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miércoles, 19 de junio de 2024

Hoy invito a…

 

Antonio Tejedor García

 

Cada fin de semana, un libro.

 


       El autor tira de recuerdos, de sus años de adolescencia y juventud en las playas de San Juan de los Terreros, a medio camino entre Cartagena y Almería, para retratar el aroma de los años 70. Lo hace a través del diálogo entre un chico forastero, que viene de Alemania como hijo de la emigración, y de una lugareña resuelta y con ganas de salir del encierro al que los padres y los miedos tenían sometida. Como a cualquier chica. Más, si estaban en edad de merecer, la diana de todas las miradas. O eso pensaban los padres, que siempre pensaban lo mismo. La nostalgia, esa mano dulce que envuelve y lija los recuerdos hasta hacérnoslos ver del color y la textura que queremos, recorre cada página del libro para mostrarnos la vida de entonces, en plena dictadura, y en medio de unas costumbres cerradas para las que, por suerte, el turismo trajo la llave en la mano y las abrió de par en par.

       Aire, decían los chicos, estos dos y otra joven más que se les unió a las charlas y cuyas ansias de libertad se le salían de la boca. Libertad para estar solos, para escuchar música, para salir con sus amigas… cualquier cosa con tal de evitar la vigilancia paterna y sentirse persona, sentirse ellas mismas.

       Contrastan estas ansias femeninas con las del chico, hijo de la emigración y que ha regresado para estudiar en España. Él representa el choque cultural y social entre dos formas de vida, la de Alemania y la de la España de entonces. Diferencias en todos los ámbitos, hasta en el de la música, es curioso. En medio del intenso diálogo, vivo y bien pergeñado, la historia avanza sin necesidad de descripciones de lugares o personajes ni digresiones personales. Ellos, en su vocabulario juvenil, van narrando la vida y sus circunstancias, sus vivencias de cada día, sus ilusiones, sus miedos, sus anhelos, su presente más inmediato. Los piques, las sospechas de la chica que te gusta, ese asomo de celos…Los silencios, aquello que apenas se toca, los “ya sabes”, las faltas de atrevimiento. Los cambios… Conversaciones en apariencia banales pero que son el resumen de una forma de vida, hoy en el recuerdo.

       Me ha hecho gracia que Pedro M. Domene haya puesto ante mis ojos una novela que personalmente también me lleva a cuatro años antes y casi los mismos lugares pues, por esa época, en plena edad del pavo, pasé medio verano en Almería. Aún no había nacido Eva María, pero cantábamos a Lone Star y Mi calle y a la hora de bailar, nada mejor que la playa desierta de María Isabel y Los Payos. Todo sea por la nostalgia, que los hechos contados en Así empezó todo, por más o por menos, vienen a darse la mano. Salvando las distancias, por supuesto.

 


 

    La adolescencia en el verano del 74. Acaba y cada uno busca un camino diferente, cambia de lugar, de amigos que se van incorporando. Cincuenta años más tarde, como en esas reuniones de viejos compañeros de estudios, deciden volver a verse. La eterna nostalgia, que nos envuelve con una bufanda de lana al amor de la lumbre en una tarde de invierno.

       Alegre, directa, muy viva, la novela de Pedro M. Domene retrata una época con sus personajes característicos, nos devuelve a la adolescencia, a esos años que unos añoran y otros dan por bien pasados y hasta olvidados. Depende de cada cual. Escrita, además, con la característica de un estilo que lo fía todo a la viveza del diálogo. De hecho, es la primera novela que leo en la que el diálogo ocupa el 99,9 % del texto, y eso le da una agilidad y una lozanía muy difícil de conseguir con las descripciones. Más aún cuando, como en esta novela, serían innecesarias

 

 

ASI EMPEZÓ TODO

Pedro M. Domene

Madrid, Trifaldi, 2024

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