MIGUEL
DELIBES, A LA SOMBRA
DEL NOBEL
Diversas instituciones públicas,
universidades, medios de comunicación e iniciativas particulares avalan la
candidatura de Miguel Delibes ante la Academia Sueca solicitando la concesión del
Premio Nobel de Literatura.
Miguel Delibes es un teórico de la
novela, el mejor ejemplo de quien a lo largo de su vida ha ejercido de
comentarista político, de sociólogo, de zoólogo, de crítico deportivo, de
defensor de la pureza del lenguaje, pero sobre todo de notario de la vida
española en los últimos cinco decenios. Este escritor de 81 años, nacido en
Valladolid en 1920, quien se autocalifica de «hombre huraño, enemigo de
protocolos, protagonismos y aglomeraciones», ha dado a la imprenta más de
medio centenar de una obra variada entre, novelas, relatos de viaje,
experiencias de caza o ensayos de todo tipo. En el otoño de 1982 recibía el
Premio Príncipe de Asturias, en mayo de 1991 el Nacional de las Letras
Españolas y en abril de 1994 el Cervantes, un premio que el propio autor
calificaba, cariñosamente, como «castigo para alguien que está finalizando
su carrera de escritor». Ahora ha llegado el momento de solicitar el Nobel
de Literatura para él, ese galardón que se justificaría por sí solo, añadiendo,
con toda justicia, su nombre a la nómina de los ganadores del último siglo.
Durante años, la crítica se ha esforzado
en señalar que Delibes ha llenado un amplio espacio de la narrativa española
actual, «porque su fórmula estética parece hecha a la medida de nuestro
tiempo», como aseguraba, Cristóbal Cuevas, en la lección inaugural del
Congreso celebrado sobre el escritor en Málaga, en 1991. Pero más que a la
técnica habría que atender en la obra del escritor vallisoletano a su lenguaje.
El novelista ha sabido ser un excepcional comunicador; ha dominado el arte del
lenguaje por encima de todo, y su obra, basada en un puro anecdotario, ha
sabido llenarse de la autenticidad de la vida; para ello ha conversado con los
amigos, en las tertulias y en el trabajo, con los campesinos de su querida
Castilla, con los cazadores, con los pescadores, con la gente de la calle,
teniendo, siempre, como trasfondo esa palabra viva. Ha sabido adaptarse a las
modas literarias por las que, inevitablemente, ha pasado nuestra literatura en
los últimos cincuenta años. Si su obra arrancaba de un realismo social, recogía
el experimentalismo en los años sesenta y se abría a una definitiva apertura,
tras una larga y férrea censura, en los sententa, Delibes se adecuó en todo
momento y sus historias se han venido leyendo, inexcusablemente, a lo largo de
toda la segunda mitad del siglo, por el valor de lo humano y de la propia
iluminación que produce su escritura. Y aún hoy, desde su refugio vallisoletano
de la capital castellana o en el pueblo burgalés de Sedano, el escritor puede
volver, tranquilo, la vista atrás en esa doble revisión melancólica que ha
supuesto gran parte de su vida, dedicada a una devoción que, convertida en
oficio, le ha supuesto el reconocimiento definitivo de los lectores, de la
crítica y de los estudiosos de la literatura que acuden a la cita de su lectura
cada vez que uno de sus libros aparece en los escaparates de las librerías de
toda España.
