VIAJES LITERARIOS
Literatura y viaje a
través de los tiempos
Siempre
que viajamos trazamos un itinerario, llevamos una especie de cuaderno de
bitácora que bien nos podría servir para escribir un posterior libro. A veces
tan sólo viajamos desde un sillón y ese viaje se convierte para nosotros en la
fascinación que el escritor ha puesto en un relato. El viaje, entendido como
ejercicio literario, siempre ha estado unido al quehacer del escritor o al
menos le ha supuesto, en la mayoría de los casos, el descubrimiento de esos
otros mundos sobre los que inexorablemente pueda volver a hablar una y otra
vez. También es verdad que, viaje y literatura, han corrido parejos desde los
albores de la edad, cuando nuestros antepasados sobrevivían al tiempo deambulando
de un lado para otro simplemente para subsistir. Posteriormente, los
descubrimientos de nuevas tierras, de nuevas culturas, llevaron al inquieto
escritor a dejar constancia por escrito de sus aventuras por el ancho mundo.
Los griegos fueron los inventores de un género que ha cristalizado en numerosas
narraciones reales o imaginarias y en su especial odisea o búsqueda de ese
lugar idílico. El resto de la historia de viajes no ha sido sino el nuevo
descubrimiento que ha llevado a los aventureros a relatar parte de sus
vivencias y a los escritores a fantasear con argumentos creíbles sobre lo más
inverosímil de sus experiencias viajeras.
Todos
los rincones de la Tierra
han sido descritos, de una manera u otra, por esa clase de gentes que se
aventuraban en un compromiso personal. La suerte de Cristóbal Colón no fue otra
que su empeño con la corona española para descubrir una nueva ruta hacia las
Indias occidentales y poder así llegar a un mayor conocimiento de las rutas
trazadas por astrónomos, geógrafos y de hombres de ciencia de su tiempo. Lo que
sucedió posteriormente pertenece a ese afán del hombre por conquistar y llevar
a cabo la civilización a esos pueblos salvajes de una y otra parte del mundo. Y
después vinieron los grandes conquistadores, los grandes descubridores,
aquellos que con el arrojo de su persona dieron la vuelta al planeta y lo
convirtieron en más pequeño. Los Viajes de Colón o las Crónicas de indias,
inauguran una literatura de viajes de la que el siglo XIX será su gran
heredero: Goethe, Byron, Flaubert, Chateaubriand, Baudelaire, Nérval, Hugo o
Stendhal, fueron ilustres viajeros. Julio Verne o Emilio Salgari nos sumergen
en sus aventuras científicas y premonitorias. Agatha Christie o Edgar Rice
Burroughs nos llevaron de viaje por el Nilo, con asesinato incluido, o nos
trasladaron a esa comunión humana con la naturaleza de la mano de un
hombre-mono. Muchos de los caminos que abrieron estos intrépidos viajeros sigue
estando en la buena literatura de hoy y cada vez que tenemos un libro en nuestras
manos iniciamos un viaje a lugares no conocidos, buscamos en el protagonista al
héroe de nuestra infancia que nos lleve por los intricados senderos de la
imaginación o nos envuelva en el paisaje y las calles de una ciudad; tal vez,
en ocasiones, para guiarnos hacia lo desconocido interpretando aquello que va
más allá de nuestra mirada y así fortalecer, aún más, nuestra visión de la
literatura. Melville, London o Conrad se han convertido en clásicos de una
literatura ambientada en el mar y frente el destino que sufren los hombres que
surcan sus aguas o el juego de la vida que suponía para los aventureros un país
como Alaska donde sus ríos, montañas, ciudades, formaban parte de una geografía
salvaje.
Un
viajero singular
Jules Verne
Un
científico exótico
La curiosidad llevó a uno de los
autores más singulares de la literatura fantástica a emprender viajes y
aventuras que luego trasladaba a sus novelas. Julio Verne nació en la ciudad
francesa de Nantes en 1928 y desde muy joven había manifestado inclinaciones
literarias que le llevaron a la fama en 1862, cuando conoció al editor Hetzel a
quien había presentado un libro sobre sus viajes por África. Pero muy pronto el
editor se daría cuenta de las posibilidades de la narrativa del joven Verne y
le propuso transformar ese texto en una novela ambientada en esos mismos
paisajes y, así surgió Cinco semanas en globo (1863). A partir de este momento
el éxito del escritor y del editor llevarían a ambos a establecer una relación
editorial de más veinte años, Viaje al
Centro de la Tierra
(1865), De la Tierra
a la Luna
(1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). Interesado por los
descubrimientos de su tiempo, fue un lector voraz de las teorías de d´Urville,
Humboldt o Darwin. Sus viajes se multiplicaron en sus libros, África, Estados
Unidos, la selva Amazónica, los polos, incluso se atrevió a aventurarse en esa
excelente narración que es La vuelta al mundo en 80 días (1873).
