UNAS SEÑAS DE IDENTIDAD PARA LA REVISTA VELEZANA
Los pueblos acumulan en el transcurso de
los siglos toda una serie de acontecimientos que configuran, con el paso del
tiempo, sus particulares señas de identidad. Nuestro Sur ofrece, de Este a
Oeste, los más bellos ejemplos de una protohistoria que se remonta a los
orígenes de la antigua
Iberia y en una zona que, el historiador José Ángel Tapia,
concreta como aquellos primeros asentamientos iberos, constatados a lo largo de
todo el levante español o esa otra linde posterior que los romanos llevarían
más a poniente. El espacio antropológico, geológico, histórico, cultural,
acotado por Tapia en su monumental Historia General de Almería y su
provincia pone de manifiesto la grandeza de esas mencionadas señas de
identidad para nuestras comarcas y sus pueblos. Hombres inquietos de otros
tiempos pusieron de manifiesto que, la realidad que vivimos en el acontecer de
nuestras vidas, fructifica, siempre, en el devenir de los tiempos: quizá por
eso, desde siempre han quedado en la memoria de los pueblos las actuaciones de
esos ilustres nombres que hoy forman parte de nuestra historia. La realidad de
sus vidas va mucho más allá de lo que imaginamos y cuando queremos hacer
recuento de episodios de nuestro pasado, aquellos libros, tratados,
investigaciones, legajos y manuscritos olvidados por el paso del tiempo,
actualizan de alguna manera, la esencia misma de las cosas más elementales.
Estoy convencido de que con el paso del tiempo y la costumbre uno se convierte
en la persona que quisiera ser; y esto le ocurre a cada uno de los que pasamos
por ese espacio tanto físico como
geográfico en el que nos movemos a lo largo de toda nuestra existencia.
José Domingo Lentisco me solicita, aunque
a estas alturas aún no sé muy bien por qué, pero intuyo en su deseo, el
reafirmar esa lejana amistad que nos hace cómplices de proyectos tan ambiciosos
como la elaboración escrita de nuestra más cercana realidad, la presentación de
una de las revistas más emblemáticas de Almería y su provincia. Me refiero,
evidentemente, a la Revista
Velezana, de la que él es alma y artífice, y cuyo último
número, el 23, es del pasado 2003. Un
publicación que, curiosamente y en una suerte de acierto, se hace en la
provincia, en la Comarca de los Vélez. Una amplia comarca que el Padre Tapia,
autoridad en la materia como he señalado, delimita como una interesante zona
arqueológica y paso obligado desde la costa de Vera-Palos, por los caminos de
Mazarrón-Lorca y Huércal Overa-Puerto Lumbreras, a las tierras altas del
interior, Orce, Galera, Huéscar, Caravaca, camino de la zona minera de Jaén. En
la comarca, fueron calzadas naturales la rambla de Chirivel, el río Corneros,
Rambla Mayor y el río Alcaide, que se internan y remontan a las sierras con los
nombres de arroyo del Moral, Río Claro y Río Caramel. Para ser más exactos, y
siguiendo siempre al historiador Tapia, en ella palpita la vida desde hace
veinticinco mil años. Según leo en la cabecera de la publicación, ésta engloba
los pueblos de Chirivel, María, Oria, Taberno, Vélez Blanco y Vélez Rubio.
Estos pueblos forman hoy, según manifiestan los responsables, una entidad de
ámbito comarcal que pretende estimular el conocimiento y análisis del medio de
la sociedad velezana en sus distintas manifestaciones y a través de la historia. Pretende,
en otro noble propósito, estudiar y difundir hacia el exterior la cambiante
realidad comarcal, inmersa en un mundo en continua transformación. Este, y
quizá no otro, sea el propósito más firme que sustenta la publicación de cara a
quienes, vecinos de la comarca, nos acercamos por uno u otro motivo a las
raíces mismas de esta identidad cultural. Quienes hemos hojeado, alguna vez,
los voluminosos números anuales de más de doscientas cincuenta páginas
aparecidos hasta el momento, observamos que los contenidos, con todo lujo de
detalle y erudición, sobre cuestiones históricas, arqueológicas, artísticas,
literarias, folclóricas, etnográficas, económicas o sociológicas, han cubierto,
y a lo largo de estos veintitrés años, con creces, esa voluntad de servir de
entidad cultural en lo más plural de su definición. Aunque el propósito de la Velezana
y de quienes forman su consejo de dirección no queda exclusivamente en este
único propósito sino que bajo la estela cultural que agrupa a sus más preclaros
defensores, organiza y propicia diversas actividades socioculturales que se
concretan en conferencias, exposiciones, montajes audiovisuales, pequeños
simposios sobre aspectos diversos en la provincia y numerosas publicaciones, entre
las que me gustaría destacar por su importancia, algunos tratados interesantes
como: La Historia de la Villa de Vélez Rubio, de Fernando Palanques,
quizá uno de los libros más singulares con que uno se haya tropezado puesto
que, paralelo al que escribiera Enrique García Asensio sobre la Historia de
Huércal-Overa, pone en manos del lector curioso el más bello ejemplo de
entrega a un pueblo y sus raíces, El patio de Vélez Blanco. Un monumento
señero del Renacimiento, la
Guía Urbana de Vélez Rubio, Historia de la Villa de
María, Comarca de los Vélez. Naturaleza, El Parque Natural de Sierra María Los
Vélez o El castillo de Vélez Blanco, por entre otros muchos, esos de
obligada referencia. Promueve, con el mismo entusiasmo, actos literarios en los
que participa, activamente, uno de los más ilustres vecinos que tiene la
comarca, me refiero a Julio Alfredo Egea, el poeta de Chirivel, representante
de una de las generaciones poéticas más señeras del pasado siglo XX, me refiero
a la de los cincuenta o la denominada segunda promoción de la posguerra, que
incluye nombres tan ilustres como José Manuel Caballero Bonald, Ángel González,
Alfonso Costafreda, José María Valverde, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo,
Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines y Claudio Rodríguez,
aunque el poeta velezano se ha sentido siempre más cerca de sus paisanos
andaluces como Rafael Guillén, Elena Martín Vivaldi o José Carlos Gallardo.
