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jueves, 30 de enero de 2020

Rosario Izquierdo


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                                          El ángel caído



       Rosario Izquierdo (Huelva, 1964) escribe con mano firme, su concepto narrativo se concreta en ir fragmentando una información que un curioso lector va descubriendo porque la narradora deja en suspenso algunos acontecimientos que, en páginas o capítulos, iremos leyendo y serán de una trascendente importancia; progresa y retrocede en su narración, y es entonces cuando ya no dejamos de pasar las páginas, avanzamos en el relato porque se nos ofrece una lectura tan inquietante como desazonada, y no menos expectante.
       La protagonista de El hijo zurdo (2019), Lola Rey, es una escritora secreta, de clase media alta, que se esconde detrás de un seudónimo y trabaja para una modesta editorial; aunque estuvo casada con un abogado de cierto éxito, ahora está separada y tiene en casa a sus dos hijos, una chica y un chico; es una madre bastante progresista, y siente una especial predilección por su hijo Lorenzo, zurdo, como lo fue Lola antes de que le corrigieran esa “anomalía” social que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaba en su entorno familiar; ahora lo que, realmente, le preocupa es que debe recoger a su hijo en una comisaría de policía donde está detenido, acusado de verse mezclado en una pelea con cuchillos y puños de acero y parece, por lo que irá averiguando, que el chico se ha hecho amigo de un grupo neonazi. Aquí surge el problema, y se convierte en el argumento crucial de esta segunda novela de la escritora andaluza que enseguida conlleva esa pregunta que toda madre se haría en semejantes circunstancias, ¿qué he hecho mal para que este niño se me haya ido de las manos?
       El hijo zurdo es un retrato social de las clases acomodadas frente a las desclasadas y marginadas por su propia condición que muestra, de una manera convincente, una y otra actitud ante los problemas cotidianos, incluso se compromete con la educación de los hijos. Lola y Maru, heroínas de familias tan distintas y en actitud semejante, se conocen y se apoyan porque sus necesidades, salvando las distancias, son las mismas; el mundo las ha maltratado de la misma manera, y ansían una benefactora reparación que nunca llega; el factor común, ese pasado del que deben aprender y al mismo tiempo huir, aunque el encuentro entre Lola y Maru, la madre de el Loco, compañero neonazi de su hijo, nos introduce en la distancia que se aprecia socialmente entre ambas mujeres: burguesa la primera, limpiadora y pobre la segunda, dos educaciones, dos barrios, dos hijos que se encuentran en parecidas circunstancias. Lola siente mala conciencia, y trabaja junto a Gloria, su editora, con un grupo de mujeres que no han tenido tantas oportunidades como ellas; Maru sobrevive limpiando y echando muchas horas fuera de casa para mantener a la familia, y no ve futuro alguno en su vida; el presente no resulta muy halagüeño, lidian con un hijo díscolo, el Loco y Lorenzo se conocen, de ahí el nexo que une a ambas mujeres. En una de las imágenes más acertadas de la novela, Rosario Izquierdo hace un paralelismo explícito entre la caída de Lorenzo, su descenso a los infiernos, y el ángel caído de El paraíso perdido de Milton, cuando recuerda sus visitas y siente su admiración por la escultura de Ricardo Bellver emplazada en el parque de El Retiro, que le fascinaba desde niña, ahora Lola siente los versos de Milton, mientras oye las letras de los grupos de hard rock que escucha Lorenzo.
       El hijo zurdo nos habla de las diferencias de clase
y, al hilo de la historia, añade reflexiones sobre el amor y las relaciones de pareja, o la no menos curiosa y educativa conexión entre la madre y su hija Inés, sostenida por cuatro pinceladas, pero refleja esa particular y precoz madurez que acusan las hijas de madres adolescentes, convertidas en amigas y, a menudo, casi en conciencia de sus desconcertadas madres; y en el repaso de la vida de Lola, la mirada a una generación de jóvenes diezmadas en el pasado por la libertad sexual, los embarazos no deseados, o el consumo desenfrenado de  drogas.
       La estructura narrativa, acertada y convincente, alterna distintas voces y, sobre todo, ofrece un acertado manejo del diálogo, fundamental en la conformación de la novela, los constantes giros de la focalización de externa a interna intercambia con naturalidad el estilo directo e indirecto con el indirecto libre. El resultado es un texto impecable, aparentemente sencillo, pero con una poderosa complejidad formal y de contenido.






EL HIJO ZURDO
Rosario Izquierdo
Barcelona, Comba, 2019

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