Pablo
Martín Sánchez
“La verdadera historia de
Pablo Martín Sánchez aún está por escribir”.
Pablo Martín Sánchez había hecho su primera
incursión literaria con Fricciones
(2011), un curioso artificio que, según Cristina Davó, “se convierte en una especie de collage en el que la fantasía, el
humor, la autoficción, el hipertexto, la metaliteratura, la vida y la muerte
son mezclados con la astucia y la habilidad de un cuentista experto”,
aunque su vinculación con el mundo de la literatura y el libro provienen de sus
variados trabajos como lector, traductor, corrector o librero. Nacido en 1977
(presume cerca de Reus), se graduó en Arte Dramático, es Licenciado en Teoría
de la Literatura
y Literatura Comparada, y máster en Humanidades. Ha picoteado en revistas
digitales, Verbigracia y La Siega,
y su paso más decisivo fue embarcarse durante cuatro años en la gestación de
una ambiciosa novela que la catalana Acantilado
publicaba a finales de 2012, y que lleva el curioso título, El anarquista que se llamaba como yo, un
debut calificado como, “una mezcla
asombrosa de documentación histórica y devenir aventurero”, “pocas veces, la primera novela de un autor
joven posee la fuerza narrativa, el profundo conocimiento de la tradición, la
ambición de lenguaje y estructura y la carnalidad de los personajes (…)”, “una
obra madura, interesante, cautivadora y bien contada. Uno de esos libros que
aparecen de tarde en tarde para contar la historia de un personaje, ambientar
una época, describir a los prohombres de la misma y engatusar al lector”.
¿Su novela
El anarquista que se llamaba como yo es pretendidamente barojiana?
Pretendidamente
no. En ningún momento me planteé tomar a Baroja como modelo, más allá de que su
novela La familia de Errotacho me
haya ayudado a reconstruir la historia de Pablo Martín Sánchez.
Pablo
Martín Sánchez, visto hoy, ¿es una víctima más del momento histórico que vivió?
Sin
duda. Su castigo no fue jurídico, sino político. Sin la dictadura de Primo de
Rivera de por medio, yo no estaría respondiendo a esta entrevista.
Cela
afirmaba haber encontrado el manuscrito de su Pascual Duarte en una botica de
Almendralejo, y usted ha tecleado su nombre en Google, ¿qué hubiera hecho Pablo
Martín en aquella época?
Jeje,
supongo que escribir otra novela. Pero aunque “la culpa la tuvo Google”, como
ha titulado un crítico su reseña, debo decir que internet fue sólo el punto de
partida: de hecho, cuando empecé a investigar, en la red había muy poca
información sobre Pablo Martín Sánchez y los sucesos de Vera. Fueron las
hemerotecas, los archivos y los lugares donde transcurrieron los hechos los que
me aportaron el material necesario para escribir el libro. Y las musas, claro…
¿El
anarquismo y la época son, narrativamente hablando, un atractivo aliciente para
la literatura contemporánea?
No
creo que más de lo que puedan serlo el fascismo o la Edad Media. Lo
importante no es el qué, el dónde o el cuándo, sino el cómo.
Cuando uno
se mete en la novela, advierte que usted juega con una cierta fusión de
identidades, se nota una profunda simpatía por su personaje, ¿hasta qué punto
se identifica con él?
Supongo
que es inevitable sentir simpatía por un personaje con el que has convivido
durante cuatro años. En cierto modo se produce algo parecido al síndrome de
Estocolmo: aunque no quieras, acabas por establecer un vínculo afectivo.
Roberto Bolaño, estando en Alemania, confesó que sentía simpatía por los
escritores nazis que protagonizan su libro La
literatura nazi en América, y casi le matan. Si encima el personaje se
llama como tú, tiene tu misma edad y es condenado injustamente por haber
intentado liberar a su país de una dictadura, hay que ser de piedra para no
identificarse con él, por mínimamente que sea.
¿La novela
salió voluminosa porque la historia lo exigía o porque había mucho que
contar? Se lo pregunto porque quizá
usted, también, haya querido agotar el tema.
¿Agotar
el tema? En absoluto. En el epílogo lo digo: ojalá dentro de ochenta años
aparezca otro Pablo Martín Sánchez que vuelva a contar la historia de otra
manera. Además, no olvidemos que yo he escrito una novela: la verdadera
historia de Pablo Martín Sánchez aún está por escribir. La novela salió
voluminosa porque yo quise que saliera voluminosa. Unamuno la contó en lo que
dura un soneto.
El porcentaje
histórico podemos rastrearlo (siempre podemos dudarlo), aunque visto así ¿el
resto de ficción pretende completar al personaje Pablo Martín dulcificándolo,
de alguna manera?
Yo no
he pretendido dulcificar nada. Quizá el Pablo Martín Sánchez real fue más dulce
todavía.
Esta es
una novela sobre una vida de ficción o ha ficcionado una vida como si de una
auténtica novela se tratara, ¿me explico?
Pues
no sé, creo que ambas cláusulas son ciertas. Me he esforzado tanto en difuminar
las fronteras entre la realidad y la ficción, que ya ni yo mismo sé qué es
verdad y qué es mentira. De todos modos, como he dicho en otra ocasión, la
verdad y la mentira, en literatura, no son más que prejuicios estéticos.
No me diga
que a lo largo de la historia no resulta bonito descubrir una hija con la mujer
a quien has querido durante toda la vida.
Yo creo que lo bonito es ver nacer y crecer a tu
hija, no conocerla cuando ya tiene quince años.
¿Qué tiene
de actualidad una novela como El anarquista…?
Es una
buena pregunta. Supongo que la actualidad de toda novela que bucea en el pasado
radica en su posibilidad de explicarnos el presente. Pero viendo la situación
actual, uno diría que Hegel tenía razón cuando afirmaba que lo único que la Historia nos enseña es que el ser humano nunca ha
aprendido nada de ella. (Tras responder a esta pregunta, me llega la noticia de
que un grupo anarquista llamado Comando Insurreccionalista Mateo Morral ha
puesto una bomba en la catedral de La Almudena. ¿Hay prueba más evidente de la
actualidad de la novela?)
¿Realmente
se ha planteado una trilogía a partir de El anarquista que se llamaba como yo?
¿Otras 1.200 páginas más?
Jeje,
sí, es cierto que en algún lugar he hablado de una posible “trilogía”. Pero se
trataría de una trilogía sui géneris, una especie de “trilogía del yo” dedicada
a esa biografía mínima que nos define a todos: nombre, lugar y fecha de
nacimiento. El anarquista que se llamaba
como yo responde, obviamente, al primer elemento. De los otros dos, el que
tengo más maduro es el tercero: diversas historias cruzadas que suceden en un
solo día, el 18 de marzo de 1977. Pero aún no sé si será otra novela de
seiscientas páginas, un libro de relatos fantásticos o una ópera cuántica.
Y una
pregunta final, en serio, después de este magnífico debut ¿ahora qué?
Ahora, a leer. Que falta me hace.
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