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lunes, 5 de septiembre de 2016

Desayuno con diamantes, 77



OBRAS COMPLETAS DE RUBÉN DARÍO


        La literatura tiende a clasificar en siglos, movimientos, épocas y generaciones, todas las manifestaciones literarias que se han venido sucediendo a lo largo de su historia. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que algunas de estas divisiones ofrecen poca luz y una menos firme actitud ante el hecho literario en sí. Ha ocurrido, por ejemplo, con  términos como novecentistas, generación del 14, incluso con la acepción, modernismo cuya vaguedad es patente y, subrayar, para mayor imprecisión, que tanto en inglés como en portugués, significan, en ambos idiomas, vanguardia. Cuando el nicaragüense Rubén Darío publicó Prosas profanas (1896) enseguida se le identificó con el término modernismo porque sus composiciones equivalían a un mundo poblado de cisnes, princesas y jardines, esa denominación del arte por el arte y de evasión de la realidad. La musa modernista se convertía, así, en la encarnación de la Belleza. Esta es voluptuosa, sensual pero a la vez fascinate, enigmática, la esfinge de la decadencia francesa y alemana, la mujer fatal de los románticos. Fusión, en suma, del Amor, la Belleza, el Saber y la Muerte, como sugirió el propio Darío. Por supuesto, no se encontró ningún libro que abiertamente se proclamase deudor o representase a la totalidad del movimiento porque, entre otras cosas, el modernismo no podría simplificarse cuando no existen suficientes hipótesis de trabajo, algunas de las cuales,  José Emilio Pacheco resume de la siguiente manera:
       Los avances científicos sumados a la explotación de las colonias dan nacimiento a la gran industria que crea el mercado mundial.
       El modernismo es un movimiento, no un dogma ni una escuela, que se origina en Hispanoamérica y se transmite a España.
       El movimiento tiene dos fuentes y dos etapas: la primera parnasiana, la segunda simbolista y decadente. El parnasianismo ya puede encontrarse en poemas del joven Hugo, y alcanza su mayor difusión con la obra de Gautier. Durante más de una década perviven hasta llegar a la expresión simbolista, pasando por esa expresión modernista de José María Heredia o Guillermo Valencia. En 1884 el simbolismo ya está asentado en la poesía francesa y domina en todos los países occidentales. Con él se vuelve a privilegiar la subjetividad y sus versos se muestran vagos y sugerentes: «busca la música, piensa en el tinte y el matiz, une lo tenue con lo exacto, trata de ser suave no fuerte...», afirma Verlaine. Todos los poemas de Darío después de 1905 son, evidentemente, simbolistas aunque de su mano el modernismo se convertirá en la expresión hispanoamericana de un lenguaje para una cultura planetaria, hasta llegar a poder afirmar que se trata de una transformación de todos los recursos expresivos del idioma, de la prosodia castellana, una estética de la libertad y, sobre todo, la constatación de una modernidad acompañada por todos los cambios que se sucedían en la sociedad, incluidos los inventos que por entonces proliferaron.


Los modernistas y Rubén Darío

      A pesar de esa deuda parnasiana, Julián del Casal, Manuel Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva, instauran una primera exigencia que llevaría a una estilización denotativa en el lenguaje que se prolongaría desde José Martí a Rubén Darío, es decir, la afirmación del cosmopolitismo, la musicalidad y las correspondencias artísticas porque en el caso de Martí y Darío, ilustran una complementariedad y parten de esa conciencia renovadora que los hace excepcionales; ambos se convierten en la constatación de una profesionalidad: los viajes y el estudio favorecerán esta actitud, conseguirán la transformación de una realidad, una conciencia del espacio mental hacia un futuro, con la percepción del presente y la asunción de un pasado ingrávido. Tras una lectura global de la poesía de Darío constatamos que muchos años después sus versos producen el mismo placer y su fuerza y vigencia siguen presentes.
       Tres volúmenes conformarán las Obras Completas de Rubén Darío, I. Poesía, II. Crónicas y III. Cuentos, crítica literaria y prosa varia. El primero que acaba de aparecer, en edición de Julio Ortega, con la colaboración de Nicanor Vélez y un prólogo de José Emilio Pacheco, recoge en las 1.300 páginas, no sólo sus grandes libros, es decir, la denominada Obra Mayor, léase, los poemarios completos y actualizados, Azul, Prosas Profanas y otros poemas, Cantos de vida y esperanza, Canto errante, Poema del Otoño y otros poemas y Canto a la Argentina y otros poemas, sino  esas obras de transición, como Epístolas y poemas, Abrojos, Rimas, Canto épico a las glorias de Chile y la obra dispersa que perteneció a su más estricta juventud: Primeros poemas (1880-1886) o casi todos los Poemas dispersos (1886-1916).
    Los editores de la poesía de Rubén Darío ordenan el presente volumen siguiendo dos ejes o pautas: el primero, biológico que incluye su infancia, su adolescencia, su juventud, madurez y últimos poemas; otro segundo, geográfico que oscila entre los primeros publicados de Nicaragua a los de Chile, Argentina, París y, sobre todo, España. Ambos ejes están sustentados en la cronología de su vida porque en ocasiones no resulta fácil fechar estos libros o poemas. Buena parte de su obra aparecería en periódicos americanos y una vez publicados volvía a aparecer en medios editoriales con notables cambios. Ni siquiera Darío pudo establecer una cronología para el conjunto de sus Obras que iniciaba con Primeras Notas (1888), en el mismo año que publicaría su asombroso Azul... Anteriormente, había publicado Epístolas y poemas (1885) y poco después aparecerían Abrojos (1887) y Rimas (1887), en realidad, los primeros textos impresos del poeta. Sabemos que en una última lista, antes de morir, Darío había incluido estos dos libros como parte de Azul... en esa primera visión de conjunto que pretendía ofrecer de su primer corpus poético. Los editores han realizado la presente O.C. a partir de las ediciones que el propio Darío organizó, subrayando que se han eliminado los abundantes errores y erratas de algunas ediciones críticas anteriores. Darío sigue siendo un clásico de lo nuevo, leyendo sus versos aún hoy día conmueve esa búsqueda feliz de lo más bello como si realmente fuera lo más humano. En palabras de Julio Ortega, «esa estética, tan sensorial como epifánica, tan fresca como sabia, se despliega desde la sílaba, la acentuación y la prosodia hasta la sensualidad, levedad y nostalgia de su pasión verbal y su deleite formal. Parece esta poesía decirnos que el lenguaje es el alma viva del mundo, y que en su materialidad sensible se ilumina la nostalgia de una plenitud del presente».

