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EL MUNDO ES HERMOSO
Su libro anterior novelaba, en cierta
medida, una realidad para ofrecer al lector una mirada directa y, acaso, dura
de los entresijos de la guerra civil, ahora con Dientes de leche (2008),
su última entrega, insiste en seguir contando algunos episodios de la
contienda, esta vez desde esa otra mirada, la de aquellos que llegaron con el
propósito de luchar en el bando nacional, legionarios fascistas italianos que,
como Raffaele Cameroni, viajaron desde Italia para satisfacer las ansias de
poder del Duce quien estaba convencido del poder de la violencia para asegurar
sus éxitos políticos. Unos 60.000 voluntarios desembarcaron en nuestro país
para contrarrestar el empuje internacional del comunismo. Algunos testimonios
de la época hablan de las buenas relaciones entre la población civil y los
soldados italianos, muchos de los cuales se casaron con jóvenes de los lugares
que iban ocupando, después se quedaron a vivir y aún sobreviven en nuestro país
tras varias generaciones. Pero, al menos, 4.000 quedaron sepultados en una red
de cementerios que fueron aprovechados por el franquismo como soporte material
de una carga ideológica y poder justificar así el abominable levantamiento
militar. Uno de los sitios más emblemáticos fue el Sacrario Militare de
Zaragoza, concebido por Mussolini para reagrupar en su Torre-Osario los cuerpos
de los fascistas italianos caídos en los frentes de batalla. Pisón insiste en
recrear la historiografía de un pasado, para novelar la historia con la soltura
con que el buen narrador imprime a sus relatos, con esa modulación que se
permite sin apenas darse cuenta el lector. Por eso, algo semejante a lo anotado
le ocurrirá al joven Cameroni que conocerá a la enfermera Isabel, se enamorará
de ella, y renunciará para siempre a su familia italiana y terminará por
abandonarla en su país. Se suceden algunos episodios de guerra en el comienzo
de la novela y cuando termina la contienda, el joven italiano, contribuye a la
expansión del negocio familiar de pastas alimenticias en la ciudad de Zaragoza,
donde además se convertirá en el patriarca de toda una saga, tres generaciones,
de Cameroni para contar los difíciles años del franquismo.
Dividida en dos extensas partes que, de
alguna manera, distribuyen los episodios por los que pasa la familia Cameroni,
sobre todo es la segunda, más firme, más novelesca, porque arranca desde los
difíciles comienzos de la postguerra hasta los primeros años de la democracia,
cuando los hijos del italiano han crecido a la sombra de un padre autoritario,
fascista que sigue, muchos años después, acudiendo como siempre al Sacrario
Militare, la ceremonia que los fascistas italianos dedicaban a su compatriotas
caídos. Para desarrollar y esclarecer, en esta segunda mitad del libro, la vida
llevada por estos personajes y el enfrentamiento que los hijos mantienen con el
padre y, después, incluso con el abuelo. El análisis de todo lo narrado es aquí
en extremo minucioso, se perfila la descripción de los sentimientos, se
concreta, incluso, lo difuso porque de lo que se trata es de justificar una
primera parte, cuya verdad histórica no puede soslayarse. En Dientes de leche se narra un
episodio familiar donde lo importante no es la visión de lo particular sino
cómo el peso de una ideología hace naufragar las relaciones humanas o, mejor,
subrayar el daño moral que produce una convicción política. Nadie se salva del
poder de la ira, la histórica o la humana, excepto ese personaje que es
Paquito, única víctima de esa culpa que el italiano ha traído desde Italia, esa
semilla enferma cuya huella es rememorada, años más tarde, en las figuras del
pasado: la primera esposa y la hija abandonadas.
Dientes de leche es una novela en
estado puro, con cierto aire clásico que es capaz de evocar con las palabras el
silencio de una historia fáctica cuyos hechos se completan con las pesadillas
vividas por los hijos y por los nietos de los mayores. Al final, como declara
Pavese, el mundo es hermoso porque hay de todo.
Dientes de leche
Ignacio Martínez de Pisón
Seix-
Barral, Barcelona, 2008.
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