Antonio Tejedor
García: “La escritura te obliga a penetrar en la realidad, a bucear en ella y
rastrearla desde diferentes puntos de vista”.
Antonio Tejedor García (Fuentespreadas,
Zamora, 1951) ha desarrollado su vida laboral como maestro y profesor de
instituto. Ha publicado las novelas, Hijos
de Descartes (2008) y Lagartos de la
Quebrada (2010) y el libro de relatos, No
me cuentes mi vida (2014). Colaborador de las revistas, Ágora, Albero, A
Contrapalabra, Narrativas. Incluido en las antologías, Palabras contadas (2015) y Relatos
de Zamora (2017). Ha cultivado la literatura juvenil, El mercancías y Sentados en
el borde de una nube. Acaba de publicar su última novela, Todos los espejos, rotos (2017),
radiografía inexcusable de la España actual, aunque la novela de Antonio
Tejedor contiene los ingredientes propios de una novela policíaca, porque
incluye un secuestro, muertes, pesquisas, policías buenos y corruptos, y de
alguna manera rompe con el esquema habitual de este tipo de historias, puesto
que el investigador no es un policía, sino un joven periodista con un trabajo
precario, y además, ocasionalmente, es traductor para la policía, por su origen
árabe. Pero un guiño del destino le lleva a ser testigo de un secuestro, entonces
el periodista se verá obligado a trabajar codo con codo con la policía y, por
tanto, el narrador focaliza toda su atención en la información y pesquisas del
joven reportero.
Sus comienzos en teatro, relato para
llegar a la novela, ¿son fruto de un largo proceso de escritura?
Si al hablar de proceso nos referimos a
una intencionalidad, a un trabajo previo con un fin determinado, no. Al
escribir las obras de teatro para los niños del colegio o los primeros cuentos la posibilidad de escribir
una novela no llegaba ni al estado de quimera. Menos aún, publicarla. Fueron
pasos aislados, inconexos, a medio camino entre la necesidad, la ilusión y un
toque de pedagogía. Lo que no quiere decir que, a la larga, no se hayan
convertido en un proceso de aprendizaje
¿El cuento y
la novela sirven como un camino distinto para encarar una realidad social más
cercana?
La
escritura te obliga a penetrar en la realidad, a bucear en ella y rastrearla
desde diferentes puntos de vista. Aunque cada uno tenemos una ideología y una
forma de pensar, al escribir un cuento o una novela tienes que abrir la mente a
otras perspectivas. Eso resulta muy enriquecedor a nivel personal, te hace más
tolerante con las ideas de los demás. En este sentido, la escritura es algo
terapéutico.
Ahora publica
una tercera novela, Todos los espejos, rotos (2017) ¿cree usted que la realidad
cotidiana debe contarse desde la perspectiva de una novela de género negro?
El género
negro es el que mejor se presta a la crítica social. Es más, creo que es la
auténtica literatura social de nuestra época en el sentido que le daba Rafael
Chirbes. ¿En qué otro género podemos encontrar de un modo tan claro y patente
el clima de miedo, violencia, corrupción o personajes de una catadura moral
bajo mínimos que nos ofrece la sociedad de hoy? Por otra parte, la novela tiene
mayor permisividad que la prensa y comienza a no ser extraño que para buscar la
verdad haya que recurrir a la ficción, a la novela.
Vista así la situación, ¿no podemos,
entonces, mirarnos en ningún espejo?
Las instituciones con las que nos
dotamos en un sistema democrático han dejado mucho que desear en el tema de la corrupción. Esos
espejos donde debería mirarse la ciudadanía han quebrado. Pero no todos en la
misma proporción. Igual sucede con las personas que trabajan en ellas y que han
sido honradas y consecuentes con su obligación. El principal problema radica en
la dependencia de las instituciones respecto del poder político y económico.
Su protagonista no es un detective, sino un joven
periodista, ¿quizá porque su visión de lo cotidiano pasa por el tamiz del
periodismo?
La prensa ha sido, históricamente, el
medio de información del que más nos fiábamos. Ha sido. Hoy, con las honrosas
excepciones que no pueden faltar, está
en manos de los grupos bancarios y empresariales; precisamente donde anida la
gran corrupción. Y almas cándidas no
son, creo. Ni les gusta tirar piedras a su propio tejado. Otra cosa es el
periodista como persona, que vive al lado de nuestra casa y con el que tomamos
una cerveza. Un tipo normal y corriente, con sus amigos, familia, amores,
miedos, ilusiones… Un detective profesional no daba el perfil que pretendía
para esta novela, se hubiera limitado a cumplir con su trabajo sin
posibilidades de una reacción como la que tiene nuestro periodista.
