Salvador Compán
“En explorar la espalda
de lo cotidiano, reside la razón de ser de la literatura”.
Salvador
Compán (Úbeda, Jaén, 1949), se licenció en Filología Románica por la
Universidad de Granada. Reside en Sevilla. Su actividad profesional y vital ha
girado en torno a la literatura, tanto en sus aspectos creativos como teóricos.
Ha obtenido varios premios de narrativa breve y publicado las novelas: El
Guadalquivir no llega hasta el mar (1990), Premio Ciudad de Jaén; Madrugada
(1995), Premio Gabriel y Galán; y Un trozo de Jardín (1999), Premio
Ciudad de Badajoz y Premio Andalucía de la Crítica; Cuaderno de viaje (2000),
Tras la mirada (2003), Palabras insensatas que tú comprenderás
(2012), y la colección de cuentos, Cuídate de los poemas de amor (2007).
Acaba de aparecer, El hoy es malo, pero el mañana es mío (Espasa, 2017),
una historia ambientada en Daza, Jaén, a comienzos de los 60, y cuyo protagoniza, Pablo, empieza a conocer el mundo de sus
mayores, poblado de secretos y de culpas que se suceden en la rutina de la vida
provinciana, incluido un romance adúltero, hasta que todo desemboca en
insólitos actos de violencia o de rencor cuyo detonante debe buscarse tres
décadas atrás, al final de la Guerra Civil en 1939.
Déjeme preguntarle,
¿todo nuevo proyecto supone una búsqueda?
Me parece que, si no hay búsqueda, solo puede haber calcos o
repeticiones, como si el escritor se limitara a recibir la herencia de lo ya
escrito para vallarlo y mantenerlo sin malas hierbas. Pero entiendo que la
herencia literaria no solo hay que conservarla sino que se debe procurar
aumentar el territorio recibido. Al menos, intentarlo. No conformarse, luchar
por ensanchar las lindes. Ese es mi reto en cada novela. En consecuencia, suelo
definir mi modo de entender la creación literaria con esta frase: escribir es
descubrir.
¿Quizá, por eso,
intenta usted un auténtico viaje interior que busca una identidad en El hoy es
malo, pero el mañana es mío (2017)?
Sí. Hay que procurar internarse debajo de la apariencia de las
personas y las cosas. Pienso que ahí, en explorar la espalda de lo cotidiano,
reside la razón de ser de la literatura.
Vidal Lamarca, el pintor que protagoniza la novela, parte de una máxima
que comparto y aplico a mi concepción de la novela. Es esta: pintar es parecido
a arar porque, para hacerlo, hay que levantar la tierra hasta que nos enseñe
sus raíces.
El mundo del diseño o
la pintura están muy presentes en su obra narrativa, ¿es otra de sus
obsesiones?
Más que una obsesión es una tendencia personal, una afición.
Me gusta dibujar y pintar, y lo hago con placer cuando puedo. En el caso de El
hoy es malo, pero el mañana es mío, he querido darle a la pintura una
función humanizadora. Vidal, el protagonista, encuentra en la pintura lo mejor
de sí, el polo noble que completa a su persona distanciándolo de su lado
abyecto, de ese hombre vencido que renuncia a ideales e ideas para sobrevivir
en el magma corrupto de la posguerra.
Sus espacios
geográficos se localizan en Andalucía, ¿es una necesidad vivida o un deseo
de homenaje a la tierra chica?
Quizá ambas cosas. Necesito que mis personajes pisen espacios
que conozco para dar al relato un plus de credibilidad. Pero, si el espacio se
come a la novela, malo para la novela. Estaríamos entonces en el mero
costumbrismo. Procuro que los personajes sean muy superiores al espacio, que lo
trasciendan, que su entidad sea universal, trasladable a cualquier ámbito.
¿No le importa,
entonces, que sean identificables, Úbeda-Baeza, la costa de Almería, o Baena?
No. Andalucía es un espléndido territorio literario. Y me
gusta sacar a esa Andalucía de la estampa donde la han encerrado las
simplificaciones castizas, darle la realidad y la complejidad que tiene y que
le han robado los tópicos.
Hablemos de su séptima
novela ¿es quizá un proyecto más ambicioso por la envergadura?
Siempre, para mí, el último proyecto es el más ambicioso. La
novela es un viaje de espeleólogos que integra todo lo que necesita para llegar
más hondo.
Se lo pregunto por la
densidad de la historia y la continua reflexión sobre ese pasado que no acaba
de cerrar esas heridas que parece aún quedan abiertas.
En la novela hay dos líneas que se trenzan: una historia de
aprendizaje de adolescentes que buscan, entre la anemia cultural de los años
sesenta, herramientas para vivir; y otra que nos cuenta la larga convalecencia
de un “topo” (en este caso, un “topo” al aire libre) de las heridas morales que
le ha infligido la Guerra Civil. El poder transformador del amor será como una
mano que suture las heridas y vaya sanando a ese convaleciente.
