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lunes, 19 de septiembre de 2016

Desayuno con diamantes, 79



EL SILENCIO DE WILLIAM FAULKNER


       El 25 de septiembre de 1997, celebrábamos  los  cien años del nacimiento de William Faulkner, uno de los escritores del siglo pasado más estudiados por los críticos y más imitado por sus colegas o descendientes. El pasado 6 de julio de 2012 se han cumplido cincuenta años de su desaparición.

El erudito José María Valverde tradujo una colección de relatos titulados originariamente como These 13, aunque se publicarían con el título definitivo de A Rose for Emily and Other Stories en 1931, cuentos que el propio autor calificó como “relatos de mis paisanos”, y que en 1994, la pequeña editorial Hierbaola Ediciones reprodujo en su integridad. Algunos de estos cuentos habían aparecido en revistas como el que da título al volumen, originariamente en Forum, en abril de 1930. Por entonces ya había publicado, La paga de los soldados (1926), Mosquitos (1927), Sartorio (1929), El ruido y la furia (1929) y Mientras agonizo (1930), aunque en España y buena parte de Hispanoamérica, el narrador norteamericano era prácticamente desconocido por aquellos años y sería, Revista de Occidente, la primera en hacerse eco de la enorme trascendencia del autor, cuando recogió en sus páginas dos artículos que servirían de presentación para todo el ámbito hispánico, el primero en enero de 1933 y se titulaba, “Dos escritores norteamericanos”, firmado por Lino Novás y reflexionaba sobre Hemingway y Faulkner, y el segundo, de octubre de ese mismo año, firmado por Antonio Marichalar que, en realidad, prologaba la edición de Santuario que publicaría Espasa-Calpe, en 1934. En el mismo número de Revista de Occidente se recogía la traducción de un cuento de la colección These13, la primera traducción conocida de un texto de Faulkner al castellano; se trataba de “All the Dead Pilots”, (Todos los pilotos muertos), que se recoge en este volumen y que, según referencias, impresionó a los lectores españoles de la revista. Algunos otros cuentos de la misma colección fueron publicados en el ámbito del castellano, como “Septiembre seco”, en Argentina y traducido para Sur (1937) y “Aquel sol del atardecer” aparecido en Proel (Santander, 1946) en la que colaboraba Ricardo Gullón. Curiosamente, los relatos de These 13 aunque sirvieron para conocer al autor en España, nunca fueron publicados en su conjunto, aunque se conocen dos ediciones argentinas, una con el título Victoria y otros relatos (1944) y otra con Estos trece (1956), cuentos que fueron incluidos en sus Collected Stories (1950) que traduciría José María Valverde para Seix-Barral, en dos tomos, El campo, el pueblo, el yermo (1980) y De esta tierra y más allá (1981). La edición de Hierbaola reproduce el orden original, tal y como aparecieron en la edición norteamericana de 1931, y contiene el tremendo impacto que produce en Faulkner la hecatombe de la Primera Guerra Mundial, en la que iba a participar como aviador.
       La editorial Anagrama publico en 1997 un volumen titulado Relatos que recoge cuentos publicados entre 1931 y 1962 y que, según Joseph Blotner, contiene tres tipos, los que Faulkner publicó y nunca incluyó en alguna de sus compilaciones; los que refundió a fin de convertirlos en parte de otras obras posteriores; y los inéditos hasta la edición de la obra, algunos de los cuales muestran las cualidades de su mejor ficción. Ofrecen una perspectiva literaria de, al menos, treinta años en el conjunto de la obra del escritor y, por consiguiente, variedad de estilos y de temáticas.

