José
Antonio Sáez
Su poemario, En la otra ladera (2018)
indaga en la conciencia y la dimensión espiritual del hombre.
José Antonio Sáez Fernández (1957,
Albox, Almería). Ha sido profesor de Lengua y Literatura Españolas, poeta,
narrador y ensayista. Ha publicado los siguientes títulos de poesía: Vulnerado
arcángel (1983), La visión de Arena (1987 y 1988, 2ª ed.), Árbol de iluminados
(1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1997), Liturgia
para desposeídos (2001), La Edad de la Ceniza (2003), Lugar de toda ausencia
(2005), Las Capitulaciones (2007), Limaria y otros poemas de una nueva Arcadia
(2008) y Gozos de Nuestra Señora del Saliente (2010). Estudioso de la obra de
Miguel Hernández y Gabriel Sijé ha publicado numerosas monografías en revistas
especializadas. Es autor de plaquettes y opúsculos poéticos, Certidumbre
efímera (2004), Valle sin Aurora (2005) y Diván de los amantes (2007), así como
de la novela corta Virginia Woolf no pudo amarme (1983).
En
la otra ladera (CatorceBis, 2018)
es su último poemario publicado, y un auténtico ejercicio lírico en prosa que
lleva al poeta a un auténtico estado espiritual y estético con el único
propósito de encontrar la poesía verdadera que logra esa simbiosis comunicativa
entre las emociones y los sentimientos; meditaciones, reflexiones, la búsqueda
de una belleza depurada que constate la sencillez y la contención expresiva del
mejor verso del poeta almeriense.
¿Treinta
y cinco años después se sigue poniendo el mismo tesón en un libro nuevo?
A mi entender, con el paso del tiempo se
es más exigente con uno mismo y con lo que escribes en cada nuevo libro que,
necesariamente, ha de añadir algo novedoso a lo ya dicho, provocado por la
experiencia existencial y el aprendizaje literario acumulados. Hablamos de un
proceso de maduración vital y artística que no se consigue sino a base de
acumular experiencia, de vivir, y de un continuo aprendizaje, los cuales exigen
una carga de constancia, voluntad y humildad considerables. En poesía, como en
casi todo en la vida, siempre se ha de estar en disposición de aprender y de
merecer, en este caso, la lucidez necesaria que permita decir, introduciendo el
dedo en la llaga.
Sus
primeros libros poéticos, Vulnerado
arcángel (1983), La visión de arena
(1987) o Árbol de iluminados (1991) ¿fueron
una tentativa de encontrar una auténtica voz poética?
En mis primeros libros, cuyos títulos
has citado oportunamente, el problema fundamental estriba en la búsqueda de
unas señas de identidad, en unos referentes culturales e históricos que se nos
habían entregado sesgados y manipulados, tema que yo estimaba y sentía entonces
como crucial. Salíamos de una etapa de nuestra historia, el postfranquismo, en
que esas señas de identidad eran tan menguadas que casi no existían y había que
reconstruirlas por silenciadas. Teníamos que saber quiénes éramos en realidad,
porque sentíamos que se nos había burlado nuestro pasado. Era como si
saliésemos de una larga noche oscura, donde casi todo se había borrado y era
necesario saber qué había tras el muro para echarnos a andar y saber a dónde
queríamos dirigirnos. Así ocurre en Vulnerado
arcángel (1983) con las señas de identidad personales y culturales, porque
ya en La visión de arena (1987), la
cuestión se centra en las históricas y geográficas del entorno territorial más
próximo; para acabar en Árbol de
iluminados (1991) con los referentes literarios, especialmente líricos, que
me habían proporcionado una forma de ver y entender el mundo, desde los más
lejanos a los más próximos. Todo estaba por redescubrir y esa tarea me llevó al
menos estos tres primeros libros y casi quince años de mi vida.
¿Nuestra
sociedad vive exclusivamente de la palabra y de su valor implícito?