¿Cree que Todos los espejos, rotos
pasaría por señalar un cierto modelo costumbrista de narrativa contemporánea?
El costumbrismo, según el RAE, es el
retrato de las costumbres típicas de un país o región, sin que haya que ceñirse
exclusivamente al folclore. ¿Algo más típico que la corrupción a todos los
niveles? Y reitero lo de todos los niveles, incluido el de la ciudadanía, que
la moral no entiende de cantidades (para eso está la ley). El hecho moral es el
mismo robando cincuenta que cincuenta mil, y eso parece estar en nuestro ADN
desde tiempos inmemoriales. No hay más que recordar al Lazarillo, Rinconete, El
Buscón…
¿Ha querido condensar muchos de los temas que vemos
y oímos en las noticias a diario?
Todos
los espejos, rotos es una novela. De haber querido seguir las noticias de
cada día hubiera necesitado escribir una saga con más capítulos que Cuéntame.
La corrupción no pasa de ser un telón de fondo sobre el que proyectar la vida
diaria del ciudadano y mezclarla con ese tema recurrente a unos niveles medios,
de segunda división, podíamos decir. La CORRUPCIÓN, así, con mayúsculas está en
las altas esferas del poder, que no es el tema de mi novela.
El secuestro y asesinato, ¿se
convierten en el motivo para contar el resto de la historia, en torno a la
familia, el paro, el amor, la soledad…?
Claro. La trama de ficción no deja de
ser una simple disculpa para hablar de la vida; en este caso, de la nuestra, de
la de hoy en día.
Sin el matiz de la corrupción, ¿quizá no
hubiese existido una historia?
Por supuesto, pero le hubiera faltado lo
fundamental: la conexión con la vida, con la sociedad. No entiendo
la novela como un juego floral, un divertimento insustancial que, como mucho,
arranque una sonrisa. Yo quiero que pinche, que remueva conciencias, que haga
reflexionar. Luego, allá cada uno. Lo que no puede es ser anodina, que pase sin
dejar huella. Eso sería un fracaso.
¿Debemos leer entre líneas si consideramos el
ascendente árabe del protagonista?
No, el ascendente árabe del periodista
no tiene otro motivo que el de tocar el tema de la integración social de los
emigrantes, la posibilidad de la
misma. No podemos rechazarlos por el solo motivo de haber
nacido en el extranjero o ser descendiente de personas de otro país. Todos los
seres humanos han sido emigrantes a lo largo de los siglos, incluidos los
antepasados de los xenófobos.
¿Eso justificaría la doble vida del
joven periodista?
Aquí hay más de una lectura. Por un
lado, es la vida de cualquier joven, trabajo precario, recurre a tareas que
cobra en negro… La vida misma. Otro componente es el de la prostitución, que yo
entiendo como una doble corrupción: la económica y la venta de la persona, de
la dignidad humana. Mi función a la hora de la creación literaria no es juzgar
comportamientos; pero no tengo por qué esconderlos, están ahí, existen.
El lenguaje correcto, preciso,
actual, ¿debería ser analizado algunos años después como una muestra de
expresión literaria y cotidiana?
Cada escritor tiene su estilo y el mío
es este; o, al menos, lo procuro. Temas hay tres o cuatro sobre los que versan
todas las novelas. El amor, la muerte, el poder. ¿Qué las diferencia? El
estilo, la forma como están escritas. Una novela vale lo que vale el lenguaje
que utilizas para escribirla. Por eso pongo tanto empeño en ser preciso. Y, por
supuesto, actual, entendible para todos los lectores. Si este lenguaje ha de
ser o no motivo de estudio debe quedar al criterio de otras personas.
Su vena cuentística ¿queda patente en
los relatos intercalados, o se trata de una recurso narrativo más?
El cuento es otra forma de expresión a
la que recurro con frecuencia. Es muy motivador, te obliga a ser conciso,
exacto, certero. En Hijos de Descartes, mi primera novela, también incluí
algunos, pero depende de la trama, de si aporta o no a la novela. En Todos
los espejos, rotos aproveché el cuento para darle, en cuanto a la forma, un
final inédito a la vez que sorprendente.
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