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lunes, 26 de enero de 2015

Desayuno con diamantes, 20



VIAJES LITERARIOS
                        Literatura y viaje a través de los tiempos


     Siempre que viajamos trazamos un itinerario, llevamos una especie de cuaderno de bitácora que bien nos podría servir para escribir un posterior libro. A veces tan sólo viajamos desde un sillón y ese viaje se convierte para nosotros en la fascinación que el escritor ha puesto en un relato. El viaje, entendido como ejercicio literario, siempre ha estado unido al quehacer del escritor o al menos le ha supuesto, en la mayoría de los casos, el descubrimiento de esos otros mundos sobre los que inexorablemente pueda volver a hablar una y otra vez. También es verdad que, viaje y literatura, han corrido parejos desde los albores de la edad, cuando nuestros antepasados sobrevivían al tiempo deambulando de un lado para otro simplemente para subsistir. Posteriormente, los descubrimientos de nuevas tierras, de nuevas culturas, llevaron al inquieto escritor a dejar constancia por escrito de sus aventuras por el ancho mundo. Los griegos fueron los inventores de un género que ha cristalizado en numerosas narraciones reales o imaginarias y en su especial odisea o búsqueda de ese lugar idílico. El resto de la historia de viajes no ha sido sino el nuevo descubrimiento que ha llevado a los aventureros a relatar parte de sus vivencias y a los escritores a fantasear con argumentos creíbles sobre lo más inverosímil de sus experiencias viajeras. 

                                                                                                                                           Alí Bey
     Todos los rincones de la Tierra han sido descritos, de una manera u otra, por esa clase de gentes que se aventuraban en un compromiso personal. La suerte de Cristóbal Colón no fue otra que su empeño con la corona española para descubrir una nueva ruta hacia las Indias occidentales y poder así llegar a un mayor conocimiento de las rutas trazadas por astrónomos, geógrafos y de hombres de ciencia de su tiempo. Lo que sucedió posteriormente pertenece a ese afán del hombre por conquistar y llevar a cabo la civilización a esos pueblos salvajes de una y otra parte del mundo. Y después vinieron los grandes conquistadores, los grandes descubridores, aquellos que con el arrojo de su persona dieron la vuelta al planeta y lo convirtieron en más pequeño. Los Viajes de Colón o las Crónicas de indias, inauguran una literatura de viajes de la que el siglo XIX será su gran heredero: Goethe, Byron, Flaubert, Chateaubriand, Baudelaire, Nérval, Hugo o Stendhal, fueron ilustres viajeros. Julio Verne o Emilio Salgari nos sumergen en sus aventuras científicas y premonitorias. Agatha Christie o Edgar Rice Burroughs nos llevaron de viaje por el Nilo, con asesinato incluido, o nos trasladaron a esa comunión humana con la naturaleza de la mano de un hombre-mono. Muchos de los caminos que abrieron estos intrépidos viajeros sigue estando en la buena literatura de hoy y cada vez que tenemos un libro en nuestras manos iniciamos un viaje a lugares no conocidos, buscamos en el protagonista al héroe de nuestra infancia que nos lleve por los intricados senderos de la imaginación o nos envuelva en el paisaje y las calles de una ciudad; tal vez, en ocasiones, para guiarnos hacia lo desconocido interpretando aquello que va más allá de nuestra mirada y así fortalecer, aún más, nuestra visión de la literatura. Melville, London o Conrad se han convertido en clásicos de una literatura ambientada en el mar y frente el destino que sufren los hombres que surcan sus aguas o el juego de la vida que suponía para los aventureros un país como Alaska donde sus ríos, montañas, ciudades, formaban parte de una geografía salvaje.


