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miércoles, 7 de septiembre de 2016

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LOS TEMPLARIOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
       El presente libro pretende deslindar la historia del Temple del mito templario porque sólo conociendo bien la historia se podrá abordar el mito.

       
       Los templarios formaron parte de una minoría consciente que, a lo largo de sus doscientos años de existencia, consiguieron jugar esa baza que otorga el poder económico y el guerrero. Tuvieron una enorme visión de futuro sobre unas monarquías, a veces, debilitadas por numerosas guerras. La Orden del Temple nació en Oriente (hacia 1119), creada conscientemente por militares de occidente que buscaban, en Tierra Santa, las fuentes de un conocimiento ancestral a través de ese simbolismo críptico que ofrecen las Sagradas Escrituras. Los templarios creían en esa otra realidad que nada tiene que ver con el Bien supremo ni con el Mal más abominable. Diseminados por toda Europa, los que se establecieron en la Península Ibérica distribuyeron su poder en Aragón, Cataluña, Castilla, Navarra y León. Aunque ampliaron su influjo en la Provenza, Bretaña y en tierras de Portugal e Irlanda. En la Península buscaron sin tregua el saber en los lugares elegidos y lucharon militar y económicamente para alcanzarlo pero cuando, conscientes de sus hallazgos fueron perdiendo credibilidad, defendieron sus intereses a costa, incluso, de su seguridad y de su supervivencia. Calificados de monjes, soldados, místicos, brujos, diplomáticos, herejes, mártires, banqueros y comerciantes, hace más de veinticinco años Juan G. Atienza establecía con su libro La meta secreta de los templarios (1979), de una forma ordenada y consciente, los pormenores de esa mágica circunstancia que envolvía todas las actuaciones de la Orden, pero sobre todo pretendía estudiar los enclaves y el por qué de aquellos especiales emplazamientos. Según el propio Atienza es posible que los templarios contribuyeran, en el terreno económico y material, a ese gran boom de las catedrales de los siglos XII y XIII y aunque no existen pruebas directas sobre el asunto, es seguro que mantuvieron estrechas relaciones con las logias de constructores, canteros y escultores para transmitirles esa serie de módulos simbólicos que se reflejarían en la mayoría de los templos de occidente; en realidad, es muy fácil afirmar hoy que los templarios adquirieron un conocimiento, lo asimilaron, lo «significaron» y, posteriormente, lo transmitieron. Como otras órdenes de la época conocían  o tenían  razones para intuir una realidad paranormal en determinados lugares que, desde siglos atrás, se habían hecho patentes y así lo manifestaron como esa suprarrealidad que provenía en signos cifrados de toda una sabiduría antigua.
       En la historia reciente de España esta especie de templemanía de finales de los setenta se concretaba en algunos intentos testimoniales por ofrecer una reducida difusión en el ámbito universitario, pero el conocimiento de las aventuras de estos caballeros llegaba a los curiosos a través de una tradición popular y de una saga de leyendas nacidas sin rigor alguno.

Arte y arquitectura
       La bibliografía, actas y simposios sobre el tema de temple en estos últimos años ha llevado a los especialistas a establecer las bases sobre las que asentar toda una auténtica historia sobre el mito y sus consecuencias, sobre todo las que se derivan de su poder en el mundo del arte y la arquitectura como vienen a poner de manifiesto Joan Huguet y Carme Plaza en su monumental estudio Los templarios en la península ibérica (El Cobre Ediciones, 2005), quizá la mejor guía para conocer la historia y el arte de la Orden del Temple en la península ibérica y en la vecina Portugal. Sobre todo el libro pretende justificar el patrimonio de los templarios y profundizar en las coronas de Aragón y Castilla donde la huella, en el marco catalán-aragonés fue mucho influyente, tuvo extensos dominios y se asentó por toda su geografía. En Castilla los reyes y nobles nunca favorecieron las órdenes internacionales. Se convierte, también, en una justificación de los innumerables edificios que durante siglos habían sido catalogados como de la Orden del Temple y que posteriores investigaciones, de un marcado rigor científico, han llevado a catalogar. Aunque tanto Huguet como Plaza han pretendido rastrear las huellas de estos caballeros en Portugal, la falta de una catálogo documentado les ha llevado a cuantificar exclusivamente las fortalezas conservadas de la Orden en el vecino país. También se especifica cómo las encomiendas navarras están comprendidas en el capítulo de la Corona de Aragón así como las casas del Rosselló pertenecen, hoy, al estado francés. Una orientación bibliográfica básica sirve para documentar los diferentes apartados e incluso una amplia selección de libros muestra el nivel de los temas tratados en el volumen. Los autores sugieren la posibilidad de utilizar su libro como si de una auténtica guía de viaje se tratara para conocer los lugares templarios y visitar sus restos.
               El rasgo más significativo de la arquitectura templaria es su carácter, eminentemente, práctico, adaptado a las necesidades de la Orden y su integración dentro de la tradición arquitectónica de los países o geografías donde se manifiesta. El lector rastrea las encomiendas de la Primera Marca en Cataluña, en Aragón ( Zaragoza, Huesca, Teruel) y los establecimientos del Temple en Mallorca, Valencia, Navarra, Castilla y León, Murcia, Galicia y las ciudades extremeñas y andaluzas de Jerez de los Caballeros, Ventoso y casas y albergues en Sevilla y Córdoba porque la Orden no tuvo encomiendas en Andalucía. El libro pone de manifiesto cómo los templarios demuestran que la realidad de su presencia supera con creces la ficción.


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