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lunes, 12 de enero de 2015

Desayuno con diamantes, 18



Fernando Quiñones (Cádiz, 1930-1998)
Tusitala. Relatos completos


     Fernando Quiñones (Cádiz, 1930-1998) desempeñó, a lo largo de vida, toda suerte de lides literarias. Colaborador de prensa, con una continuada y abundante presencia en el panorama andaluz, nacional e internacional, desarrolló una intensa labor desde su temprana vocación en La Voz del Sur, posteriormente en Diario de Cádiz y, finalmente en, El Independiente y El País; sumó sus esfuerzos en otros medios de comunicación, en radio y en televisión, además de ser un excelente poeta, narrador y flamencólogo reconocido. Fue finalista del Premio Planeta en 1979 con la obra, Las mil noches de Hortensia Romero y, nuevamente, en 1983 con La canción del pirata y, en su última novela, La visita (1998), cuenta un imaginario encuentro, por las mágicas calles de Oviedo, entre el joven escritos francés Proust y el afamado escritor español Leopoldo Alas, Clarín.  Autor, además, de una profusa obra poética que iniciaba en 1964 con el poemario, En vida y continuaba con Las crónicas de mar y tierra (1968), Las crónicas de Al-Andalus (1970), Las crónicas americanas (1973), Memorándum (1973), Las crónicas del 40 (1976), Las crónicas inglesas (1980), Muro de las Hetairas, también llamado Fruto de Afición Tanta o Libro de las Putas (1981) y Las crónicas de Hispania (1985). De Cádiz y sus cantes (1964, y en varias ediciones) y El flamenco, vida y muerte (1971 y varias ediciones), componen parte de su obra.
  En 1973, Erna Brandenberger, incluía a Fernando Quiñones en su conocida obra, Estudios sobre el cuento español contemporáneo. De la generación joven, como quedan caracterizados por la estudiosa, entre los que se encuentran Manuel San Martín, Daniel Sueiro, Jorge Cela Trulock, Ramón Nieto, Luis Goytisolo, José María Sanjuán, Enrique Cerdán Tato, Antonio Martínez Menchén, Francisco Izquierdo, Ricardo Doménech, Félix Grande, Andrés Berlanga, Jesús Torbado y el propio Quiñones, afirma que «característico de los jóvenes actuales es el afán con que se entregan a la experimentación, a la búsqueda de nuevos temas y de nuevas formas de expresión. No pocos escriben cuentos literarios porque piensan que éstos son más apropiados para sus propósitos que la novela». De hecho Quiñones se había entregado al cuento paralelamente a su dedicación a la poesía y así a su primera colección titulada Cinco historias del vino, aparecida en 1960, siguieron, La gran temporada (1960), La guerra, el amor y otros excesos (1966), Historias de la Argentina (1968), Sexteto de amor ibérico (1972), El viejo país (1978), Nos han dejado solos (1980), Viento sur (1987) y El coro a dos voces (1997). Sobre Quiñones escribía Erna Brandenberger que se trataba de «uno de los jóvenes cuentistas más prolíficos de su generación (...) cada uno de sus libros, —de los cuatro publicados hasta entonces—, es radicalmente distinto de los demás, por su estilo». El tema de su primer libro, Cinco historias del vino, muestra un elogio a la tierra y a sus productos. En La gran temporada hay un derroche épico sobre la fiesta nacional, contando la vida privada de los toreros, sus triunfos y sus fracasos, y sobre todo estos relatos muestran una defensa a ultranza de la lidia del toro. Su siguiente libro, La guerra, el mar y otros excesos, es mucho más literario y las historias recogen abundantes elementos de fábulas y leyendas, mezclados con sucesos de la vida cotidiana y de la realidad. En un libro como Historias de la Argentina el narrador ofrece su visión de un país donde ha pasado una larga estancia y relata el carácter arrebatado y violento de los argentinos, aunque también habla de su hospitalidad. Su prosa, con el paso del tiempo, se ha ido barroquizando y su estructura narrativa es ahora mucho más compleja.
     Con respecto al cuento, Quiñones, manifestaba entonces, y planteaba la cuestión sobre el género de la siguiente forma: «la definición de cuento como narración breve, —para él— era en principio válida, siempre y cuando se terminase por definir una narración, es decir, la índole, la estructura, el asunto, el lenguaje de la narración, que como los elementos en la poesía, son prácticamente ilimitados». Para hablar de su condición intrínseca sostiene que éste goza de un misterioso «aire» intencional y que, también, aspira a agotar, exhaustivamente, un sector muy reducido de la realidad o de la fantasía. Por sus cuentos han desfilado tipos o individuos característicos del relato español de la segunda mitad del pasado siglo, y así algunos de sus mejores relatos llevan por título conceptos que definen a un determinado tipo, «El señor Arruza», que sirve para crearnos un personaje característico del relato; la acción que determina y caracteriza las circunstancias de la vida de estos seres, estableciendo diferencias, «Muy cerca del final», la historia de ese torero que se va haciendo viejo; las alegorías y las parábolas, también, son frecuentes en la narrativa breve de Quiñones, superponiendo acciones, acentuando la intensidad de la historia y produciendo una impresión mayor en el lector, como ejemplo «La gran temporada»; el gaditano posee una especial habilidad para desarrollar una contracción del tiempo necesario que permita un desarrollo de la acción mediante un presente de sucesos pasados y futuros, como ocurre en «Los trabajos y desventuras de Pedro Simeoni» o la retrospección como «Las bodas» y, por último, el comienzo, «saber comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo», afirmaba Juan Bosch en su Teoría del cuento (1967), y así ocurre en «La flor de Nogoyá».


