocasiones, imaginan. Y todo esto es algo que forma parte de una realidad, y se
confirma con la buena literatura que solo se confirma y autentifica con el
matiz de algo bien hecho.
El resto de cuentos, entre los que
destacamos, “La casa más vacía del mundo” el relato de un padre se enfrenta con
un hijo a su reciente viudedad, “Lo que brilla” donde se reflexiona sobre lo
que uno tiene y lo que deja en el camino, esa incertidumbre de haber elegido
bien que a todos se nos plantea en algún momento de nuestra vida, en “Piscinas
vacías”, el relato que da título al libro, una joven recuerda a su hermano
menor fallecido en un accidente y su incapacidad por superar la pérdida, y en
algunos otros cuentos van apareciendo temas, personajes y situaciones
recurrentes que quedan entretejidas por un hilo conductor: la búsqueda
constante y la pérdida del amor. Y quizá por eso, en todas las historias hay
encuentros y desencuentros, parejas que se aman y se separan, parejas que se
engañan y se hieren, que se rompen por terceras personas porque la sombra de la
infidelidad sobrevuela gran parte de los cuentos, y de alguna manera está
presente el fantasma de la enfermedad y de la muerte, tanto en adultos como en
niños, unos niños deseados o, o tal vez no por sus padres, toda una serie de
personajes vivos, muertos, enfermos, solitarios, desequilibrados, o también modélicos.
En
una colección como Piscinas vacías,
sin ánimo de menosprecio, resuena el eco de la eficiente brevedad y
concisión narrativa de Raymond Carver o Richard Ford y la crudeza humana, y la
descarnada visión de Lorrie Moore, aunque debamos apuntar que todo asimilado y
escrito con estilo propio: una narradora que, en definitiva, promete.
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