LA COLMENA, 60 AÑOS DESPUÉS
La colmena (1951), con el
paso de los años ha llegado a ser traducida a veintiséis idiomas, entre el
chino, japonés y coreano, y hasta el momento ha alcanzado la cifra de
doscientas setenta y una ediciones.
La concesión del Premio Nobel de
Literatura a Camilo José Cela Trulock, el 19 de octubre de 1989, confirmaba de
alguna manera la universalidad del autor gallego, y aunque la crítica académica
y especializada considere que un premio de estas características no certifica
la categoría de un escritor, aun considerándolo como un extraordinario valor de
la cultura, al menos, un honor así propone que se premia el trabajo de toda una
vida. Y que su importancia se extiende no solo por los estrictos ámbitos de lo
universitario o literario, sino que desciende a las clases más populares, y en
gran medida se difunde la significación de toda su obra, como a partir de ese
momento ocurría con Cela escritor en mercados literarios tan cerrados como
Italia, Francia, Alemania, Suiza o Gran Bretaña, países vetados durante siglos,
salvo para nuestros mayores clásicos. El premio a Cela fue recibido en España e
Hispanoamérica con un júbilo popular y dos de sus novelas más importantes en el
panorama narrativo del siglo XX se difundieron tras la noticia de la Academia Sueca: La
familia de Pascual Duarte (1942) y La colmena (1951). Según Blanco
Vila, a Cela hay que leerlo, sin duda, por encima de las apariencias, y añade
que incluso de las ideas y las reacciones que pueda provocarnos su lectura,
siempre que hablamos de degustadores de la buena prosa, o para curiosos de la
imaginación narrativa. Lo cierto es que, como siempre ha señalado Jorge
Urrutia, la obra de Camilo José Cela, llena gran parte de la literatura
española de los últimos cincuenta años del siglo XX
La
crítica de Cela
Nunca debemos olvidar la postura
crítica de Cela hacia la España de los años cuarenta, sin duda por eso ya
entonces el escritor tenía interés en presentar su obra como testimonio de su
época, y su labor como de compromiso con el realismo imperante. En el mes de
febrero de 1951 la editorial argentina Emecé publicaba en Buenos Aires, La
colmena, que Camilo José Cela había presentado a la censura española y le
habían devuelto, según Justino Sinova, «por nauseabunda y siniestra». La obra
fue prohibida inmediatamente en España y paralelamente, el autor fue expulsado
de la Asociación de la Prensa de Madrid. En la nota a la primera edición, Cela
aclara que La colmena es el primer libro de la serie «Caminos inciertos»,
y que —por razones particulares— sale en la República Argentina;
los aires nuevos —nuevos para mí— creo que hacen bien a la letra impresa. Tilda
a su novela de realista, o idealista, o naturalista, o costumbrista, o lo que
sea. Cuatro años más tarde, aparecía la segunda edición en la editorial
española Noguer, que incorporaba las ilustraciones de Lorenzo Goñi; la misma
volvería a editar la obra en 1957 y 1962, y nuevamente en 1963, 1965 y 1966.
Mariano Tudela escribió «que La colmena era un golpe editorial español
que venía de fuera de España, llevaba el número diecinueve de la «Colección Grandes
novelistas», en cuyo catálogo figuraban, William Faulkner, Gambito de
caballo y Guido Piovene, Piedad contra piedad. Para el crítico, La
colmena es, sin duda, la novela más ambiciosa del gallego, puesto que
pretende dar una visión desgarrada, a veces guiñolesca, desenfadada, tierna y
tremenda, desolada y amorosa, de aquel Madrid un tanto triste de los años
cuarenta, en que la vida era difícil, había que arrimar el hombro y todavía
muchos notaban en sus descalcificaciones o en sus tuberculosis los
padecimientos de los «años del hambre». El propio Cela declaraba que su nueva
obra era «un pálido reflejo», «una humilde sombra de la cotidiana, áspera,
entrañable y dolorosa realidad», «un trozo de vida narrado paso a paso, sin
reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre»,
confesando sin embargo que le había costado mucho trabajo hacerla, «su
arquitectura es compleja», señalaba. Parece que la escribió poco después de la
contienda, en la década de 1940
a 1950 y se tiene testimonio de que podría estar acabada
en 1948, marcada por la fealdad del momento, la tristeza de sobrevivir, o la
violencia expresa de muchos momentos, motivos suficientes para componer una
obra polifónica.