Su obra narrativa
       De honestidad literaria viene siendo calificada su narrativa, de brillantez estilística su prosa, de originalidad y fecundidad de su imaginación creadora, fue capaz de inventar todo un mundo de una extraordinaria complejidad y detalle hasta conseguir  una singular capacidad para la innovación técnica narrativa y la profundidad en el análisis del alma humana, tanto a nivel individual como colectivo que, hoy, sitúan a William Faulkner a la altura de los grandes clásicos del siglo XX y cuya literatura permanece en la memoria de los lectores de todas las épocas. Sus primeras obras se construyen como verdaderos ejercicios de estilo, intentos de encontrarse literariamente, como puede apreciarse en El fauno del mármol (1924), Mosquitos (1927) y su primer libro de poemas juveniles, La paga de los soldados (1926). Las novelas presentan una tendencia postsimbolista y los poemas cierto preciosismo y temáticamente recreaciones pastoriles. La visión faulkneriana que determinaría el resto de la obra del sureño, se consolida, sin duda, cuando redactaba Sartorio (1929), una novela que tampoco le proporcionó éxito o beneficio alguno, pero de alguna manera contenía el germen de la futura escritura de Faulkner. Utiliza, por primera vez, elementos biográficos y su círculo de amigos y conocidos como siempre lo oyó contar a lo largo de su infancia y juventud y solo así se empeñará en mostrar la riqueza verbal y la variedad de la vida de la región de todo el Mississippi que se convertiría, con el paso del tiempo, en el inventado “condado de Yoknapatawpha”, con una geografía imaginaria, una historia antigua y moderna, descripciones y narraciones inventadas por el autor para otorgarle la credibilidad suficiente.


       Biznieto del militar que organizó y financió el 2º Regimiento de Infantería del Mississippi en la guerra civil Norteamérica, construyó el primer ferrocarril de su país, escribió algunos libros, viajó por Europa y murió en un duelo, el coronel Falkner (como era, en realidad su apellido) será el prototipo del coronel Sartorio que reaparece más tarde en Los invictos (1938) y en el amplísimo corpus literario del biznieto, Santuario (1931) o El villorrio (1940). Simplificando la inmensa obra de Faulkner, se puede dividir entre las novelas de la aristocracia sureña, que se centran en la decadencia y degeneración de las familias y el mundo de los esclavos, sobre todo a partir de la derrota del Sur, y las novelas de blancos que, sometidos a una ambición y falta de principios, ocuparon un singular liderazgo social en el Sur tras el fortalecimiento comercial e industrial de la agricultura y en el siglo XX. Para el escritor el viejo mundo rural, lastrado por el recuerdo y semi-presencia de la esclavitud, aun siendo un  total desastre, conserva todas las virtudes que hacen llevadero el trágico destino de los hombres y, por añadidura, de sus personajes. La idea de rapacidad, la mala educación, el carácter hipócrita y vengativo, terminó provocando un caos en el nuevo mundo y esto es lo que refleja Faulkner en su trilogía, El villorrio (1940), La ciudad (1957) y La mansión (1959), protagonizada por un abogado que verá cómo los patriotas venidos a menos  ascienden socialmente y terminan colocando a los suyos en diferentes cargos importantes, directores de banco o gobernadores. En otras ocasiones, se acerca a la época contemporánea con puntos de vista muy diferentes, Pylon (1935) y Las palmeras salvajes (1939), en ambas se enfrenta al tema de amor obsesivo que puede llegar hasta la neurosis. Aunque, de las importantes novelas del sureño, sin duda, de las más complejas es ¡Absalón, Absalón! (1936), que el propio Faulkner calificaba así: “Ningún individuo alcanza a ver la verdad. La verdad nos ciega. Miramos a una persona, y vemos una de sus facetas. La mira otra persona, y ve otra. Pero entendida como globalidad, la verdad es lo que todos ellos vieron, cada uno a su modo, aunque nadie la vio toda. Los puntos de vista de Miss Rose y de Quentin son ciertos. El padre de Quentin vio lo que él consideró como verdad, y nada más. Pero el propio viejo era demasiado grande para ser visto en su totalidad por gente de la estatura de Quentin, Miss Rose o Mr. Compson. Tal vez habría hecho falta para verle cabalmente alguien más sabio, o más tolerante, o más considerado. Eran trece maneras de observar un mirlo. Pero quiero creer que la verdad aparece cuando, leídas las trece versiones del libro, el lector se forma una decimocuarta versión, la que a mí me gustaría considerar verdadera”, fragmento recogido en William Faulkner, Barcelona, Barral Editores, 1972, monografía, cuyo autor es Michael Milligate.

