Alejandro López Andrada
Hombre raro
Soy el último hombre que habla con los pájaros,
el que susurra al ojo
del autillo
cuando en el campo
ya no queda nadie
y en el crepúsculo
yace un resplandor
que sólo mi alma puede
comprender.
Soy el anciano
que ama las ortigas
cuando, al atardecer,
vomita el sol
la lentitud violeta de
las sombras
que tiemblan como
enredaderas mansas
baja la carpa inútil
de lo azul.
En derredor de mi alma
solo hay frío
pero en mi pecho aún
duermen los pastores
y cae el estío en la
palma de mi mano
como un lagarto de
oro.
Soy la luz
que a los gañanes
muertos les da agua,
aquel que ama el dolor
de los nogales
cuando vomita juncos y
brezo el sol, minutos antes
de la oscuridad.
A veces soy la espiga
enamorada
de las estrellas
últimas del cielo
y me hundo en las
veredas más lejanas,
donde no llega nadie
en el invierno
que no sea el vuelo
del autillo en flor y el deambular
del vagabundo angélico
que en los trigales
esconde
la humildad serena de
su viejo acordeón.
Vivo en el vientre
antiguo de las nubes
y en el otoño acojo
los silencios
felices del buhonero
que transita entre las
zarzas del amanecer.
Los mirlos me saludan
cuando cruzo
la paz del horizonte
hundido
y vuelo
con las libélulas por
la superficie
del lago
indestructible del amor.
Me abrazan las
collalbas:
soy el viejo,
el hombre último que
habla con los pájaros.
Nadie me entiende; por
eso tengo alas
y aún me refugio en la
musgosa paz
del búho feliz entre
los peñascales
o en el sigilo de los
petirrojos bajo el temblor violeta
de las sombras
que aún regurgita el
sol de mi niñez, donde aún resiste la única verdad.
(La esquina del mundo,
2012)
© Alejandro López Andrada
© Berenice,
2018
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