La noción de memoria está intrínsecamente ligada a la del
tiempo, y San Agustín sabía que no se puede hablar de memoria sin hablar de
tiempo. La memoria valorada por las grandes culturas, como resistencia ante el
devenir del tiempo, sigue siendo una constatación válida en nuestra época. La
memoria del pasado está más presente que nunca, y en literatura asociamos la
memoria con formas literarias que evocan el pasado: la novela, el teatro o la
poesía, al igual que la biografía y la autobiografía, porque en todos estos
géneros o subgéneros, la literatura tiende su mano a su hermana gemela, es
decir, la
historiografía. Es imprescindible, pues, hablar del tiempo
antes de pasar a la memoria.
Buen momento para degustar Los árboles que huyeron (2019) un
texto que conmueve por la autenticidad de lo narrado, por la honda cercanía de
su autor.
Los árboles que huyeron
Alejandro López Andrada
Estamos ante un libro escrito a corazón abierto. La vida
de Alejandro López
Andrada, uno de los mayores poetas actuales en lengua española, y también
sólido novelista, ha sido pródiga en encuentros azarosos y afortunados; en
momentos de rara belleza y fulgor y asimismo de honda pesadumbre. Unos y otros
tienen cabida en las páginas de esta obra singular, donde el autor de La dehesa
iluminada y Entre zarzas y asfalto echa la vista atrás para rescatar
su relación con autores renombrados de las últimas décadas como Julio
Llamazares, José Hierro, Caballero Bonald o Antonio Colinas; para evocar su
niñez en un ámbito rural, agreste, que habría de marcar de manera decisiva su
forma de entender el mundo y su propia obra.
Frente al libro de memorias autocomplaciente y selectivo en el recuerdo, López Andrada brinda a toda suerte de lectores, tanto a los más conocedores de su trayectoria literaria como a los que aún no lo son, un texto que conmueve por la autenticidad de lo narrado, por la honda cercanía de su autor, capaz de revelar aquello que tendemos a ocultar incluso a los más próximos. Y todo ello con la maestría de un escritor deslumbrante, que brinda en cada página imágenes y estampas de indeleble huella y aliento lírico.
Frente al libro de memorias autocomplaciente y selectivo en el recuerdo, López Andrada brinda a toda suerte de lectores, tanto a los más conocedores de su trayectoria literaria como a los que aún no lo son, un texto que conmueve por la autenticidad de lo narrado, por la honda cercanía de su autor, capaz de revelar aquello que tendemos a ocultar incluso a los más próximos. Y todo ello con la maestría de un escritor deslumbrante, que brinda en cada página imágenes y estampas de indeleble huella y aliento lírico.
"Los árboles que huyeron" es personificación que hace referencia al paso del tiempo y a la memoria, que es el poso que queda en la taza, el recuerdo de lo perdido, y todo lo perdido y añorado acaba convirtiéndose en elegía, una suerte de sublimación espiritual con el aliento de la melancolía. Algo que es como una gran bonanza interior, el laúd de los pacíficos, una paz y armonía reconfortantes en medio de la consciencia y del desasosiego. Salud, Alejandro.
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