Cuentos completos
  Relatos completos o Tusitala (2003), el título que iba a dar Fernando Quiñones a su última compilación de cuentos y del que se sirve, Hipólito G. Navarro, para realizar su edición de la toda la cuentística del gaditano. Esta compilación ofrece, evidentemente, todo el corpus que el narrador había publicado en vida, además de diez relatos que de alguna forma no se habían publicado de forma unitaria. Se trata, pues, de un volumen de 834 páginas que se extiende por los treinta largos años de dedicación al género y que hoy reconstruye el editor, de una forma muy quiñonesca, toda la producción breve escrita del autor, sobre todo en cuanto a las voces narrativas se refiere como quizá le hubiera gustado al gaditano, opinión ya expresada en uno de sus últimos libros, El coro a dos voces (1997), un coro doble con mucha gente, con muchas voces, incluso con dos lenguajes, el de la literatura y el habla de un pueblo. Otro de sus propósitos se cumplen en este libro, su concepto de lo real y de lo fantástico y, dentro de cada uno de esos mundos, lo inventado junto a lo sucedido.
    La editorial Páginas de Espuma inicia así una colección de textos completos de autores que han dedicado su esfuerzo al relato o cuento, presentados, además, por un narrador contemporáneo, cuya obra se sustenta en el mismo género. Hipólito G. Navarro realiza el esfuerzo de rehabilitar la obra de un escritor andaluz singular cuya narrativa, sobre todo, merece una visión más amplia porque su producción ocupó buena parte de la segunda mitad del XX. En estos relatos se ofrecen toda la mitología de su tierra andaluza, la gente anónima con la que vivió el autor, la vida real o esa inesperada visión que solo es capaz de entregar el verdadero escritor. Por sus cuentos desfilan las tradiciones, las calles y las plazuelas, el mar y la serranía, esa «Andalucía de frutas altas y de hambre», como él mismo escribiera en uno de sus cuentos.
      Una extensa carta dedicada al alter ego del poeta, Joaquín Quintana, abre la presente edición y, entre otras cosas, el remitente le da noticia al destinatario de los entresijos de la presente edición que consta de 89 cuentos repartidos entre los libros publicados en vida del autor, desde Cinco historias del vino (1960) hasta El coro a dos voces (1997), dejando aparte la selección de Viento sur (1987) que el propio Quiñones había realizado de sus libros de cuentos publicados hasta el momento. Los diez cuentos más que se incluyen en estos «Relatos completos» son los dejados por autor sin publicar poco antes de su fallecimiento en Cádiz en 1998, y muestran el interés que el gaditano mantenía por un género que le había producido no pocas satisfacciones, pero sobre todo despliegan la finura de un escritor, capaz de convertir la escritura en arte, con un poder muy sugestivo, con la voz y el ritmo del lenguaje medidos, actitud que lo convierten en maestro de la subjetividad más absoluta y esto, precisamente, como una de sus características mayores.


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