Un viajero singular           

     La singularidad de Alí Bey constituye hoy uno de los ejemplos más singulares del concepto de viaje. Un príncipe abasí que desembarca una mañana de junio de 1803 en Tánger dice llamarse Alí Bey, afirma ser originario de la ciudad siria de Alepo y justificó su escaso dominio de la lengua árabe por haber pasado gran parte de su vida en Europa. Pero en realidad, este singular personaje había nacido en Barcelona, hijo del secretario del conde de Ofalia y había sido bautizado con el nombre cristiano de Domingo Badía. Como inquieto aventurero convenció al valido Godoy de la necesidad de realizar un viaje por África con fines políticos y científicos. Llega a Tánger, donde es acogido con hospitalidad, y recorre todo Marruecos durante dos años bajo la protección del sultán Muley Suleimán. Desde Tánger a Mequinez y de Fez hasta Marrakech, el viajero realiza una descripción del país musulmán entre la admiración y el respeto. Hombre sumamente curioso, se demora en sus descripción del paisaje y las costumbres y así su relato, Viajes por Marruecos, (en la excelente edición de Salvador Barberá Fraguas, Barcelona, Círculo de Lectores, 1998) se convierte en una narración donde combina perfectamente su fascinación con el exotismo del país que incluyen, además, detallados comentarios geográficos, antropológicos y científicos. Fue el primer europeo que visitó y describió La Meca y Medina; de vuelta a España colaboraría con el gobierno francés que le encargaría nuevos viajes para atravesar África, empresa que empezaría a llevar a cabo, pero que se vio truncada por la muerte del viajero en 1818 en Damasco en extrañas circunstancias. 

                                                                                  Jules Verne
Un científico exótico
     La curiosidad llevó a uno de los autores más singulares de la literatura fantástica a emprender viajes y aventuras que luego trasladaba a sus novelas. Julio Verne nació en la ciudad francesa de Nantes en 1928 y desde muy joven había manifestado inclinaciones literarias que le llevaron a la fama en 1862, cuando conoció al editor Hetzel a quien había presentado un libro sobre sus viajes por África. Pero muy pronto el editor se daría cuenta de las posibilidades de la narrativa del joven Verne y le propuso transformar ese texto en una novela ambientada en esos mismos paisajes y, así surgió Cinco semanas en globo (1863). A partir de este momento el éxito del escritor y del editor llevarían a ambos a establecer una relación editorial de más veinte años, Viaje al Centro de la Tierra (1865), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). Interesado por los descubrimientos de su tiempo, fue un lector voraz de las teorías de d´Urville, Humboldt o Darwin. Sus viajes se multiplicaron en sus libros, África, Estados Unidos, la selva Amazónica, los polos, incluso se atrevió a aventurarse en esa excelente narración que es La vuelta al mundo en 80 días (1873).
Agatha Christie

Una arqueóloga
 Subrayar que la arqueología fue la fuente de inspiración de la más famosa de las damas del crimen resulta hoy un dato conocido y no por ello menos curioso. Agatha Christie había contraído segundas nupcias con Max Mallowan, un conocido arqueólogo a quien acompañó en sus viajes de trabajo. Sus estancias en Egipto, Siria e Irak le llevaron a la trama de sus novelas más conocidas, Asesinato en Mesopotamia (1934), Muerte en el Nilo (1937) o Cita con la muerte (1938). Todas coinciden con sus estancias en Ur, el viaje con Mallowan y Rosalind, su hija, por Egipto y la visita del matrimonio a Petra, en Jordania. Los barcos, los trenes, autobuses y hoteles fueron los escenarios que Christie utilizó para los crímenes y aventuras de sus novelas. Desde Inglaterra viajaban en el Orient Express hasta Estambul y desde allí, en el Taurus Express, hasta Trípoli, donde se montaban en un autobús que los trasladaba a sus campamentos. La meticulosidad de las excavaciones llevó a la dama del crimen a realizar muchos datos que no provenían del azar sino de una selección y elección de las fuentes para sus relatos. De la misma manera, sus viajes sirvieron para una ambientación de muchas de sus mejores obras: el Orient Express, las ciudades de Aleppo, El Cairo, Estambul, Palmira, Siria o los hoteles Pera Palace, Tokatlian o el Reina Zenobia, en algunos de los lugares más exóticos de la tierra..