Etapas
Considerada como unitaria la obra de
conjunto del escritor vallisoletano, la crítica, sin embargo, ha fragmentado su
producción en sucesivos períodos que se concretan en los nuevos conceptos
estructurales que se han venido sucediendo en la narrativa española de la
última mitad del siglo XX, y de los cuales Delibes no ha sido ajeno. Hay que
apuntar que todos sus libros parten de una visión de coherencia equilibrada del
mundo. En su obra se distingue una primera etapa, marcada por un fuerte
subjetivismo, una etapa integrada por algunos de sus primeros libros, La
sombra del ciprés es alargada (1948), Aún es de día (1949) y Mi
idolatrado hijo Sisí (1953); una segunda, cuyo reflejo es el fuerte
realismo social del momento, ese que inicia el escritor con una obra publicada
en 1950, quizá una se sus más conocidas y más reeditadas, El camino, a
la que seguirán Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante
(1958), La hoja roja (1959) y Las ratas (1962). Ese marcado
carácter experimentalista con que despertaron los años sesenta, llevaron al
escritor a un replanteamiento de su producción novelística que, siempre bajo la
fuerza y el valor de la palabra, aún logrará interesar a lo largo de todos
estos años: hoy resulta incuestionable el hecho de señalar que Cinco horas
con Mario (1966), inauguró en su producción otra forma con que aglutinar
unos procedimientos ensayados anteriormente y, que en esta obra, se acentúan
por esa marcada actitud crítica y esa particular visión de las experiencias
llevadas a cabo a lo largo de su vida como, posteriormente, han podido
constatarse en la multiplicidad de libros escritos, por ejemplo, acerca de sus
viajes, Europa, parada y fonda (1963), Por esos mundos (1966), USA
y yo (1966), La primavera de Praga (1968), los libros de caza, La
caza de la perdiz roja (1963), El libro de la caza menor (1964), Con
la escopeta al hombro (1970), o aquellos textos en los que ha dejado
traslucir parte de su propia existencia, Un año de mi vida (1974), 377A,
madera de héroe (1972), Mi vida al aire libre (1989), Señora de
rojo sobre fondo gris (1991) o He dicho (1996). A estas alturas, Miguel Delibes, nos ha
ofrecido ya una producción tan congruente como definitiva, se ha convertido con
los años en un privilegiado espectador del mundo. Los temas recurrentes en su
producción han venido siendo la descripción del mundo rural, con apuestas tan
críticas como la ensayadas en Los santos inocentes (1981) o El tesoro
(1985) o la muerte, puesta de manifiesta en su primera novela y extendida a lo
largo del resto de obras hasta llegar a El hereje (1998). En su
producción, el léxico ha venido a marcar una evolución estilística para llegar
al dominio de un lenguaje que desembocará en las más variadas expresiones de la
narrativa de los últimos años. De rica, precisa y variada, ha sido calificado
su expresión; bastarían recordar algunos de los estudios dedicados a su obra,
como por ejemplo los de Purificación Alcalá y Francisco Abad. En su primera
obra, La sombra ... ya podían registrarse algunas de estas
características, muestra una excesiva abundancia de léxico culto, en
consonancia con el empleo de un lenguaje literario y tradicional, pero,
fundamentalmente, es a partir de la
obra El camino cuando Delibes consigue una
auténtica narrativa característica y un estilo que se adaptará al lenguaje de
sus personajes, dependiendo del nivel en que se muestran; ocurre con Diario
de un cazador y Diario de un emigrante, donde pueden leerse palabras
como «cabrear», «jeta», «pela», «pitorreo» y un largo etcétera, pero su mayor
logro hasta el momento se encuentra en Los santos inocentes, un texto en
el que se alterna la expresión culta con la familiar, una expresión de
sencillez y belleza al mismo tiempo.
