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domingo, 10 de julio de 2016

Hoy tomo café con…



Alejandro López Andrada



El narrador cordobés (Villanueva del Duque, 1957) es licenciado en Ciencias de la Educación, y su vocación literaria se orienta pronto hacia la lírica. Desde 1989 ha publicado algunos de su títulos significativos, Códice de la melancolía (1989), Los pájaros del frío (2000), El vuelo de la bruma (2005), La tumba del arco iris (2013) y Los ángulos del cielo (2014). Entre su narrativa, El libro de las aguas (2007), Los ojos de Natalie Wood (2012) y El jardín vertical (2015). En La esquina del mundo (2012) ofrece un género fronterizo entre poesía, reflexión, aforismo y memoria. Y Entre zarzas y asfalto (2016), su última entrega, convierte sus textos en un reflexivo diario atípico y cordial, la mirada de un poeta sobre el paisaje urbano, la ciudad de Córdoba, y su terruño rural, Los Pedroches.
Ha sido premiado con el  Rafael Alberti, José Hierro o el Andalucía de la Crítica.

¿Su mundo personal sigue sustentándose por esa convivencia íntima entre la vida de las gentes y el fluir del tiempo?
        Siempre, desde muy niño, sentí obsesión por el paso del tiempo y fijé mi vista en las personas mayores de mi pueblo natal. Me dolía verlas envejecer y meditaba sobre cómo ellos decaían mientras yo iba creciendo. Durante esa durísima posguerra, yo observé que en la gente  más pobre y humilde abundaba la generosidad. En la convivencia de aquellos seres sencillos y entrañables yo encontraba un modo de vida que iluminaba, y aún deslumbra, mi interior. 

¿Escribe quizá, Entre zarzas y asfalto (2016) por una necesidad imperiosa y lo convierte en un diario tan reflexivo como emotivo?
        No sé si habrá sido necesidad, pero sí es verdad que, mientras escribía este diario, me iba reencontrando a mí mismo en aquel mundo, intentado huir de la sociedad malsana en que vivimos. Quizá por eso se mezclen en mi diario la reflexión y la emoción a partes iguales. Con mi escritura intento iluminar la realidad oscura que, actualmente, nos rodea y a la vez rescatar un mundo perdido. 

La dicotomía espacio urbano/ espacio comarcal ¿complementan, de alguna manera, esos lugares sensibles de su mundo?
        Sin duda es así. Hasta hace dos años  viví en mi pueblo natal; pero por circunstancias personales hube de instalar mi vida en Córdoba, donde ahora resido. Curiosamente, no he despegado mi corazón de mi tierra y a ella sigo volviendo para reencontrar esos espacios rurales que ahora completo con mi visión de la ciudad. Todo esto ha enriquecido mi interior.

¿Cómo cuantifica sus “ausencias”? Se lo pregunto porque Entre zarzas y asfalto subyace ese sentimiento cuando vive la ciudad, y viceversa, cuando es un referente más rural, ¿es así?
        A veces, las ausencias son más necesarias que las presencias para mí. Digo esto porque mucha de la gente que murió y físicamente no está sigue, no obstante, muy viva en mi interior y el recuerdo vívidamente esté en el campo o la ciudad. Mi escritura y mi alma se nutren de esas ausencias en las que apoyo a diario mi existir. 

Este libro se publica en “Contemporáneos”, de la editorial Berenice, junto a Perec, Ballard, Wells, Salinas, o Fernando Pessoa, ¿comparte usted su espacio literario con muchos de estos autores?
        Para mí es un lujo ver publicada  mi obra en una colección de escritores clásicos del siglo XX a los que admiro. No obstante, debo decir que mi obra literaria tiene poco que ver con la de esos autores de talla universal que aparecen en Berenice. Siempre fui un escritor a contracorriente, ajeno a las modas y las estéticas. Nunca me han encuadrado en ninguna generación. Y eso es muy positivo para mí. Un escritor auténtico no debe parecerse a nadie: debe ser genuino, distinto, original.

La mirada que ofrece cuando se detiene en un parque, una calle o una avenida se carga de ese lirismo que recuerda a su tierra chica, la comarca de los Pedroches, ¿resulta tan mágico y tierno tanto un itinerario como otro?

        La persona más importante de este mundo para mí (mi mujer) me hizo ver un día que la tierra, los lugares y las personas que uno ama se llevan en el corazón. Quienes  me enseñaron a mirar el mundo rural cuando era niño -Paco y Bibiana, pastores de mi pueblo- impregnaron mi alma de una esencia mágica y poética que aparece cuando describo un paisaje campestre o cualquier rincón urbano. La poesía y la magia de lo que escribo radican ahí. 

El lector se confabula con usted y parece oír esas voces que aun resuenan en la casa de sus espacios familiares, ¿todos somos capaces de vivir semejantes experiencias?
        Creo que en el fondo todos sentimos lo mismo: dolor, amor, ternura, melancolía… Todos vivimos experiencias semejantes, aunque no toda la gente sabe o puede expresar lo que siente o ve a su alrededor creando belleza literaria. 



Estos textos breves, líricos y tan esenciales para un lector inteligente, ¿siguen siendo ese lugar, ese rincón que hoy ya no existe?
        Curiosamente quienes mejor entienden mis textos son personas sencillas y normales, incluso sin estudios, pero profundamente sensibles y con una gran inteligencia emocional. Esas personas se identifican con lo que escribo porque en mis textos hallan su lugar, el rincón de otros días que aún sigue intacto en su interior.

Permítame un academicismo, el crítico Santos Alonso califica su narrativa de “terrible y poética”, el primer calificativo por su encarnadura en la realidad, y el segundo por un deslumbramiento emocional, ¿suscribe estas afirmaciones?
        Santos Alonso fue, sin duda alguna, el crítico literario que mejor entendió mi obra literaria. Creo que tenía toda la razón al definir mi narrativa como “terrible y poética”. Sobre todo terrible, pues siempre he defendido la autenticidad, la verdad, lo genuino, a la hora de escribir, y he sido crítico con una sociedad capitalista y ruin -hoy más que nunca- donde siempre se pisotea a los más frágiles. Mi intención cuando escribo  es dar voz a los que nunca la tuvieron. Creo que mi obra literaria tiene un gran fondo ético y social.

A la hora de escribir es necesario reinventar la memoria y quizá por eso ¿usted es solidario y fiel a la tierra o al amor y a la vida en una absoluta seducción como se desprende de los textos de Entre zarzas y asfalto?
        La mayor parte de mi obra está anclada en la memoria histórica y social de un universo campesino. En mi libro “Entre zarzas y asfalto” aparece  junto al revestimiento estético de la obra un fondo ético esencial. Creo que toda mi obra literaria está marcada por la hondura poética, el compromiso moral y la fidelidad a unos principios de los que jamás renegaré. Lo que seduce es mi autenticidad.

¿Siempre mira al futuro para contextualizar el pasado?
        En esto soy muy pesimista. Creo que ya no hay futuro. El capitalismo lo ha borrado creando injusticias, miseria y corrupción.  



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