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lunes, 26 de septiembre de 2016

Desayuno con diamantes, 80



LA SÓRDIDA REALIDAD DE LA NOVELA NEGRA
                     
       Durante el pasado siglo XX se cuestionaba si ciertos libros formaban parte de esos posibles límites que establece lo literario/ no-literario cuando se abarcaba el concepto de novela policíaca/ criminal; se habla de la validez de estas historias, o la autoría de la mismas, aunque procedan de una tradición que arranca del XIX, con consagrados clásicos en el género. En 1992, un joven estudioso, José R. Valles Calatrava, publicaba La novela criminal española, un ensayo que apuntaba cuatro clasificaciones: una racionalista, encabezada por Edgar A. Poe y Agatha Christie, una segunda moralizante, por G.K. Chesterton y Georges Simenon, una positiva que desempeñaría Arthur Conan Doyle, y la denominada novela/negra/norteamericana, con sus dos clásicos, Hammett y Chandler. En el libro, se teorizaba sobre la reconstrucción del género en nuestro país, señalaba sus características o la censura ejercida durante años y el menosprecio por un género considerado de kiosco, y justificaba la aparición de colecciones y obras entre el período de 1975 a 1981, en ese proceso democrático que supuso una libertad absoluta y proliferaron apuestas como “Novela Negra”, “Etiqueta Negra”, “Crimen & Cía”, “Cosecha Roja” que reivindicaron a un número cuantioso de autores que habían escrito y empezaban a cosechar el éxito necesario; se analizaba la obra de algunos clásicos españoles, Francisco García Pavón, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid y Andreu Martín.  

       En esa segunda lectura de novelas de kiosco a que estaban destinadas las obras de Hammett o Chandler, subyacía la denuncia de una descomposición moral de la sociedad norteamericana de la época en que fueron escritas, y en sus historias los detectives, hoy ejemplos de caracterización, eran tipos duros, solitarios, cínicos, aficionados al alcohol, desesperanzados de todo que descubrían a los criminales en esas sórdidas historias, y destapaban toda la podredumbre social, o las mezquindades de un hombre ruin cuando se abría paso en una sociedad denigrante. El caso de Dashiell Hammett (Saint Mary´s County, Maryland, 1894- Nueva York, 1961) es el ejemplo más claro, un hombre sin oportunidades, no pasó de los estudios primarios, se ganó la vida de formas muy distintas desde los trece años, y de ellas aprendió las claves para sus futuras novelas. Agente de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton de Baltimore, origen del futuro FBI, se alistó como voluntario en la I Guerra Mundial y destinado a Francia, aunque un brote de tuberculosis frustró sus deseos de seguir en ella; a su vuelta comenzaron sus problemas con el alcohol que lo acompañarían durante toda su vida, trabajó en publicidad y enseguida publicaría en la revista Black Mask, donde dio vida a uno de sus personajes más célebres y conocidos, el agente de la Continental, Sam Spade. Su prestigio llegaría con sus primeras novelas, Cosecha roja y La maldición de los Daín, en 1929. Un año después aparece, El halcón maltés, una historia que cuenta como el detective privado Sam Spade está sentado en su oficina, mirando por la ventana la ciudad de San Francisco, cuando irrumpe una misteriosa dama, la señorita Ruth Wonderly. La elegante mujer pretende investigar el paradero de su hermana; el socio de Sam se ofrece para buscar al hombre, pero es asesinado. Hammett publicó su última novela en 1934, comenzó una relación amorosa con Lillian Hellman, que duró más de treinta años, y durante décadas se dedicó, desde el Partido Comunista, al activismo político. 

