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MÁGICA FANTASÍA
Explorar el mundo de la niñez es quizá la
aventura más arriesgada que exista narrativamente hablando. Cocteau publicó Los
niños terribles (1950), Sánchez Ferlosio escribió un delicioso Alfanhuí
(1951), Golding inmortalizó el tema en, El señor de las moscas (1954) y,
mucho antes, Rilke había publicado el espléndido poema, Réquiem a la muerte
de un niño (1909). A partir de modelos como los precedentes, Andrés Barba
(Madrid, 1975), se sumerge en este mundo aunque con dos planos que se suponen
implícitos: uno pertenece, inevitablemente, a la realidad y otro a la fantasía.
Uno es el de la experiencia y otro el de la imaginación para contar la historia
de Marina, la niña protagonista de Las manos pequeñas (2008). Barba ya
había ensayado un tipo de relato donde la fantasía y lo inverosímil
caracterizaban el relato, su primera novela La hermana de Katia (2001)
y, unos años más tarde, Historia de Nadas (2008) y recientemente, La
alucinante historia de Juanito Tot y Verónica Flut (2008).
Marina, ingresada en un hospital tras el
accidente automovilístico en el que mueren sus padres, repite una y otra vez,
con una lógica quebrada, y como si de una terapia se tratase, la misma frase:
«Mi padre murió en el acto, mi madre en el hospital». Poco después es internada
en un orfanato, donde iniciará un juego, que incluye enigmáticos rituales, con
una muñeca ante la fascinación y el miedo de sus compañeras, hecho que a lo
largo del relato habría que interpretar como algo psicológico para mostrar que
el poder de seducción de la muñeca se convierten en el centro de atención de la
niña y de sus amigas. Lo brutal, pero inocente de este juego, no dejará de ser
un encuentro feliz que les permite, durante algún tiempo, soslayar esa realidad
en la que viven y aún no son capaces de entender, porque el lado oscuro de esa
realidad va mucho más allá de esa inocencia visión descrita y magnificada por
Barba de la que él mismo habrá tenido que salir para terminar su relato.
Barba escribe sobre las miserias humanas,
sobre la soledad, y tal vez, sobre la falta de amor. Actitudes que se subsanan
por la inmensa bondad que proyecta sobre sus personajes, en esta ocasión en la
niña de Las manos pequeñas que no sabemos
si va perdiendo lentamente su inocencia y se convierte así en un personaje
memorable que, irremediablemente, hemos de sentir cerca, muy cerca, porque como
suele ocurrir en nuestra vida cotidiana, repleta de absurdos, que ni siquiera
necesitan parecer verosímiles, nos devuelve la fe en ella. Quizá también porque
en un sentido más estricto, buscarle el sentido a la vida es otorgarle
significado, aunque en esta novela la sorprendente economía, en un amplio
sentido, es lo mejor del libro.
Andrés
Barba
Barcelona,
Anagrama, 2008
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