Fernando
Quiñones (Cádiz, 1930-1998)
Tusitala. Relatos completos
Fernando
Quiñones (Cádiz, 1930-1998) desempeñó, a lo largo de vida, toda suerte de lides
literarias. Colaborador de prensa, con una continuada y abundante presencia en
el panorama andaluz, nacional e internacional, desarrolló una intensa labor
desde su temprana vocación en La
Voz del Sur, posteriormente en Diario de Cádiz y, finalmente
en, El Independiente y El País; sumó sus esfuerzos en otros medios de
comunicación, en radio y en televisión, además de ser un excelente poeta,
narrador y flamencólogo reconocido. Fue finalista del Premio Planeta en 1979
con la obra, Las mil noches de Hortensia Romero y, nuevamente, en 1983 con La
canción del pirata y, en su última novela, La visita (1998), cuenta un
imaginario encuentro, por las mágicas calles de Oviedo, entre el joven escritos
francés Proust y el afamado escritor español Leopoldo Alas, Clarín. Autor, además, de una profusa obra poética
que iniciaba en 1964 con el poemario, En vida y continuaba con Las crónicas de
mar y tierra (1968), Las crónicas de Al-Andalus (1970), Las crónicas americanas
(1973), Memorándum (1973), Las crónicas del 40 (1976), Las crónicas inglesas
(1980), Muro de las Hetairas, también llamado Fruto de Afición Tanta o Libro de
las Putas (1981) y Las crónicas de Hispania (1985). De Cádiz y sus cantes
(1964, y en varias ediciones) y El flamenco, vida y muerte (1971 y varias
ediciones), componen parte de su obra.
En 1973, Erna Brandenberger,
incluía a Fernando Quiñones en su conocida obra, Estudios sobre el cuento
español contemporáneo. De la generación joven, como quedan caracterizados por
la estudiosa, entre los que se encuentran Manuel San Martín, Daniel Sueiro,
Jorge Cela Trulock, Ramón Nieto, Luis Goytisolo, José María Sanjuán, Enrique
Cerdán Tato, Antonio
Martínez Menchén, Francisco Izquierdo, Ricardo Doménech,
Félix Grande, Andrés Berlanga, Jesús Torbado y el propio Quiñones, afirma que
«característico de los jóvenes actuales es el afán con que se entregan a la
experimentación, a la búsqueda de nuevos temas y de nuevas formas de expresión.
No pocos escriben cuentos literarios porque piensan que éstos son más
apropiados para sus propósitos que la novela». De hecho Quiñones se había
entregado al cuento paralelamente a su dedicación a la poesía y así a su
primera colección titulada Cinco historias del vino, aparecida en 1960,
siguieron, La gran temporada (1960), La guerra, el amor y otros excesos (1966),
Historias de la Argentina
(1968), Sexteto de amor ibérico (1972), El viejo país (1978), Nos han dejado
solos (1980), Viento sur (1987) y El coro a dos voces (1997). Sobre Quiñones
escribía Erna Brandenberger que se trataba de «uno de los jóvenes cuentistas
más prolíficos de su generación (...) cada uno de sus libros, —de los cuatro
publicados hasta entonces—, es radicalmente distinto de los demás, por su
estilo». El tema de su primer libro, Cinco historias del vino, muestra un
elogio a la tierra y a sus productos. En La gran temporada hay un derroche
épico sobre la fiesta nacional, contando la vida privada de los toreros, sus
triunfos y sus fracasos, y sobre todo estos relatos muestran una defensa a
ultranza de la lidia del toro. Su siguiente libro, La guerra, el mar y otros
excesos, es mucho más literario y las historias recogen abundantes elementos de
fábulas y leyendas, mezclados con sucesos de la vida cotidiana y de la
realidad. En un libro como Historias de la Argentina el narrador ofrece su visión de un país
donde ha pasado una larga estancia y relata el carácter arrebatado y violento
de los argentinos, aunque también habla de su hospitalidad. Su prosa, con el
paso del tiempo, se ha ido barroquizando y su estructura narrativa es ahora
mucho más compleja.