       Muy diferente es la vida de Raymond Chandler (Chicago, 1988- La Jolla, California, 1959), aunque ambos coincidieron por su presencia en la I Guerra Mundial, coincidieron en algunas publicaciones, se hicieron un nombre en el mundo del cine, y estuvieron marcados por su adicción al alcohol, además de consecuentes para denunciar en sus obras la descomposición moral de la sociedad norteamericana. Chandler tuvo una educación exquisita en Londres, a donde se trasladó con su madre tras el divorcio de sus padres. Ampliaría estudios en Francia y Alemania y llegó a trabajar como funcionario del Gobierno británico; destacaría como periodista en varios medios, el London Daily Express y la Bristol Western Gazette. Cuando en 1912 regresó a Estados Unidos ya había publicado poemas y un relato, se alistó en la Fuerzas Expedicionarias Canadienses y luchó en Francia en la I Gran Guerra. Se casó con una mujer bastante mayor que él, y abandonó sus ocupaciones para dedicarse a escribir relatos pulp (historias de terror, policíacas, ciencia-ficción o fantásticas) publicadas en revistas populares de kiosco, aunque desarrolló un estilo propio y diferente a otros autores. Su gran novela llegaría muy tarde, cuando el autor contaba 51 años, se trata de El sueño eterno (1939), donde su conocido detective, Philip Marlowe, rescata de un chantaje a la hija de un millonario. Casi quince años después publicaría su obra maestra, El largo adiós (1953).
       La estela de Hammett y Chandler se prolongaría durante años en Estados Unidos donde se profesa y cuida la tradición de novela negra y cuenta con excelentes representantes y seguidores de la misma: casos de James M. Cain (Anápolis, 1892- Maryland, 1977), autor de El cartero siempre llama dos veces (1940), o el cronista de la perversión y depravación, lo infame y lo maligno que encierra el ser humano, un maestro del género, Jim Thompson (Oklahoma, 1906- California, 1977), con obras como 1.280 almas (1964), Chester Himes (Missouri, 1909- Alicante, 1984), que introdujo el problema racial en sus novelas, con negros en Harlem; obras suyas, Todos los muertos (1960), El gran sueño del oro (1960) y Un ciego con una pistola (1969); a ellos hay que añadir, una mujer, imprescindible hoy, Patricia Highsmith (Texas, 1921-Suiza, 1995), cuyos temas recurrentes, la mentira y la culpa, dominan a sus personajes que se mueven por la lado oscuro de la vida, entre ellos, Tom Ripley, ocasionalmente un asesino, protagonista de toda una saga. Su primera novela fue todo un éxito, Extraños en un tren (1950), adaptada pronto en el cine. Y a la lista, se unen los más recientes, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Ellroy, Michael Connelly o Dennis Lehane, que merecen otro estudio aparte.

Clásicos franceses e ingleses
       Francia siempre adaptó valores culturales capaces de desarrollarse en su territorio y crecer. Los maestros norteamericanos desembarcaron en el país y consiguieron aun más prestigio que en sus lugares de origen. Eugêne François Vidocq (1775-1857) fue el origen del todo, salvado de la guillotina, informador de la policía, sugirió la creación de una brigada, hoy la Sureté Nacional. Gaston Leroux (París, 1868) conocido por su novela, El fantasma de la ópera, debe su fama a su periodista-detective, Rouletabille, una especie de Sherlock Holmes, aunque bastante más común que el británico. El escritor belga, Georges Simenon, elevó la novela negra francesa a la altura del resto de producción en el mundo; la aparición del comisario Maigret alteró las características del género, supuso un análisis psicológico y el retrato del ambiente donde se desarrollaban las historias. Un total de 75 fueron las historias protagonizadas por el famoso comisario. Siguieron las novelas de Léo Malet, Auguste Le Breton, Frédéric Dard,  y actualmente, Jean-Jacques Reboux, Marc Villard, aunque hoy, la más famosa con numerosos seguidores en España es, Fred Vargas. La novela policíaca británica se caracteriza por sus exquisitos modales, una innegable escrupulosidad en la investigación, escasa violencia, sus detectives son hombres y mujeres de brillantes cerebros y admirable intuición. Arthur Conan Doyle y Agatha Christie gozan de una indiscutible fama universal, herederos del legado de Edgar Allan Poe autor del personaje, Auguste Dupin, protagonista de su celebrada obra, Los crímenes de la calle Morgue. Conan Doyle empezó muy pronto a publicar y su famoso detective, Sherlock Holmes nació antes de que cumpliera los treinta años, Estudio en escarlata (1887). Hoy las cuatro novelas y cincuenta y seis relatos se siguen editando y está traducido a ochenta y cuatro idiomas, con más de cinco millones de libros editados anualmente en Reino Unido y Estados Unidos. A Conan Doyle le siguió en fama de Agatha Christie, y la creación de sus personajes emblemáticos, Hércules Poirot y Miss Marple. Su primera novela fue rechazada, El misterio caso de Styles (1920), y no consiguió el éxito esperado, pero al publicarla por entregas en The Weekly Times, se convirtió en un auténtico best-seller. Christie llegó a escribir 79 novelas y decenas de historias breves, además de obras de teatro. En 1930 se creó la London Detection Club con la intención de ordenar el género y allí acudían autores como Dorothy Leigh Sayers, Arthur Morrison, G.K. Chesterton, Freeman Wills Croft o el padre Ronald Knox, la saga ha seguido, años después, con P. D. James, Val McDermid y la renovación del género encabezada por Ian Rankin.