Juan Luis Alborg escribía en Hora
actual de la novela española (1958) que, «con La colmena ha escrito
Cela hasta el momento su novela más conseguida (...) Es una novela de
composición sinfónica, sin protagonistas ni personajes destacados, exactamente
como una orquesta, ninguno de cuyos elementos es superior a los demás, pues
todos juntos contribuyen por igual, ejecutando su parte propia, al total efecto
del conjunto». Y añade al respecto de su técnica, «La colmena pretende
apresar un panorama de la vida española localizado en Madrid en los primeros
años de la postguerra, me parece dotada de una ambición plausible, si bien
podrá argüirse que también su «colmena» se limita a un reducido juego de
pasiones —hambre de sexo y de pan—y a unos estratos tan solo de la vida,
mientras quedan fuera de su enfoque planos infinitos».
José Corrales Egea en su obra La
novela española actual (1966) afirmaba que «La colmena señala un
camino, una forma de novelar más adecuada a la aspiraciones neorrealistas de
los escritores jóvenes que las formas y el estilo hasta entonces vigentes; pero
el propio autor se queda en el umbral, sin adentrarse por el camino abierto, al
negarse a arrostrar —o al no poder arrostrar—todas las consecuencia que de ello
podrían derivarse. Heraldo de un resurgimiento, La colmena se queda, sin
embargo, a la orilla de ese movimiento».
Santos Sanz Villanueva aclara que
analizar la obra de Camilo José Cela en el contexto de las formas realistas y
críticas de la novela de postguerra requiere notables dosis de ponderación para
no caer en ninguno de los dos extremos a que conduce parte de la bibliografía
sobre el narrador: un escritor muy crítico de la sociedad de su tiempo o un
estilista refugiado en interpretaciones evasivas o marginales de la realidad. Quizá
(por eso) ambos aspectos se conjuguen en una producción extensa, de diferentes
registros y desarrollada a lo largo de casi cuatro décadas.
La
colmena
La historia es bien sencilla,
unas gentes que sin demasiada convicción, sin ilusiones, casi sin futuro por
delante, se entregan al lacerante ejercicio de la supervivencia que es lo que
es, al fin de libro, une a todos los personajes; unas gentes, según ha escrito
Cela, que forman parte (...) de un estrato determinado de la ciudad, que es un
poco la suma de todas las vidas que bullen en sus páginas, unas vidas grises,
vulgares y cotidianas, sin demasiada grandeza, esa es la verdad. En La
colmena no existe un hilo argumental, los personajes que van apareciendo
pertenecen a varias clases sociales, preferentemente a una burguesía venida a
menos después de la lucha y a sectores humildes. Los protagonistas irán
apareciendo y desapareciendo a gusto del autor, aunque la unidad de la obra
viene dada por el ambiente de miseria en que mueven todos ellos, y entre los
que pueden advertirse algunos núcleos de relaciones. En el capítulo I, y en
torno al café de doña Rosa, será a donde acuden clientes habituales, y se
vincula con algunos otros seres que transita por el resto del relato y que
resultan en su mayoría anónimos, con un mínimo de interés biográfico como le
ocurre a Martín Marco, quizá el más representativo (un reproche que Alborg le
hacía a Cela, de quien dice que al gallego no le va de ninguna manera un
personaje que haya de sostener a pulso demasiado tiempo (...) Cela suelta de la
mano a sus personajes lo más pronto que puede, porque su resuello novelesco no
da para más). Doscientos trece fragmentos tiene la novela, distribuidos en seis
capítulos y un apartado final, por lo que, según el índice elaborado por
Caballero Bonald, desfilan doscientos noventa y seis personajes reales, y
cincuenta históricos aunque, en realidad, tan solo unos treinta consiguen
imponerse como verdaderos personajes, quienes parecen decididos a vivir o a
malvivir el presente, porque el pasado es mejor olvidarlo, y el futuro no se
sabe si llegará. La sensación de fatalidad pesa sobre ellos, aunque también
sobre toda la novela, y permite que estructuralmente no se hable de
costumbrismo al uso, sino que el ambiente es de lo más trágico y coercitivo.
