Edurne
Portela
Edurne Portela
(Santurce, Vizcaya, 1974) ha desarrollado su carrera profesional en Estados
Unidos, país donde realizó primero un doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Chapel
Hill, Carolina del Norte, para después trasladarse a la Universidad de Lehigh
(Pensilvania), donde ha sido profesora titular de Literatura Hispanoamericana y
Española. Durante 13 años compaginó el trabajo docente con la dirección del
centro de investigación para las humanidades de la universidad (Humanities
Center).
En enero de
2016 puso punto final a su carrera universitaria en Estados Unidos y volvió a
España, y desde entonces se dedica por completo a la
escritura y colabora en medios como La Marea
y El Correo, escribiendo sobre el
conflicto vaso. Ha publicado el ensayo El
eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia (Galaxia
Gutenberg, 2016) y recientemente la novela Mejor la ausencia (2017), también con Galaxia
Gutenberg.
Una pregunta tópica,
¿es hora de poner distancia con respecto al terrorismo en Euskadi?
Si por poner
distancia se refiere a empezar a verlo desde una perspectiva histórica,
desvinculada de nuestro presente, diría que sí y que no. Por una parte, creo
que ya han pasado los suficientes años desde el final de la actividad
terrorista de ETA como para empezar a evaluar, con toda la complejidad que el
tema entraña, ese pasado. Por otra parte, las secuelas del terrorismo y de
otras cuestiones relacionadas con la violencia en Euskadi están todavía muy
vivas. Las heridas son muy recientes y por tanto no deberíamos pensar que, una
vez acabada la violencia de ETA, han acabado todos los problemas. Ese
terrorismo está inscrito en un problema mayor que no se circunscribe a la
actividad terrorista y que no sólo afectó a víctimas y verdugos, sino que nos
atravesó como sociedad.
Sin embargo, parece
que el problema del terrorismo vasco queda un tanto desdibujado en Mejor la
ausencia (2017), ¿entonces qué intenta transmitirle al lector?
El tema del
terrorismo vasco es uno más de muchos temas en la novela. Es una obra que
se desarrolla principalmente en los años 80 en una zona de Euskadi —la margen
izquierda del Nervión, los pueblos que van de Bilbao a Santurce— que vive un
momento convulso: el proceso de desindustrialización, la incursión de la
heroína en nuestros entornos, unos índices de paro entre el treinta y cincuenta
por ciento, y sí, también ETA, su entorno, la violencia policial, la presencia
amenazante de los GAL. Este es el contexto histórico de la novela que, además
aporta una crítica a la violencia patriarcal.
¿Cómo asume su
generación la violencia etarra?
Creo que no puedo hablar en nombre de mi generación. Sería
demasiado arrogante de mi parte. Lo único que puedo decir es que hemos empezado
un proceso de indagación, de intentar entender qué supuso esa violencia —que
como digo arriba no era la única— para nosotros. Hemos nacido y crecido con la
sombra de ETA y creo que aquí cada uno ha tenido su proceso: algunos de
acercamiento y posterior rechazo, otros de rechazo continuo, otros de miedo y
huida, otros la han abrazado y la siguen justificando. No sé, como te digo, no
puedo hablar en nombre de nadie, sólo en el mío.
¿Su novela en el
resultado de una autocrítica o quiere mostrar su responsabilidad como vasca?
La verdad es que
no pretendo mostrar nada con la
novela. No hay una tesis detrás de ella, ni una
intencionalidad. ¿Autocrítica? Supongo que sí, y que la arrastro desde El eco
de los disparos. Ese ensayo sí fue un ejercicio de autocrítica, de escribir
desde dentro y desde mi posición de testigo sobre nuestra responsabilidad en
relación a la
violencia. Igual ese lugar de la escritura ha continuado en
Mejor la ausencia, pero no me lo he planteado como un objetivo.
¿La protagonista,
Amaia, y su entorno familiar, se convierten en un reflejo de la sociedad vasca
en los 80?
Por lo que me
dicen los lectores que conocen bien esos años y ese contexto que describía
antes, sí son personajes que remiten a una situación social, económica y
política específica.
¿La niña Amaia crece en esa
espiral de violencia que vive a su alrededor, ¿el personaje es el resultado
inequívoco de esa violencia?
Cuando empecé
a escribir la novela desde la perspectiva de Amaia me di cuenta que eso era
precisamente lo que me interesaba: indagar cómo marca desde la infancia vivir
en un contexto en que la violencia es una constante, dentro y fuera de casa.
Quise entender, a través de su evolución, cómo nos moldea afectiva, ética,
políticamente, cómo marca nuestras relaciones sociales, familiares, amorosas,
cómo, en definitiva, nos situamos en el mundo cuando nuestra vida está marcada
por la violencia.
¿Cree usted que hay
mucha crueldad en las páginas de Mejor la ausencia?
Sí, creo que
hay crueldad, pero no es una crueldad gratuita, sino que creo que desvela
cuestiones que incomodan pero que son parte de nuestra historia y, por
desgracia, de nuestro presente. La violencia machista, por ejemplo, y las
reacciones de las víctimas de esa violencia, que no siempre son las que
queremos o esperamos (el caso de Elvira, la madre de Amaia, creo que es buen
ejemplo). Y a pesar de que hay crueldad también hay mucha ternura en la novela. O por lo menos
eso me lo parece a mí.
Por otra parte,
intenta ofrecer un reflejo de esa juventud desarraigada, ¿fue un relato distinto
al que se vivió en el resto del país?
No, yo creo
que esa juventud desarraigada se dio en muchas otros lugares de España. El
extrarradio de Madrid, por ejemplo: en Vallecas sonaba Eskorbuto, como en
Santurce, y también la heroína hizo estragos. Lo mismo en otros paisajes
industriales que también sufrieron la reconversión, como Vigo o Cádiz. Lo que
pasa que en Euskadi parte de esa juventud canalizó su desarraigo por la vía
política radical e incluso la violencia.
¿Hasta dónde llegan
los límites de Amaia?
Yo creo que
son los lectores tienen que interpretar dónde están esos límites.
La niña vive en un
ambiente, casi protegido, hasta que descubre la hostilidad de su entorno en su
adolescencia ¿empieza entonces la destrucción del personaje?
Yo aquí discrepo
con usted. El ambiente de Amaia en la niñez no es en absoluto protegido. Piense
en la violencia del padre contra la madre y los hermanos, el miedo que siente
de que esa violencia se vuelva también hacia ella. Piense en la violencia en la
calle, en el colegio. Las consecuencias del consumo de heroína en el hermano.
En fin, que la infancia de Amaia es durísima. Todo esto hace en ella una mella
terrible y con esa herida llega a la adolescencia, en la que otras violencias
más explícitas entran a formar parte de su vida.
¿Qué queda por hacer
en el País Vasco?, ¿seguir insistiendo literariamente?
Sí, yo creo
que queda mucho por contar y cuanto más pluralidad de relatos haya, mejor. Es
una historia muy compleja y muy larga que no se agota en un par de novelas.
Como su personaje,
¿usted ha vuelto a casa para narrar los sucedido en los 80 y 90?
Pues sí, esa
impresión da. La verdad es que no lo pensé cuando escribí la novela, pero es
cierto que tanto Amaia como yo hemos hecho ese camino de retorno. De todas formas,
aunque yo he pasado mucho tiempo fuera, siempre he estado volviendo. La
diferencia es que ahora lo he hecho de forma más definitiva.
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