Vida y ficción
       Donald M. Kartiganer  afirma que la importancia en la vida de Faulkner para poder entender su ficción reside menos en lo que hizo que en lo que fue, simplemente en virtud de su nacimiento: natural de Mississippi y primogénito de una familia que había mantenido su importancia en esta región durante tres generaciones. Nació el 25 de septiembre de 1897 en New Albany, aunque para 1902, su padre, William Cuthbert Faulkner se había trasladado con su familia a Oxford, condado de Lafayette, su lugar principal de residencia durante prácticamente el resto de su vida. Creció en el seno de una familia ensombrecida por una historia formidable, situación que preparó el escenario de su conflicto entre esa necesidad de recordar y honrar el pasado y esa otra de crearse una identidad distintiva. A los doce años se había convertido en un estudiante indiferente que no llegó a terminar sus estudios de secundaria, aunque bajo la influencia de la madre fue un ávido lector de Shakespeare, Fielding, Voltaire,  Dickens, Hugo, Balzac y Conrad, lecturas que más tarde ampliaría a Yeats, Pound, Eliot y a los poetas franceses e ingleses del XIX. Vinculado a sus contemporáneos sureños, estuvo apartado de ellos así como de otros contemporáneos literarios en general, y jamás se vinculó a camarilla o escuela alguna, incluso no viajó hasta muy tarde, se enrolaría como voluntario en la RAF, durante la Primera Guerra Mundial, un hecho que lamentaría toda su vida, porque jamás llegó a entrar en combate, y tras su licencia pasó un año por la universidad de Mississippi, unos meses en Nueva York, y finalmente llega en 1925 a Nueva Orleáns donde comienza a escribir apuntes en prosa, relatos y su primera novela. Antes se había manifestado como poeta lírico, llegó a escribir unos setenta poemas que publicó como El fauno de mármol (1924) y Una rama verde (1933), libros y poesía que de alguna manera proyectan el mismo mundo de las novelas, La paga del soldado (1926) y Mosquitos (1927), obras de cierto éxito que en el conjunto de su obra, temáticamente, siguen sin ubicar, aunque están ambientadas en el Sur.
       Padre Abraham (1926) y Banderas sobre el polvo (1927) son el comienzo de dos los ramales  de ficción  que dividen, de alguna manera desigual, el mundo de Yoknapatawpha, ambas versiones trágica y cómica de un pasado y las respuestas que siempre se esperan. El ruido y la furia (1929), continúa e intensifica el tema del pasado de Banderas, y la clave es su libertad absoluta, que en la prosa de Faulkner significa avanzar en cómo enfrentarse al pasado, cómo liberarse del lenguaje, de la tradición y de la experiencia de un mundo concreto. Luz de agosto (1932) y ¡Abasalón, Absalón! 1936), profundizan aun más en el drama del significado y el encuentro con el pasado añadiendo el factor de la raza: un mulato es el protagonista de ambas novelas. Los años de 1929 a 1942 son de una extraordinaria producción literaria, aunque la tragedia personal salpicó la vida del escritor: la muerte de su primera hija en 1931, pocos días después de su nacimiento; la muerte de su hermano Dean, el más joven, en noviembre de 1935, estrellado en un avión que el propio Faulkner le vendió, ocasionales períodos de alcohol, en los que acababa en un clínica, que se repitieron a lo largo de su vida, y aunque su matrimonio fue duradero, resultó bastante desgraciado junto a la mujer que inicialmente lo había rechazado, o el descubrimiento de que no podía alimentar a la familia con su escritura que le llevaron a pasar largas temporadas en Hollywood, creando o arreglando guiones, 1932 a 1937 o 1942 a 1945. La Metro Goldwyn Mayers compró los derechos de Intruso en el polvo (1948) que le otorgaría una seguridad económica importante y, también, una aclamación pública por su obra como su elección para la Academia Americana de las Artes y las Letras, la Medalla Howells de ficción, el Premio Nóbel (1949), dos Premios Literarios Nacionales y dos premios Pulitzer. Después vendrían, El pueblo (1957), La mansión (1959) y Los rateros (1962).
       A William Faulkner —según Javier Marías—le gustaba el silencio, hasta el punto de recurrir a él para explicar por qué escribía, y esto es lo que afirmaba: “Prefiero el silencio al sonido (…) y la imagen producida  por las palabras ocurre en silencio. Es decir, el trueno y la música de la prosa tienen lugar en silencio”. Hace cincuenta años que sobrevivimos en literatura gracias a ese eterno silencio practicado por el inventor de Yoknapatawpha.


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