Herminia Luque Ortiz
“La novela es un
viaje de larga duración que no sabes muy bien a dónde te conducirá”.
Herminia Luque
nace en Granada, y es licenciada en Geografía e Historia. Ha publicado poesía y
relatos en diversas antologías, Aldea
poética II (2000) e Inéditos
(2002) y Narradores almerienses
(1991) y Relato español actual
(2003). Colabora en prensa, ha publicado en la revista Zut y La Caverna de Platón. Su
primera novela Bitácora de Poseidón,
apareció en 2010, un año más tarde, El
códice purpúreo (2011) y ahora sorprende con una nueva entrega, Al sur de la nada (2013), en la
editorial malagueña e.d.a. una firme apuesta por la calidad y la buena
literatura.
Usted procede del mundo del cuento y del ensayo, ¿la
narrativa extensa supone una lógica evolución en su escritura?
No es tan lógica
esa evolución. La novela me producía un respeto inmenso, pensaba que jamás
escribiría una. Pero llega un momento en el que decides embarcarte en un viaje
de larga duración que, por otra parte, no sabes muy bien a dónde te conducirá.
¿Cuándo decide
usted contar una historia?
Tienen que darse
dos circunstancias. Una es un punto de saturación, cuando una idea que está
dando vueltas en la cabeza adquiere la consistencia idónea, la densidad adecuada
para pasar a la escritura. La otra es el tiempo, y las circunstancias adecuadas
para escribir. En el caso de mis dos primeras novelas, tuve que dejar mi
trabajo un par de años -concediéndome lo que llamé “el año de Balzac”-. A
cambio de inscribirme en las listas del paro e irme a una ciudad distinta,
cuidando a mi hijo de un año...
Sus registros narrativos han sido muy diferentes, Bitácora del
Poseidón (2010), muestra un agridulce
humor irónico, El códice purpúreo (2011),
es un virtuoso acopio de información, y Al sur de la nada (2013), pasado y presente con voz de mujer.
Supongo que eso
es la creación: buscar registros diferentes, probar géneros distintos. Es muy
legítimo encasillarse en un género, pero eso tiene más que ver con las
necesidades de un mercado que con las necesidades expresivas de un autor, con
la creación pura y dura. Yo tampoco escribo solamente narrativa, también poesía
y ensayo. El ensayo me parece un género muy atractivo, pues actualiza el saber
a través de una visión particular, de unos referentes y del lenguaje particular
de un autor. En la narrativa, cada historia requiere un tratamiento formal
distinto, un vocabulario específico o una búsqueda de información muy concreta
por estricta necesidad.
¿Qué importancia
le otorga al lenguaje?
Toda. El lenguaje
es la almendra, el núcleo de cada proyecto narrativo. Cada obra encierra una
poética, un modo de entender la literatura, una forma concreta de realizarla.
Claro que hay novelas aliterarias,
que son un producto de consumo y no hacen un uso literario del lenguaje sino
coloquial, o periodístico, como mucho; pero allá cada cual con la gestión que
hace de las palabras y de sus frutos.
En Al sur de la nada los registros lingüísticos son muy variados, precisamente la primera
novela corta, el universo de Anica y su relación con Brenan.
No es un registro
regionalista ni realista en el sentido decimonónico de los términos; no pretendo
reconstruir con fidelidad el habla de tal o cual lugar. Sí es un registro
arcaizante en el que empleo palabras en desuso o propias de un área geográfica
concreta (la Alpujarra),
en una reconstrucción personal. Para deshacer el espejismo de un habla popular recuperada,
he dejado caer piedrecitas en el camino, términos impensables en este tipo de lenguaje;
no tiene un afán de veracidad dialectológica, como el relato tampoco pretende
ser fiel a una verdad histórica.
Las mujeres
protagonistas, Anica, Amparo Muñoz y Virginia Wolf, cubren el siglo XX, desde
ópticas diferentes, ¿son historias premeditadas y unidas para conformar el
volumen?
Sí. Me gusta que
las historias, aunque diferentes, guarden alguna relación. Aquí los personajes
saltan de la primera a la tercera novela: Woolf, citada en Al sur de la nada,
protagoniza La cabra. Y en ésta,
aparece Brenan, ya mayor -un incorregible Brenan, dice Virginia- que habla de
la belleza de una joven dependienta que ha visto en una tienda de Málaga -Amparo
Muñoz- protagonista de Un féretro
naranja.
El hilo conductor
es la muerte, ¿hablemos de su propósito con este tema universal?
Carne y muerte,
son dos caras de la misma moneda, moneda del peaje de la vida. Las dos están en
toda mi obra -poética, narrativa, ensayística, aforística-. En este caso,
estaba escribiendo un ensayo donde hablo de la muerte, cuando se me cruzaron estas
novelas cortas. Y como sólo puedo escribir centrándome en un proyecto, aparqué
el ensayo para centrarme en la narrativa y ahí se quedó el tema, el cordón que
une los tres abalorios, las cuentas del collar, los tres cuentos.
¿La muerte da
sentido a la vida?
Lo que da sentido
a la vida es lo que hagas con tu vida, con lo que consideres importante
llenarla y llenarte tú a través de esa actividad. A la vez, la muerte es ese
horizonte metafísico sobre el que resalta, sobre el que destaca lo que tú
vives. Canetti decía que era imposible saber de la muerte y no sentir un
orgullo feroz, pues somos, hacemos, soñamos, amamos a pesar de ella, contra
ella.
Usted valora la
condición humana, ¿háblenos de las tres mujeres de Al Sur de la nada?
Son tres mujeres
que nacen en contextos históricos y culturales diferentes pero sus vivencias
nos hablan de lo esencial de la vida humana, cosas que podemos comprender y
compartir. En el caso de Virginia Woolf he fabulado sobre un destino menos
trágico: no se suicida, sobrevive a las aguas del río Ouse y escribe esas
memorias que siempre dijo escribiría cuando tuviese sesenta años.
¿Cuánto hay de
soledad en estas tres historias?
Exactamente la
misma cantidad que en todo ser humano. Todos nacemos a la consciencia solos, y
morimos solos con nosotros mismos, aunque estemos rodeados por nuestros seres
queridos. No creo que estas mujeres estén más solas o sean más desgraciadas que
el común de los mortales. Sólo que sus vidas y por tanto sus desgracias son más
patentes, más visibles.
Muestran ¿el lado
oculto de una realidad histórica?
Es una de las
funciones de la literatura, contar lo que no cuenta la historia o la crónica
periodística: contar la sustancia interior del individuo, cómo vive su
intimidad, cómo siente sus vivencias, cosas tan simples -muerte, nacimiento,
matrimonio- que luego la demografía convierte en estadística. Contar lo que no
existe o lo que pudo existir. La literatura, como el arte, no se contenta con
el mundo obligatorio, el que tenemos
que vivir. Puede mostrar otro, contar e inventar otro.
¿Su literatura
lucha contra el olvido?
La literatura
siempre es una apuesta contra el olvido. Una apuesta contra el sinsentido de la
vida, la insignificancia de las vidas de los seres humanos. La literatura dice no, no somos insignificantes; merece la pena contar esto, convertirlo en arte
y oficio de la palabra. La palabra nos salva de ese caos continuo e imparable
que es la vida. La palabra puede compartirse y permanecer.
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