El esfuerzo de investigación, los
resultados científicos e históricos de la revista, se plasman en cada uno de
sus números, poniendo al descubierto durante estas últimas décadas, aspectos
singulares que recrean la belleza de los Vélez y su patrimonio. Cuando uno abre
sus páginas percibe que las singularidades etnográficas con las pequeñas
historias de los pueblos, de las pedanías y de los cortijos, generan en las
gentes de hoy el recuerdo de una memoria viva que trasciende a varias
generaciones: biografías, galerías de escritores, personajes populares, álbumes
de familias o vida y cultura popular, se muestran como un amplio catálogo que
despierta la curiosidad del experto y del ajeno que no deja de asombrarse por
la variada riqueza de la
comarca. Estamos asistiendo, querámoslo o no, a la muerte o
desaparición de un modo de vida: la población rural envejece mirándose en unos
jóvenes que si no tienen un futuro huyen de sus pueblos y se instalan en las
urbes donde el provenir se mide por el metro de su asfalto y de su hormigón,
donde el vértigo de la vida ha sustituido al embrujo de la lentitud y al
silencio. Proyectos como la
Revista Velezana, y todo lo que se articula en
torno a ella, promueven como contrapunto que centenares y miles de almas queden
vivas en nuestros pueblos, atadas al devenir de una historia y un ritmo de vida
que se mide por sus estaciones y por el transcurrir lento y puro de sus días,
de las semanas y de los meses. La vida en un espacio natural como las
poblaciones y las sierras de los Vélez tiene su propia música: esos pájaros que
aún pueblan algunos de nuestros campos, algunos molinos viejos que aún chirrían
cuando muelen el escaso grano que le ofrecen sus moradores, el ladrido de
algunos perros al atardecer, el rumor del viento en las sierras, en las calles
y en los corrales, la lluvia y la nieve que caen de forma distinta en unos
inviernos que empiezan a dejar de ser fríos y blancos. Todo esto ocurre en una
comarca a un ritmo tan sosegado que, algunos momentos, apenas si es
perceptible, pero del que hay que dejar constancia siempre por escrito.
Quienes hemos elegido vivir en el
silencio y, a veces, en la soledad de nuestras comarcas, alejados del vértigo,
de las prisas y del bullicio, damos fe de que el paso del tiempo y el silencio,
muchas veces ayudan a que proyectos como la Revista Velezana
lleguen a buen puerto, de que nuestra soledad se siente acompañada hojeando las
centenares y miles de páginas aparecidas hasta el momento de tan grande
empresa. Todo proyecto cultural bien encarado tiene una aire de aventura.
Nuestra realidad está construida con numerosas acciones, con el recuerdo y con
las imágenes que nuestra memoria debe a esos hombres desinteresados y
silenciosos que, año tras año, se embarcan en reunir, en un buen puñado de
páginas, la memoria escrita de sus pueblos. En alguna parte he leído que, junto
a la formación profesional, vocacional y especializada, de carácter técnico,
para un determinado oficio, una educación más amplia serviría al ser humano
para hacerse más crítico y comprensivo, es decir, para conocerse y conocer,
para orientarse y valorar por sí mismo su propia existencia y por extensión la
del mundo, al margen de su profesión o aficiones. Cuando alguien transmite un
saber sobre el mundo invita a entender y a sentir de modo personal y auténtico
y, también, a comprender mucho más a los otros, a imaginar y a construir un
futuro de imágenes que enriquezcan su propia realidad.
Una revista como la Velezana eleva
el nivel de su propuesta a esa solemne invitación que sería a cultivar la
humanidad, es decir, el noble afán por estimular y perfeccionar las aptitudes
de los hombres y mujeres que conviven en libertad, con una conciencia crítica y
responsable del mundo y de la época en que les ha tocado vivir.
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