Agatha Christie
Una arqueóloga
Subrayar que la arqueología fue
la fuente de inspiración de la más famosa de las damas del crimen resulta hoy
un dato conocido y no por ello menos curioso. Agatha Christie había contraído
segundas nupcias con Max Mallowan, un conocido arqueólogo a quien acompañó en
sus viajes de trabajo. Sus estancias en Egipto, Siria e Irak le llevaron a la
trama de sus novelas más conocidas, Asesinato en Mesopotamia (1934), Muerte en
el Nilo (1937) o Cita con la muerte (1938). Todas coinciden con sus estancias
en Ur, el viaje con Mallowan y Rosalind, su hija, por Egipto y la visita del
matrimonio a Petra, en Jordania. Los barcos, los trenes, autobuses y hoteles
fueron los escenarios que Christie utilizó para los crímenes y aventuras de sus
novelas. Desde Inglaterra viajaban en el Orient Express hasta Estambul y desde
allí, en el Taurus Express, hasta Trípoli, donde se montaban en un autobús que
los trasladaba a sus campamentos. La meticulosidad de las excavaciones llevó a
la dama del crimen a realizar muchos datos que no provenían del azar sino de
una selección y elección de las fuentes para sus relatos. De la misma manera,
sus viajes sirvieron para una ambientación de muchas de sus mejores obras: el
Orient Express, las ciudades de Aleppo, El Cairo, Estambul, Palmira, Siria o
los hoteles Pera Palace, Tokatlian o el Reina Zenobia, en algunos de los
lugares más exóticos de la tierra..
Un
realista en la carretera
Para escribir En el camino (1957), Jack Kerouac,
aplicó un principio de composición de ascendencia netamente romántica,
centrada, principalmente, en la espontaneidad, en la tentativa de captar el
momento, el ritmo de la experiencia frenética y de unos pensamientos excitados
por los estimulantes de una desenfrenada pasión viajera. Kerouac había
intentado crear para este libro una atmósfera de sensibilidad y debía
representar el realismo americano preciso. Las notas tomadas por el escritor,
el diario recogido durante tanto tiempo, aportarían un conocimiento amplio de
la carretera y de las ciudades que había a lo largo de ella: Nueva York,
Chicago, Nueva Orleans, Denver, Butte y San Francisco. En este libro se habla
sobre amplias zonas del extenso país y en una trama de símbolos que unifican
todo el texto. La Primavera
se asocia a un viaje desde Nueva York al Sur, incluida la visita a Nueva
Orleans; en Verano, la cita es en Iowa, Nebraska, Denver, Nevada y San
Francisco; en Otoño, la carretera lo llevará a Chicago, el Valle de San Joaquín
y Saint Louis e Indiana; finalmente, el Invierno, se vuelve a Butte, Dakota del
Norte, Idaho y Portland.
Jack Kerouac
Un
nómada
Bruce Chatwin viajó,
experimentando, a lo largo de toda su vida. Su punto de partida fue siempre el
desplazamiento. En un constante movimiento pasó los últimos años de su vida de
tal manera que su nomadismo literario ha servido para destruir los límites que
él mismo siempre se había impuesto en la escritura. Descubrir aquellas cosas
que a uno le pueden interesar en esta vida, tal vez es meta suficiente como
para convertir muchos de nuestros sueños, incluidos los viajes, en realidad; el
deseo de inquietud ha llevado siempre al hombre a explorar su alrededor. Este
deseo hizo que el escritor inglés, Chatwin, se planteara la vida en este mundo
como un viaje sin fin, como la idea de una huida particular o como ese vuelo
que no debería llevar a ninguna parte. Entre 1962 y 1964 había visitado
Afganistán y en 1969 volvería una vez más para recorrer sus principales
ciudades: Ghazni, Chagcheran, Banaiyan, Kunduz, Faizabad y Jurum. El propósito
escribir un libro, aunque posteriormente cambió de opinión. Ese mismo año viajó
por Senegal y Mauritania y, posteriormente, se adentró por el Níger. Localizó
las decadentes ciudades esclavistas de Quidah, Porto Novo y Grand Popo; el
fruto de estos viajes se concretó en el libro El Virrey de Quidah (1980). El
tema del hombre errante llevó a Chatwin hasta Australia y los nativos que
conservaban las denominadas Songlines o huellas dibujadas, aparecidas en forma
de canción y así poder establecer que los aborígenes habían rastreado, desde
siempre, sus caminos sagrados como antes los habían recorrido sus antepasados.
Su nuevo libro, Los trazos de la canción aparecería en 1987. Pero, sin lugar a
dudas, el libro del que se valió el autor para emprender su afán de viajero fue
En la Patagonia
(1977), es decir, el recuerdo de un trozo de piel de brontosaurio que disparó
su necesidad de encontrar semejante animal viajando a través del tiempo y del
espacio. El itinerario que recorre el escritor en la Patagonia ofrece un
auténtico archivo de información cultural, además de una forma particular de
viajar, en ese deseo suyo, apuntado, de llegar a fundir aventura y viaje.
Bruce Chatwin
Hay
gente que viaja para leer y gente que lee para poder viajar; en realidad,
cuando visitamos lugares nuestra imaginación, real, compone en nuestra memoria
el recuerdo de aquellos trayectos de paisajes y ciudades que tienden un puente
a nuestro conocimiento; quienes leen para viajar, apenas si se mueven del
sillón de su sala de estar pero, de igual manera, son capaces de evocar la vida
del Robinson, de Defoe, perderse por Los mares del Sur, de Stevenson, y los
paisajes malayos, de Salgari, visitar el Tánger de Bowles, el Marrakech de
Goytisolo, La Habana
de Hemingway, la Mallorca
de Graves.
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