No, no creo que sea así. Las palabras son
esenciales en la vida de los seres humanos porque a través de ellas ponemos en
conocimiento de los demás nuestros pensamientos, sentimientos y emociones; esto
es, nos sirven para darnos a conocer a los demás, para nombrar las cosas y
elaborar el pensamiento, pero no creo que nuestra sociedad viva exclusivamente
de ellas o de su valor implícito, como tú dices. Y ello porque las imágenes,
por ejemplo, resultan poderosísimas, al igual que los avances técnicos y
científicos que facilitan la vida de las personas. En el caso de la palabra
poética, yo la entiendo como muy especial, en el sentido de que es reveladora o,
si así se quiere, desveladora, porque devuelve a los ojos y a los oídos aquello
que permanecía oculto o en lo que no se repara habitualmente por la falta de
reflexión, de evocación o de profundización en la realidad y en la dimensión
interior del hombre. Al menos a mí es esa la poesía que me interesa, no la que
me enseña la realidad tal y como es en su evidencia.
¿En
su poesía existe una visión personal de la tradición lírica?
Mis profesores más estimados me
enseñaron que la mejor poesía española había sido aquella que había sabido
conjugar la tradición con la originalidad, la herencia recibida con la novedad
y la aportación personal. No creo que el poeta sea un fingidor, sino que la
mejor poesía es aquella que suena a verdad desgarrada y profunda. Yo leí y
asimilé la herencia de nuestros poetas clásicos renacentistas y barrocos, a
Bécquer y a los poetas del 27, y así hasta las sucesivas generaciones de
posguerra de las que mi poesía se ha nutrido. He leído cuanto he podido y
siempre estoy en disposición de aprender, si bien he de confesar que con los
años es cada vez menos lo que cae en mis manos que me resulte enriquecedor. No
obstante, quisiera ser y parecer lo que me considero: un poeta modesto, conocedor
de sus límites, en nada engreído, siempre en actitud de reconocer sus errores.
¿El
lector de sus versos deberá ser objetivo o profundamente subjetivo?
Bueno, estimo que en toda poesía hay un
componente objetivo, basado en la propia experiencia existencial, tanto en las
vivencias íntimas como en las personales que nos dejan su impronta o que nos
han marcado profundamente. Personas, vivencias, lugares, triunfos o fracasos
que se dan en toda vida humana están presentes en la poesía. Pero la
poesía debe sugerir, ante todo, más que decir abiertamente, y eso exige
necesariamente, además de complicidad, subjetividad por parte del autor que
construye o cifra su mensaje y del lector que lo descifra o interpreta. No
necesariamente, todo mensaje poético tiene por qué decir algo, significar algo
concreto. Puede ser simplemente audaz, atrevido, bello, tenebroso, imaginativo,
sugestivo, etc., pero lo importante es que llegue al lector, que este empatice
con él. Para mí, el lector de versos debería ir predispuesto con un mínimo de
objetividad y con un máximo de subjetividad. Lo que enriquece la poesía y al
lenguaje poético no es la objetividad, el realismo o lo prosaico, sino la
subjetividad, el arte de sugerir que revela aspectos distintos, posibilitados
por el mensaje poético.
¿Cómo
definiría usted el tono de su voz lírica?
Pues como un tono confidencial e intimista,
emocional y afectuoso, humano y espiritual, cálido, sincero y sosegado, sin
descuidar nunca la elaboración formal y estética del poema, con más o menos
acierto, aspecto este que, en cuanto a su logro, habrá de dilucidar el lector.
¿El
conjunto de sus libros publicados hasta el momento sigue ese terreno
privilegiado para plantearse una interpretación de la intimidad?
Para mí resulta esencial eso que tú calificas como
“interpretación de la intimidad”, porque toda mi poesía puede que sea un serio
intento o necesidad de dar cauce a la expresión de esa intimidad y a la
justificación de una búsqueda del sentido de nuestra vida. Entiendo por
intimidad el caudal de emociones y de sentimientos personales, así como de
ideas y pensamientos, de vivencias espirituales que son propias de un
individuo. He de confesar que en la última etapa de mi poesía me he volcado en
la reivindicación de la conciencia humana, que siento amenazada por manipulada,
y sin la cual no somos nada; así como en la dimensión espiritual del hombre;
sabiendo que el concepto “dimensión espiritual” no equivale sólo y únicamente
al aspecto religioso, que puede estar incluido también; lo mismo que el
conocimiento, la capacidad crítica o la búsqueda de la verdad, el bien y la
belleza.
A
largo de cinco años, 2005 y 2010, usted publicó cinco nuevos poemarios, se ha
tomado mucho más tiempo para publicar el último, En la otra ladera (2018) ¿por
algún motivo esencial?
