V
Viajar
“Como todos los grandes viajeros,
yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he
visto”.
Benjamín
Disraeli
… me gusta
Las señoras de Paraná
Manuel Villar Raso (Ólvega, Soria, 1936) tiene el
suficiente bagaje literario como para no defraudarnos con cada obra suya, o
quizá mejor, no resulta nada extraño encontrarnos con una magnifica entrega
cada vez que publica nueva novela, y en esta ocasión ocurre con, Las señoras de Paraná (2014), una
historia de lo más sugerente, escrita con esa pasión que caracteriza el pulso
narrativo de Villar Raso, con una prosa cuyo léxico, ejecutado con frases breves
y contundentes, ofrece en igual proporción un ritmo ágil que nos lleva de una
página a otra, de una pequeña aventura a la siguiente, y todo adornado con hermosas
imágenes y un aire de fascinación que transforma la historia en una mágica
visión de cuanto acontece; solo posible por la detallada descripción del mundo
vegetal y animal de aquellas tierras pobladas de pájaros exóticos y de árboles milenarios.
Se describe, concretamente, el Brasil de la Ilha do Mel, aunque se concretan, otras
historias, en las inmediaciones del Iguazú, o en los parajes que cubren
Curitiva y Paranaguá, al tiempo que el narrador traza, con su saga femenina, una
mezcla de tragedia y de ensueño, donde el odio y el amor más desaforados
atormentan la existencia de sus principales protagonistas. Y es esa soledad que
queda tras el furor erótico, la que consume la vida de las mujeres, y el más
absoluto de los olvidos afecta a esos hombres que amaron sin ser correspondidos
al tiempo que, el autor, hurga en lo más ignoto de la condición humana para
trazarnos un mapa dibujado de varias generaciones de sobresalientes personajes
femeninos.
Las señoras de Paraná es una novela
envolvente con un halo de realismo mágico que muestra una obra donde lo exótico
se antoja diferente de lo ensayado anteriormente por Villar Raso, eso sí dueño
de un mundo tan ancho como ajeno en el mejor sentido del indigenista Alegría
por la exhuberancia de una naturaleza épica, repleta de estímulos sensoriales
que despiertan todos los resortes de la emoción con que pueda quedar herido
cualquier lector, y para sugestionarnos e implicarnos en una saga familiar
donde las mujeres ofrecen lo mejor de su existencia: la pasión. Y
lo más curioso de la novela es la cadena que empieza, primero Gabriela que le
había dado catorce hijos a su Ignacio Coimbra y nunca le amó, y después sigue
en Eliana que nunca llegó a perdonarle a Césare su desenfreno sexual con las
jovencitas de Curitiva y las campesinas de San Geminiano, y tampoco llegó a
amarlo, aunque tuvo con él dos hijos, y lo mismo ocurriría con Marcela que jamás
quiso a (mi) papá —habla la narradora—, Vincenzo Agnelli, otro nuevo fracaso y
de lo más sintomático para ella, casarse con un hombre a quien, evidentemente,
no amaba y con el que tuvo tres hijas, y una es, Rossana, quien narrará la
historia. Aunque, para que todo esto ocurriera, hubo un antes, los amores del
aventurero portugués don Pedro de Oliveira con su esclava prodigiosa Sebastiana
Vellozo, y la venganza que a esta le propinó quien fuera su verecunda legítima
Ana dos Praceres. Y aun después, sobrevienen los fantásticos amores de la
propia Rossana, la hija de Marcela, nieta de Eliana y biznieta de Gabriela con
el micólogo holandés Jan Van Rijsted y el ornitólogo francés Édouard Baulieu,
en Ilha do Mel, un paraíso de la vida primigenia. Es, en fin, la historia de
unas mujeres desquiciadas a lo divino que, siempre, se casan con quienes no
quieren y aman a quienes no deben, siguen las estrictas normas morales de aquel
tiempo pero nunca las siguen y se convierten en las heroínas de otras tantas
mágicas historias por contar en mitad de unos paraísos perdidos.
Los infortunios y las desgracias se suceden en esta
cadena de historias que evocan, como hace cincuenta años, un ¿realismo mágico?,
entrevisto, sin duda, tras leer, Las
señoras de Paraná, por el tratamiento del lenguaje, la ambientación y,
sobre todo, el tiempo dilatado, el real y el verbal empleado, conseguido por el
tratamiento del léxico y lo sugerente de muchas de sus páginas; Villar Raso
dilata el tiempo en los muchos acontecimientos que se concatenan acertadamente,
o impone un trepidante ritmo para contar su historia que, en ocasiones, queda sumida
en una atmósfera casi irreal, pero tan cercana por las similitudes que la hacen
posible. Y, ese tempus, por
increíble, no deja de resultar verosímil. Ese, y no otro, es el procedimiento del
realismo mágico, del que el autor se sirve para situar al lector en una disyuntiva
permanente: lo que parece es, cierto; pero lo que no es, se estima también por
convicción propia.
LAS SEÑORAS DE PARANÁ
Manuel Villar Raso
Sevilla, Autores Premiados, 2014; 325 págs.
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