Para los críticos, escritores y
lectores de mi generación la sombra de Miguel Delibes planea aún hoy sobre
nuestras primeros lecturas. Los recuerdos de las clases de Literatura en la
enseñanza del Bachillerato, me llevan hasta el controvertido «tremendismo», que
tanto nos sorprendió entonces e incluso nos escandalizaba; fruto, por otra
parte de una guerra civil, bastante lejana para nosotros y tras la que, a la
sazón, hubo que reedificarlo todo, incluso el mundo literario. La imagen de una
ciudad de más de un millón cadáveres de un escritor como Cela, paseándose por
un Madrid edificado sobre una inmensa colmena o las travesuras y correrías de
Daniel el Mochuelo o Roque el Moñigo, desde el espacio sedentario de un pueblo,
nos parecían como propias, aunque nos venían impuestas como lecturas
obligatorias que más tarde por su interés nos llevaron a releer, ahora, por
supuesto, con devoción. La imagen que se nos ofrecía con esta amalgama de
lecturas era fraccionaria y distorsionada y sólo el tiempo y un mejor acerbo
literario, han contribuido, al menos en mí, para llegar a pensar que Delibes
escribía sugestionado por el estado colectivo en el que transcurría su vida y
del que tuvo que surgir espontáneamente, porque no encontró modelos a seguir y
se volcó en las vivencias personales que le llevaron a practicar un tipo de
literatura que sólo el esfuerzo le condujo a encontrar un estilo propio. La
sombra del ciprés es alargada, leída hoy supone contrastar esa fuerte
oposición a que los jóvenes de entonces se enfrentaban, queriendo vencer su
otro yo. El expresionismo tampoco pasó inadvertido para Delibes y de esa fuente
hiperrealista quedó la fuerza de una obra como Cinco horas con Mario.
Durante todas estas décadas, buena parte de su producción ha reproducido las
archisabidas tendencias estudiadas en los manuales de literatura, desde el
realismo social y el expresionismo como hemos señalado, hasta los nuevos aires
que se empezaban a percibir desde el exterior, aquellos que brindaban la
posibilidad de encontrarse con las maestrías de Joyce, Faulkner, Brecht, Hesse
o Beckett, además de la moda de un realismo mágico hispanoamericano de la mano
de no pocos autores hoy sobradamente conocidos, Vargas Llosa, García Márquez,
Fuentes o Carpentier. Parábola del
náufrago (1969) es una obra cuyos precedentes se encuentran en la
fabulación de una metamorfosis a que son sometidos los personajes, lo que nos
recuerda a un denodado estilo kafkiano. Las parábolas de esta vida terminan
allí donde empiezan las del autor checo y quien no crea esto se encontrará con
que el sentido literario es sólo una mera apariencia.
Su
última obra
En el trasfondo de nuestro espíritu
existe, casi siempre, ese subconsciente que nos inspira dentro del mecanismo
del conocimiento un proceso por el cual el saber se alía con la memoria para
producir, desde un punto de vista erudito o crítico, el germen para una nueva
creación. En este sentido, Delibes, ha sabido contemplar, esa realidad humana y
vital de los pueblos y de las gentes de su tierra para ofrecernos, en el
conjunto de su obra, las preocupaciones y afanes cotidianos de su existencia.
Luteranos e inquisidores son retratados en la última novela ambientada en el
Valladolid del siglo XVI y que el autor ha titulado, El hereje (1998),
una historia que reconstruye con cuidadoso rigor una etapa histórica muy
conocida en aquella ciudad. Se trata de una obra ambiciosa por sus dimensiones,
casi quinientas páginas, y por el propio asunto que trata, el auto de fe
celebrado en la Plaza
Mayor de la capital castellana contra 28 personas acusadas de
herejía, algunas de los cuales fueron agarrotadas y quemadas vivas; unos meses
más tarde se repitió una ceremonia similar en la que, de nuevo, 18 personas
acusadas de ser protestantes fueron, igualmente, condenadas a muerte, entre
ellas el doctor Cazalla, razón y motivo esencial de este relato novelado.
Delibes vuelve al espacio geográfico de sus obras anteriores, aunque la ciudad
de Valladolid es, en esta ocasión, la destinataria de una dedicatoria
entrañable y, además, el ámbito de referencia para fabular la historia de un
comerciante de pieles y lanas, Cipriano Salcedo, y todos los conflictos que, en
la época retratada, el reinado de Carlos V y los primeros años de Felipe II, se
sucedieron en esta importante ciudad de la España Imperial:
el fervor erasmista y el reformismo luterano y los acontecimientos que se
sucedieron en torno a los correligionarios del teólogo y reformador alemán.