Vida

     Rubén Darío  nació en Metapa, Nicaragua en 1867, de padres que se separarían cuando él apenas era un niño. Criado por su abuela, fue llevado más tarde a Managua como niño prodigio. Allí empezaría una carrera como poeta cuando apenas era un adolescente. Leía poesía francesa y, sobre todo, a Víctor Hugo. En 1886 visita Santiago de Chile donde publicaría un puñado de poemas y unos cuentos que titularía Azul (1888), un libro que pronto llamaría la atención, por ejemplo, al crítico y novelista español Juan Valera. Su «Canto épico a las glorias de Chile» le proporcionaría fama de poeta cívico y pronto se daría cuenta de que debía llevar una vida refinada, sofisticada que sólo podía cultivarse en las grandes ciudades. Pasó cinco años en Buenos Aires y trabajó en el más importante periódico latinoamericano, La Nación. En 1900 se instaló en París, y en 1907 fue nombrado representante diplomático de Nicaragua, en Madrid. Durante este tiempo realizó frecuentes viajes entre América y Europa y ya era el centro de la vida literaria hispánica. Durante décadas vivió identificado con un mundo que para él terminaría en 1914. Fue entonces cuando inició una gira pacifista y, poco después, tras una breve estancia en Mallorca, volvió a Nicaragua y viajó a Brasil, México, Buenos Aires y casi moribundo en Nueva York fue rescatado por Manuel Estrada Cabrera. Murió en León el 6 de febrero de 1916, sin llegar a percibir la transformación de valores que se ofrecían en el crepúsculo de Europa y que implicaban a las generaciones de poetas más jóvenes.
    Tras Azul que conoció una segunda edición en 1890, publicaría Prosas profanas (1896), del que vio una segunda edición aumentada en 1901; Cantos de vida y esperanza (1905), El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas (1910) y Canto a la Argentina (1914). La poesía que aparece en Azul tiene aún tintes románticos, debe mucho a Víctor Hugo y su tono bebe también las fuentes del Cantar de los Cantares. Pero en Prosas profanas Darío evitará establecer paralelos entre el amor y la naturaleza. Se siente ahora más protegido gracias al arte. Su poesía empieza a tener la consistencia que le otorgaría la fama universal, es decir, haber expresado sus gustos, sus tentativas y limitaciones con absoluta fidelidad. Para Darío, el ideal es que la poesía fuese profética y opinaba que si el modernismo tenía alguna importancia, era en este aspecto, a la manera de una estela luminosa. Octavio Paz escribía que «la imaginación de Darío tiende a manifestarse e direcciones contradictorias y complementarias y de ahí su dinamismo». Darío es importante por su personalidad, por el alcance continental de sus actividades, por su fama internacional porque llegó a ser como el catalizador de los elementos artísticos de su época. También puede considerarse como el primer escritor profesional de Latinoamérica y gracias a su ejemplo, como señala Jean Franco, la literatura hispanoamericana desarrolló una preocupación más seria por la forma y por el lenguaje. Gonzalo Torrente Ballester, en su Literatura Española Contemporánea (1966) escribía que «Muchos de los temas poéticos de Rubén, aquellos, precisamente, manidos por sus seguidores, han perdido hoy interés y atractivo. Pero en su obra amplia y compleja, son muchos los poemas que conservan el encanto y la emoción, cuyas audacias aún nos asombran y cuyos conceptos nos conmueven. Rubén Darío sigue siendo uno de los grandes poetas en lengua castellana». O como el mismo Borges escribiera: «Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia particular de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará».
    Las biografías de Ian Gibson, Yo, Rubén Darío (2002), Blas Matamoro, Rubén Darío (2002) y Julio Ortega Rubén Darío (2002), no han hecho sino agrandar y confundir la figura y la obra del poeta nicaragüense, considerado el mejor portavoz de ese diálogo entre Europa y América, entre lo antiguo y lo moderno, como afirma José Emilio Pacheco.

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