La invasión nórdica
               Kurt Wallander fue el primer inspector que se asomó a las librerías españolas de la mano de Henning Mankell (Estocolmo, 1948), que retrata, de manera magistral, la sociedad de hoy y denuncia las perversiones y los males de los países europeos más desarrollados, además de las necesidades y carencias de los lugares más pobres. La serie Wallander está compuesta por diez títulos, la primera, Asesinos sin rostro (1991) y la última, El hombre inquieto (2009). La suerte de estas novelas ha provocado todo un aluvión, desde Stieg Larsson, Camilla Läckberg, Asa Larsson, Jo Nesbø, Mari Jungstedt, Jens Lapidus, Karin Fossum, Leif Davidsen y Peter Hoeg que en 1992 se asomó a nuestras conciencias con Smila y su especial percepción de la nieve.

Novela negra en España
       En España, el género novela negra, ha tenido durante las décadas últimas un desarrollo desigual, desde que en la transición española se difundió en colecciones editoriales que la apartaron de esa literatura de kiosco, cuando se consideraba como algo menor o de fácil lectura. Así a las colecciones apuntadas, se constata una novela de corte policíaco que apunta ciertos estados sociales tras un largo franquismo que provoca un análisis del fracaso del realismo social. Aunque se aleja de los planteamientos del género inglés, está más cercano al norteamericano porque centra su atención en el asesino así como el aspecto social que rodea al crimen. En estos últimos años no solo podemos hablar de los clásicos, García Pavón, Vázquez Montalbán, Madrid, o Andreu Martín, sino que también han picoteado en el género, desde esa doble perspectiva, lo puramente criminal o el uso de la investigación como medio para plantear el tema, autores como Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta (1975), Millás, Papel mojado (1983), Marsé, Ronda del Guinardó (1984), Puértolas, Queda la noche (1989), y otros como Chirbes, Martínez Reverte, Jose Luis Muñoz, Muñoz Molina o Pérez Merinero.

       La madre de Petra Delicado, Alicia Giménez Barlett (Almansa, Albacete, 1951), publicó, Ritos de muerte (1996), donde aparece por primera vez la inspectora y el subinspector Garzón. Después apareció, Días de perros (1997), Mensajeros en la oscuridad (1999), Muertos de papel (2000), Serpientes en el paraíso (2002), Un barco cargado de arroz (2004), Nido vacío (2007) y El silencio de los claustros (2009). El más de los devotos discípulos de Vázquez Montalbán, Domingo Villar (Vigo, 1971), afirma que es mucho más fácil entender la historia reciente de España a través de su maestro y la novela negra. Dos novelas, protagonizadas por el policía, Leo Caldas, Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009), relatos con un afiliado sentido del humor, además de un crudo retrato de las miserias y los secretos humanos de la sociedad gallega. Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), veterano del género, durante las dictadura franquista sobrevivió firmando bajo seudónimo novelas de todo tipo y, aunque reconocido en el extranjero, solo pudo publicar con su nombre las novelas policíacas tras la instauración de la democracia, Expediente Barcelona (1983), El pecado o algo parecido (2002), No hay que morir dos veces (2009), protagonizadas por el inspector Méndez, un tipo con un instinto especial, que se conoce Barcelona al dedillo y acumula problemas en su trabajo diario. Y el referente más actual de novela negra es Lorenzo Silva (Madrid, 1966) que ha popularizado a una pareja de la Guardia Civil, Bevilacqua y Chamorro que, en cierta medida, representan dos elementos típicos de una realidad española a través de los cuales el madrileño se permite describir la sociedad y los problemas de nuestro país en estas últimas décadas ofreciendo un tipo de investigación criminal muy nacional, poco conocida por el público lector. La primera aparición de estos personajes, El lejano país de los estanques (1998), y con la siguiente entrega, El alquimista impaciente (2000), ganó el prestigioso Nadal. Han seguido, La niebla y la doncella (2002), Nadie vale más que otro (2004), La reina sin espejo (2005) y La estrategia del agua (2010). Ambos agentes forman parte de la Unidad Central Operativa que investiga homicidios. Silva les ha otorgado una vida propia, Bevilacqua es divorciado, padre un hijo y colecciona soldados de plomo de ejércitos derrotados, es inteligente, sincero y disciplinado; Chamorro es aficionada a la astronomía, una mujer sensata, tímida y de carácter agrio.
       El éxito de este género en España ha llevado a otros autores a intentar incluirse en el universo de la novela negra, Marta Sanz, Black, black, black, José Ángel Mañas, Sospecha, Luis García Jambrina, El manuscrito de piedra y El manuscrito de nieve, Cristina Fallarás, Las niñas perdidas, un género refrendados por la Semana Negra de Gijón y, últimamente, la BCNegra de Barcelona, y por el Festival de Novela Negra de Getafe.

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