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miércoles, 12 de febrero de 2020

Javier Puche


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                                   Instantes necesarios
                     
                     


       El aforismo es un instante tan necesario como terapéutico, y comprimido deben tener su dosis de concisión, humor, compromiso, crítica y verdad; es un género que debe ir de la mano de la reflexión y, como auténticos pensamientos literarios, convertirse en proyectiles de largo alcance, o como escribe Javier Puche (Málaga, 1974), transformarse en “estela de luz horizontal que dibujan en el firmamento los misiles nucleares mientras persiguen con ardor su objetivo”; y quizá, el lector lo percibe como “ese renglón en llamas”.
       Aforismo, término griego, significa definir, y se concreta en una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en una ciencia o arte, expresa un principio de manera sucinta, coherente y en apariencia cerrada. Por extensión, un aforismo forma parte de una idea poética, de una idea literaria, un tipo de escritura con que emitimos un concepto fulminante. Heráclito de Éfeso lo utilizó para referirse a una serie de proposiciones relativas a los síntomas y al diagnóstico de enfermedades, luego se aplicó a la ciencia física, y se fue generalizado a todo tipo de principios. Algunos autores sostienen que los aforismos nunca coinciden con la verdad, son medias verdades, o verdades a medias. Esta capacidad del lenguaje para ocultarse o para refulgir ha cautivado a escritores que encuentran en el aforismo un camino para deslumbrar con su capacidad de pensamiento, y Carmen Canet sostiene que “el aforismo responde al aire ligero, fragmentario de nuestro tiempo”.
       Javier Puche ha publicado Seísmos (2011), “cuentos de seis palabras”, un propósito narrativo milimetrado en extensión, seis palabras para contar una historia, o sugerirla; el lector se enfrenta a un texto, a un mini-micro-cuento, un malabarismo textual que exige elegir bien la idea y los vocablos que han de vestirla y, pese a su extrema brevedad, el malagueño logra con su empeño que sus microrrelatos aniden en la memoria del lector, y supuestamente le ayuden a concretar el sentido mismo de la vida. Su entrega siguiente, Fuerza menor (2016), un ramillete de microrrelatos, desde perspectivas muy diferentes, con un acertado resultado: un auténtico caleidoscopio que retrata a sus personajes con milimétrica precisión, y los envuelve en una fantasmagórica visión onírica que evocan esos detalles que mueven al mundo.
       La colección de aforismos, Línea de fuego (2019), ilustrada por Riki Blanco, supone un paso más allá en la perspectiva textual del autor que domina el arte de la palabra o la gramática de la fantasía y, con estos aforismos de corte hipermoderno, asume toda una artificiosa intencionalidad literaria hasta el punto de que toda variación poética se ha convertido en el común denominador de aforistas, contribuyendo a la normalización y enriquecimiento de este tipo de escritura, porque como es el caso de Puche asume un alto grado de contención verbal, sin concesiones a la facilidad y a esa contraposición de frases formadas por las mismas palabras con el orden invertido, con el fin de presentar un significado antitético e incluso contradictorio, de cómoda resolución. Dividido en tres bloques temáticos, “Aritmética del fraude”, “Epitafios anómalos” y “El arcángel caníbal” que subrayan esa pretensión de máximas mínimas, de reflexiones heterodoxas que despiertan la conciencia lectora de los amantes de lo breve, muestran el poder de convicción, y la absoluta capacidad de la literatura para facilitar nuestra convivencia en un convulso mundo.
       Este libro recoge, en su brevedad, reflexiones de profundo calado sobre conceptos como el tiempo, la muerte, el presente, el sueño, o el mundo de la escritura, “Toda la literatura es un colosal por así decir. Algo que podría haberse dicho de cualquier otro modo. Algo que podría no haberse dicho nunca”; sin olvidarnos de la ironía o el sarcasmo, “Nuestra calavera siempre sonríe aunque estemos llorando”; y el más breve de los apartados, dedicado a Rafael Pérez Estrada, “El primer ángel nació de la palabra ángel, fecundada por un poeta”; una incursión en la imagen angélica religiosa, aunque Puche insiste en su manifestación literaria, porque Pérez Estrada creía en los ángeles como seres de mediación en todas las culturas, entre lo excelso y lo mezquino, entre lo visible y lo invisible, entre la luz y la oscuridad, entre los humanos y los dioses que funcionaban como símbolo por excelencia de la creación, de la creatividad, del creador, en este caso el escritor.






LÍNEA DE FUEGO
Javier Puche
Ilustraciones de Riki Blanco
Sevilla, Renacimiento, 2019

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