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miércoles, 14 de octubre de 2020

Amaneceres

 

                                              M. Ángeles Pérez


La fuga

    Con premura, y cierto miedo para no ser vista, introdujo dentro de la pequeña caja de zapatos un viejo reloj de pulsera, tres horquillas para recogerse el pelo y media docena de pañuelos, rígidos de almidón, para secar esas lágrimas que estaban empezando a brotar de sus grandes y tristes ojos. De puntillas corrió el largo pasillo que unía el salón principal de la casa con la puerta que, coloquialmente, llamaban de la esquina. El amor de su vida la estaba esperando al otro lado de la casa. No dijeron nada por temor a ser escuchados. Cogidos de la mano corrieron hacia un viejo coche que los llevaría hasta el pueblo más cercano donde pasarían su primera noche.

       Al día siguiente no se hablaba de otra cosa: los novios se han fugado. No dudaban que, a su vuelta, se les otorgaría el derecho eclesiástico de ser bendecidos por la iglesia y, por supuesto, el beneplácito de todos sus vecinos a ser reconocidos como marido y mujer.

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