Un realista en la carretera
   Para escribir En el camino (1957), Jack Kerouac, aplicó un principio de composición de ascendencia netamente romántica, centrada, principalmente, en la espontaneidad, en la tentativa de captar el momento, el ritmo de la experiencia frenética y de unos pensamientos excitados por los estimulantes de una desenfrenada pasión viajera. Kerouac había intentado crear para este libro una atmósfera de sensibilidad y debía representar el realismo americano preciso. Las notas tomadas por el escritor, el diario recogido durante tanto tiempo, aportarían un conocimiento amplio de la carretera y de las ciudades que había a lo largo de ella: Nueva York, Chicago, Nueva Orleans, Denver, Butte y San Francisco. En este libro se habla sobre amplias zonas del extenso país y en una trama de símbolos que unifican todo el texto. La Primavera se asocia a un viaje desde Nueva York al Sur, incluida la visita a Nueva Orleans; en Verano, la cita es en Iowa, Nebraska, Denver, Nevada y San Francisco; en Otoño, la carretera lo llevará a Chicago, el Valle de San Joaquín y Saint Louis e Indiana; finalmente, el Invierno, se vuelve a Butte, Dakota del Norte, Idaho y Portland.

                                                                                         Jack Kerouac

Un nómada
    Bruce Chatwin viajó, experimentando, a lo largo de toda su vida. Su punto de partida fue siempre el desplazamiento. En un constante movimiento pasó los últimos años de su vida de tal manera que su nomadismo literario ha servido para destruir los límites que él mismo siempre se había impuesto en la escritura. Descubrir aquellas cosas que a uno le pueden interesar en esta vida, tal vez es meta suficiente como para convertir muchos de nuestros sueños, incluidos los viajes, en realidad; el deseo de inquietud ha llevado siempre al hombre a explorar su alrededor. Este deseo hizo que el escritor inglés, Chatwin, se planteara la vida en este mundo como un viaje sin fin, como la idea de una huida particular o como ese vuelo que no debería llevar a ninguna parte. Entre 1962 y 1964 había visitado Afganistán y en 1969 volvería una vez más para recorrer sus principales ciudades: Ghazni, Chagcheran, Banaiyan, Kunduz, Faizabad y Jurum. El propósito escribir un libro, aunque posteriormente cambió de opinión. Ese mismo año viajó por Senegal y Mauritania y, posteriormente, se adentró por el Níger. Localizó las decadentes ciudades esclavistas de Quidah, Porto Novo y Grand Popo; el fruto de estos viajes se concretó en el libro El Virrey de Quidah (1980). El tema del hombre errante llevó a Chatwin hasta Australia y los nativos que conservaban las denominadas Songlines o huellas dibujadas, aparecidas en forma de canción y así poder establecer que los aborígenes habían rastreado, desde siempre, sus caminos sagrados como antes los habían recorrido sus antepasados. Su nuevo libro, Los trazos de la canción aparecería en 1987. Pero, sin lugar a dudas, el libro del que se valió el autor para emprender su afán de viajero fue En la Patagonia (1977), es decir, el recuerdo de un trozo de piel de brontosaurio que disparó su necesidad de encontrar semejante animal viajando a través del tiempo y del espacio. El itinerario que recorre el escritor en la Patagonia ofrece un auténtico archivo de información cultural, además de una forma particular de viajar, en ese deseo suyo, apuntado, de llegar a fundir aventura y viaje.

                                                                             Bruce Chatwin
     Hay gente que viaja para leer y gente que lee para poder viajar; en realidad, cuando visitamos lugares nuestra imaginación, real, compone en nuestra memoria el recuerdo de aquellos trayectos de paisajes y ciudades que tienden un puente a nuestro conocimiento; quienes leen para viajar, apenas si se mueven del sillón de su sala de estar pero, de igual manera, son capaces de evocar la vida del Robinson, de Defoe, perderse por Los mares del Sur, de Stevenson, y los paisajes malayos, de Salgari, visitar el Tánger de Bowles, el Marrakech de Goytisolo, La Habana de Hemingway, la Mallorca de Graves.

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