Con respecto al cuento,
Quiñones, manifestaba entonces, y planteaba la cuestión sobre el género de la
siguiente forma: «la definición de cuento como narración breve, —para él— era
en principio válida, siempre y cuando se terminase por definir una narración,
es decir, la índole, la estructura, el asunto, el lenguaje de la narración, que
como los elementos en la poesía, son prácticamente ilimitados». Para hablar de
su condición intrínseca sostiene que éste goza de un misterioso «aire»
intencional y que, también, aspira a agotar, exhaustivamente, un sector muy
reducido de la realidad o de la fantasía. Por sus cuentos han desfilado tipos o
individuos característicos del relato español de la segunda mitad del pasado
siglo, y así algunos de sus mejores relatos llevan por título conceptos que
definen a un determinado tipo, «El señor Arruza», que sirve para crearnos un
personaje característico del relato; la acción que determina y caracteriza las
circunstancias de la vida de estos seres, estableciendo diferencias, «Muy cerca
del final», la historia de ese torero que se va haciendo viejo; las alegorías y
las parábolas, también, son frecuentes en la narrativa breve de Quiñones,
superponiendo acciones, acentuando la intensidad de la historia y produciendo
una impresión mayor en el lector, como ejemplo «La gran temporada»; el gaditano
posee una especial habilidad para desarrollar una contracción del tiempo
necesario que permita un desarrollo de la acción mediante un presente de
sucesos pasados y futuros, como ocurre en «Los trabajos y desventuras de Pedro
Simeoni» o la retrospección como «Las bodas» y, por último, el comienzo, «saber
comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo», afirmaba Juan
Bosch en su Teoría del cuento (1967), y así ocurre en «La flor de Nogoyá».
Cuentos
completos
Relatos completos o Tusitala (2003),
el título que iba a dar Fernando Quiñones a su última compilación de cuentos y
del que se sirve, Hipólito G. Navarro, para realizar su edición de la toda la
cuentística del gaditano. Esta compilación ofrece, evidentemente, todo el corpus
que el narrador había publicado en vida, además de diez relatos que de alguna
forma no se habían publicado de forma unitaria. Se trata, pues, de un volumen
de 834 páginas que se extiende por los treinta largos años de dedicación al
género y que hoy reconstruye el editor, de una forma muy quiñonesca, toda la
producción breve escrita del autor, sobre todo en cuanto a las voces narrativas
se refiere como quizá le hubiera gustado al gaditano, opinión ya expresada en
uno de sus últimos libros, El coro a dos voces (1997), un coro doble con mucha
gente, con muchas voces, incluso con dos lenguajes, el de la literatura y el
habla de un pueblo. Otro de sus propósitos se cumplen en este libro, su
concepto de lo real y de lo fantástico y, dentro de cada uno de esos mundos, lo
inventado junto a lo sucedido.
La editorial Páginas de Espuma
inicia así una colección de textos completos de autores que han dedicado su
esfuerzo al relato o cuento, presentados, además, por un narrador
contemporáneo, cuya obra se sustenta en el mismo género. Hipólito G. Navarro
realiza el esfuerzo de rehabilitar la obra de un escritor andaluz singular cuya
narrativa, sobre todo, merece una visión más amplia porque su producción ocupó
buena parte de la segunda mitad del XX. En estos relatos se ofrecen toda la
mitología de su tierra andaluza, la gente anónima con la que vivió el autor, la
vida real o esa inesperada visión que solo es capaz de entregar el verdadero
escritor. Por sus cuentos desfilan las tradiciones, las calles y las plazuelas,
el mar y la serranía, esa «Andalucía de frutas altas y de hambre», como él
mismo escribiera en uno de sus cuentos.
Una extensa carta dedicada al
alter ego del poeta, Joaquín Quintana, abre la presente edición y, entre otras
cosas, el remitente le da noticia al destinatario de los entresijos de la
presente edición que consta de 89 cuentos repartidos entre los libros publicados
en vida del autor, desde Cinco historias del vino (1960) hasta El coro a dos
voces (1997), dejando aparte la selección de Viento sur (1987) que el propio
Quiñones había realizado de sus libros de cuentos publicados hasta el momento.
Los diez cuentos más que se incluyen en estos «Relatos completos» son los
dejados por autor sin publicar poco antes de su fallecimiento en Cádiz en 1998,
y muestran el interés que el gaditano mantenía por un género que le había
producido no pocas satisfacciones, pero sobre todo despliegan la finura de un
escritor, capaz de convertir la escritura en arte, con un poder muy sugestivo,
con la voz y el ritmo del lenguaje medidos, actitud que lo convierten en
maestro de la subjetividad más absoluta y esto, precisamente, como una de sus
características mayores.
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