¿Es verdad que en una
novela como El hoy es malo… el tiempo no se deja leer del todo?
Pienso que el tiempo, cuando se trata de momentos críticos o intensos,
tiende a condensarse y desarrollar estratos. El pasado atormentado del
protagonista, el amor adolescente roto por la guerra, y esa viva incertidumbre
que siente que lo espera le hacen decir que el tiempo no se deja leer del todo.
De hecho el lector no “leerá” el tiempo de mi novela, sus sucesivos estratos,
hasta llegar a la última página.
El detalle de la
descripción de la novela gráfica que dibuja Vidal Lamarca a lo largo de su
historia es un relato paralelo, ¿hay una secreta intención con ese propósito?
El protagonista, Vidal Lamarca, dibuja su vida en un cómic. Lo
hace en un momento en el que va a iniciar una relación amorosa y quiere saldar
las cuentas con su pasado para asumir con determinación su presente. La novela
autobiográfica de Vidal la utilizará el narrador, el adolescente Pablo Suances,
alumno de dibujo del protagonista, para convertirla en material narrativo. Esa
novela gráfica ensancha la historia escrita, es un relato paralelo como dice,
con la salvedad de que las viñetas del cómic actúan como una lupa que se pone
sobre los hechos para subrayarlos. En las seis viñetas del cómic de Vidal que
se incluyen en esta edición, incluida la portada, se funden la autobiografía,
es decir, los dibujos de Vidal, con la biografía de él contada por el narrador
que utilizará el cómic para completar su relato.
Los personajes Lanza y
Lamarca simbolizan esas dos Españas reconocidas históricamente desde siempre,
¿existieron realmente ambos arquetipos?
Existieron, esencialmente, vencedores y vencidos. Pero Lanza
es un vencedor con perfiles propios, dotado de una personalidad casi bipolar. Y
Vidal es un vencido que carece de ese halo romántico con el que el cine negro
ha adornado a los perdedores. Vidal sobrevive con las nada heroicas armas de la
hipocresía, del silencio y de la simulación sistemática. Se esfuerza en
mimetizarse con su medio para convertirse en un asimilado a la nueva España.
Salvará el pellejo pero hará ese camino volviendo del revés su personaje. Desde
joven anarquista utópico pasará a ser una careta bajo la cual solo hay un
hombre emboscado. Pero, ya lo dijimos, el tiempo no se deja leer del todo. Y la
historia avanzará hacia su imprevisto desenlace.
En la novela se
contabilizan muchos de los tabúes de la época, religión y sexo, el miedo o la
represión en general, ¿son sus propios vetos de los que ya puede hablar?
La novela se centra en los años sesenta. Yo viví esa época
cuando era adolescente y padecí aquellos años escasos en casi todo donde hasta
las palabras estaban desvirtuadas y todo lo placentero se asociaba con el
sufrimiento y el castigo.
Los adolescentes, como
el propio narrador, Pablo Suances, ¿fueron auténticos desvalidos?
Su desvalimiento venía del poder de la dictadura que impuso
una nueva Contrarreforma. Todo quedó encerrado en la urna enrarecida del
nacionalcatolicismo, cualquier aspecto de la vida, desde las costumbres a las
ideas, desde la enseñanza a los sentimientos. Pensamiento único, moral única,
lecturas únicas. Hasta los besos del cine los recortaba la censura. Cualquier
espacio de libertad había que conquistarlo como una esforzada batalla personal.
Ese espacio de libertad, ganada a pulso, es lo que representa Rosa Teba, una
mujer que acabará adueñándose de toda la
novela.
Los personajes reales
se multiplican, Zabaleta, Hernández, Vallejo y, por supuesto, la sombra
alargada de Machado, ¿pasión propia por estos nombres, o un intento de
constatar las miserias humanas?
Son personas que apuntalan el relato. Hitos de nuestra cultura
que actúan en mi novela como faros o brújulas en aquellos tiempos raquíticos.
César Vallejo da sentido al relato desde la cita del poema que abre la novela.
Zabaleta refuerza el tema del poder humanizador de la pintura. Machado flota en
mi historia desde esos versos suyos que tomé para el título.
El guiño final, sin
desvelarlo, con que terminan su relación Lamarca y Lanza, ¿es un intento de
reconciliación después de tantos años y de tanto sufrimiento?
No desvelemos el final. Baste decir que tanto Lamarca como
Lanza evolucionan porque están sacudidos por su entorno. Son personajes, como
nosotros mismos, que viven entre los otros. Y todo lo que bulle a nuestro
alrededor es siempre algo que nos condiciona y, a veces, tira de nosotros a
donde nunca habíamos pensado ir.
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