Pero por encima del trasfondo histórico, profusamente documentado por Menéndez
Pelayo y Juan Antonio Llorente, aparece la figura del protagonista, el joven
Salcedo, habilidoso y emprendedor para los negocios como su padre lo había
sido, pero de una complejidad humana mucho mayor, porque Delibes nos lo retrata
como un hombre marcado por su orfandad materna, el despecho paterno y un
posterior fracaso matrimonial, brillante
ejemplo de comerciante avispado capaz de aumentar la considerable fortuna heredada
por su padre. Cipriano Salcedo, no es, evidentemente, un personaje histórico,
pero en torno a él se crea un evidente decorado poblado de otros muchos
personajes históricos que coexionan la historia contada, dotada además, de esa
novelesca visión con que el escritor ha dotado el relato; es más, por encima de
todo emerge el discurso narrativo que resulta tan eficaz como acertado.
Cipriano Salcedo es atraído por los razonamientos del doctor Cazalla y acaba
participando en la actividades de éste y de su grupo, aunque la Inquisición los
descubre muy pronto; en realidad, tanto Salcedo como Cazalla, representan la
libertad de pensamiento de un pueblo donde la incultura garantiza la
posibilidad de destrucción. Por otra parte, la objetividad misma de, El
hereje, se muestra en la vehemente mirada con que el escritor toca el tema
de la religión, en su ética más profunda, y la herejía, en esa actitud rebelde
que ennoblece a estos castellanos porque los actos que los llevaron hasta el
patíbulo, no dejan de emocionar, aún hoy, al lector.
Hasta aquí El hereje se muestra
como un compendio de toda la obra anterior de este excelente escritor que es
Miguel Delibes, porque en esta voluminosa obra están algunas de las principales
claves de su escritura: el individuo frente a la soledad y la independencia
personal que caracterizan a muchos de sus personajes anteriores. Pero quizá el
sentido último de esta novela pueda estar en la dificultad que presupone vivir
de una forma honesta, de una forma igualitaria como, de hecho, se lo
propusieron este pequeño grupo de herejes, unos hombres que quisieron ejercer
su justificación por medio de una nueva fe y por eso estuvieron dispuestos a
llegar hasta la muerte, como si, en realidad, de nuevo se tratase de desvelar
el eterno sentido de las cosas, como si nuestra propia vida, únicamente, se
justificase por nuestros actos y de éstos sólo quedara una mínima estela de
nuestro paso por el mundo.
El
Nobel
Varias instituciones avalan, desde hace
unos meses, la candidatura de Miguel Delibes ante la Academia Sueca: el
Ayuntamiento de Valladolid, la Junta de Castilla y León, La Diputación Provincial
y la Universidad, además de otras importantes instituciones del país, también
el periódico El Norte de Castilla, medio al que ha estado vinculado el
autor durante años ha estado recogiendo firmas, e incluso su candidatura ha
sido promovida a través de espléndido vehículo que es Internet. El Instituto
Cervantes y la Semana de Cine de Valladolid pretenden organizar una semana
dedicada al autor vallisoletano en Estocolmo, donde se analizará su obra y se
proyectarán las películas que hasta el momento han sido adaptadas, doce en
total, en los últimos veinticuatro años y que refieren a sus títulos más
significativos, El camino, dirigida por Ana Mariscal en 1966 y Josefina
Molina en 1977, La mortaja, dirigida por José Antonio Páramo en 1974, Retrato
de familia en 1976, dirigida por Antonio Giménez-Rico, La guerra de
papá, en 1977, por Antonio Mercero, El disputado voto del señor Cayo
en 1986, por el mismo director, Los santos inocentes, dirigida por Mario
Camus en 1983, El tesoro en 1988, también dirigida por Antonio Mercero y
Luis Alcoriza llevó a la
pantalla La sombra del ciprés es alargada en
1990. José Luis Cuerda anuncia la realización de El hereje, un relato
que requiere una enérgica visión de la Valladolid del siglo XVI.
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