Fueron cuatro, en realidad: Lugar de toda ausencia (2005), Las
Capitulaciones (2007), Limaria y
otros poemas de una nueva Arcadia (2008) y Gozos de Nuestra Señora del Saliente (2010). Entre ellos publiqué
dos opúsculos titulados Valle sin aurora
(2005) y Diván de los amantes (2007).
Aunque posiblemente no se deba a un solo motivo, aspecto o circunstancia, debo
decir que sentí la necesidad de ralentizar o de detenerme para reflexionar sobre
el rumbo que llevaba en mi poesía. Nunca dejé de escribir, pero sentía la
necesidad de buscar nuevos caminos para una obra modesta, como sucede en mi
caso. Debía seguir quitando capas a la cebolla, seguir desnudándola hasta
hallar su centro, para que mi poesía fuera aún más profunda y desgarrada, más
íntima y humana. Otros factores, como la irrupción de internet y las redes
sociales han ido cambiando los cauces de difusión de la poesía y yo he ido
ofreciendo muestras de mi quehacer en esos años a través de estos cauces que
brindan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Por
otro lado, también en esos años la sociedad ha sufrido una crisis económica
galopante, que nos ha ensombrecido a todos; por lo que tampoco he encontrado
oportunidades de publicar en cuanto a editoriales se refiere.
Su
nuevo poemario, En la otra ladera (2018) se define como un despojamiento
espiritual, ¿tenemos tanta necesidad de volver a un estado espiritual?
Yo nunca intento convencer a nadie de mis
posturas o de mis posicionamientos personales; al contrario, creo ser absolutamente
respetuoso con las de los demás y proceder con escrupulosidad en esto. La
poesía exige despojamiento, desnudez ante los ojos y los oídos de los otros, y
eso significa a menudo pudor y rubor para quien escribe. Porque el poeta nos
descubre la intimidad de sus emociones, vivencias y pensamientos y eso es como
desnudarse ante los demás. En todos mis libros hay un despojamiento espiritual,
porque hay sinceridad y verdad en cuanto escribo, pues cuanto reflejo forma
parte de mi intimidad. No obstante, no veo clara la formulación de la pregunta. Yo no hablo,
creo, de una “necesidad de volver a un estado espiritual”, sino que reivindico
la dimensión espiritual del hombre. Para mí eso quiere decir que los seres
humanos no pueden renunciar nunca a su dimensión trascendente respecto a la
creación y al universo, a la reflexión y al conocimiento, a la búsqueda
constante dentro y fuera de sí mismos, a la verdad, a la crítica, a la
justicia, a la libertad, a su singularidad y a su dignidad, etc. Todo eso forma
parte, para mí, de la dimensión espiritual del hombre. Lo del “volver a un
estado espiritual”, además de que suena políticamente a teocrático, a unión de
política y religión, me suena a sinsentido, si te refieres a eso. Si te
refieres a un estado permanente de vida interior, lo defiendo absolutamente.
Esta
prosa poética que usted pone ahora en nuestras manos, ¿busca en nosotros
emocionarnos, o hacernos ver lo doloroso que supone el ejercicio de la vida?
Puede que las dos cosas. Persigue la emoción, en
efecto, con un sentido elegíaco que significa tener conciencia de lo que
perdemos personalmente, como especie y en relación con el hermoso planeta que
habitamos, con nuestro medio natural; pues no cabe duda de que la amenaza se
cierne sobre nosotros y sobre la casa común que nos acoge. La elegía sublima la
pureza de las emociones en una intensa búsqueda de la belleza. Hay mucha
belleza en la inocencia y en la pureza de las emociones verdaderas, en el despojamiento,
en la desnudez, en la verdad, en suma, tantas veces dolorosa y desgarradora.
Vivir es dolerse y no hay otra. El dolor, la enfermedad, el hambre y las
calamidades, el sufrimiento y la muerte están ahí para que nos cercioremos de
ello.
¿Sigue
usted insistiendo en que la dimensión espiritual del hombre está en nuestra
mejor tradición literaria lírica?
Estoy casi absolutamente convencido de que así es,
pero siempre puede haber excepciones. De unas décadas a esta parte, el
márketing editorial, la mercantilización de la literatura (es obvio que tampoco
la literatura podía escapar al mercado) ha ido incidiendo en sustituir un
estado de cosas por otro, pues editores y escritores vienen primando los
objetivos de venta y beneficios económicos sobre los valores literarios o
espirituales de la obra.
Pero eso sucede hoy en todos los órdenes de la vida,
incluidos los sistemas de difusión de imágenes como el cine o la televisión, en
donde han sido sustituidos los valores que guían a los seres humanos hacia la
verdad, el bien común y la justicia por realidades sociales como la violencia,
el sexo, la codicia, el miedo, la intolerancia, etc., que hacen a los seres
humanos más fácilmente manipulables. Hoy más que nunca, nuestra sociedad
necesidad intelectuales comprometidos que denuncien y pongan de manifiesto la peligrosa
deriva a que nos están llevando esta civilización agonizante y las ideologías
manipuladoras que se alían con determinados medios de comunicación de masas.
Algún
crítico ha señala que “su poesía nos salva en medio de lo oscuro”, ¿cree usted
que vivimos en una permanente oscuridad?
Desgraciadamente, tendría que afirmar
que en buena parte es así, porque la humanidad se encuentra en un momento
decisivo para elegir el rumbo que debe tomar. Si nos equivocamos, corremos un
serio riesgo de desaparecer como especie, destruyendo nuestro medio natural y
destruyéndonos unos a otros. Las ambiciones políticas, la codicia, el odio o la
desconfianza fomentan las posibilidades de crear división entre los pueblos y a
esta hora crucial de la historia de la humanidad estamos todos convocados e
implicados en la resolución de los serios conflictos que nos asedian. No
obstante, no creo que “mi poesía salve a nadie en medio de lo oscuro”,
parafraseando al crítico que usted cita, aunque agradezco que alguien pueda
pensar eso. Lo contrario sería demasiado pretencioso, así como sobredimensionar
la modesta repercusión de mi obra poética. Sí es cierto que, en medio de la
confusión reinante, aspiro a guiarme en medio de la noche con una débil
lamparilla que me sirva para proceder, auxiliado por esa defensa de la
conciencia y por la reivindicación de la dimensión espiritual del hombre.
Necesitamos, quizás más que nunca, poner en práctica valores como solidaridad,
justicia, tolerancia y respeto porque, de lo contrario, no habrá esperanza para
la especie humana.
Según
usted, y según leemos “En la otra ladera”, ¿no debemos nunca dejar de
contemplar el mundo?
Bueno, si ello nos sirve para admirar la
belleza y armonía de lo que nos resta de un medio natural tan amenazado como el
nuestro y asegurarnos de su defensa y pervivencia para las generaciones
futuras: sea de ese modo. Porque ello supone la conciencia de lo que fuimos o
pudimos ser, la denuncia objetiva del afán depredador a que los seres humanos
hemos sometido al planeta a través del consumismo y la acaparación de bienes,
del derroche, el despilfarro y la ostentación, la injusticia y las desigualdades
que tanto dolor y desajustes crean en la convivencia.
¿Seguimos
viviendo en este mundo con las manos vacías?
Quizá a lo que te refieres sea una
imagen de la frustración, la impotencia y la imposibilidad de hacer algo
verdaderamente significativo para evitar la debacle de nuestra civilización, no
tanto por nosotros, sino por nuestros hijos y por las generaciones venideras,
en las que también hemos de pensar. Nosotros no somos propietarios de los
bienes que poseemos, sino usufructuarios de ellos, esto es, los usamos o los
utilizamos mientras vivimos y los necesitamos para vivir, pero después han de
servir a otros que continuarán la presencia de los seres humanos en este
planeta, si antes no se han visto forzados a abandonarlo. Tomar conciencia de
ello es importante. Y actuar en la medida de nuestras posibilidades, en nuestro
entorno. Muchas gracias.
Muchas gracias, Pedro, por difundir esta bien llevada entrevista que me realizaste y que destaca los aspectos esenciales de mi concepción del mundo y de la poesía. Abrazos.
ResponderEliminarBuen poeta, buena persona... la humanidad que desprenden tus versos merecen un reconocimiento quizá, a través, de este modesto proyecto de blog. Gracias amigo.
EliminarGran persona . Se refleja en sus escritos. Es un placer leerte cada dia
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