El héroe tradicional, individual
ha perdido toda su importancia, sobre todo porque han cambiado las nuevas
circunstancias históricas, y ante semejante reto un único personaje se muestra
incapaz de soportar dicho peso, así que en numerosas ocasiones se opta por un
personaje colectivo y así habrá que entender La colmena que, como señala
Iglesias Laguna, da la impresión de que estamos ante una fotografía al minuto
antes que de cuadro elaborado, aunque Cela siempre hablaba al respecto de
objetivismo. Los personajes de la novela son gentes vulgares, aunque no podrían
ser de otra manera cuando pasan hambre y necesidad en el Madrid del
racionamiento y del mercado negro, y aunque no faltan otros de una clase social
más acomodada, tampoco estos aportan un punto de vista distinto y se integran
en esa mirada que el novelista ha pretendido dar a su drama, un fenómeno
histórico y social con una España urbana como trasfondo, «una realidad
representativa de un aspecto de la vida madrileña, de ahí su valor testimonial
y social», como ha señalado Gil Casado. Tampoco podemos hablar de la novela de
Madrid, aunque geográficamente reconocible y podamos hablar de una parte urbana
y social, con abundantes espacios cerrados como el café de doña Rosa o la casa
del homosexual Suárez, y algunos pequeños episodios en la calle. Cela habló de
su novela en la que como la vida misma, cada destino corre su suerte y todos
trabajan, en el duro recorte del tiempo en el que se sitúa la acción. Hay quienes
han visto en algunos de estos personajes el ambiente bien conocido de el café
Gijón que frecuentaban no pocos conocidos de la época, Rafael Vilaseca, Iborra,
Rafael Bonmatí, Eusebio García Luego, Manuel Segalá que, según testimonia,
Marino Gómez Santos en Crónica del Café Gijón (1955), bien podrían ser
don Leonardo Meléndez, el joven melenudo, don Jaime Arce, Martín Marco, todos
en una colmena que como afirma Cela es, también, una cucaña temerosa de los
golpes o una sepultura en vida.
Si sesenta años más tarde,
consideramos La colmena como ejemplo de las tendencias de la novela
española de aquello que se consideró como crítica junto a Laforet,
Suárez Carreño o Luis Romero, entonces habría que calificarla en su doble
papel: primero como desmitificadora de un tema, y así abre nuevas perspectivas
frente a una novela de evasión; y en segundo lugar desde una perspectiva de
realismo crítico con una gran influencia en las generaciones del futuro, sobre
todo en lo relativo a planteamientos estéticos y a enfoques objetivos con
profundo significado social. Jorge Urrutia termina la edición de La colmena
(Cátedra, 1988), un amplio y esclarecedor estudio introductorio, afirmando que
«es una novela que obliga a reflexionar sobre los límites de las relaciones
humanas, de la moral individual y colectiva»
Las
secuelas
Las secuelas de La colmena
o al menos la visión que otros escritores tuvieron del momento respondía, por
tanto, a una preocupación bastante común en la época, señala el profesor Jorge
Urrutia, y de entonces rescata la novela Calle de Echegaray (1950),
de Marcial Suárez, con afirmaciones similares, aunque entiende que sus
personajes tal vez no sean novelescos porque son quienes se encuentra por la
calle, en el teatro, en el hotel de paso, en el café, en el bar; y en su
mayoría, por la calle
Echegaray; y una novela, ambientada en Barcelona, La noria
(1952), de Luis Romero, que no deja de girar para recoger, uno a uno, en sus
cangilones, a los habitantes de un día de la gran ciudad, y algunos años antes,
la propia Carmen
Laforet había publicado Nada (1945), otro retrato de
una ciudad y de una calle, la
de Aribau, en Barcelona. Y a un nivel más amplio, ese
conductismo que denuncia ciertos estados de ánimo puede verse en algunos de los
mejores novelistas de la «generación perdida» como Dos Passos, Faulkner,
Hemingway, Steinbeck, o Hammet y a destacar algunas novelas como Las uvas de
la ira (1939), de Steinbeck, Manhattan Transfer (1925) y la trilogía U.S.A.
(1930-1936), de Dos Passos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario