Yolanda Regidor
La
espina del gato (Berenice, 2017)
es una novela ambientada en el Madrid de la guerra civil, que pronto se
convierte en un emotivo relato visual y en un documento de absoluto rigor.
Yolanda Regidor (Cáceres, 1970) se
licenció en Derecho y cursó un máster en Psicosociología aplicada. Formadora
ocupacional, trabaja como asesora jurídica y docente en proyectos de inserción
sociolaboral. Debutó con la novela La
piel del camaleón (2012), con Ego y
yo, logra el Premio Jaén de Novela 2014. Ha sido novelista invitada en Medellín,
Colombia, con motivo de la
Fiesta del Libro y la Cultura, dentro del programa de interculturalidad
Extremadura-Colombia. Su tercera novela, ambientada en el momento histórico de la Guerra Civil, acaba
de aparecer en la editorial Berenice, 2017.
Parece
que empezó a escribir por casualidad, ¿qué le llevó realmente a hacerlo?
Supongo que el germen ya estaba ahí;
quizá en un precioso cuento ilustrado de Caperucita, que es lo primero que
recuerdo haber leído. Pudieron ser también mis caóticas lecturas desde muy
joven: podía pasar de Poe a Delibes y de Goethe a Quevedo pasando por Henry
Miller. Por entonces, de vez en cuando, escribía algunos textos cortos o
aforismos; pero lo que realmente me llevó a hacerlo en serio fue algo muy poco
serio: una apuesta. La gané y fue una sorpresa hasta para mí, pues nunca creí
que fuese capaz de escribir, y menos aún novelas; siempre pensé que se requería
mucha más paciencia que la que yo tengo. Pero al final resulta que es todo
cuestión de instinto.
¿Debemos
tender un firme nexo con nuestra realidad inmediata para escribir una novela?
Inevitablemente siempre dejarás huellas
de lo que estás viviendo o sintiendo en esos momentos, aunque solo sean
pequeñas pinceladas aquí y allá; sin embargo, con lo ‘inmediato’ puede
sostenerse un relato o un poema, pero nunca una novela. La narración larga
requiere alejamiento, salir de tu ombligo y ver las cosas desde muchos ángulos
distintos, meterte mucho más profundamente en pieles que no son la tuya e
intentar, en un esfuerzo de empatía sostenida, expresarlo de modo que el lector
haga lo mismo. La realidad de cada uno es demasiado cambiante y una novela te
pide anclarte en su mundo durante mucho tiempo.
La piel del camaleón (2012) retrata a toda una joven generación de
universitarios que quería vivir en absoluta libertad ¿ese era el ambiente
social de los 90?
Sí, pretendí reflejar el sentir de esa
generación en la que estudiar una carrera era algo obligado porque, en muchos
casos, suponía el sueño de unos padres que no habían podido hacerlo. Quise
expresar esa sensación de desasosiego que surge por la incapacidad de cumplir;
de esa culpa que, paradójicamente, arrastra a fallar aún más. En esas circunstancias saber cambiar de piel
como un camaleón es imprescindible, lo que conlleva el peligro de llegar a no
saber quién se es realmente.
Ego y yo (2014), ¿nos propone describir del tormento de la
primera madurez?
Ego
y Yo surge de la evolución natural del pensamiento. Si en la primera me
planteaba la importancia de ser uno mismo, en esta otra lo cuestiono y escribo
sobre nuestra necesidad natural de completarnos con naturalezas ajenas, de
dejarnos llevar por nuestro diablo y descargar en él nuestros bajos instintos.
¿Qué
ha cambiado en sus novelas para que el espejo en que se miran sus personajes
sea tan diferente?
La Guerra Civil era un
tema que me atraía desde hace tiempo. El origen de ello está en las
“batallitas” de mi abuelo, que cierto día dejaron de ser fábulas para mí y fui
capaz de verlas en color, predominantemente en rojo sangre. Cuando tienes una
revelación siempre te preguntas por qué no la has tenido antes, y eso la
convierte en materia pendiente.
Sus
novelas, calificadas de duras e inquietantes, ¿son cómo la vida misma?
Escribo acerca de cuestiones que, de
alguna forma, me han dejado huella o que me inquietan profundamente; pero
aunque el tema pueda ser áspero, alterno de forma natural lirismo y crudeza,
porque así es la vida. Dice un personaje de ‘Ego y Yo’ que las hojas de un
árbol directamente iluminadas por el sol parecen blancas, y que solo sabemos
que son verdes porque vemos las que están a la sombra. Y eso es algo que quizá
tenga interiorizado en mi manera de ver las cosas.
Otra
de sus características, esa vuelta de tuerca en sus historias, ¿para que nos
obliguemos como lectores a cuestionarnos cuanto hemos leído hasta el momento?
Exacto. Yo nunca estoy conforme con mis
reflexiones; jamás las doy por cerradas porque siempre hay un paso más que se
puede dar y te lleva a una conclusión distinta. Escribiendo trato de
desmadejar, desafiando a mi propio criterio e intentando despertar igualmente
ese apetito en el lector.
Se
lo pregunto porque, La espina del gato
(2017) no es otra historia sobre la guerra civil, ¿qué pretende con este
retrato de una infancia marcada?
Mi generación ha crecido en la completa
ignorancia de unos hechos muy cercanos. Durante años se callaron muchas cosas,
por miedo unos, por vergüenza otros; y eso ha tenido consecuencias ya no solo
en la cultura histórica y política de este país, sino en nuestra propia conciencia.
Rápidamente todo nos ha caído muy lejano, y no hemos sido capaces de empatizar
con nuestros abuelos. Quizá he pretendido compensar a destiempo.
¿Debemos
entender que la anciana cuenta la “historia privada” de una niña que lo pierde
todo y se convierte en una persona muy diferente?
Es una historia de superación de
adversidades, de adaptación al medio, de cómo algunas cosas permanecen de por
vida cuando se han vivido en circunstancias extraordinarias, porque te
despiertan y te apegas para siempre, como un patito a lo primero que ve al
salir del huevo. Pero sobre todo, a través de su relato, ella descubre y nos
hace descubrir la intemporalidad de los sentimientos y que el instinto de
supervivencia y el miedo a la soledad son los motores que empujan, -ahora y siempre, en guerra o en paz- a
sentir, a dejar de sentir y a sentir de nuevo.
La
primera parte del relato discurre en el Madrid de los primeros días de la
guerra, y el encuentro con Ventura e Isidro desencadena una historia diferente,
¿resultaba obligado ese cambio de registro para ofrecer esa visión cruel de la
contienda?
Quería ofrecer una visión panorámica,
global, entrelazada; del antes, del durante y del después. La narradora va
haciendo un “zapping” entre sus recuerdos, de tal forma que es ella misma la
que, mientras lo cuenta, cambia su propio registro, como si realmente volviese
a meterse en la niña que fue – velada y feliz al principio, desamparada
después-, en la mujer de mediana edad en la posguerra y en la octogenaria que
es al momento del relato. Me interesaba mucho hacerlo así, porque creo que la
intensidad de ciertos recuerdos nos llevan en ese lapso a ser quienes fuimos.
La
segunda se aleja de la visión de ese registro infantil que regala usted al
lector, candor e ingenuidad se pierden, y se añade crudeza y horror, ¿de qué
manera intenta acentuar esa idea de un repertorio de pérdidas?
La guerra supuso un quebranto para
todos. Se malograron todos los prometedores planes de la incipiente clase
media, la seguridad de la clase alta y las oportunidades para las bajas. Las
pérdidas se suceden una tras otra de manera natural en un periodo muy corto de
tiempo, pues una vez que estalla ya nadie sabe cómo ha sucedido ni de qué
manera atajarlo; no se prevén las terribles consecuencias. La narradora nos
advierte de cómo pueden cambiar las cosas que creemos inamovibles.
Los
juegos están muy presentes en la novela, ¿el último juego que se proponen los
niños resulta un auténtico guiño histórico?
Sí. Planteo una situación que pudo darse
fácilmente y que podría haber cambiado la Historia. La
politización de los niños era muy grande en aquellos días y, para muchos, la
frustración al acabar la guerra fue enorme porque los sueños de victoria se
habían grabado a fuego durante tres años. Si a esto unes el odio hacia el
enemigo y la impulsividad propia de la edad, lo raro es que no sucediera.
Esta
novela ¿ha supuesto para usted un cambio de registro? ¿es una narración mucho
más ambiciosa?
El reto ha sido mayor, sí. No solo
suponía cambiar mi estilo anterior por un relato más calmado de una narradora
anciana, sino a su propio cambio de registro dependiendo del momento de sus
recuerdos. He tenido que meterme en una octogenaria recordándose niña, mujer
adulta y viviendo su momento presente.
Para
no dejar mal gusto a lector, ¿es también una historia de amor frente a tanta
crueldad descrita?
Por supuesto. La base de toda la
historia es la búsqueda del amor y su propio análisis acerca de cuál es el
verdadero, porque se cuestiona si el que siente, tal vez, solo esté fijado por
la imposibilidad de vivirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario